Si el predicador está demasiado ocupado como para dedicar tiempo a las personas, difícilmente será eficaz.
Después de terminar el sermón, se me acercó una señora de unos 35 años y me confesó, entre lágrimas, que había cometido un pecado sexual. Durante muchos años, aun habiendo escuchado una predicación tras otra, ella reincidía en la práctica de esta clase de pecado. Se sentía tan mal que ya no podía soportar el peso de la culpa. Entonces, me buscó fuera del púlpito, conversamos a solas en muchas ocasiones y, por la gracia de Dios, fue restaurada.
Muchas veces, en la iglesia, queremos solo esto: un encuentro con el pastor, con el fin de conversar acerca de las ansiedades de la vida. Algunas de ellas tienen sus preguntas respondidas, y todos agradecen el hecho de poder ser escuchados con paciencia y simpatía por su pastor.
Desgraciadamente, algunos predicadores acostumbran a desaparecer apenas descienden del púlpito, y miembros de muchas congregaciones se han quedado sorprendidos ante la existencia de predicadores cuyas manos nunca pudieron estrechar. Yo mismo acostumbraba a desaparecer inmediatamente después de la predicación, pero terminé descubriendo cuán errado estaba. Ahora sé que, en verdad, se puede desarrollar un pasturado más poderoso más allá del púlpito, aun cuando el ministerio de la predicación también sea esencial.
En otra ocasión, no bien terminé de predicar, una hermana se acercó para hablar conmigo.
-Pastor -dijo ella-, Dios usó su mensaje para llenar de esperanza mi vida hoy. Estoy muy agradecida.
Entonces, le pregunté:
-¿Por qué? ¿Está enfrentando alguna dificultad?
Ella suspiró, contó su historia y, después, oramos juntos. Luego de algún tiempo, percibí que nuestro diálogo ejerció grandes cambios en su vida. Por la misericordia de Dios, fui capaz de ayudarla, fuera del púlpito, de una forma que no me habría sido posible si solo me hubiera limitado a predicar.
El ejemplo de Cristo
Los sermones son semillas lanzadas al suelo. Al final de cada mensaje, algunos oyentes se preguntarán: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37). Esta pregunta permanecerá, y puede ser abordada muchas veces lejos del púlpito. Allí, encontraremos momentos preciosos en que podremos ofrecer ayuda, dirección y ánimo a nuestros hermanos, mientras enfrentan los desafíos de la vida. De hecho, ocasiones así son oportunidades áureas para ministrar a las personas, de la manera en que Jesús lo hacía.
Jesús predicó durante un largo período en la montaña. Miles lo escucharon, mientras él enseñaba los principios del Reino celestial, y se quedaban maravillados por su mensaje poderoso. De acuerdo con Elena de White, “los fariseos notaban la gran diferencia entre su propio método de enseñanza y el de Cristo. Percibían que la majestad, la pureza y la belleza de la verdad, con su influencia profunda y suave, echaba hondas raíces en muchas mentes. El amor divino y la ternura del Salvador atraían hacia él los corazones de los hombres” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 44). Y el texto bíblico señala que, “cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente” (Mat. 8:1). El Salvador tenía tiempo para todas las personas.
Así debe suceder con los pastores hoy. Necesitan dedicar tiempo a cada persona, individualmente. Nuestro trabajo no termina con la exposición de la Palabra. Hay muchas otras cosas que podemos hacer después de descender del púlpito, y no son complicadas, como veremos.
Agenda básica
- Dedica tiempo a saludar con la mano. Tradicionalmente, muchos pastores acostumbran a saludar a los miembros y a los visitantes, luego del culto de la iglesia. Un apretón de manos expresa fraternidad y comunión, pero eso tampoco lo es todo. Junto con el apretón de manos, dile a cada persona algunas palabras de ánimo e inspiración, como: “Dios te bendiga”; o “Dios te ama”. Quizás esa actitud sea exactamente lo que el oyente necesite para curar un corazón lastimado o colocar una chispa de ánimo en un alma oscurecida por el desánimo y el temor.
- Dedica tiempo a escuchar. Un predicador jamás debe apartarse de las personas; debe amarlas. A veces, el pastor se encuentra oprimido por la sobrecarga y la falta de tiempo, pero nunca debe evitar el contacto con las personas. Están buscando justamente eso: alguien que las escuche. Si no tienes tiempo de escuchar a las personas, no les robes su tiempo obligándolas a escucharte. En cierta ocasión, los discípulos manifestaron su deseo de que Jesús despidiera a la multitud (Mar. 6:36). Pero el Maestro se lo impidió. Él les hablaba a las multitudes, pero le prestaba atención a cada persona, individualmente. Así, después de predicar sobre el amor de Jesús, pastorea amorosamente al rebaño que se te ha confiado. Solo unos minutos dedicados a escuchar a alguien herido y afligido puede marcar toda la diferencia en tu pastorado.
- Presta atención a las visitas. Muchas iglesias mantienen un registro (un cuaderno o en la computadora) que contiene los nombres de visitantes que, en algún momento, estuvieron allí. Tal vez hayan sido invitados por familiares, amigos, un folleto o, sencillamente, sintieron el deseo de asistir. El hecho es que estuvieron en la congregación. Siempre que van a la iglesia, las visitas necesitan ser identificadas, saludadas, y se les debe hacer sentir que pertenecen a la familia cristiana.
Antes de dejar el púlpito, haz que los visitantes se sientan bienvenidos. Hazles comprender la alegría que su presencia causa a la congregación, y dales una calurosa y sincera bienvenida. Intenta contactarlos después del culto y, en pocos minutos, quizás hagas más en favor de ellos de lo que hiciste en el púlpito.
- Llama a las personas por su nombre. Una gran característica de los pastores de éxito es que conocen por el nombre a los miembros de su iglesia. Si no conoce el nombre de algunos miembros de su iglesia es porque, ciertamente, los olvidó. En cierta ocasión, me sentí bastante avergonzado cuando un hermano vino a hablar conmigo y no pude recordar su nombre. En Juan 10:14, Jesucristo demostró poseer una notable ética pastoral: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas”. ¿Conoces a tus ovejas? ¿Puedes llamarlas por su nombre? Después de predicar acerca de los antiguos santos, mézclate con los santos actuales. Llámalos por su nombre y pregunta por sus problemas, sus dolores, sus angustias, sus aflicciones y sus preocupaciones. El buen Pastor nos conoce por el nombre. ¿Por qué no hacer lo mismo en relación con las ovejas que nos confió?
- No vivas muy ocupado. “No tengo tiempo para dedicar a las personas; tengo otras cosas más urgentes que hacer”, dicen algunos. Y yo les respondo: dejen esas otras cosas más urgentes para después, en el caso de que se enfrenten con un problema que incluya a personas, seres humanos. Entrégate al rebaño. Hay muy pocas cosas más importantes que esto. Y, a medida que ayudas a otras personas a cargar con sus fardos, también te liberarás de los tuyos. Escuchando su alegría, tu alegría aumentará. Orando con ellas y en favor de ellas, construirás tu fe.
No lo olvides: las personas son tu campo de trabajo. Si inviertes en ellas, recogerás preciosos frutos para la eternidad. Si estás demasiado ocupado como para dedicarles tiempo, difícilmente serás un pastor eficaz.
El pastorado incluye más que elocuencia en el púlpito. El estudio de televisión le entrega al público una breve faceta de un trabajo más amplio que es realizado tras bambalinas. En pocos minutos, los presentadores y los periodistas dan un resumen de lo que pudo haber llevado horas, días o semanas para ser recolectado, editado y embellecido. Lo mismo sucede con el ministerio pastoral. Mucho de lo que haces sucede fuera del púlpito. Puedes hacer grandes sermones para iglesias llenas, todos los sábados. Y tienes el deber sagrado de presentar siempre el mejor y el más nutritivo sermón bíblico y cristocéntrico. Pero no te olvides del importantísimo trabajo que debe ser realizado después de que termina la predicación.
Sobre el autor: Pastor de la Asociación Chana Central, en Kumasi, Chana.