La basura es parte de nuestra historia. Los griegos y los romanos desarrollaron el hábito de enterrar sus residuos. En la Edad Media, la basura acumulada provocó epidemias como la peste negra, cólera, fiebre tifoidea y contaminación de las aguas, con sus consecuentes enfermedades y riesgos para la salud. La revolución industrial del siglo XIX multiplicó la producción de materiales y aumentó el consumo. En el año 1874, en Nothingham, Inglaterra, funcionó la primera incineradora de basura.

El siglo XX introdujo una diversificación y multiplicación de producción y consumo. Así, los pañales de tela y las botellas reciclables fueron reemplazados por fibras sintéticas y plásticos. Nueva información llegó e incrementó la preocupación: se produjo el deterioro de la capa de ozono y el calentamiento global, provocados por la emisión de gases; y el cuidado del medioambiente y el creciente interés por la ecología.

El libro “Seis razones para disminuir la basura en elmundo”-escrito por Nilson Machado y Silmara Casadei, publicado en San Pablo, en 2008- presenta tres actitudes consensuadas y promovidas en el mundo para disminuir los problemas que produce la basura: Reducir, Reutilizar y Reciclar. Las “tres erres” (3R) puestas en práctica generan muchos beneficios, entre los que se destacan la disminución de la contaminación de la tierra, del agua y del aire; la disminución de los desperdicios, el cuidado de la salud y la prolongación de la vida, tanto en calidad como en cantidad.

Nuestro incipiente siglo XXI se lleva todos los premios: el aumento desenfrenado del consumo y el uso de materiales no biodegradables; equipos electrónicos y nucleares que causan un caos planetario, a tal punto que el tema se transformó en una de las mayores preocupaciones de nuestros días.

Cada año, se generan treinta tallones de toneladas de basura en nuestro planeta. En los países más desarrollados, la producción diaria de basura sobrepasa los tres kilos por persona. Por definición, la basura, o residuo, es el restante de un determinado producto o sustancia.

Pensar que el producto recién salido de las manos del Creador era perfecto. El control de calidad aplicado produjo la siguiente evaluación: todo era bueno, muy bueno. Más que bueno: todo perfecto, tanto el ambiente, como la naturaleza y el ser humano.

Lamentablemente, un intruso llamado pecado se infiltró en el producto original perfecto. Extrañamente, el ser humano escogió degradarse a sí mismo, transformarse en basura, un residuo, un resto. Nosotros somos parte de esta basura, de esta materia en descomposición que genera frustración, dolor y muerte. De un producto perfecto, nos convertimos en material descartable, basura y residuo biodegradable. El apóstol Pablo, cuando vio esta realidad, percibiendo el costo de tener este asesino en su cuerpo, es decir, el pecado, exclamó “Miserable de mí, ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:24). Felizmente, el mismo Espíritu que le permitió reconocer su situación lo llevó al remedio: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 7:25). Este es el mensaje del evangelio, esta es la esperanza para un mundo y una humanidad invadidos, carcomidos y destruidos por la presencia del pecado. El Señor no nos lanza fuera; su propósito es reciclarnos.

El plan de Dios también incluye las 3R. Él quiere reducir los residuos a su exponente mínimo: nada de basura; quiere terminar con las obras del pecado, destruir las obras del diablo; quiere habitar en nuestros corazones para limpiar completamente nuestra vida con la sangre redentora de Jesús. Quiere reutilizar este residuo, que es nuestra vida, resto de ese producto original perfecto. Quiere reutilizar mi vida como un vaso nuevo y limpio, como un canal que distribuya agua de vida que proviene del Trono y de la misericordia de Dios. Quiere reciclar la tierra, el aire y el mundo; terminar con el caos planetario y acabar con la basura del pecado. Quiere golpear las puertas de los cementerios y despertar con vida a aquellos que descansan en las promesas del Señor. Desea transformar a los seres vivos que lo esperan en nuevas criaturas; lo mortal en inmortal, lo corrupto en incorruptible. Quiere terminar con el llanto, el dolor, las lágrimas. Anhela reciclar con tanta maestría y perfección al punto que todo será nuevo; c lo antiguo no habrá más memoria ni recuerdo, reciclado total y definitivamente.

La destrucción de las almas es la ocupación regular de Satanás y de sus agentes en la tierra. La salvación de personas es la obra de todo seguidor de Cristo, por muy débil que sea. Cuando el interés egoísta toma primacía y la salvación de otros ocupa un lugar secundario -si llega a ocurrir- entonces se está trabajando en el bando de Satanás. La salvación de las almas debe ir primero, porque Satanás anda como león rugiente buscando a quien devorar. Necesitamos sacar a las personas de su camino. Tenemos que tener discernimiento y fe, y trabajar con el fin del salvar una vida que perece, donde algún descuido de nuestra parte podría ser causa de muerte.

“Cierto hombre, cuando la iglesia de Escocia estaba tomando algunas decisiones que implicaban el abandono de algunos principios de su fe, al dejar a un lado algunas de sus firmes normas, se decidió a no ceder nunca ni en una jota ni en una tilde. Se arrodilló delante de Dios y suplicó: “Dame Escocia; si no, muero” Su oración importuna fue escuchada. Oh, si se pudiera escuchar por todas partes la ferviente oración de fe: Dame las almas sepultadas ahora debajo de la basura del error; si no, muero. Traigámoslas al conocimiento de la verdad tal como es en Jesús”.[1]

Somos miserables, pero alcanzados por el Sublime, transformados y utilizados por él, podemos acabar con los residuos del pecado, y disfrutar con él y con todos los santos de la belleza de la eternidad. ¡Gracias, Señor, por redimirnos y reutilizarnos como mensajeros de esperanza para luego ser reciclados para tu Reino!

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.


Referencias

[1] Elena de White, Cada día con Dios, p. 169.