Nadie suponga que la familia del pastor está más libre de vicisitudes en esta vida que cualquier otra familia. A pesar de todos los chistes sobre ello, el predicador no posee una línea directa de comunicación con Dios, y no recibe ni espera recibir un trato preferencial del Todopoderoso. Está sujeto a las mismas enfermedades y necesidades de su rebaño.
Aunque muchas de las enfermedades de este mundo son consecuencia del mal uso del cuerpo o de ignorar las leyes de la ciencia, cuesta trabajo explicar los accidentes, la pena inmerecida, las duras experiencias.
Hoy día se habla a menudo de la relación que tiene la enfermedad con el pecado. Estamos seguros de que Dios quiere para nosotros salud e integridad de cuerpo, mente y alma. Aun cuando Cristo dijo: “Tu fe te ha salvado”, existe el peligro de que un hombre, sea pastor, sea un guía espiritual, o lo que sea, esté expuesto al juicio de los demás. Una joven madre de nuestra congregación, fiel cristiana, encontró una mañana a su hijito atacado de una misteriosa e incurable enfermedad. Asistió a una reunión en la que un predicador habló sobre la curación por el Espíritu, y se convenció de que algún pecado suyo había sido la causa de la enfermedad de su hijo. La joven madre se impresionó tanto que enfermó.
El predicador logró un resultado negativo. Nuestra preocupación no debe ser tanto por qué nos vienen aflicciones, sino cómo podemos sobrellevarlas.
Con frecuencia oímos decir: “Es una persona tan buena: ¿por qué le habrá ocurrido esto?” El que un hombre o una mujer sean buenos no los libra de adversidades. No hay discriminación entre santos y pecadores. El “hace salir su sol sobre malos y buenos, y… hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:45).
Los golpes y las heridas son buenos para nosotros. Contribuyen a la formación del carácter, cambiando nuestros fundamentos de arcilla en roca. Sabemos que el Señor “no aflige inútilmente a los hijos de los hombres”, y que estas mismas aflicciones pueden ser constructivas. El otro día, una íntima amiga mía, al volver de la clínica con una pierna enyesada dijo:
-Este es el primer descanso que he tenido en mi vida. Estoy segura de que por algo tuve este accidente.
Y al decir esto, de su rostro irradiaba un esplendor que yo no había visto antes. Hace poco tiempo el nombre de un joven, Everett Knowles, quedó grabado en los anales de la medicina cuando le restauraron un brazo que le había sido arrancado del todo en un accidente. Dicho miembro volvió a ser útil luego de muchas operaciones y pruebas. Su médico, que observó un cambio maravilloso en la personalidad del joven, tuvo que decir:
-Quizá lo más importante que le ha ocurrido a este joven es haber perdido un brazo y haberlo recuperado. ¡Antes era indiferente y abúlico, y ahora tiene interés por su futuro, por su educación y por la formación de su vida!
Es una oportunidad muy buena para la familia del pastor el dar a la congregación un ejemplo con su conducta en tiempos de tristeza, enfermedad, necesidad o cualquier otra adversidad. El predicador puede exponer desde el púlpito lo conveniente que es aceptar la aflicción, pero sólo los hechos probarán su sinceridad.
La enfermedad está llamada a visitar la casa pastoral en una época u otra. La forma en que reaccione la familia producirá un gran impacto sobre la congregación. ¡Qué oportunidad tan grande para predicar un sermón lleno de vida!
Al sufrir intensos dolores de sinovitis mi esposo declaró, entre ayes:
-Ahora seré más compasivo con el amigo que sufre. De aquí en adelante nadie puede decirme que el sufrimiento no es real.
Uno de los domingos más memorables de mi vida fue aquel en que el predicador, en uno de sus mejores sermones sobre la oración y el poder sanador de Dios, terminó diciendo: “Y ahora voy a pedir a todos ustedes que oren por mi buena esposa que ingresará mañana en la clínica para someterse a una operación de corazón”. En ese momento me di cuenta de que no podía volver atrás. Mi confianza en los médicos y en los cirujanos era absoluta, y una serenidad muy grande se posesionó de mí. Era como si una voz me estuviera diciendo: “No te dejaré”.
Pero al estar en la cama, mirando al techo de la habitación de la clínica, la noche antes de la operación, ciertamente el miedo quiso asomar su horrible rostro. Una vez había leído que un joven que había acudido a un hospital para ser operado de amígdalas, la noche anterior a la operación buscó su ropa, se vistió en la oscuridad, y se marchó a hurtadillas a su casa, sin que nadie lo viera. Supe exactamente lo que él sentía cuando miré ansiosamente el armario donde se hallaba mi ropa.
Pero, pensé entonces, ¿qué clase de fe es la mía? Si es sólo un código o una filosofía, o una colección de normas, no me será de ayuda alguna en estos momentos, que es cuando más la necesito. Mas de repente, sentí la presencia de Dios y la compañía de Jesucristo. Al asirme de su mano, noté que podía atravesar cualquier prueba, por terrible que fuese.
Se enviaron tarjetas a cada señora de la congregación indicando la hora exacta de la operación. Literalmente, debo decir que todas se desvivieron por atenderme. Como resultado, me elevaron a las alturas, en una forma que nunca antes había experimentado. Sentí el amor de ellas obrando mediante su fe y sus oraciones.
En los tres días siguientes a la operación, mientras me hallaba entre la vida y la muerte, mentiría si digo que mi mano permaneció asida fuertemente a la mano de Dios. A veces, mi mano se soltaba y me parecía que descendía hasta el Seol (como dice el salmista), el lugar pavoroso y oscuro de la nada. Ahora sé que mi fe era insuficiente, vacilante. A pesar de todo, El decidió preservarme la vida. El doctor me dijo:
-Es obvio decir que le plugo al Señor que recobrara usted su bienestar. Debe tener más trabajo para Ud.
Después de una lenta recuperación sabíamos que la vida para esta esposa de pastor había de ser muy diferente. Ya no podría llevar una existencia tan activa como cuando mis fuerzas no estaban en tela de juicio. Habría de llevar una vida distinta, tranquila, meditativa, pero quizá más completa.
Las energías pueden compararse al dinero depositado en un banco. Los cheques pueden hacerse efectivos de acuerdo con la cantidad depositada. El que sobregira estará en dificultades. Las cosas primordiales deben ponerse en primer lugar y renunciar a los gastos inútiles.
Al dar gracias a Dios todos los días por el don de la vida, me acuerdo de las almas valientes, santas, que han sido mucho más animosas que yo y, sin embargo, han perdido en la lucha por la vida.
Un simpático matrimonio se trasladó a nuestra comunidad hace unos años. El esposo había decidido jubilarse cuando aún se hallaba en condiciones de disfrutar de la vida. Desde hacía muchos años soñaba con poseer una casa, y el sueño estaba a punto de convertirse en realidad. Fuera de alguna pequeña ayuda profesional, la construyó por sí mismo. Tanto el esposo como la esposa entraron en la vida congregacional haciéndose querer por todos los que los conocían. Un día la esposa y yo estábamos cosiendo, y ella me dijo:
-Nuestra casa está ahora casi terminada, pero me preocupa una sola cosa: cuando ya todo esté concluido y no tenga nada más que hacer, qué hará Walter. Le gusta estar siempre ocupado. Lo más seguro es que se encuentre intranquilo.
No mucho tiempo después un fuerte dolor lo llevó a una clínica para someterse a un reconocimiento y permanecer en observación. El diagnóstico fue que tenía cáncer. Walter dijo a los médicos:
-Díganme claramente, ¿cuánto tiempo me resta de vida?
Y le hicieron saber la sombría perspectiva. Su esposa, también muy valiente, volvió a vestir su uniforme de enfermera que hacía años estaba guardado. Durante los últimos meses que pudieron seguir juntos, los dos hicieron frente a su deber dominado sus emociones, sin quejarse y con una firme fe en Dios. Mientras llegaba la inevitable muerte, la congregación recibió inspiración de tan gloriosa conformidad.
En un caso semejante, y en el mismo año, un hombre que se hallaba en lo mejor de su vida, oyó de labios de su médico la palabra “leucemia”, la horrible enfermedad que es prácticamente incurable. Este cristiano ejemplar, con la ayuda de su devota esposa, se enfrentó con la realidad. Revisó sus bienes terrenales y trató de enseñar a su esposa lo referente a su negocio en las semanas que le quedaban de vida. Ella estaba constantemente a su lado leyéndole los salmos y otros pasajes de la Biblia. Cuando llegó el final, su espíritu de resignación fue un sermón para todos nosotros.
Esta clase de cosas se repiten constantemente en todo el mundo. Estas dos santas mujeres son sólo un ejemplo. Cuando a la esposa del ministro le llegue el día de la crisis no encontrará mejor ejemplo que el que tan cuidadosamente dejaran esas dos valerosas almas.
Sobre el autor: Capítulo de Cómo ser la esposa de un ministro y ser feliz, (Logoi, 1974). Usado con permiso.