Un cristiano recién nacido afronta comúnmente cuatro crisis en los dos primeros años después de su bautismo. Necesitamos no sólo saber cuáles son, sino también cómo remediar esas situaciones.

Después del nacimiento de nuestro hijo, mi esposa y yo tuvimos la importante responsabilidad de cuidarlo. Nos levantábamos normalmente dos o tres veces por noche para atenderlo. Cambiar los pañales ocupaba una porción significativa de nuestro tiempo. Todas nuestras energías estaban concentradas en él, pues nuestro hijo prácticamente no podía hacer nada por sí mismo. Pero no sentíamos que fuera un fracaso debido a que necesitaba tanta atención. ¡Esperábamos precisamente eso! Ahora tiene cuatro años. Todavía necesita cuidado constante. Todavía no ha madurado. De la misma manera, los miembros nuevos, aún después del bautismo, necesitan cuidado, atención y amor. A veces tropiezan y caen. Necesitan una cálida mano amiga. Sólo la bondad, el cuidado y la preocupación por ellos proveerán el ambiente que les permitirá seguir creciendo.

El bautismo no es una panacea para resolver todos los problemas espirituales. Los nuevos creyentes afrontan a menudo algunos de los desafíos más serios inmediatamente después del bautismo. ¿Cómo debe relacionarse con sus familiares no adventistas? ¿Cómo encuentra y cultiva nuevos amigos? ¿Cómo puede vivir una vida consecuente en armonía con las altas normas bíblicas?

La iglesia debe hacer frente al hecho de que muchos se desaniman poco después del bautismo. Si la iglesia manifiesta escasa tolerancia con sus errores y una falta de comprensión de sus pruebas, el puñal de la crítica destruirá las bendiciones de su nueva fe y las apostasías serán numerosas. El bautismo es un símbolo del nuevo nacimiento, no un indicador de completa madurez espiritual. Los miembros nuevos son bebés espirituales; no se puede esperar que sobrevivan si se los abandona. Es responsabilidad de la iglesia, entonces, dar los pasos necesarios para ayudar a cada miembro nuevo a desarrollar una profunda y permanente relación con Cristo.

Hace un tiempo la revista Reader’s Digest informó de un estudio que se había realizado en dos orfanatorios. El artículo llevaba por título: “El enorme poder del amor humano”. En uno de los orfanatorios los niños no desarrollaron las habilidades motoras. No gatearon ni caminaron en la época normal en que debían hacerlo. Su vocabulario era limitado y su aprendizaje era tardío. Los investigadores descubrieron que los auxiliares que los atendían odiaban su trabajo. Trataban duramente a los niños y hacían sólo lo que se les exigía. A menudo los niños quedaban solos y lloraban por horas.

Los investigadores encontraron que en el otro orfanatorio había un cuerpo de auxiliares dedicado a sus tareas. Se interesaban profundamente por los niños. Aquí éstos desarrollaron las destrezas motoras en forma adecuada. Caminaron y gatearon en el momento apropiado. Pero por encima de todo, desarrollaron una disposición amable y alegre. El amor hace una gran diferencia. Con toda seguridad, en una iglesia amante hay una atmósfera que estimula el crecimiento.

Es sumamente importante cuidar con cariño a los nuevos conversos después de su bautismo. Es esencial que se los visite a menudo. Elena G. de White dice: “Hay que tratar con paciencia y ternura a los recién llegados a la fe, y los miembros más antiguos de la iglesia tienen el deber de encontrar la forma de proporcionar ayuda, simpatía e instrucción… [Los] recién convertidos necesitan cuidados, atención vigilante, ayuda y estímulo. No se los debe dejar solos, a merced de las más poderosas tentaciones de Satanás; necesitan ser educados con respecto a sus deberes; hay que tratarlos bondadosamente, conducirlos, visitarlos y orar con ellos” (El evangelismo, pág. 258).

Una evaluación cuidadosa de los nuevos conversos me ha convencido de que hay cuatro grandes crisis en la vida de un creyente nuevo. Estas crisis aparecen generalmente durante los primeros dos años. Así como las primeras etapas de la vida de un niño son críticas, lo son también los dos primeros años de la vida de un converso. Estos primeros años establecen un modelo de crecimiento y desarrollo espirituales para toda la vida.

La crisis del desánimo. Esta crisis aparece cuando una persona deja de vivir a la altura de las altas normas que adoptó inmediatamente antes de su bautismo. El bautismo es un compromiso público; los votos bautismales son una declaración formal de un estilo de vida cristiano. Pero después del bautismo la persona pronto descubre que su vida conserva tendencias de su antigua manera de vivir. Puede perder la paciencia. Tal vez quebrante el sábado, o tenga problemas con sus viejos hábitos de lenguaje o pensamiento. Cuando estas cosas le sobrevienen, puede haber un período de gran desánimo y un sentimiento de derrota. Se siente como un hipócrita. Su reacción natural es huir del contacto con la iglesia así como Adán y Eva huyeron de la amante presencia de Dios consumidos por su sentimiento de culpa.

Algunos síntomas de la crisis producida por el desánimo son: ausentismo de la iglesia, cambios significativos en su esquema de asistencia a reuniones sociales o de oración, una pérdida visible de su alegría cristiana, una evidente falta de deseo de permanecer en el atrio de la iglesia, un apretón de manos apresurado, un rostro de desánimo, o una disposición sombría.

Damos algunas sugerencias de posibles soluciones para la crisis del desánimo. A menudo se puede ayudar a la persona desanimada si se la detecta con prontitud. Una llamada telefónica, una palabra de confianza, una oración, una car- tita, una visita pastoral: pueden ser rayos de esperanza en la oscuridad. Esta persona necesita ánimo más que cualquier otra cosa. No necesita ni una pizca de condenación. Percibir su desánimo, escuchar sus problemas y ofrecer ánimo sincero y genuino es exactamente lo que a menudo necesita tal persona.

La crisis de integración. Ocurre principalmente en los primeros seis meses. Aparece cuando la persona no logra reemplazar sus viejos amigos por nuevos, o cuando la persona acepta las doctrinas de la iglesia pero no se integra a su estructura social. Ya se siente solo, aislado de viejos amigos y tal vez de su familia debido a su decisión. Como los seres humanos están compuestos de partes física, mental, espiritual y social, la persona necesita llegar a ser parte de la red social de la iglesia. Necesita reemplazar los viejos valores sociales con otros nuevos. Si no lo hace, ocurre la crisis de integración.

Algunos indicios serían los siguientes. Llega tarde a los cultos o se retira al terminar el himno final. La persona se sienta sola; tiende a ser solitaria. Rara vez asiste a reuniones sociales, o,. si lo hace, se sienta sola. Para ella, la religión es simplemente estar presente los sábados de mañana debido a que cree las doctrinas. Generalmente no asiste a la escuela sabática. Se asocia muy poco con los miembros de la iglesia y no tiene entre ellos amigos cercanos. Puede continuar así por semanas y meses, pero tarde o temprano la abandonará, a menos que establezca una red de amigos dentro de la iglesia.

Haga esfuerzos específicos para ayudarle a formar nuevas amistades dentro de la iglesia. Esa persona necesita compañerismo; sálgase de su camino para invitarla a las reuniones sociales de la iglesia. Una llamada telefónica es más efectiva que una carta o un anuncio público. Esta persona necesita atención personal e inmediata. Un amable compañerismo y una relación personal profunda y cálida son factores significativos en la prevención de su apostasía, y una invitación para el almuerzo de camaradería del sábado puede ser una de las mejores formas de medicina preventiva.

Durante los primeros seis meses, más personas abandonan la iglesia debido al desánimo, o a la falta de integración, que por cualquier otra razón. Pero aquí se podría frenar fácilmente la marea de apostasías.

La crisis del estilo de vida. Generalmente esta crisis aparece un año o un año y medio después del bautismo. La persona sencillamente no integra su propio estilo de vida con el sistema de valores bíblicos y de la iglesia adventista. No ha incluido en su programa los cultos de familia; pide la bendición sobre los alimentos en forma irregular; su observancia del sábado es descuidada; continúa asistiendo a los lugares de recreación anteriores; no tiene una vida devocional personal; pasa poco tiempo en oración y estudio de la Biblia; no conoce realmente a Jesús. En resumen, aunque está presente en la iglesia los sábados de mañana, la atracción de la vida antigua es todavía muy fuerte. Su experiencia personal con Cristo es superficial. La semilla del evangelio echó raíces pero hay poca profundidad de tierra.

Estos son los signos que hay que vigilar: ausencias frecuentes a la escuela sabática y la reunión de oración; superficialidad en la vida cristiana, y poco esfuerzo misionero en favor de otros. No lee las publicaciones denominacionales ni asiste a las reuniones especiales como son los congresos regionales. Habla de la iglesia en términos generales, pero no tiene una profunda experiencia espiritual.

La mayor necesidad que tienen las personas que pasan por esta crisis es un período devocional significativo. Trate de involucrarlos en pequeños grupos de estudio de la Biblia en los que haya oración, estudio y testificación. Estos grupos son maravillosos estimulantes de la espiritualidad personal. Es más fácil crecer espiritualmente en un grupo de seis a ocho personas.

La crisis de liderazgo. Esta crisis suele aparecer después que la persona ha demostrado fidelidad a Cristo y su iglesia. Supongamos que la iglesia es relativamente pequeña. A medida que este miembro comienza a encontrar su lugar en la estructura de liderazgo de la iglesia, comienza a conocer el funcionamiento de la maquinaria de la iglesia. Tal vez se lo incluya en la comisión de nombramientos. Comienza a reconocer que no todos los miembros de la iglesia son “santos”. Las decisiones de las comisiones y juntas que tratan los problemas prácticos de la iglesia lo dejan perplejo. El halo que rodeaba todas las cosas relacionadas con la iglesia comienza a perder su brillo. Hasta es posible que el choque de pertenecer a una iglesia compuesta por seres humanos reales, llenos de errores, lo precipite a una crisis espiritual.

Los síntomas suelen incluir: crítica, chismes, no mantener en secreto informaciones confidenciales recogidas en las comisiones, o una sensación general de desánimo. Una persona que esté en esta crisis tal vez rechace los cargos que se le ofrecen. Puede haber agudas críticas por un lado y una profunda ansiedad por el otro.

Generalmente, son suficientes para ayudarle un par de sesiones de aconsejamiento, enfocadas en las tensiones necesarias entre la debilidad e inadecuación de todo liderazgo humano y el origen divino de la iglesia. La crisis de liderazgo generalmente ocurre debido a que la persona no tiene madurez espiritual para reconocer la “humanidad” de los miembros individuales. A cada nuevo dirigente elegido para un cargo, explique la fragilidad de todos los seres humanos y la urgente necesidad de cooperación. En las áreas en que la verdad no está en juego, la unidad es más importante que las opiniones individuales.

En cada una de estas cuatro crisis se necesita un ingrediente importante para evitar la apostasía: amor que se interesa. Dé evidencias de un amor que continuamente dice: “Estoy interesado en ti; estoy preocupado; me interesas”. El amor manifestado en una llamada telefónica, una notita, una sonrisa, un cálido apretón de manos, una invitación a almorzar, serán más efectivos que un sermón para ayudar a estos niños espirituales a evitar estas crisis tan comunes.

Sobre el autor: Marcos Finley es director del Instituto de Ganancia de Almas de la Unión del Lago, Chicago, Illinois.