La iglesia necesita ser revitalizada por un sistema de multiplicación de discípulos, líderes, ministerios, Grupos pequeños y congregaciones.
En la película “Cadena de favores”, cuyo título en inglés es “Pay it forward”, un profesor de Estudios Sociales desafía a los alumnos a crear algo que pueda transformar el mundo. Incentivados por el desafío, uno de los alumnos crea un nuevo juego llamado “Cadena de favores”, en la cual, por cada favor que alguien recibe, debe retribuirlo a otras tres personas. Sorprendentemente, la idea funciona, promoviendo un movimiento activador de cambios, que conduce a diversas personas a encontrar un nuevo sentido a la vida.
Desde el día en que Dios dijo a Adán y a Eva: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra” (Gén 1:28), la multiplicación ha sido el secreto para el crecimiento de la humanidad, hasta llegar a la proporción de explosión demográfica (poblacional). Todo ser vivo y saludable debía multiplicarse: animales, plantas, personas. Ese principio también ha sido el secreto para el desarrollo de una corriente del bien, por medio de la expansión del Reino de Dios. El mejor ejemplo de ello es el ministerio de Jesús. En primer término, él dedicó mucho a la preparación de los doce discípulos que, a su vez, recibieron la misión de hacer discípulos a más personas, las cuales harían nuevos discípulos (Mat. 28:19, 20).
Fundamento bíblico
La Gran Comisión no es más que un llamado a la multiplicación continua.[1] La iglesia debía ir a muchas naciones o grupos de personas, a fin de transmitir la fe (Hech. 1:8). Y la mejor forma de lograrlo era plantando iglesias nativas, donde la gente pudiesen ser instruida, bautizada, y continuamente discipulada en la Palabra de Dios.
Comenzando por la dispersión de los cristianos en Jerusalén (Hech. 1:8), el Nuevo Testamento presenta varios relatos de esos cristianos que iban a todos los lugares con el fin de multiplicar iglesias (Hech. 9:31). La Biblia es muy clara al afirmar que, en aquellos días, la iglesia apostólica se reunía y se multiplicaba en los diferentes lugares (Col. 4:15; Rom. 16:5; Fil. 2). No por casualidad Lucas utiliza la expresión “asolaba la iglesia, entrando en las casas”, para describir el ambiente en el que Saulo realizaba su persecución (Hech. 8:3). De la misma forma, en el registro de sus tres viajes misioneros, Pablo multiplicaba discípulos e iglesias por donde quiera que fuese (Hech. 14:21-23). Él también era consciente de la prioridad de invertir tiempo en la multiplicación de líderes que, a su vez, debían crear otros líderes (2 Tim. 2:2).
La estrategia de priorizar la multiplicación de líderes e iglesias, en vez de solamente hacer conversos, revolucionó la ciudad de Éfeso, de manera tal que “todos los que habitaban en Asia […] oyeron la Palabra del Señor Jesús” (Hech. 19:10). Como Christian Schwarz indicó en su investigación sobre el desarrollo natural de la iglesia, las iglesias necesitan tener una comprensión más amplia respecto del crecimiento del Reino de Dios. Para eso, sugiere seis principios de desarrollo natural, de los cuales la multiplicación es uno de ellos:
“Principio de la multiplicación en todas las áreas de la iglesia. Así como el verdadero fruto del manzano no es una manzana sino otro manzano, el verdadero fruto de un Grupo pequeño no es un cristiano más sino un Grupo pequeño más; el verdadero fruto de una iglesia no son nuevos grupos, sino nuevas iglesias; el verdadero fruto de un líder no son seguidores, sino nuevos líderes; el verdadero fruto de un evangelista no son los conversos, sino más evangelistas. Siempre que este principio es comprendido, los resultados son inmensos”.[2]
Ejemplo de los pioneros
Alguien observó que “no necesitamos un huevo de oro, necesitamos un ganso que ponga huevos de oro”.[3] Ese principio de la multiplicación está ejemplificado en la experiencia de George Whitefield y John Wesley, proporcionando un evidente contraste entre la eficacia del liderazgo apostólico, que inició métodos multiplicadores, y la de aquellos que no lo hacen. Esos dos hombres fueron utilizados por Dios con el fin de producir un reavivamiento que comprendió a dos continentes en el siglo XIX. Ambos estaban intelectual y espiritualmente capacitados, y eran sensibles a las diferencias culturales.
No obstante, cuando comparamos los frutos de los dos ministerios al final de sus vidas, percibimos una diferencia radical. Whitefield, considerado el príncipe de los predicadores, predicó a millares de personas. Pero su impacto sobre el crecimiento de la iglesia fue insignificante porque no se preocupó en hacer discípulos y en multiplicar líderes y grupos. John Wesley fue usado por Dios con el fin de convertir millares de nuevos miembros. Pero, no había líderes suficientes para supervisar ese crecimiento. Por lo que, atendiendo a la sugerencia de su madre, Wesley desarrolló un sistema multiplicador, para ayudar a los nuevos miembros a desarrollarse a fin de ocupar posiciones de dirigencia en el movimiento, mientras ellos mismos se ocupaban haciendo y multiplicando discípulos y nuevas iglesias.[4]
Muchos de los pioneros adventistas del séptimo día habían sido metodistas; entre ellos, Elena G. de White. Ella entendía claramente que la iglesia adventista debía ser un movimiento multiplicador de nuevos discípulos y nuevas iglesias; una organización en misión, no una organización para cuidar solamente de las congregaciones existentes. “Según la instrucción que he recibido, no debemos estar excesivamente ansiosos por amontonar demasiados, intereses en una misma localidad, sino que debemos buscar lugares en distritos alejados y trabajar en nuevos sitios […] La simiente de la verdad debe sembrarse en los centros no cultivados […]. Ello cultivará un espíritu misionero para trabajar en nuevas localidades. El egoísmo que se manifiesta al mantener grandes congregaciones, no es el plan del Señor. Entrad en todo nuevo lugar posible, y comenzad la obra de educar vecindarios que no han oído la verdad”.[5]
Elena de White también se preocupó de multiplicar líderes plantadores de iglesias. En lugar de utilizar a las mismas personas para abrir iglesia tras iglesia, ella sentía que las nuevas iglesias debían proveer el liderazgo para continuar el proceso: “A medida que se establezcan iglesias, debe hacérseles entender que aun de entre ellas han de tomarse hombres para que lleven la verdad a otros y hagan surgir nuevas iglesias; por lo tanto todos deben trabajar y cultivar hasta el máximo los talentos que Dios les ha dado, educando sus mentes para empeñarse en el servicio de su Maestro”.[6]
Objeciones
Actualmente, hay líderes que desean un crecimiento saludable para sus iglesias, pero no consideran la multiplicación de líderes, de pequeños grupos y de iglesias. Aunque los críticos no declaren sus objeciones de manera directa y clara, algunas pueden ser identificadas:[7]
Mentalidad de “mientras más grande, mejor”. Para muchos, la idea de establecer una gran iglesia es más atractiva que multiplicar comunidades. Piensan que la mejor estrategia denominacional debía ser la de ayudar a las iglesias pequeñas a volverse iglesias grandes. Con todo, las estadísticas no avalan la idea de que el tamaño de la iglesia es la mejor manera de alcanzar a las personas; al contado, las iglesias nuevas y más pequeñas son más eficientes en la evangelización que las iglesias antiguas y grandes.[8]
Mentalidad de dependencia pastoral. Tanto la mentalidad megalomaníaca y la tendencia a depender del pastor, buscan limitar al máximo el número de iglesias en determinada área. Cualquier propuesta de abrir una nueva iglesia encuentra resistencia porque, para los miembros, lo ideal es copiar el modelo de iglesias modernas, que poseen un pastor dedicado a suplir sus necesidades. Sin embargo, para Elena de White, la dependencia pastoral evidencia que esas iglesias no fueron discipuladas, y necesitan convertirse.[9]
Mentalidad de revitalización de las organizaciones. Este es el supuesto ideal de algunos líderes que defienden la idea de que la denominación debe concentrarse en rescatar iglesias que están desfalleciendo, antes que intentar abrir nuevas iglesias. ¿Por qué deberíamos abrir una nueva, cuando hay muchas vacías? Es triste observar que muchas iglesias fueron abiertas de manea errada y en un lugar equivocado. Otras, son víctimas de un liderazgo rígido y un legado tradicionalista. No obstante, salvar iglesias desfallecientes es mucho más difícil y costoso que abrir una nueva. Una estrategia ideal debería incluir esfuerzos para revitalizar iglesias decadentes además de, en forma simultánea, plantar nuevas iglesias. Plantar iglesias es un factor catalizador, para la renovación de iglesias ya existentes.[10]
Mito de “lo ya alcanzado”. Esta mentalidad desanima la plantación de nuevas iglesias en algunos campos que posean, por lo menos, una congregación en cada ciudad. Estadísticamente, se vanaglorian de que su territorio ya está evangelizado. Con todo, el hecho es que millones de personas, en diferentes grupos sociales y culturales, están dispersas por su geografía, sin que ningún esfuerzo serio sea hecho con el fin de alcanzarlas.[11]
Aunque algunas personas se opongan a la idea de multiplicación de pequeños grupos y la plantación de nuevas iglesias, necesitamos hacerlo porque es bíblico. Y, aunque haya cierta resistencia por parte de algunos, en las regiones en las cuales la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha priorizado la multiplicación de iglesias se ha verificado un vigoroso crecimiento. Incluso las iglesias pentecostales están experimentando el valor de esa práctica.
Estrategia de multiplicación
Una estrategia para multiplicar iglesias debe incluir por lo menos seis ingredientes, que responden a seis cuestiones básicas. Primero, ¿qué área está usted intentando alcanzar? La respuesta consiste en seleccionar el mejor lugar disponible para plantar una nueva iglesia. Segundo, ¿a qué personas desea alcanzar? La respuesta incluye descubrir el perfil del público-objetivo. Tercero, ¿quiénes tomarán parte en el proyecto? La respuesta debe considerar la selección y el entrenamiento de un equipo de evangelistas pioneros. Cuarto, ¿cómo preparará a la comunidad para que reciba la Palabra? La mejor respuesta es proveer un abordaje integral de cultivo, basado en el método de Cristo. Quinto, ¿cuál será el método de convocatoria a ser usado? ¿cuál será el proceso de discipulado para los nuevos miembros? Finalmente, ¿dónde se reunirá la nueva iglesia?
Exploremos un poco más esas preguntas.
Elección del área. En el proceso de escoger un buen lugar para iniciar una nueva iglesia, o elegir, entre varias comunidades, cuál debería ser alcanzada en primer término, las siguientes preguntas son básicas: La población ¿es lo suficientemente grande como para brindar soporte a una iglesia? El área en consideración ¿está creciendo? ¿En qué dirección la ciudad se está expandiendo? ¿Cómo está distribuida la población en la actualidad, y cuál es la proyección para los próximos veinte años? ¿Existen terrenos disponibles, bien localizados, y a precios razonables? ¿Existen auditorios, salones o escuelas, para atender una necesidad inmediata? ¿Hay un núcleo maduro de creyentes que residan en la región? ¿Están ellos deseosos de iniciar una nueva iglesia? ¿Existen personas interesadas en el evangelio? Acaso, ¿existe una “iglesia madre”, a una distancia máxima de cinco kilómetros, dispuesta a apoyar el proyecto con oraciones y recursos?
En mi experiencia, ha sido más difícil trabajar en barrios habitados por una población largamente establecida, que esté afiliada a iglesias tradicionales. Por otro lado, barrios de ingresos muy bajos raramente tendrán el potencial financiero para que la iglesia sea autosustentable. Se debe evitar, también, áreas industriales, perímetros de estadios y, en algunos casos, cementerios. Generalmente, en ellos existe poco tránsito de gente y pocas casas para ser alcanzadas.
Estudio demográfico. El segundo ingrediente es definir el grupo poblacional a ser alcanzado. Hay abundante información estadística disponible en páginas de organismos oficiales y en secretarías de comunas. Al analizar ese material demográfico, existen por lo menos cinco cosas que el plantador de iglesias debe saber. Primeramente, descubrir la composición socioeconómica de la comunidad, observando dónde habita cada grupo. ¿Cuál es la franja etaria media de la población y su estado civil? ¿Existen más solteros, casados o jubilados? En cuanto a la tendencia migratoria, ¿quiénes están saliendo y quiénes están llegando? En tercer lugar, conocer las iglesias presentes en el área en consideración. ¿Cuáles son las denominaciones existentes? ¿Cuál es el promedio de asistencia a esas iglesias y la composición social de sus miembros? En cuarto lugar, ¿qué tipo de problemas enfrentan las personas? Y, finalmente, ¿cuáles son sus necesidades?[12]
Desarrollo del núcleo. Una posible fuente de reclutamiento de personas que se convertirán en el núcleo de la nueva congregación es la “iglesia madre”. El pastor deberá apelar a las familias voluntarias, que residan en el área seleccionada, a fin de que se integren en un pequeño grupo allí. Debemos ser cuidadosos de no grupos. Sin ellos, las iglesias no serán saludables, ya que tendrán dificultades para asimilar nuevos miembros así como para capacitar nuevos líderes.
Cultivo del campo. Una vez que el núcleo se haya conformado, se reunirán en pequeños grupos, y es importante entrenar líderes para realizar actividades de cultivo del área. Una forma de hacerlo es aplicar el método de Cristo, en el contexto urbano. Siendo más específico, la misión de Cristo puede ser resumida en hacer amigos, realizar actos de compasión y compartir las buenas nuevas.[13] Una presentación integral de ese mensaje necesita de planificación, programas o ministerios que alcancen a las personas de la comunidad y atiendan a sus necesidades físicas, emocionales y espirituales.
Por ejemplo, se pueden realizar programas de orientación sobre estrés, recuperación de los traumas de divorcio, enriquecimiento matrimonial, ministerio a los solteros, educación de los hijos y cursos de capacitación profesional. Es posible integrar materiales bíblicos, de una forma apropiada, para tratar con gentes sin religión. Otra manera es demostrar el carácter de Dios buscando medios comunidad. No obstante, si el equipo de plantadores de la nueva iglesia no fuese intencional en la práctica del evangelismo, la nueva iglesia perderá su objetivo y celo evangelizadores. Para realizar el evangelismo, son necesarias dos cosas. La primera es incluir una estrategia individual. Los componentes del núcleo necesitan asumir la responsabilidad personal de alcanzar personas en la comunidad. Algunas sugerencias: elaborar un listado con el nombre de personas interesadas y orar diariamente por ellas; cultivar relaciones; atender a las necesidades de las personas; crear y esperar momentos oportunos para dar testimonios.
La segunda cosa necesaria para el evangelismo es la elaboración de una estrategia corporativa, durante el primer año. El método tradicional de proselitismo en la iglesia adventista ha sido el evangelismo público. La tragedia es que muchas iglesias usan ese método como siembra, cultivo y cosecha, en vez de usarlo solamente como instrumento de cosecha. Otras han descartado el evangelismo público, con la intención de usar metodologías de las iglesias evangélicas que, en la mayoría de los casos, no han colocar más de un quince por ciento de personas de la “iglesia madre”, que no debe tener menos de cien miembros. En ese núcleo, es importante tener varias personas de la misma extracción social de la gente que la iglesia pretende alcanzar, ya como interesados o como ex adventistas.
Definido el núcleo, el plantador debe trabajar diligentemente, con el fin de establecer un censo de la comunidad entre los miembros de ese pequeño grupo, considerándolo un microcosmos de la nueva iglesia. Las iglesias que planifican y crecen precisan enfatizar tanto las reuniones de evangelización como los pequeños de ayudar a las personas carecientes y sufrientes en la ciudad, a través de proyectos de compasión y solidaridad. Esas actividades despertarán la simpatía de la comunidad, además de proveer de contactos significativos para las actividades evangelizadoras. Además de esos métodos, se puede también utilizar abordajes tradicionales, como estudios bíblicos y literatura.
Evangelismo. Es posible comenzar una iglesia en una campaña de evangelización. De hecho, es hasta más sencillo atraer miembros de otras congregaciones adventistas que ganar nuevos discípulos en la funcionado en el contexto adventista. El evangelismo es un proceso, y la cosecha es parte de ese proceso. Si esos ingredientes no fuesen incluidos, tendremos poco éxito.
Provisión del edificio. Una de las fases más críticas de la plantación de iglesias es la adquisición de un terreno y la construcción de la casa de culto. El error más común es la tentativa de construir el templo incluso antes del esfuerzo para conquistar personas, y edificar la congregación numérica y espiritualmente.
Elena de White sugiere el momento de la construcción: “Cuando se despierta un interés en una ciudad o pueblo, este interés debe ser atendido. El lugar debe ser trabajado cabalmente, hasta que se erija una humilde casa de culto como una señal, un monumento del día de descanso de Dios, una luz en medio de las tinieblas morales”.[14] Para ella, “cuando iniciamos la obra en un nuevo campo y reunimos a un grupo de creyentes, los dedicamos a Dios y luego nos empeñamos en la tarea de unirlos a nosotros en la edificación de una humilde casa de culto. Luego, cuando la capilla ha quedado terminado y ha sido dedicada al Maestro, vamos a nuestros campos”.[15]
La iglesia necesita ser revitalizada con el establecimiento de un sistema de multiplicación de discípulos, líderes, ministerios, Grupos pequeños y congregaciones. En vez de buscar el crecimiento por adición, tenemos que crecer de manera exponencial. El establecimiento de un sistema multiplicador comienza con el proceso de instruir a los miembros y los pastores. El proyecto de Dios para su iglesia es activar una “corriente del bien”, que resulte en la salvación de una multitud que nadie pueda enumerar, “de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, que estaban en pie delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en las manos” (Apoc. 7:9).
Sobre el autor: Evangelista de la Asociación Paulista del Este, Rep. del Brasil.
Referencias
[1] Christian Schwarz, Desenvolvimento Natural da Igreja, p. 69.
[2] Ibíd., p. 68.
[3] Russel Burrill, Rekindling a Lost Passion, p. 67.
[4] Robert E. Logan, Raising Leaders for the Harvest, p. 34.
[5] Elena de White, El evangelismo, p. 39.
[6] Servicio cristiano, p. 77.
[7] Ed Stetzer, Planting Missional Churches, pp. 7-13.
[8] Emilio Dutra Abdala, Guia de Plantío de Igreças, pp. 34-36.
[9] White, El evangelismo, p. 280.
[10] Stuart Murray, Church Planting: Laying Foundations (Scottsdale, PA: Herald Press, 2001), p. 25
[11] White, El evangelismo, p. 276
[12] Aubrey Malphurs. Planting Growing Churches, p 268.
[13] Elena de White, Obreros evangélicos, p. 376.
[14] El evangelismo, pp. 275, 276.
[15] Ibíd, p. 279.