Al escribir a los corintios, el apóstol Pablo afirmó que Dios decidió “salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1: 21). De acuerdo con esta declaración, concluimos que las dos prioridades en el plan de acción del ministro deberían ser predicar y salvar a las personas. La predicación es el instrumento; la salvación es el resultado.

Para tener éxito en la salvación de las personas, la predicación debe ser algo más que la mera presentación de un tema bíblico. Debe estar dirigida hacia su gran objetivo de transformar vidas.

Cada vez que usted entra en el lugar donde estudia, abre la Biblia y pide la dirección del Espíritu Santo en la preparación de su sermón, recuerde que predicar no es sólo hablar durante 45 o 50 minutos. Dios contempla a la humanidad desde los cielos, ve la lucha y el drama de cada uno de sus hijos, observa las angustias internas de cada corazón, ve las lágrimas de los incomprendidos y el varío de los corazones sin esperanza. Desea ayudar a la gente, correr para auxiliar a cada persona entristecida. Quiere responder al clamor silencioso de cada ser humano, y sólo tiene un instrumento para alcanzar esos objetivos: la predicación.

En su infinita sabiduría, el Señor le confió la tarea de predicar a un ser humano de carne y hueso llamado pastor. ¡Cuánta responsabilidad!

El pastor que desea ser un instrumento para la salvación de las personas debe volverse cada vez más experto en la ciencia de comunicar el evangelio con sabiduría y sencillez. Pero no debemos confundir sencillez con superficialidad. Y no cometamos el error de creer que profundidad equivale a que las cosas sean difíciles de entender. No complique la predicación. Sea claro y objetivo. Sea sencillo. Observe a los niños. Si comienzan a distraerse corriendo de un lado al otro usted está volando demasiado alto. Necesita descender al nivel de comprensión de sus oyentes.

Nunca se deje influenciar por la cultura o por el nivel intelectual de los que oyen la predicación. La salvación es la más profunda de todas las ciencias, y Jesús la comunicó con sencillez: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Eso es todo lo que el ser humano necesita saber. Jesús no dedicó tiempo para explicarle a Nicodemo los misterios de la teología. “Dios amó —dijo él—, y dio a su Hijo”.

Si un crítico experto en Homilética analizara hoy este sermón de Cristo, tal vez los consideraría demasiado sencillo. Pero Jesús no tenía interés en satisfacer la vanidad intelectual de Nico-demo. Su objetivo era salvarlo, y todo lo que él necesitaba saber era que Dios lo amaba tanto que dio a su Hijo para que muriera en su lugar.

La predicación de Cristo me emociona. A menudo vuelvo a leer el Sermón del Monte, lo estudio y medito en él, y trato de aprender la forma maravillosa como el Maestro sabía conquistar los corazones más endurecidos.

Si terminara aquí, hablando sólo de la sencillez de la predicación, me estaría equivocando. Después de todo, la predicación no es sólo un asunto de palabras claras o complicadas, de que se le entienda o no al predicador. Por encima de todo, es un asunto de vida. Por eso, cuando quiero aprender del Señor Jesús como predicador trato de no verlo sólo en el Monte de las Bienaventuranzas: también voy al monte donde él acostumbraba a pasar horas en comunión con el Padre. ¿Cómo me podría atrever, como predicador, a salvar a las personas fiándome sólo de técnicas humanas? ¿Qué de bueno puede haber en mi corazón capaz de ayudar a otros pecadores como yo?

En el Monte de la Oración, Jesús me enseña que no puede haber predicación sin vida. A las palabras se las lleva el viento; a la vida no. Toca otras vidas, ejerce influencia e inspira. Ningún pastor podrá ser un predicador eficiente sin tener tras sí una profunda vida de oración.

Y durante las horas solitarias de meditación, tal como Cristo, usted toca el Cielo con una mano, y entonces recibe la gracia y el poder, y después, durante la predicación, trata con la otra mano de alcanzar a los oyentes con la gracia y la salvación que provienen de Cristo. Esto le puede parecer locura a los hombres. Porque “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”. Piense en esto.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.