El verdadero pastor tomará interés en todo cuanto se relacione con el bienestar del rebaño, alimentándolo, guiándolo y defendiéndolo.

Al venir al mundo, Jesús tenía la misión específica de “buscar y salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Respecto de sí mismo, dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Luc. 4:18, 19).

Esta misión fue la misma conferida por Dios a los patriarcas y los profetas, y compartida con los discípulos, los apóstoles y los seguidores de Jesús en todos los tiempos. Moisés, por ejemplo, fue llamado por Dios con el fin de conducir a su pueblo desde la esclavitud egipcia hacia la libertad en Canaán. Al conducir a su rebaño a través de las amarguras del desierto, el patriarca fue una fuente de esperanza, un incentivador de ideas, un intercesor de fe, un inspirador de confianza en las promesas de Dios; un ejemplo de coraje y determinación; un modelo de certeza en la dirección de Dios y en su constante presencia junto a su pueblo.

Hubo otros fieles comisionados por el Señor, tales como Enoc, Noé y Abraham. ¿Cómo no reconocer la labor de los profetas, en su ministerio de advertencia y orientación al pueblo de Dios, llevándolo hacia el arrepentimiento y la salvación? ¿Cómo no encantarnos frente a la renuncia y la determinación de los discípulos y los apóstoles? La misión recibida por ellos es también la nuestra, como pastores, apacentadores y conductores de las personas a Cristo. Esta misión fue expresada por Jesús a Pedro: “[…] Apacienta mis corderos […] Pastorea mis ovejas […] Apacienta mis ovejas”.

Enfrentando desafíos

Sin embargo, la influencia de la modernidad, el avance científico y tecnológico, la búsqueda de realizaciones y de grandeza efímeras, y la sobrecarga de actividades, entre otros factores, tienden a transformar al pastor en un mero instrumento de las directrices humanas. Esta situación no es nueva. Ya en los tiempos bíblicos, los fieles atalayas de Dios enfrentaron desafíos y obstáculos en el cumplimiento de la misión.

La Biblia nos dice que Moisés conversaba cara a cara con Dios. Era su privilegio mantener una comunión personal con el Señor, actuar como portavoz en la comunicación entre Dios y su pueblo. Esta actividad jamás debía ser superada por otra; pero hubo un momento en el que Moisés se encontró sobrecargado con responsabilidades que podían agotarlo física, emocional y espiritualmente; además de desviarlo de lo que es esencial e importante. Entonces, fue advertido y aconsejado por Jetro, su suegro: “No está bien lo que haces […] Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las, y muéstrales el camino por donde deben andar y lo que deben hacer” (Éxo. 18:17-20). Moisés fue orientado a delegar responsabilidades entre asistentes escogidos (vers. 21,22).

Entre los profetas del Antiguo Testamento, Jeremías expresó, como nadie, el lamento de Dios en cuanto al incumplimiento de la misión por él confiada a sus atalayas (Jer. 6:14-16; 10:10, 11, 21; 13:20; 23:1- 4; 25:34-37; 50:6, 7). Pero, en medio de la situación prevaleciente, el Señor reavivó, a través del profeta, la esperanza de días mejores: “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia” (Jer. 3:15). “Yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten, y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová” (Jer. 23:3, 4).

Debemos ser esos pastores, trabajando en la simplicidad de Dios, bajo la espontaneidad y la inspiración del Espíritu Santo; sin dejarnos regir por las normas del individualismo ni de la carrera por la búsqueda de la grandeza personal. Entonces, veremos resurgir entre nosotros a los verdaderos pastores-apacentadores, por medio de quienes Dios operará maravillas inimaginables. Es oportuno que atendamos al consejo de Salomón: “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas, y mira con cuidado por tus rebaños; porque las riquezas no duran para siempre; ¿y será la corona para perpetuas generaciones? Saldrá la grandeza, aparecerá la hierba, y se segarán las hierbas de los montes. Los corderos son para tus vestidos, y los cabritos para el precio del campo; y abundancia de leche de las cabras para tu mantenimiento, para mantenimiento de tu casa, y para sustento de tus criadas” (Prov. 27:23-27).

En otras palabras, los bienes y las ventajas materiales, el poder y la fama, no durarán para siempre. Todo eso es fútil y efímero. Lo que realmente tiene valor, en el ministerio pastoral, es ver brotar la simiente del evangelio en el corazón de las personas y tomarlas para el Reino de Dios, para salvación eterna. Ninguna otra tarea pastoral es tan noble como la de conocer el estado de las ovejas, acompañar sus pasos, consolarlas, amarlas tiernamente y conducirlas a Dios.

La misma misión

Desde la perspectiva de Dios, la misión del pastor continúa siendo la misma de siempre. Él espera que cada pastor sea consciente de esa misión, siguiendo el ejemplo de Isaías: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás” (Isa. 50:4, 5).

“Un verdadero pastor tendrá interés en todo lo que se relacione con el bienestar del rebaño, y lo apacentará, guiará y defenderá. Se conducirá con gran sabiduría y manifestará tierna consideración para con todos, especialmente para con los tentados, afligidos y abatidos” (Obreros evangélicos, p. 198).

“Más de un obrero fracasa en su obra porque no se acerca a aquellos que más necesitan su ayuda. Con la Biblia en la mano, debe tratar, de una manera cortés, de aprender las objeciones que existen en la mente de aquellos que empiezan a preguntar: ‘¿Qué cosa es verdad?’ Con cuidado y ternura debe guiarlos y educarlos, como alumnos en una escuela. Muchos deben desaprender teorías que durante mucho tiempo creyeron ser la verdad” [ibíd.].

“Hoy los ministros de Cristo debieran tener el mismo testimonio que la iglesia de Corinto daba de las labores de Pablo. Aunque en este tiempo los predicadores son muchos, hay una gran escasez de ministros capaces y santos -de hombres llenos del amor que moraba en el corazón de Cristo. El orgullo, la confianza propia, el amor al mundo, las críticas, la amargura y la envidia son el fruto que producen muchos de los que profesan la religión de Cristo. Sus vidas, en agudo contraste con la vida del Salvador, dan a menudo un triste testimonio del carácter de la labor ministerial bajo la cual se convirtieron” (Los hechos de los apóstoles, p. 264).

Es urgente que retornemos a los orígenes, a las “sendas antiguas”. Nos corresponde hacer una entrega total, absoluta, sin reservas, al comando de Dios, para que experimentemos “cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2), y la cumplamos fielmente en nuestro vivir y en nuestro ministerio.

Sobre el autor: Pastor jubilado, reside en Vitoria, Espirito Santo, Rep. del Brasil.