Un día para celebrar los hechos de Dios en el pasado, el presente y el futuro, en favor del ser humano.

Los monumentos conmemorativos de grandes personas y eventos llenan la zona de Washington, DC. En una visita reciente, un monumento captó mi atención: el monumento a los veteranos de guerra de Vietnam, una gran pared de granito negro artísticamente curvado sobre un gran terreno con arbustos floridos e hilos de agua. Grabados en la pared, hay unos 58.349 nombres de los estadounidenses muertos y desaparecidos. Miles pasan caminando junto a este monumento cada día, en silencio solemne, con la cabeza gacha. Algunos se detienen y lloran. En mi visita, busqué los nombres de mi primo y de compañeros de la universidad, que perdieron la vida.

Poco tiempo después, cuando visité el norte de Vietnam, el guía me mostró pequeños monumentos de varios poblados, en reconocimiento a quienes de ese país también habían muerto en la misma guerra.

Erigir monumentos parece ser una práctica universal para honrar el sacrificio que hace la gente por su país, y también, posiblemente, como un recordativo de lecciones para aprender. Los monumentos son importantes. Sin ellos, pronto olvidaríamos la importancia de nuestras raíces, el significado del presente, el flujo de la historia; y quizás, hasta la esperanza para el futuro.

Dios tiene monumentos

Dios también ha establecido monumentos conmemorativos para nosotros: para recordarnos su amor, para hacernos saber que nunca nos abandona, para probar que hay un futuro lleno de certeza y esperanza. Nos dice por medio de Jeremías: “Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes -afirma el Señor-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé” (Jer. 29:11,12, NVI). Algunos de los monumentos de Dios son conocidos para nosotros: la Cruz, el bautismo, el servicio de Comunión. Pero, en este artículo quiero que consideremos un monumento casi olvidado que tiene importancia cósmica.

Remontémonos a la historia del Éxodo. El pueblo de Dios fue esclavo por más de cuatrocientos años. Finalmente, Dios levantó a Moisés para sacar a Israel de la esclavitud de Egipto. Esta debía ser una experiencia redentora extraordinaria. Confrontación tras confrontación, plaga tras plaga. El faraón de Egipto finalmente cede a la voluntad de Dios y permite salir al pueblo. Ahora eran libres, marchando hacia la Tierra Prometida, pero la marcha no era fácil. Mientras Israel se aproximaba al Mar Rojo, con colinas y montañas a ambos lados, con el ejército de Faraón que los perseguía sin tregua, Israel parecía encaminarse hacia el desastre. Parecía que no había esperanza. Pero Dios intervino, el mar se dividió y el camino a la libertad quedó abierto. Los hijos de Israel una vez más experimentaron la salvación de Dios. Esa “salvación” no fue por sus obras, sino por la gracia de Dios.

Pero ¿qué hizo Dios después de este acto poderoso de salvación? Condujo a su pueblo al Monte Sinaí, y allí les dio los Diez Mandamientos. Si la Ley implica esclavitud, como algunos cristianos parecen pensar, necesitamos formular una pregunta lógica: ¿Por qué Dios salvaría a los hijos de Israel de una clase de esclavitud (la del Faraón) para colocarlos en otra clase de esclavitud (la de la Ley)? No tiene sentido, ¿verdad?

Quizás debiéramos formular otra pregunta: La ley, ¿significa “esclavitud”? Observemos el prefacio de los Diez Mandamientos que da el Señor mismo “Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo” (Éxo. 20:2, NVI). Dios le dio su Ley a un pueblo a quien salvó. Aun pueblo libre de la esclavitud de Egipto, gracias a la gracia interventora de Dios, se le da una Ley que definirá sus relaciones futuras con él. Por lo tanto, “no tengas otros dioses además de mí” (Éxo. 20:3, NVI). Tener otro dios significaría olvidarse y abandonar al Dios que los había salvado, y eso sería equivalente a volver a la esclavitud. Por consiguiente, la razón por la que Dios dio la Ley a un pueblo salvo es para guardarlos salvos como sus hijos. Engendrados del amor y la gracia, Dios quería estar en estrecha relación con él. Los “noes” de los Diez Mandamientos están en negativo porque Dios ya había salvado a su pueblo. Ahora viven en una relación salvífica con él, y quebrantar cualquier Mandamiento los colocaría en una relación negativa con él: un regreso a la esclavitud.

Si bien la Ley no tiene poder para evitar que alguien se pierda, ayuda a evitar que la persona vuelva a caer en la esclavitud. Dios sabe que Satanás puede persuadir y forzar, si fuese posible, al pueblo de Dios al alejamiento de su Libertador. La Ley fue y es una salvaguardia establecida para ayudar al pueblo de Dios a recordar el milagro que involucra su liberación de la esclavitud. Los “noes” se cimientan en la premisa de que ellos ya habían sido “salvados”, no algo que debe hacerse para ser salvos!

Dos características

Necesitamos tener en cuenta dos características muy importantes de la Ley de Dios. Por más buena que sea la Ley, puede abusarse de ella. Puede ser utilizada de modo que transmita una enseñanza acerca de Dios que no es cierta. Por lo tanto, la Ley de Dios se levanta como un monumento conmemorativo. Un monumento, como el monumento de los veteranos de Vietnam, puede ser utilizado para promover la guerra o para enseñar el elevado costo de la guerra.

Como monumento, la Ley de Dios tiene dos cosas. Primero, si bien no tiene poder en sí misma para salvar, nos recuerda la esclavitud en la que podemos caer cuando no tomamos en cuenta la Ley y llevamos una vida desprovista de una relación con Dios.

Segundo, la Ley, si bien nos recuerda nuestra falta de poder, también nos señala dónde está Aquel que rompe con el ciclo del pecado y la esclavitud. ¡La Ley se yergue como un monumento a la declaración de que Dios, y solo Dios, salva!

Desafortunadamente, la naturaleza humana, como es característico en ella, se olvida de la manera en que Dios ha conducido en el pasado. Nos preocupamos con las dificultades actuales y tendemos a olvidar cómo nos ha salvado la gracia de Dios. Esto no le sorprende a Dios, porque él, que nos creó, nos conoce bien y nos ha dado un recordativo perpetuo de su amor y cuidado continuos. Este recordativo perpetuo de su gracia está dentro de la misma Ley: el séptimo día de reposo. Es como un monumento dentro de otro monumento, una señal de la intervención y la liberación de Dios. Con esto en mente, observemos Deuteronomio 5:6 y 12 al 15 (NVI): “Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, país donde eras esclavo… Observa el día sábado, y conságraselo al Señor tu Dios, tal como él te lo ha ordenado. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero observa el séptimo día como día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu burro, ni ninguno de tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. De ese modo podrán descansar tu esclavo y tu esclava, lo mismo que tú. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí con gran despliegue de fuerza y de poder. Por eso el Señor tu Dios te manda observar el día sábado”.

Este es el mandamiento de guardar el sábado. ¿Qué razones da Dios para ese mandamiento? Veamos el versículo 15: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí con gran despliegue de fuerza y de poder. Por eso el Señor tu Dios te manda observar el día sábado”.

Recuerda. Por eso. Un acto de remembranza y un acto de obediencia están unidos en este mandamiento, donde el segundo fluye del primero. Antes que nada, recuerda el acto salvífico de la liberación de Dios del pecado y de la esclavitud. Segundo, guarda el sábado, que Dios ha dado como monumento conmemorativo de su acto salvífico.

El séptimo día de reposo describe a Dios como el gran Libertador, el Redentor de los que enfrentan la tentación y el pecado. El día de reposo no habla en favor de nuestros logros, sino que señala lo que Dios ha hecho. Cada semana se nos recuerda la voluntad de Dios de involucrarse personalmente en nuestras luchas y nuestra salvación. Cada semana él desea que recordemos sus promesas de fortaleza y amistad. Cada semana se nos recuerda que nos estamos solos. Cada semana no solo se nos recuerda que Dios está vivo, sino que Dios se interesa personalmente y actúa por nosotros. De modo que el sábado no es un día de esclavitud, sino un día de gozo y júbilo porque adoramos a un Dios que salva, que libra y que comulga con los mortales así como lo hacemos nosotros. Ese es el mensaje del sábado. Él no solo está vivo, está dispuesto a librarnos.

Monumento conmemorativo de la creación

Mientras que la interpretación deuteronómica señala al sábado como un monumento recordativo de la liberación y redención que Dios llevó a cabo por su pueblo en esclavitud, la interpretación de Éxodo de la Ley señala al sábado como un monumento recordativo de otro gran evento de Dios: la creación. “Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo” (Éxo. 20:8-11, NVI).

De modo que la inspiración une al sábado no solo con la libración y la redención (Deut. 5:12-15; Éxo. 20:8-11; Eze. 20:12), sino también con la creación. El sábado, por lo tanto, es un monumento recordativo del omnipotente poder creador de Dios y de su gracia redentora. Es un monumento conmemorativo del pasado, el presente y el futuro: la creación, la salvación y la restauración. El sábado nos recuerda nuestras raíces reales -fuimos creados a la imagen de Dios-, nuestra caída, pero también la restauración prometida. El sábado, entonces, contiene la esperanza adventista.

El sábado conlleva la anticipación de la venida personal de nuestro Creador y Redentor para restablecer el mundo a su curso deseado. Todo lo relacionado con el sábado representa lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará. En todos los sentidos nuestra salvación se centra en lo que él ha hecho por nosotros. Nuestra falta de esperanza se vuelve esperanza, y nuestra ruina se transforma en integridad. Por lo tanto, la oración del salmista asume un significado adicional. “Si tu ley no fuera mi regocijo, la aflicción habría acabado conmigo. Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con ellos me has dado vida… ¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día medito en ella” (Sal. 119:92-97, NVI).

Un monumento recordativo de descanso y esperanza

¿El mundo necesita oír este mensaje? ¿La gente pide a gritos comprender? ¿Hay gente solitaria? ¿Hay gente que se siente atrapada en hábitos viciosos, adicciones y tentaciones? ¿Hay grupos de gente que busca sus raíces debido a un sentimiento de distanciamiento? ¿Hay una sensación de falta de sentido, condena y desesperación?

Indudablemente que sí. Y la buena noticia dice que no estamos sin respuesta, porque Alguien se preocupa. Su invitación es para todos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mat. 11:28-30).

Llevar el yugo de Jesús es ser un seguidor responsable de él. Permanecer en él. Amarlo. Obedecerlo. Tomaren serio los monumentos recordativos que nos ha dado. Entre los tantos monumentos que nos ha dado, están la Ley y el sábado. Aceptarlos nos libra de la esclavitud, y podemos celebrar con gozo y libertad.

La fórmula es bastante sencilla. “Venid a mí” es el primer mandamiento de Jesús. Vengan a su cruz. Acepten su perdón. Acéptenlo como su Redentor. Una vez hecho esto, Jesús dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros”. Sean mis seguidores. Hagan lo que tracé para su vida. En las palabras de los pasajes de Éxodo y Deuteronomio que vimos anteriormente, “Recuerda… Por eso”. Recuerda cómo Dios te ha librado de la esclavitud. Por lo tanto, guarda el sábado, obedece la Ley de Dios.

Los monumentos de Dios expresan su amor, su cuidado y su acción La Ley de Dios promete libertad, no esclavitud. El descanso sabático significa no un tiempo de inactividad, sino un tiempo de reconexión, un tiempo de cumplimiento. Es un momento especial cuando los creados caminan con el Creador, cuando los cansados y desgastados hallan paz en el Sustentador, y cuando el pecador desesperado encuentra consuelo en el Redentor. Hebreos llama a esto un “reposo” (Heb 4:9).

Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación General de la IASD.