Un bello día, hace algunos años, apareció un joven interesante, lindo, promisorio, lleno de entusiasmo. Y con hermosas palabras le dijo a una joven: “¿Quieres casarte conmigo?” ¿Compartir las alegrías, los problemas y las emociones de la vida de un pastor?

No sé cuáles fueron los pensamientos que pasaron por la mente de ella en ese momento. Pueden haber sido de intensa alegría, al ver la realización del sueño acariciado de vivir junto a alguien amado, o puede haber sido un pensamiento más amplio, de poder trabajar para Dios. O el pensamiento de cuidar para que ese joven, con el ideal de dedicarse a la tarea de predicar el evangelio de Jesús, pudiera tener la seguridad de un hogar bien formado. La alegría de poder apoyarlo en sus momentos de tristeza e inseguridad. La expectativa de una esposa de pastor es: “¿Qué pueden esperar de mí?”

Así, ingresamos en el sagrado ministerio pastoral.

La misión de la esposa

Hace unos meses, al visitar a algunas esposas de estudiantes de Teología, me encontré con un cuadro que me tocó el corazón. Es loable el desinterés de esas jóvenes esposas, y su deseo de empeñarse al máximo con el fin de que sus esposos puedan estudiar y prepararse para el ministerio.

¿Qué significa en realidad ser esposa de pastor? ¿Imaginó cuando le pidieron casamiento todo lo que implicaba ese pedido? ¿Pensó bien y analizó profundamente lo que significa ser esposa de pastor? ¿Pensó que probablemente la aceptación de ese pedido implicaba dejar padre y madre, como dice Jesús, sin mirar para atrás, con la mano firme en la mansera del arado? ¿Pensó en las numerosas mudanzas con sus cambios de dirección y cambios de amigos también? ¿Pensó en la cantidad de veces que tendría que quedarse sola mientras el esposo estuviera de viaje, criando sola a los hijos, porque él no siempre tendría el tiempo suficiente para dedicarse a la familia?

Son muchas las responsabilidades de la esposa del pastor. Tengo la seguridad de que usted las sopesó todas, y de todo corazón tomó la decisión al decir: “Sí, querido; quiero compartir contigo todo lo que pueda significar ser la esposa de alguien que desea dedicarse al Señor”.

Por eso, nuestro pensamiento en estas reflexiones se dirige hacia las que comparten con ellos diariamente las alegrías y preocupaciones de ese ministerio.

Un homenaje especial

Nuestro homenaje especial es para usted, esposa de pastor, la única que conoce cuántas veces su esposo tuvo que “consultar con la almohada del corazón”; la única que estuvo presente cuando él derramó lágrimas de preocupación delante del Señor. Usted es la única que ha compartido los momentos de alabanza y de total dedicación a la obra del Señor, y la única que también comparte con él la profunda alegría de ver a un ser humano preparado para el reino de los cielos como fruto directo del trabajo de la pareja.

Querida amiga: a usted que, lo mismo que yo, tiene el privilegio de ser esposa de pastor, deseo que Dios la bendiga ricamente, y que usted siga siendo ese brazo fuerte, y la compañera ideal de un ministro del Señor.

Felicitaciones para usted, amiga, que como María “ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Luc. 10:42).

Sobre el autor: Coordinadora de AFAM para la División Sudamericana