Al actuar con sabiduría para detener una crisis eclesiástica, los apóstoles definieron cuatro prioridades fundamentales del ministerio pastoral.

En su relato de los acontecimientos que marcan el inicio de la iglesia cristiana, Lucas registra: “En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hech. 6:1-7).

Al actuar con sabiduría para solucionar una incipiente crisis eclesiástica, los apóstoles, según este texto, definieron cuatro prioridades fundamentales del trabajo pastoral. Primeramente, ellos confirmaron su compromiso con el ministerio de la oración. En segundo lugar, se comprometieron con el ministerio de la Palabra. Entonces, crearon una estructura para formar la próxima generación de líderes. Finalmente, también se comprometieron a atender las necesidades de las personas; en este caso, las viudas griegas.

Actualmente, la iglesia se encuentra desesperadamente necesitada de captar la esencia del rol bíblico del pastor. Necesitamos restaurar la esencia de lo que significa ser un pastor como Jesús, Pablo y Pedro. Al hacer esto, la iglesia volverá a su esencia: una comunidad bíblica, que trabaja unida a Cristo y conquista al mundo.

Cuando los pastores viven y ministran como Jesús, se hacen responsables de modelar ante la congregación una visión que ella debe ejemplificar. Así, la nueva generación de líderes es convocada al trabajo de ministrar y evangelizar. El líder moldea el corazón y la pasión de la comunidad. El verdadero liderazgo afecta el alma de la organización y el espíritu de las personas. El apóstol Pablo hace eco del mismo sentimiento cuando dice que, como líderes, debemos ser “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Tim. 4:12). Así, el líder espiritual moldea el corazón de la congregación, a fin de que esté unida a Dios; continuamente, construye una nueva generación de líderes que atiende las necesidades de las personas, creando oportunidades para llevarlos a Cristo.

Ministerio de oración

En el ejercicio de su función de liderazgo pastoral, lo primero que hicieron los apóstoles fue construir su relación con Dios -como hizo Jesús- y llevar a los nuevos creyentes a hacer lo mismo (Hech. 2:42-47). No creo que sea coincidencia el hecho de que Jesús instruyera a sus discípulos para que priorizaran su relación con Dios antes de predicar el evangelio en Jerusalén, Judea, Samaria y los confines de la tierra (Hech. 1:4-5). Para Jesús, la oración era tan importante que lo llevó a decir que separados de él nada podríamos hacer. No dijo que sin él no podríamos hacer algunas cosas, o cosas pequeñas, sino absolutamente nada.

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:1-5). Cristo nos llama a habitar en él. La primera actividad del pastor es responder al llamado de conocer a Jesús, íntima y apasionadamente.

El peligro que la mayoría de los pastores enfrenta es confiar mucho en estrategias, técnicas, recursos humanos, talentos, habilidades y el carisma personal. Pero la Palabra de Dios asegura: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). Las palabras “ejercito” y “fuerza” pueden ser traducidas como recursos humanos concebibles. Siempre pensamos que si tenemos esos recursos Dios obrará. La Escritura es bastante enfática en aclarar que son inadecuados para hacer cualquier cosa para Dios.

Jesús fue claro cuando dijo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Sin embargo, existe un área en la que muchos pastores no han sido tan efectivos como deberían, y es la de enfatizar la importancia de que sus iglesias se conviertan en comunidades de oración.

Cuando hablo a pastores sobre la necesidad de más oraciones fervorosas, la mayoría piensa en la cantidad de personas que asisten a los cultos de oración. Esto es solo una pequeña parte. Necesitamos que nuestros hogares y nuestras iglesias sean conocidos como casas de oración. Necesitamos crear una cultura de oración. Necesitamos inspirar, motivar y educar a nuestros hermanos para orar de manera individual y colectiva. Los pastores deben ejemplificar y hablar de su propia experiencia en la oración. Ellos deben reconocer a aquellos que oran y reciben respuestas tangibles a sus oraciones.

Mi jornada con Dios

Una de las iglesias que pastoreé tenía aproximadamente cuarenta miembros, todos desanimados. El futuro les parecía sombrío y sin esperanza. Yo estaba interesado en convertirme en un especialista en crecimiento de iglesia, y vi en aquella iglesia la oportunidad para implementar todos los métodos y las estrategias de crecimiento de iglesia que había aprendido. Después de tres años y medio de arduo trabajo, el número cayó de cuarenta a treinta. Yo quería ser especialista en crecimiento de iglesia y me convertí en especialista en disminución de iglesia.

Después de ese fracaso, pensé en dejar el pastorado, pero mi esposa me desafió a orar, tratándolo como algo vital. Inicialmente, estaba a la defensiva en cuanto a emplear tiempo para estar con Dios. Íntimamente, yo sabía que estaba tratando a Dios y la oración de manera muy casual, confiando más en mis métodos y en mis habilidades. Finalmente decidí pasar todos los lunes en oración y ayuno.

Un lunes por la mañana, decidí pasar el día en la iglesia, orando, meditando, leyendo la Biblia y cantando. Planifiqué orar por todas las familias de mi congregación. Llegué a las 8 y me arrodillé al lado del primer banco, para orar por las familias que se sentaban allí. Pocos minutos después, me sorprendí dormitando y siendo despertado por el teléfono. Por causa de imprevistos, preparación de sermones, visitación y reuniones de comisiones, terminé orando poco aquel día y en lo restante de la semana.

Pocos días después, mientras pensaba sobre mi experiencia, temí no cumplir mi compromiso con Dios. Resolví continuar y emplear por lo menos media hora cada día a la oración, además de los lunes de oración y ayuno. Los pocos minutos invertidos en esta práctica se fueron ampliando cada vez más, y descubrí que el problema con el tiempo empleado en comunión no estaba en los compromisos pastorales, sino en mí mismo. Yo tenía que tratar mi corazón y pedirle a Dios que restaurara mi pasión por él.

Seis meses después, un sábado por la mañana, mientras predicaba, divisé a una familia nueva; esposo, esposa y dos hijas de siete u ocho años. Pensé que estaban viajando y que resolvieron visitar la iglesia. Al saludarlos, le pregunté al esposo: “¿Qué los trae por aquí, están de viaje?” Él respondió: “Vivimos al otro lado de la calle”. Me contó que había estado pescando en Alaska durante el verano anterior con su jefe, un ex adventista que tenía el hábito de reunir al equipo y explicar su filosofía de vida. Cierto día, el jefe dijo: “Algún día, si ustedes tuviesen que escoger una iglesia, escojan la Iglesia Adventista del Séptimo Día”. Mi visita se olvidó del incidente hasta que un día la esposa le dijo: “Tenemos dos hijas y necesitamos ir a una iglesia. Vamos a la Iglesia Católica, que fue la de mi infancia”. Él le respondió: “Nada de eso. Mi jefe recomendó la Iglesia Adventista. Entonces, es esa o ninguna”. La esposa replicó: “No importa, con tal de que sea una iglesia”. Tres meses después, tuve el privilegio de bautizar al matrimonio. Eso me marcó. Aprendí que el Dios del universo estaba oyendo las oraciones de un pastor desanimado.

Después de ese bautismo, le conté a la iglesia sobre mi lucha con la oración y cómo Dios había contestado. Les hablé sobre cómo intenté hacer crecer la congregación usando métodos y teorías. Entonces, un hombre pidió la palabra y dijo: “Mi familia y yo dejamos la iglesia treinta años atrás. Después de una gran crisis personal, volví. Me comprometo a orar por mis cinco hijos y sus familiares, hasta que todos vuelvan”. Ese testimonio desencadenó una serie de otras manifestaciones de personas que se comprometieron con el ministerio de la intercesión.

Aproximadamente ocho años después, aquel grupo de personas desanimadas se multiplicó hasta el número de quinientos fieles seguidores de Cristo. Dios operó maravillosamente. Las teorías de crecimiento de iglesia no funcionaron, pero la oración transformó mi vida y a mi congregación. Yo sé que cambiará la suya.

Predicación de la Palabra

Jesús prometió que, después de recibir al Espíritu Santo, los discípulos serían testigos en la predicación del evangelio. ¿Cómo recibirían ese poder? Lucas responde: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hech. 1:14). Inmediatamente después de recibir poder, ellos hablaron en lenguas y compartieron el evangelio con el pueblo que se encontraba en Jerusalén. Pedro predicó su poderoso sermón, que resultó en la conversión de tres mil personas.

La iglesia primitiva se dedicaba a la oración, a la comunión y a la doctrina apostólica. Hechos 2:42 se refiere a la doctrina de los apóstoles, que significa verdades del Nuevo Testamento, como también las instrucciones apostólicas sobre el Antiguo Testamento. Los apóstoles habían aprendido del propio Cristo la importancia de ministrar la Palabra de Dios. La lectura de la Palabra escrita de Dios fue parte importante del ministerio de los discípulos desde el inicio.

El segundo elemento importante del rol bíblico del pastor es la fidelidad a las Escrituras, pues ellas son la revelación especial de Dios. La lealtad a la Palabra de Dios revela obediencia a la voluntad o revelación de Dios. Predicar es más que la espontánea expresión de ideas de un hombre. Debe estar en armonía con el cuerpo de la revelación que Dios nos dio sobre sí mismo.

El ministerio de la Palabra se revela en muchos sermones evangelizadores registrados en el libro de Hechos. Pero, aparentemente, también había predicación y exhortación para los cristianos cuando se reunían para celebrar la Cena del Señor (Hech. 20:6). Las necesidades evangélicas, educacionales y de edificación volvieron esencial la inclusión de la Palabra en el ministerio de la iglesia. Los apóstoles fueron llamados a ministrar la Palabra (Hech. 6:6). Los líderes de iglesia deben ser capaces de enseñar la Palabra de Dios (2 Tim. 3:2).

A medida que aprendía más sobre la importancia de la Palabra de Dios, mi pastorado cambiaba. Enfaticé más la Palabra de lo que lo había hecho antes. En el pasado, la Palabra era un compendio de doctrinas, conocimiento sobre Dios y una fuente de ideas para sermones. Entonces, ella se convirtió en fuente de poder, transformación y cambio. Desarrollé una pasión intensa por la Palabra. Comencé a enseñar sobre ella con claridad y eficacia. Noté que algo comenzó a cambiar en mí.

Uno de los cambios fue el hábito de autoevaluarme. Mientras leía, me preguntaba: “¿Qué hay en mi vida que necesita ser cambiado, transformado o reavivado?” Al leer la historia de Jonás, me preguntaba: “¿De qué manera estoy mostrando rebelión contra Dios? ¿De qué forma estoy separándome de él? ¿Amo al perdido tanto como él?” Estas peguntas revolucionaron mi lectura bíblica y mi vida. Enseñé esos principios en mi iglesia, y comencé a ver que ocurrió lo mismo con ella. En nuestra jornada con Dios, pasamos del conocimiento al poder; del conocimiento del texto al conocimiento de Dios y transferimos nuestro control del texto a Dios, a fin de ser transformados.

La Palabra de Dios es viva y más eficaz que una espada de dos filos. Trajo el mundo a la existencia. Es la Palabra que produce salud y vitalidad en la iglesia. Creo que hoy la iglesia tiene una gran necesidad de restaurar la esencia de la Palabra de Dios. Hemos hecho un buen trabajo usándola para adoctrinar e informar. Necesitamos usarla para obtener poder y cambio.

Necesidades de las personas

La iglesia primitiva tenía un ministerio comunitario eficaz, por medio del cual proveía alimentos y ropa a los necesitados, además de los milagros de sanidad y transformación. En Hechos 2:42 al 47, se retrata la vida de los cristianos primitivos como llena de devoción, obediencia, servicio y efectiva disciplina espiritual. Suplir las necesidades de las personas era la esencia de su vida y se manifiesta de varias formas. En Hechos 3:1 al 10, encontramos a Pedro curando a un hombre lisiado. Hechos 9:32 al 36 registra cómo Pedro sanó a un paralítico que hacía ocho años padecía esa enfermedad. En este mismo capítulo hallamos a Dorcas iniciando el primer centro de servicio comunitario.

Como cristianos, podemos ser tentados a alejarnos del mundo, cuando, de hecho, lo que necesitamos hacer es no solo estar en él (aunque no seamos de él), sino también socializar, construir relaciones que ganen la confianza. “No hemos de renunciar a la comunión social. No debemos apartarnos de los demás. A fin de alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde se encuentren”.[1]

En la última iglesia que pastoreé, cierto día fui a la tienda más grande de la ciudad. En la puerta principal, les pregunté a unas veinte personas si sabían dónde quedaba la Iglesia Adventista. Ninguna sabía. Entonces, comencé a orar por esto. Cuando compartí mi hallazgo con la Junta de Iglesia, todos sentimos que debíamos actuar de manera más intencional en la comunidad. Decidimos que ese compromiso debía ser personal y colectivo. Me asocié a algunas organizaciones civiles, al igual que algunos miembros. Entonces, nos involucramos en la construcción de casas para pobres, y en la realización de seminarios familiares y culinarios. Abrimos nuestro gimnasio para actividades juveniles de la comunidad y nuestras dependencias, para reuniones de Alcohólicos Anónimos. Así, nos hicimos bien conocidos.

Ocho años después, conté mi historia a un colega de un distrito vecino. Él decidió hacer lo mismo; fue a la tienda más grande de la ciudad e hizo la misma pregunta a algunos clientes. Ninguno de los entrevistados conocía la iglesia de él, pero dijeron conocer la mía.

Formación de líderes

La iglesia primitiva no solo bautizaba diariamente a nuevos creyentes, sino también la formación de nuevos líderes fue intencional. De acuerdo con Hechos 6, los apóstoles seleccionaron a otros discípulos para ser ayudados en el ministerio y el liderazgo de la iglesia. Ellos comprendieron, practicaron y predicaron el sacerdocio de todos los creyentes. Como escribió Pedro: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9).

Habitualmente, Pablo llevaba consigo un aprendiz. Comenzó con Bernabé y con Juan Marcos. Sin embargo, el ejemplo más poderoso de esa práctica fue Timoteo. El apóstol invirtió tiempo entrenando, equipando, motivando e inspirando a ese joven pastor, y le aconsejó hacer lo mismo con otros: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:2).

En muchas ocasiones, Elena de White orienta a los pastores para que transformen la iglesia en una escuela de entrenamiento para el ministerio y el evangelismo: “Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos.

Debiera haber no solo enseñanza teórica, sino también trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados. Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos preceptos”.[2]

“Dedique el pastor más tiempo a educar que a predicar. Enseñe a la gente a dar a otros el conocimiento que recibieron”.[3]

El método utilizado por Jesús en la formación de líderes incluyó la oración, la elección y el entrenamiento (Luc. 6:12-16). Necesitamos orar para que Dios nos envíe gente que sea entrenada para trabajar con varios grupos de personas y necesidades, pues “a la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos” (Mat. 9:38).

Junto a él

Finalmente, en el ejemplo de Jesucristo, encontramos la esencia del ministerio pastoral: “Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Mar. 3:12-15).

Cristo nos llamó para estar con él. El pastorado no comienza estando junto con las personas. Su efectividad se inicia en la presencia de Dios Él nos llamó para invertir nuestra vida con él. Nos llamó para andar, hablar, ministrar y evangelizar dependiendo de su poder. Con ese poder nos capacita y, entonces, nos envía a predicar su Palabra. Una vida cristiana auténtica es el prerrequisito para que desarrollemos compasión por el perdido. Mientras más tiempo pasemos con Dios, más efectivo será nuestro ministerio.

Si deseamos tener todo el poder del Espíritu Santo en nuestra vida y en nuestro pastorado, debemos vivir unidos al Padre. El secreto de todo éxito en el trabajo pastoral es nuestro éxito en la oración secreta. Elena de White escribió: “La razón por la cual nuestros predicadores realizan tan poco es porque no andan con Dios. Él se encuentra a un día de camino de la mayor parte de ellos”.[4]

Ella no dice que nuestra falta de efectividad se debe a poco o ningún conocimiento de teorías y estrategias de crecimiento de iglesia, sino al hecho de que no andamos con Dios. Mi oración es que, como pastores, realicemos grandes cosas para Dios, gracias a su presencia en nuestra vida.

Sobre el autor: Profesor del Seminario Teológico de la Universidad de Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Ellen G White, El Deseado de todas las gentes, p. 126.

[2] El ministerio de curación, pp. 107, 108.

[3] Testimonios para la iglesia, t. 7. p. 22.

[4] Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 383.