El llamamiento al ministerio es sagrado, y no es una vocación más. En “Obreros Evangélicos” leemos:
“El ministro que sea colaborador con Cristo deberá poseer una profunda comprensión del carácter sagrado de su obra, y del trabajo y sacrificio requeridos para hacerla con éxito… El verdadero ministro no hará nada que empequeñezca su cargo sagrado. Se comportará con circunspección, y será prudente en su conducta. Obrará como obró Cristo; hará como Cristo.”—Págs. 16, 17.
Todos aquellos cuyos nombres figuran en la lista de pago de la asociación, tienen la sagrada responsabilidad de vivir correctamente y de trabajar para Dios. Woodrow Wilson, un presidente de los Estados Unidos, dijo lo siguiente: “No se necesita algo especial para ser abogado. Yo lo soy y por eso lo sé. No se necesita nada especial, fuera tal vez de tener un corazón amable, para ser médico. No se necesita nada especial ni experimentar ningún cambio espiritual profundo para ser comerciante. La única profesión que implica el que seamos algo es el ministerio de nuestro Señor y Salvador… Y no consiste en nada más. Se manifiesta de muchas maneras, pero no consiste en otra cosa.”
Una vez que hayamos experimentado el llamamiento, no debiéramos vacilar en ser los emisarios de Dios. No debiéramos vacilar, ni dudar de que Dios nos ha llamado. Ni siquiera debiéramos permitir indicios de ello en nuestra vida. Tampoco este sentir debe inducirnos a vanagloriarnos. Eso sería evidencia de que no hemos sido llamados. Podemos confiar y seguir siendo humildes. Como dijo alguien: “Entonces se camina con paso firme, andar seguro y ojo confiado, con lo cual se manifiesta que el ministerio es una delicia, no importa lo que sobrevenga o deje de sobrevenir.”
Nuestra obra
Al mirar el futuro debiéramos hacerlo con un propósito definido. Tenemos una tarea que realizar. Debemos hacer planes y trabajar para terminarla. Toda iglesia, toda asociación, para tener éxito debe lanzar una mirada hacia adelante. No solamente debieran trazarse los planes, sino que también debiera ejecutárselos. No debiéramos solamente esperar hacer algo, sino hacerlo.
Todo pastor debiera tener un programa en continuo desarrollo. Nadie que tome en serio su llamamiento se satisfará con un programa estático. No importa qué métodos sigamos, mientras nuestro programa sea productivo.
Todo obrero debiera tener propósitos definidos. Nunca glorifican a la causa de Dios aquellos (pie sólo tienen el deseo de correr y que no saben en qué dirección hacerlo. Ahimaas no se preocupaba de que su actividad tuviera algún propósito; lo único que lo preocupaba era estar activo.
El pastor es el eslabón más importante en la cadena de obreros de la denominación. Reducido a su mínima expresión, el programa del pastor consiste en dos grandes propósitos. Fueron establecidos por Cristo. El primero de ellos se menciona en Juan 17:12: “A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición; para que la Escritura se cumpliese.”
Descubrimos aquí un programa evangélico que se concentra en las ovejas del rebaño. Es un programa de adoctrinamiento: de edificación de la salud espiritual de las ovejas. Todo departamento de la iglesia debiera tener un programa (pie alimente y edifique espiritualmente a los miembros. El pastor está a la cabeza de todo este programa de evangelismo dentro de la iglesia.
La segunda clase de evangelismo la menciona Jesús en Juan 10: 16: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también me conviene traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.” Para buscar a las ovejas de afuera necesitamos la ayuda de las de adentro. Las ovejas de adentro debieran estar sanas porque de lo contrario prestarán poca ayuda para encontrar a las de afuera.
En toda iglesia debiera haber un vigoroso programa misionero. Nunca debiéramos dar por terminada la tarea hasta que consigamos que los miembros trabajen en favor de los que no lo son. Todo esfuerzo realizado por las ovejas fortalecerá la obra del pastor. La obra evangélica en favor del público, aunque sea difícil, cobrará nueva vida si los miembros cooperan en ella. Siempre debiera haber un programa evangélico en favor de las ovejas que no son del redil aunque no sea justamente evangelismo público.
Nuestra predicación
De vez en cuando recibimos una llamada telefónica en la que se nos pregunta: “¿Por qué no oímos más hablar del mensaje?” Muchas veces esas llamadas proceden de personas que creen que predicar el mensaje consiste en atacar violentamente a alguna otra iglesia. Las quejas procedentes de tales personas nunca me han preocupado mucho. No obstante es importante que nos preguntemos: “¿Le doy a mi congregación las verdades para esta hora?” Creo que a veces fallamos en la clase de sermones que predicamos. Nuestros sermones siempre debieran ser edificados sobre la segura Palabra de Dios. Ella debiera ser nuestro único texto. Debiéramos estudiarla más cabal y profundamente.
Los sermones son más que recopilaciones de recortes de periódicos, son más que listas de estadísticas, más que artículos leídos en algún periódico religioso y más que citas del espíritu de profecía; los sermones deben surgir de las más profundas convicciones. Estas crecen en el corazón del predicador gracias al estudio consagrado, a la vida piadosa, a la oración y a la meditación, y al contacto real con las situaciones de la vida. Dudo cuánto necesitan nuestras congregaciones de muchas disertaciones sobre problemas sociales, o ensayos relativos a la situación religiosa del mundo. Dudo si están demasiado interesados en las declaraciones de los eruditos, de los hombres de reputación y nombradía. Dudo que crean que nosotros o cualquier otro sepa mucho acerca de la situación política del mundo. Lo que sí creo, sin embargo, es que nuestros hermanos, y la gente que no pertenece a nuestra iglesia, quieren saber lo que Dios piensa. Desean que se les diga y en forma enfática lo que Dios dice en su Palabra. No hay satisfacción perdurable en nada fuera de ello. El Dr. Ralph Sockman, pastor metodista de la Iglesia de Cristo, de la ciudad de Nueva York, declara:
“La función docente del ministerio debe ser comprendida y subrayada de nuevo si hemos de disipar la grosera ignorancia de nuestro tiempo. Estos esfuerzos significan que usaremos más nuestra Biblia. Muchos jóvenes pastores parece que temen emplear la Biblia en el púlpito…
“Se necesita un reavivamiento de la predicación, que exponga la Palabra… El predicador doctrinal que toma las enseñanzas eternas y las presenta de nuevo a los concurrentes en forma viviente, se asemeja a la corriente incandescente que procede de una fuente que está más allá de la luz.” —“Best Sermons” págs. 14, 15, ed. 1946.
En todo respecto nosotros como pastores adventistas debemos descubrir la forma de tomar nuestras grandes verdades proféticas y doctrinales e infundirles vida, dinamismo y poder de salvar a las almas. La mera teoría sólo es el esqueleto de la verdad profética y nunca atraerá a las almas sedientas a las fuentes de agua viva. El predicador que alimenta su mente y su alma con el mensaje de la Biblia nunca necesita preocuparse durante la semana preguntándose qué orientación ha de darle al tema que presentará en el sermón del sábado.
El pastor debiera mejorar continuamente su capacidad mental.
“No penséis nunca haber aprendido bastante y poder ahora relajaros en vuestros esfuerzos. Es la mente cultivada la medida del hombre. Vuestra educación debe proseguirse durante toda vuestra vida; cada día debéis aprender algo y poner en práctica el conocimiento adquirido.” —“El Ministerio de Curación”, pág. 482.
No todos podemos ir al seminario. No obstante. todos podemos estudiar. El título o el diploma tienen poco significado a menos que la mente progrese en forma continua. Hay peligro de que descuidemos el estudio en aras de las reuniones de junta. El pastor no puede permitir que esto ocurra. Si hubiera que elegir entre ambas actividades, habría que decidir por el estudio. Raras veces los sermones surgen en las reuniones de junta.
Nuestras finanzas
En 1 Timoteo 3 leemos que la vida del obispo debiera ser “irreprensible… no codicioso de torpes ganancias… que tenga buen testimonio de los extraños.” Un pastor debiera tener buena reputación. Hay demasiados que han desacreditado el ministerio por su descuido en asuntos financieros. Aunque es mejor no tener deudas, en el estado actual de la economía se justifica que alguien tenga una deuda de vez en cuando. Si compramos a plazos, asegurémonos de controlar de tal manera el pago de las cuotas que nunca ni la sombra de una duda oscurezca nuestro crédito. Es mejor seguir viviendo sin ciertas cosas, que comprarlas y no poder pagarlas después. Por el pago a cuotas podemos fortalecer nuestro crédito o arruinarlo por completo.
Puede presentarse la ocasión en que un pastor deba pedir dinero prestado. Es mejor que no lo pida a los hermanos. Es mejor no deberles a los miembros de iglesia nada fuera de la obligación de predicar la Palabra, reprender y exhortar. Un miembro que le presta dinero, en la mayoría de los casos creerá que le ha hecho un gran favor. Si hay que pedir dinero prestado, váyase al banco, institución que precisamente desarrolla sus actividades en esa esfera.
Todos los obreros debieran ser honrados y fieles en el pago de los diezmos y las ofrendas. He sabido de obreros que descuidaban el pago de sus diezmos por mucho tiempo. ¿Cómo podemos ser ejemplo si mostramos, ese descuido? El que se demora en cumplir sus obligaciones con el Señor, tarde o temprano se encontrará fuera de la causa de Dios.
Al manejar fondos de la obra el pastor debiera poner gran cuidado. Debiera considerarse sagrado ese dinero. Debiera rendirse cuenta estricta de todo peso que se reciba. Para cada gasto debiera haber un comprobante. Es necesario para protección propia y para facilitar el trabajo del revisor de cuentas. Ningún obrero debiera disponer de los fondos evangélicos y emplearlos para sus propias necesidades. Llegar a la conclusión de que podemos pagarnos una especie de sobresueldo por nuestra propia cuenta por el tiempo que trabajamos demás, es un razonamiento falso. Todos trabajamos horas extras y a nadie se nos paga por ello. Nuestra conciencia debiera ser aguda en estos asuntos.
Hay casos en que ciertos obreros sin experiencia le piden al tesorero de la iglesia que transfiera determinados fondos. El tesorero de la iglesia no está en la obligación de transferir ningún fondo sin tener el respaldo de un acuerdo de la junta. En efecto, si lo hace, se descalifica para cumplir con la función para la cual se lo ha elegido. Sólo un obrero carente de moral podría llevar a un tesorero de iglesia a una situación tan embarazosa.
Trabajo o actividades extras
De vez en cuando oímos hablar de un obrero a quien le parece conveniente desde el punto de vista financiero dedicarse a algún trabajo o actividad al margen de su obra. Se ha acusado a los pastores de vender de todo, desde automóviles hasta terrenos, y desde bolitas de afeitar hasta miel y píldoras con vitaminas. Muchas de estas acusaciones son totalmente falsas. Algunos, sin embargo, han transigido en los principios, y debido a su proceder poco discreto han dado lugar a que la gente nos ponga a todos en la misma categoría. Una imprudencia de parte de un pastor puede suscitar la sospecha hacia todos los demás. Debiera guardarse celosamente la reputación de los pastores.
“Los predicadores no pueden llevar la carga de la obra al mismo tiempo que llevan la carga de propiedades agrícolas u otras empresas comerciales teniendo los corazones puestos en sus tesoros terrenales. Su discernimiento espiritual se empaña.” —“Obreros Evangélicos” págs. 355, 356.
“Los pastores no debieran tener intereses aparte de la gran obra de conducir a las almas a la verdad. Todas sus energías se necesitan para esto. No debieran dedicarse a comerciar, a vender como mercachifles, ni a ningún negocio fuera de esta gran obra.” —“Testimonies” tomo 1, pág. 470.
Junto con estas declaraciones hay otra en que la junta de la asociación debiera meditar:
“No debieran dedicarse a empresas mundanales porque esto les impide dedicar sus mejores facultades a las cosas espirituales. Pero debieran recibir salarios suficientes para sostenerse a sí mismos y sus familias,” —Id., tomo 7, pág. 250. (La cursiva es nuestra.)
Creo que en la mayor parte de los casos, los obreros de nuestras asociaciones están bien cuidados. Cuando tomamos en consideración las ayudas que recibimos, debemos reconocer que nuestros sueldos son bastante buenos. Si hay algunos, sin embargo, que pasan por dificultades financieras, debieran recabar consejo de los administradores de la asociación.
La aceptación de regalos
Supongo que ninguno de nosotros debiera tener escrúpulos de conciencia por recibir algún regalo, sobre todo si no está inspirado por algún motivo ulterior. Un obsequio puede ser una verdadera bendición tanto para el dador como para el receptor si procede de un corazón que desea expresar aprecio sincero. Tal persona no espera ningún favor como compensación. Pablo recibió un obsequio de los filipenses: “Porque aún a Tesalónica me enviasteis lo necesario una y dos veces. No porque busque dádivas; mas busco fruto que abunde en vuestra cuenta.” (Fil. 4:16, 17.)
Hay, sin embargo, otra clase de obsequios cuya aceptación es inmoral por demás. Algunos pastores causan deliberadamente la impresión ante los hermanos de que reciben poco sueldo: sus manos siempre están abiertas extendidas para recibir beneficios personales. Tal conducta de parte del obrero no está en armonía con la ética y pone de manifiesto un corazón egoísta. Debido al respeto que la gente tiene por su cargo, el pastor puede convertirse en un parásito que explota las emociones de aquellos que respetan más su puesto. Puede literalmente llenar de dinero sus bolsillos. Pero recordemos que tarde o temprano la congregación le “pondrá número,” y generalmente éste es el número “13.” Comenzarán las críticas, se perderá la confianza, y la Asociación tendrá lista la zaranda para sacudirlo.
A veces las congregaciones incluso toman ofrendas en favor de los obreros. Puede ser que las llamen una “ofrenda de amor.” Tales planes pueden ser impedidos por el obrero, si así lo desea. No obstante, si la ofrenda ha sido tomada, al obrero le resultará fácil expresar su sincero aprecio por la preocupación de la congregación, y dedicar todo el monto de esa ofrenda a algún proyecto digno. El equipo necesario para realizar obra evangélica puede ser un proyecto bueno. Es necesario, sin embargo, conservar la confianza de la congregación; pero a la larga el prestigio del obrero se consolidará debido al espíritu carente de egoísmo que ha manifestado.
“El interés egoísta debe desaparecer en la profunda ansiedad por la salvación de las almas. Algunos ministros han trabajado, no porque no podían obrar de otra manera, no porque había un ay sobre ellos, sino teniendo en vista los salarios que iban a recibir…
Sobre el autor: Presidente de la Asociación de California del Sur, Estados Unidos.