La complicación de la vida moderna lleva a muchas personas y empresas a pensar en el regreso a la sencillez, promover la desburocratización de procesos administrativos y productivos para que, de manera sencilla, las cosas funcionen y las personas vivan mejor. Existe una sobrecarga de trabajo e informaciones tan grande, que las personas ansían la sencillez.

Existen movimientos como el Slow Food, contrarios a la vida agitada, cuyos adeptos afirman: “Es inútil forzar los ritmos de la vida. El arte de vivir consiste en aprender y dar el debido tiempo a las cosas”.[1] Tom Rainer, en su libro Simple Church, habla de este proceso en la vida de la iglesia. Como pastores, podemos experimentar la eficacia de la sencillez en nuestra vida diaria.

Sencillez en el vivir. Elena de White dice: “Si los hombres fueran hoy de hábitos sencillos, y si viviesen en armonía con las leyes de la naturaleza, como Adán y Eva en un principio, habría abundantes provisiones para satisfacer las necesidades de la familia humana. Pero el egoísmo y la gratificación de los apetitos trajeron el pecado y la miseria, a causa del exceso por una parte, y de la necesidad por otra”.[2] “Cuán encantadora, cuán interesante es la sencillez en el vestir, que en su hermosura puede ser comparada con la de las flores del campo”.[3]

Sencillez en la predicación. “Millares pueden ser alcanzados de la manera más sencilla y humilde. Los más intelectuales, aquellos a quienes se los considera los hombres y mujeres más dotados de todo el mundo, son a menudo refrigerados por las sencillas palabras de alguien que ame a Dios, y que pueda hablar de ese amor tan naturalmente como los mundanos hablan de las cosas que les interesan más profundamente”.[4]

Sencillez en la planificación. “Deben idearse y ponerse en práctica entre las iglesias los métodos más sencillos de trabajar. Si los miembros aceptan unánimemente tales planes y con perseverancia los llevan a cabo, segarán una rica recompensa; porque su experiencia se irá enriqueciendo, su capacidad aumentará, y por sus esfuerzos salvarán almas”.[5]

Los estudios en crecimiento de iglesia muestran que la simplificación hace que la iglesia sea más relevante en su círculo de acción. Pero ser sencillos no significa ser superficial, sin contenido o evasivos. De Cristo aprendemos que “sus lecciones causaban una honda impresión en sus oyentes, eran hermosas y profundas y no obstante tan sencillas que un niño podía entenderlas. La verdad que presentó era tan insondable, que los maestros más sabios y cultos nunca pudieron agotarla”.[6]

La sencillez tampoco implica necesariamente facilidad. La determinación de actuar como Jesús exige mucho esfuerzo y dedicación.

Según Hechos 2:46 y 47, la iglesia primitiva era sencilla en su metodología de predicación y adoración. De acuerdo con el texto, los cristianos se reunían “en el templo” y “en las caas”. Fue esa mi experiencia de conversión, cuando acepté la invitación de una joven adventista a asistir a un Grupo pequeño. Todo sucedió muy sencillamente:

-Vamos a la casa de una amiga a escuchar la Palabra de Dios y a conocer algunos amigos. Te va a gustar.

Fui, y me dejé envolver por ese ambiente de confraternización, oración, estudio bíblico y testimonio; todo de forma tan normal, que abrí mi corazón a esas personas y al mensaje que tenían. Volví a casa deseoso de ser igual que ellas.

Cierto día, en esa atmósfera de fraternidad, habiendo estudiado la Biblia y cantado el himno “Más cerca quiero estar”, entregué mi vida a Jesús. Posteriormente, al enfrentar el rechazo por causa de mi fe, encontré en esos hermanos y amigos el apoyo espiritual necesario para crecer y vencer. Todo como fruto de la belleza y la sencillez de un Grupo pequeño.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Paulista Central.


Referencias

[1] Cario Petrini. Disponible en: http://www.slowfoodbrasil.com/content/view/12/28. [Consultado: 25 de mayo de 2009].

[2] Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 30.

[3] Review and Herald (17 de noviembre de 1904).

[4] El colportor evangélico, p. 59.

[5] Joyas de los testimonios, t. 3, p. 66.

[6] Hijos e hijas de Dios, p. 268.