Las madres deben ser una traducción viva de la Biblia, de la que sus hijos puedan enorgullecerse.
En un programa de homenaje a las madres, alguien dijo que ellas tienen más de mil millones de utilidades. A pesar de su buena intención, ese hijo dijo poco o casi nada acerca del verdadero papel de la madre. Es muy poco limitar numéricamente ese papel, como si fuera un objeto. Su misión es más abarcadora, y no debe ser evaluada por las tareas desempeñadas en el hogar, sino por su gran misión de amor.
El mundo está lleno de madres que lavan y planchan ropa, limpian la casa y cocinan. Estas actividades son extremadamente necesarias y, de cierto modo, no le agregan dificultad a su rutina diaria. Pero, es la tarea de educar para la eternidad lo que hace de la madre una verdadera misionera en el hogar, y no hay suma suficiente de números capaz de calcular el valor de esa misión.
Al instituir la familia, el Creador confió a los padres la tarea de educar a los hijos, pero le cabe a la madre la mayor parte de este trabajo, considerando que pasa la mayor parte del tiempo con sus hijos. Entre otras cosas, Abraham Lincoln es recordado por causa de una frase célebre:
“Dénme buenas madres, y cambiaré el mundo”. Pero, a fin de cambiar el mundo a través de nuestros hijos, es indispensable que la madre se deje controlar por el Espíritu Santo y viva el evangelio en su totalidad, reflejando, así, la imagen de Dios a la familia.
Traducción viva
Se cuenta que cuatro pastores ingleses evaluaban el mérito de cuatro traductores de la Biblia. Uno de ellos afirmó apreciar la traducción King James, por causa de su óptimo inglés; otro mencionó preferir la Revised Standard Versión de 1881, por la fidelidad a las lenguas originales; y el tercero dijo que le gustaba la traducción de Moffat, por presentar un lenguaje más moderno. El cuarto pastor solo escuchaba. Cuando le pidieron su opinión, dijo: “Me gustó más la traducción de mi madre”. Y, ante la perplejidad de los demás, agregó: “Ella hizo la traducción en su vida cotidiana. Y fue la más convincente que haya visto”. Como madres, seremos más auténticas y convincentes en el desempeño de los propósitos de Dios si traducimos sus enseñanzas a través de nuestra vida diaria.
Sea cual fuere la conducta de la madre, será la que marcará la mayor influencia, que definirá el carácter de los hijos. Por esta razón, su conducta debe ser delineada por los principios cristianos, incluidos el estilo del lenguaje, el gusto musical y el vestuario, entre otras cosas. Nuestra vida debe ser un libro abierto, escrito con letras de molde, digno de ser leído, analizado y cuyas enseñanzas sean seguidas por los hijos. Debemos ser la más bella y fiel traducción bíblica de la que nuestros hijos puedan enorgullecerse.
Cómo marcar la diferencia
Acerca de la misión de la madre, Elena de White escribió: “Ninguna otra obra puede igualarse en importancia con la suya. La madre no tiene, a semejanza del artista, alguna hermosa figura que pintar en un lienzo, ni como el escultor, que cincelarla en mármol. Tampoco tiene, como el escritor, algún pensamiento noble que expresar en poderosas palabras, ni que manifestar, como el músico, algún hermoso sentimiento en melodías. Su tarea es desarrollar, con la ayuda de Dios, la imagen divina en un alma humana” (El hogar adventista, pp. 211, 212).
Enseñar a los hijos el respeto y la obediencia es un enorme desafío materno. Muchas madres no le han dado la debida importancia a imprimir esas virtudes en el carácter de sus hijos, permitiéndoles que desarrollen una personalidad despótica y caprichosa. Al llegar a ser adolescentes y adultos, ciertamente tendrán dificultad para controlar sus impulsos, haciéndose irascibles, dominadores, centralizadores y egoístas. Es fundamental que, desde los primeros años, enseñemos a nuestros hijos el dominio de sus instintos y el valor de la sumisión a la voluntad de Dios.
Sobre el autor: Esposa de pastor en la Asociación Brasil Central.