El término “migración” aparentemente no aparece en la versión Reina-Valera de la Biblia castellana, pero sí una expresión equivalente: “el tiempo de su venida”. La encontramos en Jeremías 8:7, donde dice: “Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová”.

Este artículo, por cierto, no pretende desentrañar el voluminoso contenido histórico, teológico y hasta escatológico de este versículo. Aunque una de mis lecturas predilectas sea la referente a la “migración” de las aves y otros animales, sólo quiero pedirle a Jeremías que me preste esta metáfora para darle una aplicación secundaria.

El ministro, después de un largo período de trabajo dedicado, al acercarse a los 65 años de edad necesita conocer y reconocer el tiempo de su “migración” del servicio activo. Aquí cabe también, a manera de préstamo, la propuesta de Cristo a sus ministros: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco” (Mar. 6:31).

En el límite

Hace poco, cierto canal de televisión del Brasil promovió una audaz prueba de supervivencia en la selva y en las desiertas playas del Estado de Ceará. Fue una prueba sumamente difícil para un grupo de hombres y mujeres que desafió los límites máximos de su capacidad física y psíquica. Y todo por un premio de 300.000 reales (unos 150.000 dólares). Sólo uno salió vencedor.

Cuando se trata de gente joven, desafiar los límites de la vida es admisible y hasta loable. Pero la tercera edad exige una marcha más lenta. Incluso porque después de treinta años de ministerio todo pastor ya llegó varias veces a los límites de sus posibilidades.

En el capítulo 11 de la epístola a los Hebreos, Dios nos presenta la reseña de un equipo especial. Los misioneros de todos los tiempos están representados en esa marcha olímpica de Dios. No van más allá de los límites de sus posibilidades con la esperanza de ganar premios en dinero, medallas de oro, plata o bronce, sino la corona de la vida eterna (1 Cor. 9:24-26).

Diferentes clases de jubilados

En Sudamérica la jubilación de los religiosos varía de un país al otro, y no siempre es segura. Por esa razón, las iglesias, con el fin de proteger a sus misioneros, aplican diferentes planes de jubilación.

Hay tres clases de jubilados: la primera es la de los jubilados precoces. Es el grupo que por diversas circunstancias de la vida: accidente o enfermedad, reciben una jubilación proporcional al tiempo que dedicó al servicio y a su edad. En la Biblia encontramos muchos ejemplos de misioneros cuyo ministerio se interrumpió prematuramente. Por causa de la intolerancia política y religiosa, millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia también se vieron obligados a interrumpir su ministerio antes de tiempo.

El plan de Dios dado a Moisés para el período activo de los sacerdotes iba de los 25 a los 50 años de edad (Núm. 8:23-26). A partir de ahí los levitas prestaban servicio voluntario en el templo, actitud que deberían imitar los jubilados de hoy.

El segundo tipo de jubilados está constituido por los que, a pesar de estar ya en la edad de su jubilación, no aceptan que les llegó el tiempo de su ‘migración”. Algunos de los que forman parte de ese grupo, angustiados, creen que son víctimas de la injusticia de sus dirigentes, o del sistema establecido por su iglesia. Con amargura se apartan de sus amigos y sus colegas, y quedan a merced de los peores enemigos de los ancianos: la soledad y la depresión. De ese modo, algunos han apresurado su muerte. Hay que preparar con tiempo la tercera edad, para que sea una bendición y no una tragedia.

Finalmente está el jubilado jubiloso, que se prepara para su retiro del servicio activo, está al tanto de todo y hace planes con tiempo para ello. La expresión “jubilado jubiloso” la acuñó el siempre jovial octogenario pastor Geraldo Marski, que vive en Hortolandia, SP, Brasil. El pastor Marski, con sus 87 lozanos años, padre de tres hijos pastores, sigue siendo una inspiración para la juventud de la iglesia y para los ministros jóvenes. Su sano sentido del humor y su confianza en el amor de Dios constituyen una constante lección de vida para todos. Un jubilado jubiloso, según la ciencia médica, tiene muchas más posibilidades de gozar de una feliz longevidad.

Envejecer con gracia

En 1904, Elena de White, al dirigirse a dos pastores pioneros del adventismo, ancianos ya, les dijo: “Hermanos Butler y Haskell, yo me uno a ustedes: envejezcamos llenos de gracia”.

Al llegar el momento de su jubilación, un pastor le envió a la administración de su campo la siguiente carta:

A la junta directiva:

Amigo presidente: Un abrazo.

Aunque no lo haya comunicado antes a los colegas y los dirigentes, hace unos tres años que marqué la fecha de mi jubilación: el 23 de septiembre de este año cumpliré 65 años.

A pesar de la gracia de Dios, y de sentirme bien todavía, creo que éste es un buen momento para … ponerme a un lado y descansar … del ministerio activo. Siendo esto así, por su intermedio y a través de esta carta, le ruego votar el inicio del proceso de mi jubilación a partir de enero próximo.

Me retiro como un jubilado jubiloso.

Esta iglesia y sus administradores en los diferentes niveles siempre me trataron mejor de lo que merezco.

Le ruego que transmita a las organizaciones superiores mi gratitud y la de mi esposa por habernos concedido el privilegio de ejercer nuestro modesto ministerio. Al recordar mi origen humilde, contribuir con esta magnífica obra como ministro del evangelio fue para mí un privilegio reservado a pocos mortales.

Aprovecho para compartir este trofeo mío de la vida con mi familia: mi esposa y mis hijas, que me apoyaron incondicionalmente.

Muchísimas gracias.

Este es un buen modelo de carta para solicitar la jubilación.

La prudencia necesaria

Como seres racionales privilegiados, no permitamos que el descuido, la vanidad o algún ideal incoherente nos impidan poner en práctica la sabia lección de las aves migratorias en el crepúsculo de nuestro ministerio. Un pastor jubilado, que aún dispone de vigor físico y mental, más su respetable experiencia, todavía puede hacer mucho en pro de la causa evangélica de forma voluntaria, sin convertirse en un peso para la organización.

Conviene reflexionar en el siguiente consejo de Elena de White: “Quiera el Señor bendecir y sostener a nuestros obreros ancianos y probados. Que él le conceda sabiduría con respecto a la preservación de sus facultades físicas, mentales y espirituales. El Señor me ha instruido para que diga a los que mantuvieron firme su testimonio durante los días tempranos del mensaje: ‘Dios los ha dotado con el poder del razonamiento, y desea que comprendan y obedezcan las leyes que tienen que ver con la salud del ser. No seáis imprudentes, no trabajen de más. Tomad tiempo para descansar. Dios desea que se mantengan firmes en su lugar, haciendo su parte para salvar a los hombres y las mujeres de ser arrastrados por las fuertes corrientes del mal. Y él quiere que se mantengan con la armadura puesta hasta cuando dé la orden de ponerla de lado. No falta mucho para que reciban su recompensa, (Testimonios para la iglesia, t. 7, pp. 273, 274, edición APIA).

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación Paulistana, Brasil.