La estructura, el ambiente y el programa de los Grupos Pequeños facilitan la tarea de hacer discípulos.

Así está escrito en Mateo 28:18 al 20: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.

Hacer discípulos es el centro de la empresa de la tarea misionera, establecida en imperativo y con sentido de urgencia. Los vocablos traducidos como “id”, “bautizándolos” y “enseñándoles” muestran acciones progresivas, dependientes y simultáneas a la acción del verbo principal, “hacer”, relacionado con “discípulos”.

Para Mateo, el discipulado es un concepto clave. Johnsson[1] afirma que el evangelista no está interesado en registrar solo la acción de los Doce, sino, sobre todo, en definir lo que es ser discípulo de Jesucristo. Los Doce son un medio utilizado por Cristo para explicar el discipulado, porque discípulos son todos los que siguen las enseñanzas del Maestro.

Acción puntual

Al reencontrarse con los discípulos, después de la resurrección, investido de “toda potestad […] en el cielo y en la tierra”, Jesucristo les presentó la comisión evangélica, según la cual, debían ir, hacer discípulos, y bautizarlos y enseñarles a observar todas las cosas que les fueron recomendadas. Junto con la comisión, el Maestro prometió estar con ellos todos los días, hasta el fin.

Los participios verbales utilizados en el texto adquieren sentido imperativo porque el verbo principal es imperativo. Así, “id”, “bautizar” y “enseñar” están subordinados al verbo central de la oración: “hacer” discípulos. El mandato “haced discípulos” es el centro de la misión.

El modo imperativo indica cuna orden expresada con fuerza, autoridad y sentido de urgencia, que incluye el consentimiento de la persona que recibió el mandato. El modo verbal imperativo aoristo (en griego, tiempo verbal que indica acción puntal) denota una acción que debe ser emprendida inmediatamente, expresada en tono vigoroso de orden. Por esa razón, los antiguos griegos nunca empleaban el imperativo en la comunicación con sus superiores. Generalmente, era utilizado en decretos reales o en cartas a subordinados.

Al comienzo de su ministerio, Jesucristo había recomendado a sus discípulos la misión de predicar al pueblo judío. Y no solamente les dio instrucciones (Mat. 10:5, 6, 9-14), sino también autoridad para cumplir la tarea (Mat. 10:1, 2, 7, 8). Después de la resurrección, con toda la autoridad que le fuera conferida en el cielo y en la tierra, Jesucristo dio una comisión imperativa a sus discípulos: “Hagan discípulos de todas las naciones”.

Discipular

Según la expresión de Nicoll,[2] el poder de Dios fue manifestado en el Calvario y en la sepultura, venciendo el pecado y la muerte. A partir de esa instancia, el evangelio podía y debía ser predicado; los discípulos debían ir a todo el mundo y mostrar la realidad de ese poder; debían hacer discípulos en todas las naciones.

Discípulo es alguien que establece una relación personal con el Maestro; es decir, relación de dependencia, encuentro, aprendizaje y crecimiento. Goma[3] informa que hacer discípulos es transmitir esa experiencia de tal modo, que la otra persona establezca la misma relación.

El bautismo y la enseñanza son partes del mismo proceso y están subordinados al verbo principal: “hacer” discípulos. La enseñanza es un proceso continuo, no solo en función de la preparación doctrinal para el bautismo. Precede al bautismo y continúa luego de él, con el objetivo de capacitar al discípulo a avanzar dignamente en su vocación.

“Hacer discípulos” es mostrar a Jesucristo como Maestro y Señor a una persona, para que esta lo conozca, lo acepte y decida seguirlo. Ser discípulo es vivir siguiendo al Maestro y hacer discípulos, según Eims.[4] En la opinión de Kuhne,[5] la misión es hacer discípulos; no hacer cristianos que sencillamente adhieran a un sistema o credo, sino discípulos. El mandato no es solamente “vayan”, sino “hagan” discípulos a todas las naciones, según Stagg.[6]

Proclamar, bautizar, enseñar y testificar son aspectos de la comisión de hacer discípulos. La misión no estará cumplida a menos que la desempeñemos integralmente. El trabajo más importante de la iglesia es el cumplimiento de la obligación evangélica. Ese encargo no es otro que el de hacer discípulos, de acuerdo con Green.[7]

La misión no termina cuando llegamos a las personas con la proclamación. Mucho menos termina con la enseñanza, con la profesión pública de fe en el evangelio, o con la integración de los convertidos a la iglesia, por medio del bautismo. La meta de la gran comisión se alcanza solo cuando los nuevos creyentes se convierten en cristianos responsables y reproductivos, completando el ciclo, y garantizando el proceso continuo de evangelización y crecimiento. El objetivo es generar cristianos y congregaciones responsables y reproductivos.

En su tesis doctoral, Schwantz[8] concluye que la iglesia sistematiza su estrategia, considerando que cada creyente es llamado a formar parte de la tarea de testificar al mundo, ya que todo miembro de iglesia tiene la responsabilidad de cumplir la comisión divina. A su vez, Beach[9] enfatiza que todos los que aceptan a Cristo como Salvador personal son ordenados a trabajar por la salvación de sus semejantes, en obediencia a la orden de Cristo.

Cada verdadero discípulo que nace en el Reino de Dios, nace como misionero. ¡Qué privilegio! ¡Qué responsabilidad! Cada uno de nosotros, es un discípulo misionero para hacer más discípulos. Este es nuestro mandato; esta es la misión de la iglesia; ambos originados en la orden de aquel que tiene “toda potestad […] en el cielo y en la tierra”. Gracias a Dios, el imperativo divino está acompañado por una gran promesa: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

Los Grupos pequeños

A lo largo de todas las Escrituras, se puede percibir con claridad la manera en que los grupos pequeños forman parte integral del plan de Dios en el cumplimiento de la Gran Comisión. Los estudiosos afirman que la unidad familiar establecida en el Edén fue el primero y el más importante grupo pequeño. Después del Éxodo, por medio de Jetro, Dios hizo llegar a Moisés la orientación de que debía organizar a toda la nación en grupos de diez, no solo para llevar adelante un mejor trabajo, sino también para facilitar el acceso del pueblo a Dios (Éxo. 18:23).

Jesús invirtió mucho tiempo en el desarrollo de su grupo pequeño de doce personas (Mar. 1:13-15; Luc. 6:12, 13). La iglesia del Nuevo Testamento se revela como una comunidad en grupos pequeños, con reuniones en sinagogas y en casas, diariamente (Hech. 1:41-47).

El objetivo principal del Grupo pequeño es hacer discípulos. El ambiente, la estructura y los programas de los Grupos pequeños constituyen el lugar ideal para cumplir la misión de hacer discípulos. Ese ambiente provee los recursos que fomentan el proceso del discipulado: compañerismo, amistad, informalidad, participación, integración, confraternidad, interacción, y apoyo mutuo, además de espacio a fin de que cada uno se sienta a gusto para descubrir y utilizar sus dones.

La estructura del Grupo pequeño también fortalece el proceso del discipulado. Las reuniones semanales con pocas personas en casas de familias permiten fomentar y fortalecer los vínculos, dando lugar a cada miembro, y ayudando en su crecimiento personal, social y espiritual.

El programa de Grupos pequeños colabora con la formación del discípulo. Ese programa incluye alabanzas, momentos de oración y estudio sistemático de la Biblia. Los momentos de testimonios, entrenamiento y capacitación nutren, motivan, movilizan y conducen al creyente en el cumplimiento de la misión. El Grupo pequeño también es el medio ideal para llevar a los interesados al conocimiento de Cristo y de la enseñanza bíblica, al bautismo y, finalmente, al compromiso misionero de hacer discípulos.

Sobre el autor: Secretario Ministerial de la División Sudamericana.


Referencias

[1] William G. Johnsson, Religious in Overalls, p. 37.

[2] W. Robertson Nicoll, The Expositors Greek Testament, t. 4.

[3] Isidro Gomá Civit, El Evangelio según San Mateo, 2 v.

[4] Leroy Eims, The Lost Art of Disciple Making (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1978).

[5] Gary Kuhne, La Dinámica de Adiestrar Discípulos (Caparra: Tenace, 1980).

[6] Frank Stagg, Teología del Nuevo Testamento, p. 266.

[7] Michael Green, La evangelización en la iglesia primitiva, t. 6.

[8] Borges Schwantz, The Development of Seventh-Day Adventist Missionary Thought, p. 753.

[9] Walter Beach, Review and Herald, 1985.