Una de las palabras más hermosas y apropiadas para definir la función de un ministro es “pastor”.
De todos los títulos que se le dieron a nuestro Señor, ninguno tiene más significado que el de “Buen Pastor” Él nunca se refirió a sí mismo como si fuera obispo, sacerdote, presidente o predicador; siempre como pastor. La más antigua figura de Cristo que se encuentra en las catacumbas de Roma lo presenta como un pastor que lleva en brazos y cuida a sus ovejas.
Lamentablemente, con el correr de los siglos desapareció de la memoria del mundo cristiano la figura del Buen Pastor. En su lugar surgieron otros emblemas de la fe cristiana. En vez del humilde pastor apareció el Crucificado sufriente, el bebé en los brazos de su madre o el Maestro en la cena de despedida.
Triste fue para la iglesia la pérdida de la visión del pastor. Sus dirigentes, en vez de cuidar y alimentar al rebaño, se perdieron entre las penitencias y los sacramentos. Sus habilidades se medían por el trabajo público que llevaban a cabo y no por su actividad como pastores.
Atención pastoral
En los tiempos bíblicos el pastor era un hombre valeroso, atalaya, guardián, protector.
Por la noche, el pastor lleva a sus ovejas al aprisco, un lugar enmarcado por un muro de piedras. Pone zarzas y espinas sobre el muro para proteger a sus ovejas de las fieras. En invierno el aprisco está totalmente cubierto, con una sola puerta que sirve a la vez de entrada y ventana, para dejar pasar la luz y el aire.
El pastor acostumbraba echarse atravesado delante de la puerta, con lo que llegaba a ser él mismo una puerta viva. Dormía junto a sus ovejas. Nunca se lo encontraba fuera de su campo de acción. Ningún ladrón o fiera podría atacar el rebaño sin que él lo supiera. Tampoco ninguna oveja podía salir del redil, a menos que pasara por encima de su cuerpo.
Las ovejas son indefensas. Casi todos los animales se pueden defender, pero la oveja no. En tierras de Oriente las ovejas estaban rodeadas de peligros por todas partes. Por eso, los pastores eran hombres fuertes y valientes. A veces se construía una torre y, de tanto en tanto, el pastor subía y escudriñaba el horizonte para ver si había o no un peligro inminente.
Parece que las ovejas carecen del sentido de orientación. Se pierden muy fácilmente. Entretenidas aquí y allá en la búsqueda de alimentos, no les cuesta perderse, pero no repentinamente. Antes de ser una oveja perdida es una oveja descarriada.
Cuando la oveja perdida descubre que está separada del rebaño desea ansiosamente encontrarse con sus compañeras. Va de un lado al otro. Pero mientras más lo intenta, más se aleja del aprisco. La oveja perdida nunca encuentra el camino a casa. Por eso necesita un pastor. El pastor sabe mucho de meteorología, por lo menos en la práctica. Conoce muy bien el tiempo. Sabe cuándo va a caer una tempestad, y sabe cuán peligroso y desastroso puede ser eso para su rebaño.
Además de protección, las ovejas necesitan un pastor que sepa proveerles alimento. Necesitan no sólo que se las alimente sino que además se les provea agua. Las ovejas no saben buscar pastos; tampoco agua. Para disponer de ovejas sanas, que den buena lana, el pastor las debe llevar a lugares de verdes pastos y aguas tranquilas.
El pastor también conoce a sus ovejas, y ellas lo conocen. Charles Goodell le preguntó a un pastor árabe: “¿Es verdad que usted le ha dado un nombre a cada una de sus ovejas, y ellas lo saben, y vienen cuando las llama?” Él respondió: “Es verdad”. Goodell entonces le pidió: “Por favor, llame a una de ellas”. Era el peor momento del día para llamarlas, porque estaban comiendo. El pastor llamó a una con voz dulce y suave. Llamó por segunda vez a una que estaba dos tercios más lejos que las demás. Ella levantó la cabeza como para asegurarse y, cuando se repitió su nombre, vino rápidamente y se acercó al pastor, y recostó suavemente su cabeza en él.
Nadie en Arabia ni en ningún otro lugar puede hacer eso si no es un pastor amoroso. El verdadero pastor siempre está pensando en lo que puede hacer en favor de sus ovejas. Las ama, las vigila y las alimenta. Cada una de ellas ocupa un lugar en su corazón. La obra del pastor consiste en guiar, proteger y alimentar con amor a sus ovejas. Jesús le preguntó a Pedro: “¿Me amas?” Y añadió: “Apacienta mis ovejas”, cuida de ellas con ternura, defiéndelas con comprensión y regocíjate cuando crecen.
Nuestra pérdida de miembros de iglesia por apostasía nos condena. La apostasía es el soplo gélido que destruye el fuego del entusiasmo del pastor. Salomón aconsejó: “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños” (Prov. 27:23). El pastor debe tener el discernimiento suficiente para manifestar bondad donde hace falta, y administrar disciplina cuando sea necesario. Otra traducción nos dice que el pastor debe “conocer o poner su corazón donde está su rebaño”. Debe haber una profunda simpatía y sincero interés por las necesidades de nuestros miembros. Algunas veces la apostasía revela el interés del pastor por su iglesia.
Si se lo observa a la luz de la cruz del Calvario, eliminar un miembro del rebaño es la experiencia más dolorosa de todas las que tienen que ver con las relaciones humanas. Es peor que la muerte. ¿No será que debería haber lágrimas, súplicas, ayuno y quebrantamiento de corazón de parte de pastores y miembros, para ver si no hubo de parte de ellos alguna cosa que indujo a esa oveja a extraviarse, y ahora está punto de ser eliminada del rebaño? Nuestro Señor habría muerto para salvar a una sola. Moisés estaba dispuesto a que se eliminara su propio nombre del Libro de la Vida si con ello se lograba la salvación de los que estaban a su cuidado.
Es verdad que hay momentos cuando las ovejas necesitan corrección; pero, por sobre todo, necesitan que se las cuide. La confianza y el amor de parte del pastor lograrán más que la censura y la disciplina. El rebaño necesita orientación.
Peligros internos
Al verificar las evidencias de la proximidad de la segunda venida de Cristo debemos estar al tanto de los peligros de afuera, Pero también debemos estar alerta contra los peligros de adentro, que nos saltan constantemente. Dios tiene un “rebaño pequeño” esparcido por toda la Tierra y en casi todos los países. Es su iglesia remanente. Necesita cuidados, y que se lo prepare para las dificultades y las pruebas, y para la venida del Señor.
Algunos de nuestros queridos hermanos están perdiendo el entusiasmo y el valor, y se vuelven esclavos de hábitos que saben a ciencia cierta que los llevarán a la ruina eterna. Son indiferentes e ineptos para lograr la victoria. Están desanimados y con el corazón dividido. Si no sucede algo que pueda revivir su fe y su esperanza, estarán perdidos. Los pastores tienen la responsabilidad de fortalecer las manos débiles, y vigorizar las rodillas vacilantes en esta época de complacencia propia y placeres seculares.
En cada congregación hay gente abrumada por problemas y que está ansiosa de recibir una luz que la saque de las tinieblas en que se encuentra. En cada hogar que visita el pastor hay inquietudes que se necesita disipar. Las visitas pastorales no se deben limitar a llevarles algún pedido, los materiales de la recolección o la parte que les corresponde en el programa del sábado. Mucho menos debe causar el pastor la impresión de que está sólo cumpliendo con un deber profesional.
Millares se están yendo de la iglesia porque no encuentran en ella algo que satisfaga sus necesidades. El pastor no debe ver en esos seres ansiosos sólo un número para su informe mensual, sino seres humanos con sus luchas y angustias, anhelos y necesidades que tienen una solución: Cristo.
En las parábolas de la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo, Cristo puso en claro su interés por los que una vez pertenecieron al grupo y que se extraviaron. Nadie puede leer esas parábolas sin sentir la preocupación de Cristo por ellos. Si la conversión de un pecador regocija a los ángeles, debe de ser intenso el sufrimiento del Cielo cuando una persona que una vez estuvo justificada vuelve al servicio de Satanás.
El pastor siempre debería recordar que la iglesia tiene que ser un lugar donde se le da la bienvenida a los malos, y se ofrece ayuda para que lleguen a ser buenos, y para que la gente buena sea mejor (ver Hech. 20:28).
La obra pastoral en la iglesia
En su última conversación con Pedro, Jesús puso énfasis en la necesidad de alimentar el rebaño. Tres veces instruyó al apóstol para que lo hiciera. Los miembros deben ser nutridos con un mensaje que satisfaga sus necesidades, para que puedan crecer sanos en la vida cristiana.
¿Cuál debe ser ese alimento? Los sermones son más que resúmenes de recortes de diarios, más que datos estadísticos, más que artículos leídos en algún periódico o revista religiosa. También son más que un popurrí de citas de Elena de White. Nuestros hermanos no necesitan muchas disertaciones sobre los problemas sociales o discursos relativos a la situación religiosa del mundo. No les interesan las declaraciones de los eruditos ni las de los famosos.
La queja más común entre el rebaño es que no oyen mensajes bíblicos. El rebaño quiere alimento sólido, sermones debidamente preparados sobre los grandes temas del Libro Sagrado. No les interesan los sermones que podría dar cualquier pastor protestante. Saben que el juicio está en sesión y que tendrán que enfrentar tiempos difíciles. Saben perfectamente que el enemigo hará el esfuerzo final para engañarlos.
Hay sólo una cosa que es el alimento espiritual para el hombre espiritual, y es la divina Palabra de Dios. Ése es el alimento del espíritu (Deut. 8:3). Se debe preparar para todo el rebaño el alimento espiritual de la Palabra de Dios (Juan 21:17).
Los pastores adventistas deberían descubrir la manera de tomar nuestras grandes verdades proféticas y doctrinales para infundirles nueva vida y dinamismo. ¿Por qué motivo la mayor parte de las veces no satisface el alimento espiritual que se sirve cada sábado? El pastor predica sermones que no preparó. Visita gente para la cual no tuvo tiempo de orar. Se vuelve un extraño hasta para su propia familia. Está tan ocupado en hacer la obra de la iglesia que no tiene tiempo para trabajar por ella.
En su programa no hay tiempo para Cristo. ¿Cuándo ora? ¿Cuándo alimenta su propio corazón? ¿Es posible preparar un alimento espiritual sano con el fin de alimentar el espíritu hambriento de su congregación cuando él mismo está desnutrido? ¿Es posible enseñar a otros a vivir una vida santificada cuando su propia vida es un ejemplo de precipitación, de carreras innecesarias de la mañana a la noche, para llevar a cabo tareas secundarias? No. Nadie puede guiar a los demás en cuestiones espirituales más allá de sí mismo. La santidad es devoción, y la devoción necesita tiempo. El tiempo condiciona la tranquilidad, la meditación en Dios y su Palabra, una conversación con el Dios del universo.
Hay dos peligros para el pastor que desea alimentar su rebaño: 1) la preparación inadecuada de los sermones y 2) una alimentación homilética desequilibrada. Es tan fácil y tentador predicar acerca de algunos tópicos favoritos superficiales, descuidando al mismo tiempo temas importantes que requieren un estudio más profundo.
Los sermones no son entelequias que nacen en una noche. Son como v el trigo: primero la planta, después la espiga y por fin el grano. El trigo no está listo para la cosecha y para su uso antes de estar totalmente maduro. Del mismo modo, los sermones deben crecer y madurar plenamente en el fértil suelo de la mente y el corazón del pastor, mientras lo riega el Espíritu Santo y le da calor el Sol de justicia.
Sólo cuando cavamos profundamente en los grandes temas de la Biblia, y llenamos el corazón con su mensaje, estamos en condiciones de trasvasarlo de nuestro corazón el de los oyentes. Sólo así nuestras palabras estarán acompañadas del poder del Espíritu Santo. Eso requiere un estudio regular de la Palabra de Dios, sistemático, ferviente y con oración.
Los bancos de cualquier iglesia, grande o pequeña, están ocupados hoy por hombres y mujeres educados en las formas modernas del pensamiento. No se necesita que el pastor sea una persona de intelecto brillante, pero sí que sea intelectualmente competente. Debe estar bien familiarizado con los vericuetos de la mente moderna. En el libro El ministerio de curación, en las páginas 398 y 399, dice: “No penséis nunca que ya habéis aprendido bastante, y que podéis cejar en vuestros esfuerzos. La mente cultivada es la medida del hombre. Vuestra educación debe proseguir durante toda la vida; cada día debéis aprender algo y poner en práctica el conocimiento adquirido”.
El título y el diploma significan poco, a menos que la mente progrese siempre. El pastor no puede ser un hombre lleno de prejuicios mentales. Debe mejorar continuamente su capacidad intelectual. Pero no basta sólo la cultura secular. Forma parte de lo accesorio, pero no de la sustancia. La suprema calificación del pastor es su espiritualidad. En todos los aspectos de su vida y obra debe dar inconfundibles evidencias de que tiene una experiencia con Dios que se renueva constantemente. Su espiritualidad es lo que le da autoridad y le gana el respeto, el afecto y la confianza de los miembros.
El secreto íntimo de todo verdadero pastor es la conciencia de la cercanía de Dios mediante la presencia del Espíritu de Jesucristo en su persona. Sin ella su obra no es la de un pastor, sino la de un mecánico, de un saltimbanqui espiritual, que no está en condiciones de alimentar espiritualmente a sus ovejas. El miembro de iglesia, abrumado por una semana de problemas, se sienta en el banco con el deseo de captar una vislumbre del Maestro, o de oír un mensaje de ánimo y esperanza con el fin de hacer frente a otra semana. El verdadero pastor no deja que su rebaño salga del aprisco de la iglesia sin el Pan del Cielo y el Agua de vida.
Trabajo personal
Cristo, el buen Pastor, dice: “Conozco mis ovejas”. El relato sagrado dice que él entraba en los hogares de la gente, del rico y del pobre, y se ganaba la simpatía y el afecto de todos. Invitaba al pueblo para que lo siguiera: “El pastor debería relacionarse libremente con la gente por la cual trabaja, para familiarizarse con ella y saber cómo adaptar sus enseñanzas a sus necesidades. Cuando el ministro de la Palabra ha terminado de predicar el sermón, su obra recién comienza. Tiene que hacer obra individual. Debe visitar a las personas en sus casas, hablar con ellas y orar por ellas con fervor y humildad” (Los hechos de los apóstoles, pp. 299, 300).
Visitar a los miembros es absolutamente esencial. Ningún pastor puede comprender Tas necesidades del rebaño sin visitar a los miembros en sus casas, sin tener un contacto personal con ellos, y sin orar con ellos y por ellos. Es justamente en el hogar donde las ovejas llegan a conocer al pastor, y el pastor a la gente. Allí los miembros aprenden a amar al pastor. Cristo dice que el buen pastor conoce a sus ovejas.
Pablo exhorta a los pastores para que tengan cuidado de “todo el rebaño… Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hech. 20:28, 29). Puesto que esto es así, el pastor sabio verificará si todas sus ovejas están protegidas en el aprisco, si no hay alguna del lado de afuera, con la posibilidad de ser fácil presa del enemigo. También sucede que, de vez en cuando, alguna o algunas ovejas causan problemas y dificultades. El principal trabajo del pastor no consiste en librarse del que causa problemas, sino enseñar con paciencia y amor, y ayudar a resolver todas las dificultades.
También hay ovejas enfermas en el rebaño. Por eso las iglesias se tienen que transformar en clínicas espirituales donde los seres humanos perturbados por el pecado puedan curarse de las heridas de su corazón. En la parábola, el pastor deja su rebaño y sale a buscar una sola oveja.
“Al descubrir que falta una oveja, no mira con negligencia el rebaño que está albergado con seguridad, ni dice: Tengo noventa y nueve, y me costaría demasiada molestia salir en busca de la extraviada. Vuelva ella, y le abriré la puerta del redil y la dejaré entrar. No; apenas se extravía la oveja, el pastor se llena de pesar y ansiedad. Dejando las noventa y nueve en el redil, sale en busca de la que se perdió. Por oscura y tempestuosa que sea la noche, por peligroso e incierto que sea el camino, por larga y tediosa que sea la búsqueda, no se desalienta hasta encontrar la oveja perdida… llega a la misma orilla del precipicio, a riesgo de perder la vida… Y cuando encuentra la extraviada, ¿le ordena que lo siga? ¿La amenaza o castiga, o la arrea delante de sí, al recordar la molestia y la ansiedad que sufrió por ella? No; pone la exhausta oveja sobre sus hombros, y con alegre gratitud porque su búsqueda no fue vana, vuelve al aprisco. Su gratitud encuentra expresión en cantos de regocijo. ‘Y viniendo a casa, junta a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja, que se había perdido’ ” (Obreros evangélicos, pp. 189, 190).
“Una cosa hago”
Una de las artimañas de más éxito del enemigo, cuando se trata de neutralizar la influencia y la utilidad de un pastor, consiste en inducirlo a dividir su atención. De vez en cuando oímos hablar de un pastor acusado de vender de todo, desde hojitas de afeitar hasta automóviles y terrenos. Lamentablemente, unos pocos carentes de vocación han dado lugar para que la gente ponga a todos los pastores en esa categoría. La actitud imprudente de un pastor puede poner a todos los demás bajo un manto de sospecha.
El apóstol Pablo estaba muy preocupado, deseoso de que Timoteo, a quien amaba tiernamente, se convirtiera en un ministro destacado, cuyo celo y devoción por la obra de Dios no disminuyera por el amor a las ganancias materiales. Por eso le escribió estas expresivas palabras: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida” (2 Tim. 2:4).
“Los ministros no pueden realizar un trabajo aceptable para Dios y al mismo tiempo llevar las cargas de grandes empresas comerciales personales. Semejante división de intereses empaña su percepción espiritual” (Ibíd., p. 354).
“Los pastores no deben tener otros intereses fuera de la gran obra de conducir a las personas a la verdad. Para eso se necesitan todas sus energías. No se deben dedicar al comercio, ni a vender de casa en casa, ni a ningún negocio fuera de esta gran obra” (Testimonies, t. 1, p. 470).
El verdadero pastor, si lleva a cabo su obra con fidelidad, no tendrá tiempo para actividades marginales. Dirá, parafraseando a Pablo: “Una cosa hago”; ser pastor.
Convicción
El pastor ocupa un puesto original entre las profesiones existentes. En un sentido que ningún otro profesional puede pretender, el pastor dice: “No soy empleado; no trabajo para ningún hombre”.
La obra del pastor no se hace por un sueldo en dinero ni por presión, sino por la voluntad y el amor de Cristo. Si Jesús pone al pastor en su trabajo, nadie lo podrá sacar de allí. Aunque deba responder ante sus hermanos, es exclusivamente siervo de su soberano Dios. Esa convicción produce pastores con respecto a los cuales la iglesia puede descansar. Son hombres que saben cumplir su ministerio. No dependen de un programa diario, ni necesitan que se los vigile o que se los estimule con premios. Trabajan “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón, haciendo la voluntad de Dios” (Efe. 6:6). Son pastores acerca de los cuales Dios dice: “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia” (Jer. 3:15).
Al hombre llamado y enviado como pastor, Dios le hace una promesa de comunión divina: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Esta declaración es, a la vez, una promesa y un recordativo. La promesa de la presencia del Maestro, y el recuerdo de su total dependencia de Cristo.
Impulsados por Dios, los pastores deberán ser los mensajeros de Jehová. En sus veredas hay herejías, la cruz y la espada lanzan su nefasta sombra, pero más allá de las tinieblas se ve el resplandor insuperable de la gloria del Dios trino y uno. Es esto exactamente lo que los pastores tienen que ver, aunque el presente esté envuelto en un manto de oscuridad. Deben inspirar fe, esperanza y amor en medio del temor, la duda y el dolor que envuelven a la familia humana. En esta obra el pastor recibe la ayuda de los ángeles del cielo, y él mismo es instruido e iluminado por la verdad que lo convierte en sabio para el reino eterno.
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:2-4).
Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Pastor y profesor de Teología, jubilado. Reside en São Paulo, Brasil.