Aun cuando contenga informaciones útiles, la literatura secular debe ser examinada cuidadosamente por el pastor.

Genetista brillante, médico y doctor en Físico- Química, Francis Collins atrajo la atención mundial al dirigir el proyecto que mapearía los tres mil millones de bases constituyentes del ADN humano, el “Proyecto Genoma Humano”, objetivo alcanzado en 2003. Ateo hasta los 27 años, Collins se convirtió a la fe cristiana luego de entrar en contacto con pacientes que obtenían resultados inexplicables a través de la fe que demostraban. Uno de los medios utilizados en defensa de la fe cristiana fue la publicación del libro The Language of God: A Scientist Presents Evidence for Belief [El lenguaje de Dios: Un científico presenta evidencias de su creencia].

Ese libro se convirtió rápidamente en un éxito de ventas, según la evaluación del periódico The New York Times. El impacto puede ser justificado por algunos motivos como, por ejemplo: la escritura agradable, una interesante incursión por los campos de la genética, la física y la filosofía, el respeto a las credenciales científicas del autor y el hecho de que, justamente, este hombre escribió sobre un tema evitado por sus pares.

Ante la enorme popularidad que ese libro conquistó, este artículo pretende analizar algunos conceptos del autor a la luz de las verdades defendidas por la Iglesia Adventista.

Contradicciones

Argumentando sobre la base de las obras de C. S. Lewis, el primer asunto evaluado por el autor es la existencia de una ley universal. Para él, las semejanzas entre las diferentes comunidades acerca de lo correcto y lo equivocado prueban la existencia de un patrón universal moral, cuyo origen no puede ser explicado por un proceso evolutivo (página 35 del libro en portugués). Si bien desde el comienzo su defensa evolucionista es evidente, muchas de sus afirmaciones responden a cuestiones que surgen en el medio cristiano y que ayudarían a muchos universitarios en la defensa de la fe.

Su posición evolucionista acerca del desarrollo del universo y del sistema solar es bien clara: “todas estas etapas en la formación de nuestro sistema solar son, actualmente, bien descritas e improbables de ser revisadas sobre la base de informaciones posteriores. Casi todos los átomos de su cuerpo fueron, algún día, cocidos en la hornalla nuclear de una supernova antigua: en verdad, fue creado con el polvo de las estrellas” (p. 76).

Según la visión de Collins, la acción divina ocurrió solo en la explosión inicial del Big Bang. Todo el resto del proceso resultó de una aglutinación natural y lenta del universo, dirigida por la gravedad. Muchas personas continúan sin respuestas. Si todos los elementos pesados fueron formados en el interior de las estrellas, ¿por qué es insuficiente el número de estrellas observadas capaces de producir estos elementos? ¿Solo la gravedad sería capaza de provocar la unión de la materia en el cosmos actual? El autor no aborda estas preguntas.

La cuestión de la asimetría entre la materia y la antimateria es tratada superficialmente: “¿Por qué existió esta asimetría? Hubiera sido más ‘natural’ que allí no hubiese asimetría. No obstante, si hubiera simetría total entre la materia y la antimateria, el universo rápidamente se habría desarrollado en radiación pura; y personas, planetas, estrellas y galaxias jamás hubieran existido” (p. 79).

Otra pregunta evocada es la existencia del principio antrópico, el ajuste preciso del universo para propiciar la vida. “La existencia de un universo como el que conocemos reposa sobre el filo de la navaja de las improbabilidades” (p. 80). La existencia del principio antrópico pone en jaque las bases de la teoría del Big Bang, pero infelizmente el autor no hace esta observación. En su abordaje de este tema, Collins defiende que la intervención divina puede ser observada por la acción de un ser omnipotente, al ajustar la explosión del Big Bang de manera de proporcionar ajustes perfectos para la formación del universo como lo conocemos y, posteriormente, la generación de la vida.

Clase evolucionista

En el cuarto capítulo del libro, el autor explora el origen de la vida en la Tierra. Primeramente, su objeto de análisis es el “argumento del diseño”, presentado por William Paley, en 1802, según el que la complejidad observada en la naturaleza implica la existencia de un diseñador inteligente. Collins intenta poner fin a esa conclusión: “El argumento de Paley no puede ser considerado la historia completa” (p. 94).

En la secuencia del capítulo, la explosión del Cámbrico es justificada como posible alteración en las condiciones ambientales, ocasionando fosilización repentina de un gran número de especímenes (p. 101). Eso revela conocimiento incompleto de las innumerables condiciones necesarias para que ocurra la fosilización: enterramiento rápido, ambiente con poco oxígeno y el enclaustramiento de sedimentos, lo que implica una alta improbabilidad de ocurrencia de tal evento en proporciones globales.

En el capítulo quinto, el autor presenta interesantes particularidades sobre el ADN. Uno de los puntos enfatizados es la baja diversidad genética del ser humano, lo que permite concluir que todos poseemos un ancestro en común (p. 132). Pero esa no sería la única conclusión posible, pues esa semejanza genética puede ser interpretada como la firma de un mismo Creador. Entonces, Collins da una clase acerca de la “Teoría de la Evolución”, alegando que el término “teoría” utilizado aquí no indica conjetura o hipótesis, sino “un principio fundamental de la ciencia, como la teoría de la gravedad, la teoría musical y la teoría de las ecuaciones” (p. 147). Ahora, para ser tratada como principio, una teoría científica debe tener confirmadas sus previsiones y explicar todos los hechos propuestos en su hipótesis. La teoría de la evolución no lo hace.

Al tener como base la “veracidad” de la evolución, en los capítulos siguientes, el libro de Collins pretende responder si es posible o no la armonía entre los descubrimientos científicos y la existencia de Dios. Al evaluar esa cuestión, la literalidad del Génesis es cuestionada y, luego de un análisis teológico superficial, concluye que el relato inicial del primer libro de la Biblia es una alegoría poética de la creación (p. 159). El capítulo siete es una evaluación de dos posturas acerca de la relación entre la fe y la ciencia: ateísmo y agnosticismo las contradicciones levantadas por Richard Dawkins, profesor de Oxford y autor de una serie de libros en contra de toda postura religiosa en la sociedad moderna y en la ciencia. La respuesta dada a Dawkins es que sus afirmaciones se basan en lo que las personas hacen de la religión y no en su esencia propiamente dicha: “Es muy fácil para Dawkins atacar la caricatura de la fe que él nos presenta, pero no se trata de la fe real” (p. 170). Un punto enfatizado en esta cuestión es la divinización de la ciencia, que es llamada “el dios de Dawkins”.

Con respecto al agnosticismo, afirma el escritor: “Si bien el agnosticismo es una posición cómoda para muchos, desde el punto de vista intelectual transmite cierta fragilidad. ¿Podríamos respetar a alguien que insiste en decir que la edad del universo no puede ser conocida si no se detuvo a verificar las evidencias?” (p. 174). Pero fingir que el problema no existe no significa resolverlo.

Diseño inteligente

En los capítulos ocho y nueve, Collins aborda el creacionismo y el diseño inteligente, pero no apoya ninguna de las dos posiciones. Su objeción al creacionismo se limita a la literalidad del Génesis y su falta de explicaciones para algunas evidencias genéticas, presentadas en su libro, favorables a la evolución. Dice: “Así, de acuerdo con la lógica racional, el creacionismo de la Tierra joven llegó a un punto de falencia intelectual, tanto en su ciencia como en su teología. Su insistencia es, así, uno de los mayores enigmas y una de las mayores tragedias de nuestro tiempo. Al atacar las bases de prácticamente cada ramificación de la ciencia, amplía la ruptura entre las visiones científica y espiritual del mundo, justamente en una época en que se necesita con desesperación un camino hacia la armonía”.

La fuerza de tal afirmación no condice con la debilidad de sus argumentos, pues el mejor camino para la armonía no está en hacer del Génesis una representación poética, ya que, en términos de análisis teológico completo, su literalidad puede ser defendida. Explicar un fenómeno no Implica falsedad de una teoría, sino que puede implicar comprensión incompleta. Hay un sinnúmero de situaciones para las que la teoría de la evolución no tiene explicación completa, pero el cristianismo presenta una respuesta científicamente fundamentada a ellas. Ejemplo de esto es la explosión del Cámbrico, que puede ser explicada por una catástrofe global como el diluvio bíblico.

Al abordar el diseño inteligente, su atención se concentra en la ausencia de previsiones científicas de esa teoría y en “imperfecciones” en determinados organismos humanos, como la muela del juicio, la columna y el ojo. A pesar de todo, sus afirmaciones no explican el proceso ocurrido para alcanzar la formación de determinados organismos complejos, e ignora que, en varios órganos considerados sin importancia, las “imperfecciones” tuvieron sus funciones comprendidas.

En el fin del libro, Collins propone una posición llamada por él “BioLogos”, en la que se afirma la existencia de Dios, pero que su acción en la creación y en el desarrollo del universo ocurrió por medio de un proceso lento, de miles de millones de años de autoorganización, sobre la base de la teoría del Big Bang y la teoría de la evolución. Su postura contrasta con la exigencia de criterios y cíentificidad presentados en el libro, pues relega a Dios a un papel secundario en la creación.

En resumen, el libro de Francis S. Collins contiene informaciones útiles, pero sus argumentaciones pueden convertirse en una trampa atractiva. Hay una sutil mezcla de verdad y error, y argumentos superficiales presentados de manera contundente, que pueden parecer verdaderos. Por lo tanto, su lectura debe ser cuidadosa y con criterio.

Sobre el autor: Profesor de Física del Colegio Adventista de Sao Luís, Asociación Maranhense.