Como dice el antiguo y bello cántico en portugués, “el tema de la Biblia es Cristo y cómo vino a salvar”. De hecho, todos los demás temas de las Escrituras son derivaciones o explicaciones del plan de salvación. Las bibliotecas y las librerías religiosas están repletas de publicaciones que explican el plan elaborado por Dios para salvar a la humanidad perdida. No obstante, a pesar de la enorme producción literaria y del esfuerzo del hombre en investigar el asunto, apenas podemos entreabrir la puerta del ilimitado depósito en el que están almacenados los misterios del amor de Dios, revelado en Cristo Jesús.
Con el sincero empeño de desvelar todos los matices de la salvación, los estudiosos se han enfrentado con algunas preguntas. Una de ellas incluye la realidad sustitutiva del sacrificio de Cristo, conforme lo presentan Ekkehardt Mueller y George Reid en su artículo de esta edición, en el que responden a las grandes preguntas suscitadas por el debate acerca de este tema. El apóstol Pablo se refiere a él con estas palabras: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:25,26).
Como es fácil de percibir aquí, el apóstol presenta a Dios no como receptáculo de la propiciación, sino como su proveedor. Es decir, el hecho de que expuso a Cristo como sacrificio muestra que la Cruz no fue un evento elaborado con el intento de generar gracia hacia nosotros, sino como un evento a través del cual mostró su amor y su gracia inherentes. En otras palabras, no nos amó a causa de la Expiación, sino que, porque nos amó, proveyó la Expiación. Así es como lo declara Elena de White: “Pero este gran sacrificio no fue hecho a fin de crear amor en el corazón del Padre para con el hombre, ni para moverlo a salvar. ¡No, no! ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito’ (Juan 3:16). No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual él pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. ‘Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo’ (2 Cor. 5:19). Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor infinito pagó el precio de nuestra redención” (El camino a Cristo, p. 12).
¿Quién puede entender la plenitud de ese amor? Con razón, seguirá siendo tema de alabanza y reflexión de los redimidos por los siglos de la eternidad.
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.