En el caso de que se juzgue víctima de una injusticia, aprenda a hacer caso omiso.
¿Se siente desvalorizado, olvidado o explotado por los que detentan el poder?
¿Su ordenación ha sido postergada por causa de rumores infundados? ¿Fue removido de un cargo o destinado a otra área de trabajo sin el debido proceso? En resumen, ¿siente que ha sido víctima de una injusticia?
En verdad, aun los pastores pueden, a veces, experimentar un tratamiento injusto o, por lo menos, que juzgan injusto. Tanto en la iglesia como en el círculo más amplio del trabajo pastoral, en donde que se espera que no haya prácticas injustas, pueden ser víctimas de injusticias tanto por parte de los miembros de la iglesia local como de colegas o superiores. Si este es su caso, a continuación se brindan algunas sugerencias destinadas a orientarlo con respecto a cómo abordar el problema.
“Ve […] estando tú y él solos”
Hable con esa persona o solicite la oportunidad de ser escuchado por la comisión que cree que lo trató injustamente. Siga el principio anunciado por Jesús: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mat. 18:15). Converse gentil y privadamente. Procure saber lo que sucedió y exponga cómo se siente. Dialogue teniendo en mente la búsqueda de una solución imparcial. En esa conversación, se deben despejar todas las dudas pendientes. También puede que pase a comprender las razones de lo que sucedió. Las interpretaciones erradas o los pensamientos negativos acerca de las actitudes individuales o las decisiones de alguna comisión pueden contribuir a instalar y alimentar resentimientos en el corazón durante mucho tiempo.
Con frecuencia, obtenemos informaciones de segunda mano, que pueden ser inexactas y mal interpretadas, acerca de aquellos que, supuestamente, hablaron o actuaron en nuestra contra. Así, hablar directamente con las personas involucradas es el mejor camino para buscar la reconciliación.
En cierta ocasión, mi esposa y yo juzgamos injusta la decisión que una comisión tomó en relación con ella. Después de vacilar, resolví hablar con uno de los líderes y terminé comprendiendo que la actitud, aparentemente injusta, era la correcta.
Haga la segunda milla
Ponga lo mejor de usted para rectificar el error, corregir la injusticia. Si fuera necesario, haga la segunda milla. Busque hablar con las instancias superiores, en el caso de que la persona o la comisión responsable por el supuesto acto injusto no se deje persuadir. Recuerde: su objetivo debe ser corregir la injusticia, no acomodar la decisión a propósitos egoístas. Pero si después de hacer los mejores esfuerzos nada sucede, deje el asunto en las manos de Dios. Él tiene planes mejores para su vida: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:11).
Puede ser que no seamos plenamente capaces de entender los planes de Dios para nosotros, especialmente cuando nos encontramos lastimados. A pesar de todo, debemos confiar en él en toda situación. Sus propósitos son infinitamente superiores a todo lo que podamos imaginarnos. Recuerdo una profesora que, sin ser consultada, fue transferida a otro trabajo que le era indeseable. Aun cuando inicialmente quedó lastimada, la transferencia le allanó el camino para encontrar al hombre con quien se casó.
Interrumpa el ciclo
Pablo nos recuerda otro importante principio que debe ser considerado en este tema: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Rom. 12:21). Puede interrumpir el ciclo de tratamiento injusto, en la iglesia o en la sociedad, asegurándose de actuar con lealtad y justicia en relación con las demás personas. El cambio puede comenzar con usted.
Este principio es bien ilustrado en la vida de Nelson Mándela, ex prisionero político en Sudáfrica. Después de ser liberado de la prisión, Mándela -que posteriormente se convirtió en presidente de ese país- trató de actuar para detener los actos de injusticia en su país, decidiendo no vengarse de sus antiguos enemigos. La manera en que pagó la injusticia recibida fue extendiendo la mano de la reconciliación y el amor al gobierno separatista de Sudáfrica.
Siga el ejemplo supremo
Aprenda de Jesús, que también recibió la injusticia. Él no merecía ser tratado como criminal ni ser clavado en la cruz. Pero a pesar de la injusticia, no tomó represalias. Al contario, confió todo a las manos del Padre, el Juez justo.
Al mirar a Jesús podemos obtener suficiente consuelo durante nuestro período de pruebas. Vivimos en un mundo injusto y, a veces, hasta en la iglesia podemos sufrir la injusticia. No obstante, a pesar de todo eso, conocemos a alguien que simpatiza con nosotros. No siempre podemos esperar justicia en nuestro mundo, pero tenemos la seguridad de que, al fin, ese alguien ejecutará el juicio justo en favor de sus santos.
En medio de las supuestas o reales injusticias que se nos inflijan, podemos disfrutar de paz y tranquilidad, confiando todo a Dios, así como Cristo entregó su caso en las manos del Padre, “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Ped. 2:23).
¿Quiere un consejo? Vaya y haga lo mismo.
Sobre el autor: Profesor del Antiguo Testamento en la Universidad Adventista de Montemorelos, México.