El papel de la esposa en la salvaguardia de la salud mental de la iglesia

Por medio de consejos

Al pastor, y con frecuencia a su hogar, acuden hombres y mujeres amenazados por la disolución de sus hogares. Se hallan desorientados. En ciertos casos se puede ayudarlos a ver las cosas desde un nuevo ángulo, inducirlos a que traten de avenirse y amarse, a aceptar al compañero o compañera tal como es y no como debiera ser. La esposa del ministro puede prestar valiosa ayuda en este sentido.

A menudo se presenta el caso de un esposo cruel, que amenaza y maltrata a su cónyuge, llegando a poner en peligro su vida. La esposa busca la ayuda y el consejo del pastor; y cuando el esposo se entera, su enojo aumenta de grado. Mi esposo y yo siempre trabajamos juntos en tales casos, de modo que no se despierten celos y se preserve la buena reputación.

En esos casos una de las partes puede ser psiconeurótica, o  bien psicótica. No a todos los enfermos mentales se los recluye, porque algunos son capaces de realizar un mínimo de adaptación social y familiar. Otros no pierden contacto con el medio ambiente ni llegan a ser hostiles y agresivos. Los hospitales para enfermos mentales se encuentran colmados, y existe un gran número de pacientes que esperan ser admitidos. La iglesia y la comunidad pueden ayudar a muchas de estas personas a adaptarse en la mejor forma posible. Si se las rodea de la influencia debida, se podrá lograr mucho en un sinnúmero de casos.

Una característica extraña de las personas, es que pocas reconocen que adolecen de una mente anormal. Es probable que nadie haya insinuado que algunos perturbadores de la iglesia son enfermos mentales. Y no pocas veces se condesciende con ellos y se culpa a los inocentes.

Es esta credulidad de las personas que a menudo permite a los paranoicos crear problemas dentro de la iglesia. Las visiones, las ilusiones y las voces interiores de tales personas son consideradas por muchos hermanos con reverencia, casi con veneración. Y a quienquiera que mire con escepticismo sus visiones o impresiones se lo trata con más recelo aún que a la misma persona que sufre de psicosis. No me refiero a las auténticas visiones de los profetas bíblicos y de la Hna. E. G. de White. Quienes creen en un Dios supremo saben que él suscitará medios para comunicarse con aquellos que ama. Pero la personalidad y experiencia de los instrumentos humanos que él elige no encuadran en el marco de vida de los psicóticos.

Existe una enfermedad denominada esquizofrenia paranoide, que generalmente aparece entre los 25 y 40 años, después de que la persona no ha logrado adaptarse a la sociedad y a la vida real. A menudo el enfermo se siente perseguido por sus familiares, su iglesia, sus compañeros de trabajo o sus vecinos. Sospecha de todos e imagina que lo vigilan, que lo siguen, que hablan de él, que quieren envenenarlo, o que procuran matarlo por otro medio.

Esta clase de enfermo también podrá experimentar delirio de grandeza, en el que creerá que es el filósofo, el poeta, o el músico más grande del mundo, o bien creerá ser un personaje histórico de nota. Estas manifestaciones podrán ir acompañadas de vividas percepciones auditivas y visuales, y de otras alucinaciones, tales como la visión de ángeles y de nimbos.

Se da el caso de hermanos que en la iglesia no han recibido la atención ni los elogios que buscaban, que han enfermado de este mal, o de otro llamado paranoia verdadera. En cualquiera de estos casos el enfermo se torna impermeable a la persuasión. Si se ponen en duda sus pretensiones o acciones, generalmente se vuelve poco comunicativo, y se aleja por un tiempo de la persona incrédula. Se ha observado que en ocasiones tal hermano se retira de la suya y procura hacerse aceptar por otra iglesia. Debido a que sus ilusiones son tan bien organizadas y a menudo convincentes, y aun lógicas y coherentes, hay personas que se dejan engañar por él.

El campo de la religión se ve invadido por este modo de pensar porque para algunos resulta muy fácil pretender que conocen la voluntad de Dios tocante a una persona en particular o a todo un grupo, sin correr el riesgo de verse urgido a fundamentar sus declaraciones. Siempre permanece en el reino de la libertad espiritual de la convicción personal. Se vacila en poner en duda la autenticidad de sus pretensiones. Así no resulta difícil extender el engaño, en especial cuando va acompañado de un espíritu de piedad.

Al esforzarnos por impedir que uno de estos enfermos mentales engañe a los hermanos, debemos recordar que puede ser completamente sincero en su creencia en la autenticidad de sus alucinaciones y de su sistema de ilusiones. Puede creer con toda honradez que ha sido llamado para fundar un asilo de ancianos, un orfanatorio, o a ser un profeta o un reformador de la iglesia.

En relación con esto recuerdo un caso interesante. Cierto hermano de hablar muy suave, y con una familia de siete hijos, sintió una gran preocupación por fundar un orfanatorio y un asilo de ancianos. Con tal propósito alquiló una casa vieja grande, e invitó a los hermanos de edad de las iglesias o a personas extrañas a que aportaran los ahorros que habían hecho a cambio de su promesa de cuidarlos por el resto de sus días. El trabajo que pudieran hacer serviría para cubrir los gastos en que incurrieran. Todos comían en una sala común. El menú, dictado por este hermano, con frecuencia consistía únicamente en un caldo desabrido. Obligaba a su esposa a trabajar duramente en la institución, fuera del cuidado que tenía que prestar a su propia familia numerosa.

Cierta noche uno de los huerfanitos comenzó a gritar. Pero cuando la esposa de este hermano quiso ir a verlo, se lo impidió, dando como razón que iba a mimar al niño. Al día siguiente conocieron la causa del llanto del pequeño. Algunas ratas habían entrado en su cama y le habían estado mordiendo los dedos de los pies. Este suceso hizo que alguien informara a las autoridades de lo que pasaba. Estas retiraron a los pequeños y decretaron que se mejoraran las condiciones del establecimiento o que se cerrara. Este hermano se decidió por lo último alejándose de la ciudad. Los ancianos quedaron sin hogar—y sin dinero.

Poco después llegó a nuestra localidad y comenzó a desempeñar el mismo papel y a engañar a la gente. Aunque los miembros ya estaban prevenidos de la clase de persona que era, muchos gustaban de su trato suave, y aceptaron sus planes grandiosos. Pidieron que se le diera la oportunidad de predicar en la iglesia o en un culto de oración (era muy piadoso y conocedor de la Biblia). Las viudas de la iglesia lo apoyaron con gran entusiasmo. Pero su esposa lo abandonó, llevándose a sus hijos, porque no confiaba ni en su celo religioso ni en su capacidad para sostener a su familia.

Tal persona es capaz de convencer a su familia, a sus amigos y a las autoridades de la sinceridad de sus pretensiones y de la verosimilitud de sus bien trazados planes. Pero su incapacidad para ver que las cosas pueden hacerse en otra forma, la completa falta de seguridad en el éxito de la empresa propuesta, y su repentino aislamiento cuando se discuten sus ideas, revelan una mente que está enferma.

La restauración de tal enfermo no puede lograrse accediendo a su voluntad y a sus planes. Puede no ser peligroso, y no ser hospitalizado. El pronóstico para esta clase de desorden mental es pobre. No debe olvidarse que si la oposición a sus planes es demasiado viva, desarrollará un complejo de persecución, y a su turno aparecerán ilusiones de enemigos a quienes súbitamente intentará destruir.

Cuando en una iglesia se presentan hombres o mujeres con grandes proyectos en pro del bienestar de la comunidad, que comienzan a reunir fondos en forma privada, engañando a los hermanos con sus intenciones, la esposa del pastor podrá sentirse angustiada y enteramente incapaz de prestar ayuda. Sin embargo, nunca deberá dejar de orar para que los hermanos no sean arrastrados al engaño. Podrá dar consejo sólo cuando su juicio lo estime conveniente, y lo hará con mucho tacto y amor.

Pero a pesar de las advertencias y las pruebas de la debilidad mental de tales hermanos, el pastor y su esposa podrán comprobar que algunos hermanos están implicados en el engaño social, mental, financiera, y a veces, físicamente, mientras que se censura a quienes rehúsan aceptar las enseñanzas o proyectos presentados.