Si, en el mundo secular, las orientaciones divinas acerca del liderazgo no siempre son consideradas, en la iglesia deben ser la brújula principal.
Recientemente, recibí la noticia del fallecimiento del hermano Margal, miembro de la Iglesia Adventista de Rio do Peixe, zona rural de Campestre, Minas Gerais, Rep. del Brasil. Lo conocí durante mi infancia en esa iglesia. Víctima de un paro cardíaco a los 80 años, durante su trabajo de agricultor, al ser socorrido, Margal dijo: “No tengo miedo de morir; estoy preparado”. La vida de este hombre me hizo reflexionar en algunas cosas: (1) su fuerza, su poder y su muerte en la comunidad en que vivió; (2) la fuerza, el poder y la muerte de Joram (2 Crón. 21:1-20), rey de Judá; y (3) algunos temas de las clases de mi doctorado en Derecho Constitucional. ¿Qué conexión existe entre estos hechos?
Margal era analfabeto. Su vida estuvo marcada por la alegría y la hospitalidad. Pocos días antes de morir, asistimos juntos a un culto. Elogié su buen humor, recordando que “El corazón alegre constituye buen remedio; más el espíritu triste seca los huesos” (Prov. 17:22). También destaqué su vitalidad, porque le gustaba exhibir sus músculos fuertes, capaces de levantar las bolsas de cereales y “tomar los toros por las astas”. Poseía fuerza. Pero ¿poseía también poder?
Joram era rey de Judá, aproximadamente en el año 850 a.C., y había sucedido a su padre, Josafat. Reinó durante ocho años. El veredicto de los escritores bíblicos es que fue un rey malo, incapaz de representar la dinastía de David porque, según su epitafio, “anduvo en el camino de los reyes de Israel”, e “hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (2 Rey. 8:16-23).
En esa época, los reyes acostumbraban a ser evaluados sobre la base de sus antecesores, y Jorán fue identificado con la “casa de Acab”, su suegro y rey de Israel, porque plagiaba sus políticas administrativas de fuerza y poder. Acab casi terminó con su gobierno, por causa de las leyes de adoración a Baal. Joram hizo lo mismo en Judá. Las dinastías que gobernaban las regiones del Norte y del Sur estaban ligadas por ideologías y lazos sanguíneos (2 Rey. 8:26; 2 Crón. 21:6). Además de los gobiernos, los miembros de las dos familias también trabajaban juntos: Jezabel, promoviendo la idolatría en la región Norte; y su hija, Atalía, en la región Sur (1 Rey. 16:31; 18:4; 19:2).
El profeta Elías fue llamado por Dios para advertir a Joram sobre su estilo administrativo de fuerza y poder. En una carta, Elías le advirtió, diciendo algo así como: “Has seguido el mal ejemplo de los reyes de Israel. Has llevado al pueblo a adorar a los ídolos. Has matado a tus hermanos, que eran mejores que tú. Dios permitirá un castigo terrible sobre el pueblo de Judá, sus hijos y sus mujeres, y destruirá todas sus posesiones. Tendrás una enfermedad intestinal muy seria. (Ver 2 Crón. 21:12-15.)
Obstinado en mantener estilos arcaicos de administración, Joram continuó con el mal sistema de fuerza y poder de sus antecesores, y causó enormes perjuicios a la Nación. Lo que juzgaban como éxito era, en verdad, el fracaso, porque temiendo ser contrariados, perpetuaban las miserias de un poder corrupto e ineficaz. Los cambios suelen contrariar intereses y provocar miedo, principalmente porque, a veces, significan pérdida de poder. La ausencia de cambios necesarios atrofia a las sociedades y a las instituciones, generando que prolifere la mediocridad.
Por su estilo dictatorial e incompetente, Joram ensució su biografía. Sofocado por el sufrimiento de un pésimo reinado, pero también aliviado por la muerte del líder malo, en Israel “no encendieron fuego en su honor”. Murió joven, a los 40 años, “y murió sin que lo desearan más” (vers. 20). Joram poseía fuerza. Pero ¿poseía también poder?
Las palabras fuerza y poder son actos o hechos que han recorrido la historia divina y la humana. Aisladas, sus significados y sentidos son diversos. La palabra fuerza, en sentido amplio y general, tiene su origen en el latín fortín. Es el resultado final de cualquier “fuerza motriz” que mueve “con esfuerzo, vigor, energía y violencia”. Está asociada a la acción física, la pasividad y el temor. Es vinculada con lo visible, lo palpable y lo concreto. La fuerza puede ser vinculada, directa o indirectamente, a la violencia física. Algunos ejemplos son la “fuerza natural” (fuerza del agua, del viento y del fuego) y la “fuerza común” (fuerza militar, paternal y maternal).
En sentido extenso, el término poder es la “facultad y el poder legal de actuar”, derivados de un derecho propio o en virtud de un poder de representación. Está asociado con el mundo invisible y abstracto de reverencia-obediencia y de la democracia-diplomacia. Puede estar asociado con el poder administrativo, el poder de juzgar, disciplinar, y el poder divino. Se lo puede asociar, directa o indirectamente, con la reverencia y el respeto. Algunos ejemplos son el poder de líderes políticos y el poder de los padres sobre los hijos.
Por lo tanto, si bien la fuerza y el poder son acciones y hechos cercanos y conexos, no son sinónimos. Se acostumbra a asociar la fuerza a la idea de lo que está cercano y presente. Si la fuerza es más objetiva, totalitaria, visible y casi intocable, el poder es más subjetivo, invisible y necesariamente permutable.
El juego del gato y el ratón
En su libro Masa y poder, Elías Canetti, judeobúlgaro y ganador del premio Nobel de Literatura (1981), dice que la fuerza y el poder se asemejan a uno de los órganos más importantes del cuerpo humano: la boca. La fuerza está en la acción de la musculatura mandibular de destruir los alimentos y nutrir el cuerpo, y el poder está en la capacidad que tiene la lengua de construir o destruir a las personas con palabras. La Biblia dice: “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo […] pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. […] ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? (Sant. 3:6, 8, 11, 12).
Otro ejemplo de fuerza y poder es el de la relación depredador-presa entre el gato y el ratón. Al morder a su presa, el gato exterioriza tanto su fuerza (concreta) como su poder (abstracto). Una vez capturado, el ratón queda a merced de la fuerza y del poder del gato, que lo mantendrá cautivo hasta la muerte. Pero, entre la captura y la muerte del roedor, surge un nuevo elemento: el gato se hace tiempo para controlar la vida del ratón. Durante
ese período, surge un juego de fuerza y poder entre el fuerte y el débil: el gato depredador y el ratón presa: el gato dominador y el ratón dominado.
El gato, que tiene más fuerza-poder, juega con el ratón, que tiene menos fuerza-poder, soltando y atrapando, atrapando y soltando al roedor. Luego de los vaivenes de esa prisión-libertad, el ratón es rehén de la fuerza-poder del gato. La relación de cautiverio entre las dos criaturas revela tanto la fuerza (atrapar, morder y destruir a la presa) como poder: el ratón, aun libre por algunos instantes, queda inmovilizado por el poder abstracto del gato; pierde la capacidad de reacción. Su tortura “psicológica” dura hasta el momento en que es devorado.
La relación de fuerza y poder entre el gato y el ratón es plenamente aplicable a los seres humanos. En una esfera administrativa, por ejemplo, son visibles las estrategias de líderes débiles que buscan recursos en la fuerza para demostrar ser fuertes. El líder solamente tiene éxito cuando se preocupa por cosas en un plano macro. Cuando no tiene poder, se preocupa únicamente por cosas del plano micro, utilizando la fuerza del cargo para parecer fuerte. Debido a la debilidad del poder, crea estrategias: dificulta el trabajo de las personas competentes, porque le hacen “sombra”. Otra estrategia es acercarse a personas más débiles que el mismo líder débil, para parecer fuerte ante la comunidad. El resultado es la prosperidad de la mediocridad, de la que Joram fue un gran ejemplo.
La Biblia también ser refiere a la fuerza y el poder como formas distintas de mando. En varios textos, está asociado con la acción física, el dominio. El profeta Isaías utilizó la metáfora del “brazo” de Dios para demostrar la fuerza divina en la inauguración de su Reino sobre la tierra: “He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro” (Isa. 40:10). Zacarías también usa el mismo recurso al describir una misión de Dios a Zorobabel: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). En ese caso, Dios repudió el uso de la fuerza-violencia como método de solución de problemas que el líder israelita enfrentaba en la gerencia de los judíos exiliados en el cautiverio babilónico.
El poder, tanto como sustantivo (autoridad) y como verbo (poder), también aparece en diversos textos bíblicos. Con respecto al poder en su versión sustantivada, en Mateo 6:13 está escrito que a Dios le pertenecen “el reino, y el poder [autoridad], y la gloria, por todos los siglos”. Acerca del poder como verbo, en Génesis 15:5 se dice que Dios mostró una noche estrellada a Abraham y dijo: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes [poder] contar”.
Retórica de las preguntas y las respuestas
La fuerza y el poder también pueden ser percibidos en los diálogos entre personas, incluso en la Biblia. En general, la pregunta es una especie de “intromisión” en la vida ajena. Cuando se aplica un instrumento de fuerza, puede causar violencia física o psíquica. Cuando es utilizada como instrumento de poder, puede revelar preocupación por la dignidad humana.
El profeta Elías preguntó a un grupo de adoradores indecisos: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Rey. 18:21). Según el texto, “el pueblo no respondió palabra”, quedando en silencio. Al preguntar, el profeta reveló su poder (autoridad divina); y el pueblo, al no responderle nada, reveló una forma extrema de defensa: el silencio, arma utilizada tanto por personas inocentes como por inseguras.
Juan, el evangelista, también describe un importante diálogo entre Pilato y Jesús, que involucra la fuerza y el poder. Pilato preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” A lo que Jesús respondió con otra pregunta: “¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?” Nueva pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?” Hay un silencio en la respuesta de Jesús. Más preguntas: “¿De dónde eres tú?” Nuevo silencio de Jesús. Disconforme, Pilato advierte: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” Jesús, entonces, resuelve responder: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 18:28-38; 19:1-16).
El que puede debe responder con otra pregunta o con el silencio. Está comprobado que es la mejor defensa. Cristo utilizó ese recurso ante Pilato. Sus respuestas, basadas en el silencio, fueron como si el arma de Pilato rebotara en el escudo. El poder del silencio es admirable, porque demuestra que una persona es capaz de resistir las varias oportunidades de hablar. Y, quedar callado es una buena forma de defensa contra personas malintencionadas, que hasta produce ventajas: el interrogado no se entrega a quien le desea el mal, y transmite la impresión de ser más fuerte de lo que realmente es. Pero el silencio obstinado puede conducir a alguien a la penosa inquisición, a la tortura psicológica. Esto sucedió con Cristo y, del mismo modo, puede suceder entre nosotros, en la relación entre superior-subordinado, líder-liderado.
El diálogo entre Cristo y Pilato revela tanto el uso de la fuerza como el uso del poder en las preguntas y las respuestas. Pilato, en su estilo inseguro de gobernar, apeló a la fuerza de su liderazgo débil para juzgar a Jesús. Si hubiera poseído un poder auténtico, el proceso de juzgamiento habría sido diferente. Los individuos temerosos a Dios no transfirieron el poder a Pilato y, sin el poder divinamente otorgado, gobernaba únicamente por la fuerza imperial de Roma.
De la misma manera que en la antigüedad, muchas personas en la actualidad acostumbran a usar mucho más la fuerza que el poder, para expresar autoridad y mantenerse férreamente en sus cargos y sus funciones. Hasta utilizan artimañas intimidatorias, que terminan ayudando a perpetuar la hierba dañina de la improductividad. Las preguntas y las respuestas han demostrado ser un método eficaz para que algunas personas que detentan fuerza y poder intimiden a adversarios y subalternos. En muchos procesos electorales seculares, por ejemplo, ese es un recurso utilizado para definir candidatos y electos.
Sentirse deseado
Frecuentemente, en las más elevadas instancias de la iglesia, ocurre el proceso de elección y nominación de líderes para diversos cargos. Anualmente, sucede lo mismo en las iglesias locales. En todas las situaciones, directa o indirectamente, tanto la fuerza como el poder están en evidencia. Si, en la esfera pública, se acostumbra a despreciar las orientaciones de Dios en lo que atañe a la fuerza y el poder, en los asuntos de la iglesia deben ser el patrón inamovible de conducta, la brújula principal.
Las biografías de los personajes bíblicos del pasado y de los fieles de todos los tiempos pueden ser un espejo para las decisiones que Dios espera de nosotros: errar lo menos posible en la elección de renovación o continuación de un liderazgo. El que fuere escogido, sencillamente debe trabajar con humildad, dedicación, espíritu de servido, de manera que, cuando se vaya o sea llamado al descanso, sea extrañado.
Margal no ejerció cargo o poder alguno en la iglesia, pero no dejó de participar y colaborar como incansable evangelista voluntario. Joram tenía el poder de la fuerza humana. Usó la fuerza para anular y aniquilar a sus adversarios. No obstante, se fue “sin que lo desearan más”. En esto, todos necesitamos reflexionar.
Sobre el autor: Coordinador de la Facultad de Derecho de la UnASP, Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.