¿Cómo deberíamos tratar con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro? Mirar nuestro pasado y las cosas realizadas en él es una tentación casi irresistible. ¿Qué podríamos o deberíamos haber hecho? ¿Qué habría sucedido si hubiésemos realizado algo más? Algunos se centran tanto en el pasado que quedan inmovilizados en el presente. Otros ignoran el pasado; el suyo y el de los demás. Recuerdo a una persona que asumió una nueva función de liderazgo y, en el primer encuentro con sus ayudantes, insinuó que las cosas no habían sido bien hechas pero que, a partir de entonces, todo funcionaría correctamente. Este era ignorante acerca del pasado.
No importa si hemos cometido errores groseros en el pasado. Felizmente, no todo está perdido. David reconoció esto al meditar en sus actitudes pasadas. En el Salmo 51, comprendió que solamente con la ayuda de Dios podría reparar los errores del pasado y obtener nueva vida. Al ser vendido al distante Egipto, ante un futuro incierto, José posiblemente haya meditado en sus hechos del pasado. Si hubiera realizado algo diferente, ¿podría haber evitado todo ese desastre? Si bien frecuentemente las consecuencias de nuestras acciones permanecen con nosotros, por la gracia de Dios, podemos avanzar.
Por otro lado, no siempre es fácil tratar con el presente. Pareciera que es más fácil reflexionar en el pasado o anticipar el futuro que enfrentar las responsabilidades del momento presente. Al enfrentarnos con los desafíos de nuestro trabajo, a veces somos tentados a lamentarnos: “¡Qué daría por estar en otra iglesia o en otra función!” De manera semejante, nuestros liderados creen que es más fácil decir: “Si tuviéramos un pastor o un líder distinto…” Pero, la realidad es que ninguno de esos deseos ha probado ser la respuesta correcta.
Jesús es un excelente ejemplo en cuanto a centrarse en las necesidades del presente. En Juan 4, lo encontramos conversando con una mujer samaritana. Ciertamente, podría haber pensado: “¿Qué dirán las personas al verme con esta mujer?” De hecho, en Juan 4:27, vemos que los discípulos se quedan sorprendidos al verlo conversar con una mujer. A pesar de todo, él comprendió que ese momento era oportuno para llevar esperanza y perdón a la mujer. No dejó que el pasado de ella ni lo que los otros pensarían al respecto le impidieran hacer lo que era necesario realizar.
En Marcos 10:13 al 16, hay otra historia acerca de la manera en que Jesús se centró en las oportunidades del presente. Algunas madres habían llevado a sus hijos a él para que los bendijera. Pero los discípulos consideraban incómoda esa actitud. Para ellos, al atender a los niños, Jesús desperdiciaría su tiempo. Los niños no cabían en los planes de un futuro glorioso, deseado por aquellos discípulos. Pero, Jesús percibió la necesidad del momento, dirigió su atención a los niños y los tomó en sus brazos. Necesitaban su bendición, y Jesús se la proveyó.
¿Qué nos deparará el futuro? No lo sabemos. ¿Podemos ignorarlo? No totalmente. Debemos no solo anticiparlo, sino también necesitamos soñar con él; soñar con lo que deseamos que suceda en nuestra iglesia y en las personas con las que trabajamos. Generalmente, las personas que temen al futuro dan toda clase de explicaciones para el fracaso de algún plan, sin dar a las personas involucradas la oportunidad de comprender el sueño. Sencillamente, colocan obstáculos en el camino de cualquier proyecto de futuro.
La vida de Juan nos transmite un maravilloso ejemplo, porque él estaba en medio de una situación difícil cuando escribió el Apocalipsis. No era el presente el que le daba esperanza, sino la promesa divina de un futuro brillante.
No es raro que abordemos el pasado preocupados por el futuro e ignorando el presente. Sugiero una nueva perspectiva: que podamos aprender del pasado, soñar con el futuro y centrarnos en las oportunidades presentes. La vida de los grandes líderes está caracterizada por este equilibrio.
Sobre el autor: Editor de Ministry.