¿Es el rapto secreto la bienaventurada esperanza?
El Nuevo Testamento enseña que la iglesia de Jesucristo, a pesar de prever una apostasía y tribulación grandes, debiera alegrarse con la “esperanza bienaventurada” de la segunda venida del Mesías, cuando Jesús regrese del cielo en gloria para resucitar a los muertos en Cristo, salvar a los justos vivos y destruir al Anticristo.
“Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mat. 16:27).
“Y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Heb. 9:28).
“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo [parousía, vers. 15]; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16, 17).
“Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder” (2 Tes. 1:6, 7).
“Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida [parousía]” (2 Tes. 2:8).
“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados… entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Cor. 15:51, 52, 54).
De acuerdo con la escatología dispensacional, la segunda venida de Cristo debe dividirse en dos acontecimientos: el rapto secreto de la iglesia que puede ocurrir en “cualquier momento”, seguido siete años más tarde por la gloriosa segunda venida de Cristo para destruir al Anticristo. Durante esos siete años intermedios ocurrirá la gran tribulación para los judíos (el Israel nacional). En el rapto, antes de esta tribulación, Cristo viene sólo por los santos (véase Juan 14:3); en la gloriosa parousia o epifanía (“revelación”), Cristo viene con los santos (véase 1 Tes. 3:13). Este es, en sustancia, el programa de los acontecimientos que enseñan los dispensacionalistas pretribulacionistas.
Si, como sostengo, este programa no se basa en una exégesis bíblica responsable sino que se impone a las Escrituras por la doctrina preconcebida de la separación de Israel y la iglesia, entonces una cuidadosa comparación de texto con texto establecerá la verdadera bienaventurada esperanza del pueblo de Jesucristo y su relación con la tribulación final. Tan pronto como determinemos, por las Escrituras, que el “rapto” y la “gloriosa aparición” no son acontecimientos separados sino un único y glorioso advenimiento, la doctrina de un rapto inminente, previo a la tribulación, resulta defectuosa y una vana esperanza.
Unidad de vocabulario
El Nuevo Testamento emplea tres términos griegos para describir la segunda venida de Cristo: parousia (venida), apocálupsis (revelación) y epifaneia (aparición).
La parousia de Cristo se describe en 1 Tesalonicenses 3:13; 4:15-17; 2 Tesalonicenses 2:8 y Mateo 24:27. Una comparación de estos textos deja bien claro que la parousia de Cristo no sólo producirá el rapto de la iglesia y la resurrección de los justos muertos, sino también la destrucción del anticristo, el inicuo. En 2 Tesalonicenses 2:8 Pablo habla del “resplandor de su venida” (literalmente, “la epifaneia de su parousía”) indicando así que la parousia es un acontecimiento dramático y glorioso. Para el apóstol, esperar la gloriosa aparición de Cristo es la “esperanza bienaventurada” de la iglesia: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación (epifaneia) gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). Cristo hasta indicó que su parousia sería semejante al relámpago que va del este al oeste, destacando otra vez un acontecimiento visible para toda la gente (Mat. 24:27).
En el Nuevo Testamento no se encuentra ni rastros de un rapto secreto, invisible o instantáneo de la iglesia. Por el contrario, en 1 Tesalonicenses 4:15-17 se sugiere exactamente lo opuesto: “Con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios… los muertos en Cristo resucitarán” (la cursiva es nuestra). Los santos vivientes serán “arrebatados” (raptados) junto con los santos resucitados para encontrar al Señor en el aire. No se dice ni una palabra acerca de que sea algo secreto o invisible o siquiera instantáneo aquí. En 1 Corintios 15 Pablo revela el misterio de que la iglesia “se vista de inmortalidad” “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta” (vers. 53, 52). Esta transformación será instantánea, de acuerdo con Pablo, y no el rapto de la tierra al aire o al cielo. La parousia de Cristo será el acontecimiento más dramático y conmovedor de la historia humana -salvación para todos los santos, junto con el juicio del mundo impenitente y del anticristo- y ocurrirá no en cualquier momento sino a la final trompeta, en el momento preciso señalado por Dios (véase 1 Cor. 15:51-55; Hech. 1:6, 7).
La destrucción de los impíos perseguidores de la iglesia de Cristo también ocurrirá en el apocálupsis o revelación de Jesucristo en gloria (véase 2 Tes. 1:6, 7). Es en esta revelación de Cristo que la iglesia recibirá el alivio o descanso de sus perseguidores, no en algún “rapto secreto” siete años antes de la gloriosa revelación de Cristo “desde el cielo con los ángeles de su poder” (2 Tes. 1:7).
Pablo enseñó a la iglesia de Corinto que deberían esperar “la manifestación (apocálupsis) de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7). Esto hace que la gloriosa apocálupsis o revelación de Jesucristo sea la bendita esperanza de la iglesia. Este acontecimiento ocurrirá “en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:8). También Pedro llama a la esperanza de salvación para la iglesia, no un rapto sino una revelación de la gloria de Jesucristo (véase 1 Ped. 1:7, 13; 4:13). Llegamos, entonces, a la conclusión de que el Nuevo Testamento no hace distinción entre parousia, apocálupsis, y epifaneia de Jesucristo. Estos términos representan un único e indivisible advenimiento de Cristo para traer salvación y gloria inmortal a todos los creyentes, y juicio a sus impíos perseguidores.
El vocabulario del Nuevo Testamento que describe el retorno de Cristo como la bienaventurada esperanza de la iglesia no favorece ni permite la idea de dos venidas, o dos fases de su venida, separados por un período de siete años de tribulación. Apoya sólo una aparición de Cristo en gloria, para rescatar a su iglesia del anticristo al fin de la tribulación.[1] La inspiración llama a esa venida la “segunda vez’’ (Heb. 9:28), no “dos veces más”.
Base para el rapto previo a la tribulación
¿De qué modo, entonces, obtienen los dispensacionalistas la idea del “rapto secreto” de la Biblia? Básicamente es el resultado de la hermenéutica de un literalismo preconcebido de “Israel”. C. C. Ryrie explica: “La distinción entre Israel y la iglesia conduce a creer que la iglesia será retirada de la tierra antes del comienzo de la tribulación (que en un sentido general abarca a Israel)”.[2]
Cuando uno pregunta por qué el tiempo de tribulación se aplica sólo al Israel literal o a los judíos y no a la iglesia, J. F. Walvoord declara que la gran tribulación es “un tiempo de preparación para la restauración de Israel (Deut. 4:29, 30; Jer. 30:4-11)”.[3] Pero, ¿cuál es la naturaleza de este tiempo de preparación, de acuerdo con Deuteronomio 4:29 y 30:1-10? ¿Una gran tribulación? No, ¡un tiempo de buscar a Yahvé de todo corazón y una nueva obediencia a sus mandamientos! Moisés presentó esta preparación espiritual como la condición explícita para el retorno a la tierra prometida y una teocracia restaurada cuando Israel estuviera en la penuria de la dispersión. La seguridad de que Dios proveería a las necesidades de un remanente fiel y espiritual durante el exilio babilónico, el tiempo de angustia de Jacob (véase Jer. 30:7), no niega ni oscurece los prerrequisitos divinos del verdadero arrepentimiento antes de que tal remanente fiel fuera restaurado a la tierra de bendiciones y prosperidad (véase Deut. 30:1-10). Una consideración más cuidadosa de Jeremías 30 y 31 revela la bien conocida antología de promesas de restauración para las doce tribus en la cautividad asirio-babilónica. Incluyen la promesa del nuevo pacto por el que Yahvé pondría un nuevo espíritu de obediencia voluntaria en el corazón de un Israel y un Judá arrepentidos. (Véase 31:31-34, 18-19; 30:9.) Tal era la naturaleza espiritual del tiempo de preparación de Israel durante su tribulación babilónica previa a su restauración. La Biblia no presenta un programa divino diferente para el Israel actual ni el futuro. Estas promesas condicionales de Dios no han sido cambiadas y son irrevocables para Israel hasta el juicio final.
¿Por qué, entonces, algunos escritores dispensacionalistas de prestigio infieren que la iglesia de Cristo no pasará por la tribulación final o la destrucción del anticristo? ¿Por qué la iglesia no necesita este tiempo de preparación para su glorificación?
Walvoord declara: “Ninguno de los pasajes del Nuevo Testamento acerca de la tribulación menciona a la iglesia (Mat. 24:15-31; 1 Tes. 1:9, 10; 5:4-9; Apoc. 4-19)”.[4] Sin embargo, con toda certeza todos estos pasajes se dirigen, fuera de toda duda, a la iglesia de Cristo. El argumento del silencio no prueba nada. R. H. Gundry contesta acertadamente: “La iglesia no se menciona como tal en Marcos, Lucas, Juan, 2 Timoteo, Tito, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan o Judas, y en Romanos sólo en el capítulo 16. A menos que estemos preparados para relegar grandes porciones del NT a un limbo de irrelevancia para la iglesia, no podemos hacer que la mención o la omisión del término ‘iglesia’ sea el criterio para determinar la aplicabilidad de un pasaje a los santos de la edad presente”.[5]
Por otro lado, el Apocalipsis de Juan muestra que una multitud incontable de creyentes en el Señor Jesús “han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apoc. 7:14). Estos santos atribulados han sufrido seriamente por causa de Cristo (véase Apoc. 7:16, 17). ¿Podemos aseverar que estos cristianos son sólo de origen judío, cuando Juan no hace distinción entre los santos atribulados y los cristianos? ¿Podemos hacerlo cuando Juan incluso declara explícitamente que estos creyentes victoriosos delante del trono y del Cordero vienen “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas” (7:9)? Esta “gran tribulación” no se refiere a la ira retributiva de Dios sobre los impenitentes, sino a la terrible persecución de los santos por el anticristo y el falso profeta, o sea, a la ira de Satanás (véase Apoc. 12:17; 13:15-17; 14:12).
Jesús advirtió a sus seguidores por adelantado que tendrían dificultades y tribulación por causa de Él y que aun serían muertos por el fanatismo religioso (véase Juan 16:2, 33). A la iglesia de Esmirna el Cristo exaltado envió este consuelo: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apoc. 2:10; véase 1:9; Hech. 14:22; Rom. 5:3).
Para esquivar la interpretación normal y natural de que los santos son la iglesia de Cristo en Apocalipsis 6 al 20, las palabras desde el cielo a Juan en Apocalipsis 4:1: “Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas”, se interpretan como que enseñan el rapto de la iglesia de la tierra al cielo. Pero aun algunos escritores dispensacionalistas, como R. H. Gundry, rechazan esta exégesis forzada. Él está de acuerdo en que una exégesis literal requiere que aquellas palabras se apliquen sólo a Juan el Revelador, y la frase “después de estas” (metá tauta), a la secuencia en la experiencia personal de Juan al recibir una nueva visión; después de la visión acerca de la tierra, se llama a Juan a ver una nueva visión en el cielo. No hay ninguna referencia a una sucesión de tiempos o dispensaciones de cumplimiento de visiones.[6]
Concluimos por lo tanto que la iglesia bajo Cristo pasará por terribles persecuciones pero será victoriosa y soportará también la gran tribulación final del anticristo (véase 1 Tes. 3:3; 1 Juan 2:18; 4:3; Mat. 16:18). Pablo escribe que la iglesia está destinada a las tribulaciones (1 Tes. 3:3), y sin embargo, “no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:9). En consecuencia, debemos distinguir entre la tribulación de la persecución del anticristo, y la ira retributiva de Dios destinada sólo para el mundo impenitente.
Durante las siete plagas de Apocalipsis 16, que son las plagas sobre Babilonia, la iglesia en la tierra recibe de Cristo la promesa de protección divina tal como el antiguo Israel gozó de la protección de Dios cuando castigó a Egipto con las diez plagas (Apoc. 3:10, 11; 14:20; 16: 15; Exo. 11:7). La iglesia de Cristo sufrirá persecución durante la tribulación final de la Babilonia anticristiana, pero no sufrirá la ira divina. Esta ira, que será derramada del cielo sobre la impía Babilonia durante la crisis final, culmina en el Armagedón y el rescate del pueblo de Dios por la gloriosa segunda venida de Cristo (véase Apoc. 13:15-17; 14:6-20; 16; 18:4; 19:11-21). El Apocalipsis no conoce un rapto pretribulacional de la iglesia, sino más bien presenta una segunda venida de Cristo exclusiva y postribulacional. Esta conclusión queda confirmada en otros pasajes apocalípticos del Nuevo Testamento de Cristo y de Pablo que presentan el orden innegable: primero la gran tribulación para la iglesia, luego su liberación con la aparición gloriosa de Cristo.
Una parousía previa a la tribulación o “rapto secreto” de la iglesia no es una enseñanza del Nuevo Testamento (ni explícita ni implícita), sino que está basada en la doctrina preconcebida de una separación entre israelitas y cristianos. Esta separación se impone luego a los textos para establecer la doctrina.
Cualquier separación básica entre los pueblos del antiguo y del nuevo pacto tiene validez sólo si hay una separación bíblica entre Yahvé y Cristo, entre el Redentor de Israel y el Redentor de la iglesia. Sin embargo, Jesucristo sostuvo con énfasis que era el único Pastor de ambos rebaños, pues había venido para hacer de judíos y gentiles un solo rebaño con un solo destino: la nueva Jerusalén (véase Juan 10:14-16; Apoc. 21).
Sobre el autor: Hans K. LaRondelle, doctor en Teología, es profesor de Teología en la Universidad Andrews, Michigan, Estados Unidos.
[1] Véase un estudio detallado en G. E. Ladd, The Blessed Hope, Eerdmans, 1960, cap. 3. El teólogo dispensacional Carlos F. Baker, A Dispensational Theology, Grand Rapids, MI, Grace Bible College Publ., 1972, 2da. ed., admite, después de un análisis de las tres palabras que se refieren a la segunda venida: “Debemos concluir que la distinción entre la venida de Cristo en el tiempo del rapto y su regreso a la tierra no se puede establecer simplemente por las palabras que se usan” (pág. 616).
[2] Dispensationalism Today, pág. 159. Véase J. F. Walvoord, The Rapture Question, Zondervan, 1972, pág. 192: “Sólo los pretribulacionistas distinguen claramente entre Israel y la iglesia y sus respectivos programas”.
[3] Ibid., pág. 193.
[4] Ibid.
[5] R. H. Gundry, The Church and the Tribulation, Zondervan, 1973, pág. 78
[6] Ibid., págs. 64-66.