La constante búsqueda de idoneidad y de vínculo con Dios tenía su centro en el santuario

2. La contaminación del santuario y la pena de muerte

El sistema israelita de sacrificios tenía como propósito principal grabar en el pensamiento del pueblo el principio de que cada pecado es castigado con la muerte (véase Rom. 6:23). Nuestro problema, sin embargo, consiste en saber por qué a veces la muerte de un animal sustitutivo no era para expiar la falta, y qué relación tenía este tipo de pecados con la contaminación del santuario.

Hasta ahora los eruditos han encontrado cierta dificultad para ponerse de acuerdo sobre los pecados que eran penalizados con la muerte en Israel.[1] La dificultad principal proviene tal vez de la distinción hecha en Números 15 entre los pecados involuntarios y los pecados no expiables que son evidentemente, pecados deliberados. Sin embargo, debemos preguntarnos si esta oposición entre pecados inconscientes y pecados deliberados debe necesariamente y en todos los casos tener una correspondencia exacta con aquella entre pecados perdonables y pecados mortales.[2]

Otro hecho embarazoso se impone cuando consideramos ciertas prescripciones levíticas. En efecto, ellas distinguen a veces entre los pecados hatta’t (involuntarios: Lev. 4) y los pecados ’asam (de culpabilidad: Lev. 5).[3] A pesar del innegable carácter deliberado de algunos ’asam, uno queda perplejo ante el hecho de que este tipo de pecados puede también ser expiado.[4] Más aún, una mirada más atenta a las palabras fundamentales utilizadas en el Antiguo Testamento para definir los pecados nos muestra que ellas pueden describir tanto los pecados dignos de muerte como los pecados perdonables.[5]

Como algunos teólogos han negado la posibilidad del perdón para los pecados deliberados y premeditados,[6] será pues necesario considerar con un poco más de cuidado algunos ejemplos precisos encontrados en las leyes levíticas que afirman lo contrario. Además, varios ejemplos en los libros históricos reforzarán este último punto de vista.

a) Los pecados deliberados y el arrepentimiento.

Entre los pecados ’asam que pueden ser expiados se encuentra el falso juramento pronunciado delante de Jehová por un ladrón (Lev. 6:2-7; cf. 19:11-13).[7] Este hecho es más asombroso si tenemos en cuenta que “toda promesa o compromiso hecho en el nombre de Dios es irrevocable”[8] (Exo. 20:7; Lev. 19:12; Núm. 30:3; Deut. 23:21-23; Jos. 9:19; Juec. 11:35, etc.). Además, “el pecado de blasfemia no podía jamás ser anulado o mejorado”[9] (Exo. 22:28; Lev. 24:11-17; 1 Rey. 21:10-13). ¿Cómo puede ser entonces que en Levítico 6: 2-7 se trate de una expiación posible para el que se arrepiente?[10]

Es evidente que un ladrón que ha sido acusado como sospechoso, aunque sin testigos, apurado por las circunstancias puede ser capaz de utilizar aun el nombre de Jehová para esconder su mentira. A pesar de esto, después de haber reflexionado, atormentado por una conciencia culpable, de su propia voluntad, sin que haya nadie para testificar contra él, puede hacer la confesión de su pecado deliberado y obtener el perdón.[11] Así, los delitos normalmente castigadles con la muerte eran reducidos a la condición de pecados involuntarios. La capacidad de arrepentirse en algunos casos era, pues, “un factor que mitigaba la retribución divina”.[12]

Otro grupo de textos, siempre en Levítico, tiene que ver también con pecados deliberados (Lev. 5:1-5).[13] En este grupo, una reducción de los pecados ’asam a la categoría de hatta’t está bien definida,[14] estos ’asam están además puestos en contraste directo con los hatta’t involuntarios del capítulo anterior.

Fuera de los códigos levíticos encontramos otros ejemplos de pecados deliberados que han sido reducidos por el arrepentimiento a la condición de pecados involuntarios.[15] Entre ellos se encuentran: el pecado de David (2 Sam. 12:13; cf. Sal. 51:1-4, 9-12; 2 Sam. 24:10); la debilidad abominable de Acab (1 Rey. 21:25-29); la apostasía asesina de Manasés (2 Crón. 33:2-10), donde resalta su arrepentimiento casi increíble (vers. 12-16, 18, 19); la toma de conciencia de Josías en nombre de la nación (2 Rey. 22:18-20), y de una manera más general, la reacción positiva de Nínive (Jon. 3:4-10).[16]

En este mismo orden de ideas, los profetas llaman al arrepentimiento aun por pecados conscientes, normalmente no expiables (Isa. 1:5, 6, 15-18; Eze. 33:10, 11, etc.). En estos llamamientos, el propósito no consiste en un simple arrepentimiento que abandona el pecado, sino también en la reparación del mal cometido. (Véase además Miq. 6:6-8, etc.).

Debemos concluir, pues, que el pecado imperdonable en el Antiguo Testamento no puede ser definido simplemente como “pecado deliberado”, o “premeditado”, o “voluntario”.[17] Por supuesto, la pena de muerte es aplicada solamente en casos de pecados conscientes y premeditados, pero no todos los pecados de este tipo eran castigados así. Entre los pecados conscientes, sólo aquellos que eran cometidos “con soberbia” (“a mano alzada”: biyad ramah: Núm. 15:30), en rebelión abierta, frontal, contra Dios, no podían ser expiados, y esto no ocurría sino en ciertas circunstancias del todo especiales.

b) Circunstancias especiales en las cuales el pecado es inexpiable.

Una vez clarificado este punto, no se nace difícil ver que todos los castigos mortales exigidos en los diferentes códigos del Pentateuco, y ejecutados según los diversos relatos del AT, deben ser juzgados por las circunstancias y no simplemente por el delito en sí. La severidad a veces aparentemente excesiva de las leyes levíticas, puede ser entonces mejor comprendida a la luz del contexto bajo el cual fueron ordenadas. En efecto, fueron prescriptas a un pueblo que vivía alrededor de una montaña o de un tabernáculo, donde la presencia de la divinidad era visible[18] -aunque escondida bajo una cortina o bajo una nube. Podemos preguntarnos así, ¿en qué podía agravar la penalidad de los pecados esta circunstancia especial de un pueblo que rodeaba el santuario divino?

1) La conciencia de la presencia divina y el conocimiento de su voluntad eran privilegiados por la vivencia cotidiana del pueblo alrededor del santuario (Núm. 2:2; Exo. 33:5-7, etc.).

2) El peligro de contaminar el tabernáculo divino y el carácter sagrado del culto de Jehová, se volvía más evidente por su proximidad. (Lev. 15:31).

Estos dos aspectos explican también por qué algunos pecados perdonables en algunas ocasiones, adquirían contrariamente delante de la tienda divina, una connotación de pecado “a mano alzada”. Por esta razón, las leyes eran mucho más severas para los sacerdotes que para el pueblo (véase por ejemplo Lev. 21:4, 17-23) y más estrictas aun para el sumo sacerdote (Lev. 21:10-15). [19] El Pentateuco mismo llegaba a ser en determinados momentos un relato de un Dios que vacilaba entre desplazar su tienda fuera del campamento donde habitaba su pueblo, o destruir al pueblo por su rebelión (Exo. 32:10; 33:5, 7-10; Lev. 10:1-3; Núm. 11:1-3, 24-30, 33, 34; 14:10-12, 37; 16:19-21, 31-35, 41-50; cf. Exo. 19:12, 13, 21-24; 20:19, 20).

Sin embargo, una vez dispersado en la tierra prometida, el alejamiento del santuario podía causar la apostasía del pueblo más rápidamente.[20] Esta revelación privilegiada de ser vecinos de Dios, vivida cotidianamente, no sería entonces tan frecuente. El riesgo de contaminar el tabernáculo divino sería, por otro lado, eventualmente menos directo (véase Jos. 22:19). Por consiguiente, las represalias divinas podían ser atenuadas o retardadas debido a la ignorancia.

Esto no quiere decir que las leyes del Pentateuco, tan severas por su contexto de proximidad al santuario alrededor del cual el pueblo vivía en el desierto, no debían mantener su rigor en la tierra prometida. La condición de santidad del pueblo con el cual el pacto divino había sido firmado, debía proyectarse también hacia la época sedentaria para que Israel continuara siendo el pueblo de Jehová. El propósito era que el tabernáculo y más tarde el templo, extendieran su influencia constantemente sobre toda la tierra de Palestina (Lev. 26:11, 12; cf. vers. 6; 25:2). Pero para imponer estas leyes en la tierra prometida se requería este estado ideal entre Dios y su pueblo. Entre este ideal y la realidad se encuentra desgraciadamente un abismo que sólo la gracia divina, siempre teniendo en cuenta las diferentes situaciones, podía salvar.

Para hacer frente a este peligro de apostasía en la tierra prometida, o mejor dicho, para mantener allí la relación ideal entre Dios y su pueblo, los escritores bíblicos hablan esencialmente de cuatro positivas soluciones eventuales:

1) La enseñanza doméstico-religiosa, acompañada de ciertos signos pedagógicos (Deut. 6:7-9; 11:18-21).

2) La peregrinación al santuario en las fiestas religiosas, lo que era obligatorio tres veces por año (Exo. 23:14-19; 34:18-26; Deut. 16:1-17; Lev. 23; Deut. 31:10-13).

3) El envío de mensajeros (profetas) para advertir al pueblo contra la apostasía (Deut. 18:15-19; cf. 20-22; 13:1-5).[21]

4) La escuela de los profetas (cf. 1 Sam. 10:10-12; 2 Rey. 2:3, 5, 7, 15, 16).

Además, las bendiciones y maldiciones deuteronómicas muestran esta preocupación por mantener la coherencia cívico-religiosa de Israel (Deut. 27:11-26; 28:1-68). Varias ordenanzas en el Pentateuco buscan también, mediante prescripciones bien severas, evitar que el pueblo se contamine con los pecados capitales de los paganos que los habían precedido (Lev. 18:20, 26; Deut. 7:1-5; 8:19, 20; 12:29; 14:2; 16:18; 17:23; 18:9-14, etc.).[22]

A pesar de todas estas prevenciones y medidas adoptadas, la conservación de los ligamentos religiosos y nacionales no pudo ser mantenida siempre, y tanto la paciencia como la tolerancia divinas debieron ser más grandes. A medida que la apostasía se extendía, las órdenes de muerte no podían ser ejecutadas consecuentemente. La falta de conocimiento por un lado, y la falta de personas con valor moral y capacidad suficiente para imponerse frente a una mayoría apóstata por otro lado, trababa la puesta en práctica de estas leyes cívico-religiosas de Israel. Entonces, el Dios de la Biblia es presentado como llamando a los paganos para castigar a su pueblo.

Debemos, pues, tener en cuenta también la condición espiritual del pueblo cuando estos pecados eran cometidos, y el número de desobedientes en relación con el número total de personas de la asamblea. Cuando la apostasía estaba generalizada, podía llevar al exterminio total del pueblo o a la conservación de un remanente fiel (Exo. 32:9-10, 31-34; 1 Rey. 19:18; Isa. 1:9; 4:2-4; 11:11, 16; 27:6, 12, 13; Jer. 31:27, 28; Eze. 37:11-14, 21-28; etc.). Pero en el contexto de un pueblo santo, separado del mundo y que contaba con la bendición divina, el pecado individual o aquel cometido por un pequeño número de personas, o aun por un grupo más considerable pero sin constituir aún la mayoría, podía llegar a ser no expiable y por consiguiente, penalizado sin demora. La tolerancia quebraría la comunión del pueblo con su Dios, y la consecuencia sería entonces peor (Lev. 20:4, 5).

Podemos concluir diciendo que cuando el pueblo en su conjunto estaba en buenas relaciones con el Dios del santuario, o cuando el arrepentimiento luego de una apostasía era general, la persistencia individual o minoritaria de continuar en la apostasía, o el acto de desobediencia abierta a la voluntad divina era castigado con la muerte. En estos casos, aun pecados normalmente expiables por el sacrificio, podían adquirir la característica de pecados “a mano alzada” (biyad ramah) y ser penalizados con la muerte. El día de la expiación se sitúa justamente en el cuadro de una situación tal (Lev. 16:29; 23:27, 29, 30; Núm. 29: 7).-Continuará.


Referencias

[1] Se ha intentado clasificar los diferentes tipos de pecados en “pecados de omisión” y “pecados de comisión” (B. A. Levine, In the Presence of the Lord, Leiden, 1974, pág. 109. Según este autor, los pecados ‘asam son pecados de omisión, y los hatta’t, pecados de comisión), “pecados furtivos o no furtivos” (J. Milgrom, Cult and Conscience…, Leiden. 1976, págs. 102, 126), pecados premeditados y no premeditados, deliberados y no deliberados, voluntarios y de inadvertencia, etc. Véase Mishnah Shebuoth 1:6.

[2] Entre los autores que piensan que los pecados deliberados no eran expiables, se encuentran R. de Vaux, Les Institutions de I’ AT, París, II, 1967, pág. 297; H. H. Rowley, Worship in Ancient Israel. Its Forms and Meaning, Londres, 1967, pág. 134.

[3] Levine reconoce que estas prescripciones “have always been a source of confusión and dificulty to students of the Israelite cult…”, op. cit., pág. 108. De Vaux: “II est bien difficile de déterminer ce qui distingue ces deux sortes de sacrifices. Déja les anciens n etaient pas d’accord…”, por ejemplo, Filón y Josefo, op. cit., pág. 298.

[4] De Vaux admite que algunas prescripciones hatta’t y ‘asam de Levítico 5 no son “de simple inadvert”. Por ejemplo, Levítico 5: 1,21, 22. Pero él piensa que “les derniers rédacteurs qui ont établi ces regles embrouillées ne savaient pas clairment ce qu’étaient le sacrifice hatta’t et le sacrifice ‘asam: ou bien ils ont voulu distinguer des termes qui étaient primitivement synonymes, o bien ils ont confondu des termes dont ils ne connaissaient plus la valeur spécifique”, op. cit., pág. 299. Milgrom ve en Levítico 6: 2 ss; Números 5: 6-8 pecados ‘asam deliberados, pero cree que el “repentance neutralices the sting of a false oath by reducing its status to an involuntary sin”, op. cit., pág. 118.

[5] Ver A. Treiyer, Le Jour des Expiations et la Purif¡catión du Sanctuaire. Thése Doctoral en théologie, Strasbourg, 1982, págs. 122, 123, con un cuadro de textos comprendiendo las palabras ‘asam, awon, pasa y ma’al.

[6] Véase la referencia 2.

[7] J. Milgrom, op. cit., págs. 84-128; especialmente página 85, ref. 300: “…he denies it under oath. If so, then the trespass against the Lord’ which in w. 15-19 was enjoined for real or suspected desecration of God’s property is now imposed for the desecration of God’s name”. En la página 101 este autor concluye: “… Lv. 5: 20 ss [sic ] also deals with theft, not the general category where the thief is unidentifiable but the special cases where his identification leads to a false oath”.

[8]  Id., pág. 118.

[9] Ibid.

[10] Es verdad que los votos podían ser anulados cuando algunas circunstancias superaban la capacidad de la persona para cumplirlos (Núm. 6:12; 30:6, 9,13,14; cf. 1 Sam. 14:24, 26-28, 37, 43-45). Pero aquí se trata del juramento de un ladrón.

[11] Esta es la opinión también de J. Milgrom, op. cit., pág. 124.

[12]  Id., pág. 119 (& 71); véase especialmente págs. 123, 124.

[13] G. F. Hasel, “Studies in Biblical Atonement I…”, en The Sanctuary and the Atonement, Washington, 1981, pág. 105.

[14] B. A. Levine, op. cit., pág. 109.

[15] Véase J. Milgrom, op. cit., págs. 119-121 (& 71).

[16] La expiación hecha con el incensario en Números 16: 46-48 muestra cómo en ocasión de un juicio, Dios tuvo en cuenta la intercesión de Aarón de manera semejante a la intercesión de Moisés (Exo. 32:30-35), de Abrahán (Gén. 18:23-32). Y de otros profetas para con aquellos que eran dignos de muerte. Aaron no pudo en verdad eliminar la pena de muerte, sino sólo la supresión o demora del juicio (véase Exo. 32:33, 34). Únicamente el arrepentimiento posterior acompañado del sacrificio podía salvarlos definitivamente de la muerte.

[17] Aunque la distinción comisión-omisión, furtivo-no furtivo, esté mas próxima en principio a la realidad de las leyes y prácticas del AT, estas palabras no alcanzan para comprender toda la realidad veterotestamentaria. E. Jacob cree también que d une facón génerale… I’ expiation n’est pas reduite seulement au péché commis par inadvertance, bishegagah, car les péches mentionnés (Lv. 5: 14-19; 19: 20-22; Nb. 5: 5-8) sont parfaitement conscients et volontaires et pourtant susceptibles de rechat,” Théologie de l’AT2, Neuchatel, 1968, pág. 236.

[18] Exodo 19:16; 20:18, 19, 22; 34:1,2, 28; 40:34-38; Levítico 1:1; 16:1; 25:1; Números 1:1; 3:1; 7:1, 4; 9:1, 15-23, etc.

[19] Ninguna ocasión estaba tan cargada de advertencias y amenazas de muerte como el día en que el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo; véase A. Treiyer. op. cit., págs. 13-17. Los diferentes ritos para los leprosos que se habían sanado, hasta que podían acercarse al templo como los demás pecadores de entre el pueblo, predican de otra manera también esta misma verdad (idem., págs. 135-138).

[20] Algunos textos del Pentateuco advierten contra este peligro con exhortaciones a no olvidar la relación ideal de santidad mantenida con Dios en el desierto (Deut. 6:10-12; 8:11, 14-16, 18, 19, 12:29; 14. 2; 16:18; 17:23; 18:9-14, etc.).

[21] Las advertencias contra los falsos profetas presuponen también ya la existencia de verdaderos mensajeros divinos.

[22] Hay que destacar que en general estas prescripciones parten de la base de un pueblo santo que debe mantener su pureza, y no de una degradación general que debe ser arreglada por tales leyes.