La diferencia entre una vida llena del Espíritu y otra vacía del mismo, es la que hay entre una existencia plenamente consagrada a Dios y otra que quiere seguir su propio camino y agradar a Dios al mismo tiempo. La consagración es un tema acerca del cual es sumamente fácil hablar, pero la mayoría de los hombres falla al respecto. Los seres humanos están dispuestos a firmar votos, a realizar cualquier trabajo y en cualquier cantidad, y aun a firmar cheques y dar dinero con la condición de que Dios les deje hacer lo que les viene en gana. Con tal de que no haga tanto hincapié en la consagración, con tal de que no los lleve a la cruz, harán cualquier cosa. Siempre rehúyen la entrega total de la vida.
Y no obstante, es sólo en el altar del sacrificio donde el Espíritu Santo puede descender y saturar toda la vida y dotarla de nueva energía, de manera que en cada circunstancia de la existencia Jesús sea reconocido como Señor y el fruto del Espíritu se manifieste en el carácter.
Nada puede ocupar el lugar de la consagración. Algunos ponen oración donde Dios quiere que pongan consagración. Otros profesan aguardar que el Señor los llene de su poder. ¡Ambos grupos están equivocados! Mientras pretenden esperar que Dios obre, la verdad es que Dios está esperando que ellos obren. En cualquier momento, cuando estén dispuestos a rendirse al Espíritu Santo, éste tomará posesión de todos los rincones de la vida.