Señor: estoy dando ahora los primeros pasos de mi ministerio, y siento el exaltado privilegio de tu llamado, como asimismo la enorme responsabilidad que has puesto sobre mis hombros.
Al alabarte por la bendición de tu llamado, te ruego al mismo tiempo que me des fuerzas y gracia para iniciar esta difícil carrera. Te imploro la capacidad y la sabiduría para combinar lo máximo posible el vigor y el entusiasmo de la juventud con la sensatez de la edad madura.
Ruego que me des en gran medida la verdadera humildad cristiana para que nunca me envanezca con el posible éxito de mi ministerio, y que siempre diga con el salmista: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Sal. 115:1).
Ayúdame a huir de los deseos juveniles, acerca de los cuales tu siervo Pablo advirtió a Timoteo; y dirígeme para que no cometa desatinos ni liviandades que mancillen tu causa y avergüencen mi ministerio.
Señor: guárdame de los peligros de la juventud: la liviandad, la frivolidad, la vanidad, la actitud fútil y pueril. El peligro de la excesiva familiaridad que lleva al pastor a olvidarse de la dignidad de su puesto y la nobleza de su misión.
Por otro lado, guárdame del peligro de una falsa e infatuada dignidad, del peligro de la soberbia y la vanagloria. Guárdame del peligro de menospreciar a los obreros veteranos como si nosotros, los más jóvenes, no les debiéramos el terreno que ellos allanaron al precio de sangre, sudor y lágrimas.
Que sepa apreciar el trabajo de los obreros que hoy están encanecidos, por más humilde y modesta que haya sido la obra que llevaron a cabo. Que sepa ofrecerles siempre el tributo de mi admiración, y que no les regatee mi sincero acatamiento y hasta mi reverencia.
Concédeme el buen sentido de distinguir las virtudes y los reales valores de la obra que efectuaron, para que así no menosprecie sus abnegadas labores. Guárdame de la etapa de querer ostentar originalidad y peculiaridad, como si no hubiera otros tan fieles, capaces y productivos como yo.
Dame una actitud de aprendizaje, listo a recibir lecciones de donde vengan, no sólo de otros pastores, ancianos y jóvenes, sino también hasta del más humilde creyente de mi iglesia.
Guárdame de una actitud sarcástica y censuradora. Enséname a prestar a todos la debida consideración. Que sea amigo de los jóvenes de mi iglesia. Que sepa animar y no desanimar, consolar y no afligir.
Concédeme la habilidad de descubrir gente valiosa y utilizarla; el buen sentido de enseñar a los miembros de mi iglesia a hacer la obra, y que no quiera hacer yo solo todo el trabajo de la iglesia sino enseñar a los creyentes a hacerlo.
Dame un corazón agradecido y jubiloso. Dame en alto grado el don de la ecuanimidad frente a la adversidad o la prosperidad. Extirpa de las entrañas de mi ser los celos, la rivalidad, la desconfianza. Hazme generoso, valiente, confiado y noble en pensamiento, y recto en las actitudes, de manera que mi rebaño, a pesar de mi relativa juventud, pueda tener en tu humilde siervo un ejemplo y un guía digno de su confianza.
Señor: permíteme cultivar en el grado más alto posible el sentido de la nobleza y la grandeza de mi ministerio, con el fin de no codiciar otras honras, sino la honra suprema de ser un siervo tuyo, y pastor de tu rebaño.
Que en el púlpito me esconda detrás de la cruz, y exalte al Salvador que murió en ella. Que ande entre tu pueblo de tal manera que todos puedan ver que también ando contigo.
Que sepa vivir con el pueblo que me diste: trabajar con él, sufrir con él, conduciéndolo siempre a las fuentes cristalinas y abundantes de la experiencia cristiana en la edificación, la santificación, la fe, el amor y la obra en favor de tu causa.
Y cuando éste tu siervo envejezca, permite que pueda tener una vejez agradecida y buena, recordando las bendiciones que le prodigaste durante los días pasados. Te ruego estas cosas, Señor, en el nombre de mi Salvador, el Pastor supremo de nuestros corazones, Jesucristo tu Hijo, Amén.