Al valorar las riquezas y las bendiciones asociadas a las festividades, además de estar apercibidos de las dificultades que enfrentamos al observarlas, los cristianos -si lo desean- pueden explorar otra forma de participar de ellas. Su práctica debiera ser conducida con lucidez teológica, pero además con prudencia, sabiduría equilibrada, humildad, con una mentalidad abierta y con la disposición a aprender. Ciertas sugerencias prácticas pueden ayudar a los cristianos a hallar en ellas implicancias significativas para su vida y su adoración cristianas.

Sería versus debiera

Primeramente, entender el carácter no normativo de las festividades es importante. El Nuevo Testamento ofrece un buen ejemplo de cómo los cristianos debieran relacionarse con las festividades. Muchos pasajes nos informan respecto del carácter tipológico de los sacrificios, y expresan que no son normativos o necesarios para nuestra salvación. Por otro lado, en ninguna parte del Nuevo Testamento se establece que no se debieran observar; de hecho, Jesús y sus discípulos las celebraban. Posteriormente, los primeros cristianos (judíos en un contexto judío) al igual que Pablo, siguieron la misma práctica. Pero nunca sintieron que fuera necesario imponer la observancia de las fiestas a los gentiles que deseaban unirse a la comunidad de creyentes (Hech. 15).

Sabiamente, llegaron a la conclusión de “que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo” (Hech. 15:19-21). Así, la decisión apostólica se refiere a tres aspectos de la ley de Moisés: idolatría, ética, y las leyes mosaicas relacionadas con la dieta. Estas prescripciones tenían, como base, la lectura de los libros de Moisés “cada día de reposo”, lo que sugiere que el respeto por el cuarto Mandamiento, el sábado, también estaba implícito en el decreto apostólico. No hay ninguna referencia a las festividades; ni siquiera implícita. Esta actitud responde al principio de la tolerancia, no solo hacia los gentiles, que no debían ser sobrecargados con una carga innecesaria, sino también a los judíos que querían formar parte de la iglesia. Si se consideraba inadecuado cargar a los gentiles con un estilo de vida que les exigía cumplir con la ley de la circuncisión y las festividades judías, también habría sido inapropiado imponer un estilo de vida a los judíos que los obligara a abandonar sus costumbres. La palabra “debiera” no tendría que ser usada para imponer o privar la práctica de las festividades. No debiéramos decir: “Debes observarlas”, ni decir: “No debes observarlas”.

De manera sabia y significativa, Elena de White usa la palabra “sería”, y no debiera, para expresar su postura bastante positiva sobre el asunto: “También hoy sería bueno que el pueblo de Dios tuviera una fiesta de las cabañas” (Patriarcas y profetas, p. 582). Aunque esta declaración solo hace alusión a una fiesta, sugiere que ella hubiese estado a favor de explorar esa posibilidad, para las otras festividades. Esto se debe a la razón que ella da para conmemorarla, “una alegre conmemoración de las bendiciones que Dios le ha otorgado”: que podría aplicarse a otras festividades también. En cualquier caso, esta cita muestra no solo una actitud abierta de parte de ella -no tuvo miedo de explorar nuevos senderos- sino, además, una actitud de tolerancia y de sabiduría. De hecho, al usar la palabra “sería” en vez de “debiera” denota humildad y apertura, como así también respeto ante otro punto de vista. Tal actitud de tolerancia y prudencia debe recomendarse, pues evitará el riesgo de una reacción polarizada, que siempre se ha degenerado en radicalismo, fanatismo y, en última instancia, en dividir a la iglesia.

Un calendario para marcar

Si elegimos marcar las festividades en el calendario, lo debiéramos hacer con una clara comprensión de lo que significa esa fiesta desde una perspectiva adventista. La elección de mis palaras aquí, calendario para marcar en vez de litúrgico, y marcar las fiestas en vez de guardar u observar es deliberada e intencional. Marcar las fiestas no debiera ser impuesto como una obligación doctrinal, litúrgica ni administrativa para la iglesia. Más bien, puede proponerse como una oportunidad para recordar al plan salvífico de Dios, y nuestra identidad y misión proféticas. Puede servir como una oportunidad para enseñar, aprender y proclamar en el hogar, en la iglesia y en el mundo la gran dimensión del plan redentor de Dios.

Los festivales no son más que una herramienta pedagógica o de evangelismo que se pueden usar, tal como cuando usamos una maqueta del Santuario con la intención de transmitir un mensaje. Debe ser algo descriptivo e instructivo, no prescriptivo. Se queremos marcar o destacar una fiesta, sería aconsejable hacerlo en la época correspondiente, no porque queramos apegarnos a normas agrícolas, rituales o legales sino, más bien, como un momento en que otros también piensan en ello, tal como ocurre en Navidad o Pascua (a pesar de que estas son de otra naturaleza). Fuera de época, parecerá extraño para todos, ofensivo para algunos, y perderá su poder comunicativo.

El principal problema reside, sin embargo, en la forma en que las festividades podrían observarse, fuera del contexto bíblico, considerando la ausencia de instrucciones detalladas y sin las tradiciones judías que nos auxilien al celebrarlas. Para evitar iniciativas alocadas o creativas -que podrían menoscabar o comprometer todo el proyecto-, dos principios fundamentales debieran gobernar y guiar los intentos de celebrar una fiesta.

  • El respeto al origen en el cual se inspira la fiesta, a saber, las Escrituras y el testimonio de Israel. Aprenda sobre el carácter original de la fiesta e infórmese sobre las tradiciones judías asociadas a ellas. Evite las malas interpretaciones. Asegúrese de que las festividades no se conviertan en una excusa para promover sus propias ideas o pasatiempos que no se relacionan con la fiesta (danzas, manifestaciones carismáticas, hacer sonar de manera indiscriminada el shofar o el uso de vestimentas exóticas, entre otros). Estas prácticas se pueden considerar de mal gusto o como una falta de respeto.
  • Respeto al nuevo lugar en el cual la fiesta será realizada, básicamente, su iglesia. Consulte a sus líderes, incluyendo a las autoridades teológicas y a sus colegas (incluso, y especialmente, a los que no están de acuerdo con usted), con el fin de asegurarse de que la información que ha recabado sea consistente con la teología que profesa la Iglesia Adventista. Asegúrese de que su nueva experiencia no sea mal interpretada, que no ofenda a otros miembros, y de que en verdad sea edificante para la iglesia. Evite iniciativas aisladas, manténgase humilde y modesto, y no intente imponer sus puntos de vista y prácticas a otros miembros de iglesia. Sea prudente con sus emociones místicas o sentimentales sobre el tema, y no las confunda con la verdad divina o con el don del Espíritu.

Conclusión

A la pregunta “¿debiéramos observar las fiestas?”, mi respuesta es, sobre la base de todo lo que se ha planteado, un claro y transparente “no, no se requiere que guardemos las festividades”, por las siguientes razones:

1. Las festividades han perdido su carácter normativo pues han sido cumplidas en Cristo, y ya no se sustentan sobre la categoría de revelación bíblica. Las leyes concernientes a las fiestas son diferentes de aquellos como las del sábado y las alimentarias, que no están relacionadas con los sacrificios ni son dependientes del tiempo, y tienen un carácter universal. Resulta importante destacar que Dios no nos ha provisto con ninguna instrucción, ninguna ley que indique que las festividades debieran ser observadas fuera del Templo. Si Dios no nos ha dado tales indicaciones, ¿cómo podría requerirnos la observancia de estas leyes? Ahora solo dependemos de tradiciones humanas, que están fuera de la revelación bíblica.

2. No existe ninguna tradición y/o costumbre cristiana o adventista sobre cómo estas fiestas fueron y, por lo tanto, puedan ser observadas.

3. La misión específica y la identidad propias de la Iglesia Adventista no se definen como una entidad litúrgica que deba dar testimonio de una tradición litúrgica. En cambio, la Iglesia Adventista se asimila con una identidad profética, con un alcance y misión mundiales, trascendiendo las variedades culturales y las tradiciones, apuntando a un acontecer escatológico.

Por otra parte, esta aclaración no debe excluir las siguientes opciones:

1. El valor pedagógico de explorar y comunicar (verbalmente o de otra manera) las ricas verdades asociadas a estas festividades, a saber, su significado en cuanto al plan de salvación para el pasado, el presente y el futuro. Sin embargo, toda esta riqueza y belleza, testificadas por medio de las fiestas, no las convierten en leyes normativas para ser seguidas imperativamente. Quedan como una herramienta pedagógica.

2. Marcar las fiestas puede servirnos como una forma de contextualizar nuestro alcance hacia el pueblo judío, tal como se hace respecto de otros segmentos culturales. Incluso en este plano, podemos dudar de la eficacia, e incluso del valor ético, de este método para evangelizar.

3. Los judíos adventistas, al igual que sucedió con los primeros judíos cristianos, no debieran sentirse obligados a abandonar el gozo de celebrar las fiestas; nadie debiera desanimarlos de esta práctica. Las fiestas no solo pertenecen a su herencia cultural, sino también les provee un medio apropiado para alcanzar a otros judíos. En este aspecto, a la luz del mensaje profético y teológico de la Iglesia Adventista, su experiencia de las fiestas puede ser más rica ahora que en el pasado. Esas prácticas se implementarán, sin embargo, con una clara comprensión de que esas leyes y tradiciones no son normativas ni responden a la revelación profética para este tiempo.

La última lección que podemos aprender de las festividades, es la de relajarnos y de disfrutar nuestra vida religiosa. Todas las tensiones y las discusiones sobre si debiéramos observar o no las fiestas, de hecho, van en contra del espíritu que subyace en ellas. Lejos de propiciar una discusión tensa o de obligar a su observancia o no, el mensaje de las fiestas es, por el contrario, una invitación llena de gracia para el gozo y la paz.

Sobre el autor: Doctor en Teología y profesor de Hebreo y Exégesis del Antiguo Testamento en la Universidad Andrews, Estados Unidos.