Fuimos llamados a ser líderes espirituales. Eso significa algo más que sencillamente atender las emergencias de la iglesia.

En su libro Spiritual Leadership [Liderazgo espiritual], Henry y Richard Blackaby hablan de dos clases de liderazgo eclesiástico. La primera clase está volcada a la tarea. Esta clase de líder lucha “para vencer inmediatamente los obstáculos que tiene frente a él […]. No reflexiona acerca de por qué hacen lo que están haciendo […]. Valora la acción por sobre la reflexión o, más precisamente, la reacción por sobre la reflexión”.[1]

La segunda clase es el líder proactivo. Este líder invierte tiempo y energía en el pensamiento reflexivo, que trae como resultado un comportamiento proactivo cuyos efectos llevan al crecimiento.

Habiendo dicho esto, los autores nos desafían a considerar las diferencias fundamentales que separan a un líder reactivo, comprometido a reaccionar frente a los acontecimientos del ministerio, y el líder proactivo, que proyecta inteligentemente un curso de acción, basado en una visión de lo que necesita acontecer en su ministerio.

Pero, por sobre todo, el liderazgo espiritual es el resultado del impacto del Espíritu Santo en la vida del creyente. Los hermanos Blackabys establecen que “un liderazgo espiritual está moviendo a las personas en el sentido de la agenda de Dios”, bajo la influencia directa del Espíritu Santo.[2] El Espíritu cumple ese propósito a través de la capacitación intencional de todo miembro del cuerpo, con una competencia o mezcla de competencias, que permite a cada uno contribuir a la misión de la iglesia.

El mismo Espíritu es responsable por la transformación del carácter de esas personas de manera coherente con el carácter de Cristo. Ese carácter cristiano asegura la salud relacional de la comunidad que él llamó a su servicio. George Barna sugiere que esa combinación de carácter y competencia (dones espirituales y fruto del Espíritu) sirve como fundamento sobre el que se asienta el liderazgo.[3]

Toda persona dotada y transformada por el Espíritu debe contribuir a la totalidad del proceso de liderazgo espiritual, que cumple la voluntad del Maestro a través de su iglesia. Todos deben reconocer que los efectos proactivos del ministerio abarcan el trabajo de cada miembro del cuerpo. Los líderes formales, como los pastores, los administradores y los líderes de la iglesia local son llamados al trabajo de coordinar y desarrollar las competencias de los miembros. Adicionalmente, su llamado incluye la motivación a la formación espiritual del carácter de los que participan del proceso de cumplir los ideales y los desafíos de la Gran Comisión.

Diferencias entre estilos

Una historia relatada en el libro de Esdras ¡lustra la diferencia entre los dos estilos de liderazgo mencionados. Esdras había reunido aproximadamente unos mil quinientos hombres en las proximidades del río Aava, en Babilonia, en preparación para el regreso a Jerusalén y el restablecimiento de la economía del Templo sagrado. Todo estaba listo: los carruajes cargados con vasos y pergaminos, provisiones, y el reciente decreto de Artajerjes, que les garantizaba un acceso generoso a los recursos del Imperio.

Mientras esos pioneros preparaban el regreso a la tierra de sus padres, Esdras los llama en asamblea por familias y les confiere sus números y sus nombres. Al terminar esa revista, Esdras descubre que no se puede comenzar, por la ausencia de los representantes de la tribu de Leví (Esd. 8:15-20).

Los levitas estaban ausentes de este momento profético tan esperado, que marcaba la liberación del pueblo de Dios del exilio y la milagrosa restauración del reino sagrado. Los componentes de esa tribu escogida, cuyos ancestros habían sido separados para el ministerio por causa de su disposición a cruzar la frontera con Moisés, no se encontraban en ningún lugar cerca de la frontera en Aava. Ellos eran importantes para el restablecimiento de los servicios del Templo, asociados con el reino.

Felizmente, Esdras sabía a dónde dirigirse: al seminario levítico supervisado por Ido, en Casifia.[4] Allí, los mensajeros de Esdras fueron capaces de reunir (algunos comentaristas sugieren que “presionaron”) a un buen número de levitas, hombres de entendimiento, que respondieron al llamado a las actividades de regreso a Israel. Ellos dejaron Casifia y se unieron inmediatamente a los exiliados.

Solo podemos imaginar la razón por la que no estaban presentes cuando se pasó revista en el río Aava. En verdad, parece curioso que tan significativo evento pudiera ocurrir sin que por lo menos un par de levitas fuera competido a participar en el proceso que dependía de su presencia. Cuando fueron llamados, respondieron, en un claro ejemplo de ministerio reactivo. Estaban accesibles, disponibles y asumieron su responsabilidad. Pero no fueron proactivos. Perdieron ese irrecuperable momento de la historia, en que podrían haber demostrado liderazgo espiritual. En lugar de la voz sacerdotal de Esdras, era la voz de los hijos de Leví que podría haber sido oída, llamando al pueblo a las márgenes del río. Ahora, permanecen para siempre como registro del servicio reactivo.

Llamados al liderazgo espiritual

De entre los que fuimos convocados al ministerio evangélico integral, fuimos llamados, o “vocacionados” para ejercer un liderazgo espiritual. Recibimos el título de pastor, que normalmente sugiere una serena expectativa de nutrición del rebaño. En realidad, los pastores que poseen un conjunto de dones espirituales son llamados a liderar al pueblo de Dios, conjunto que puede o no incluir el don espiritual de pastor. Las expectativas generales pueden hacer que consumamos toda la carrera al cuidado y al servicio reactivo dentro de la iglesia; pero eso no nos califica como líderes si fracasamos en guiar a los miembros del cuerpo de Cristo, considerando el elevado llamado de Dios para cada uno de ellos.

En las últimas décadas, hemos observado un énfasis creciente en el papel del pastor como entrenador de la iglesia. Durante la mayor parte de este tiempo, trabajé como secretario ministerial, y vi a jóvenes ingresar en el ministerio con verdadera pasión por ese llamado proactivo, solo para descubrir una comunidad cristiana que espera un pastor que esté a su disposición para satisfacer fielmente sus necesidades. Frecuentemente, existe poca o ninguna expectativa de un liderazgo proactivo que efectivamente transforme a la iglesia. Esta paradoja está marcada por una lucha desigual entre las expectativas del cuerpo de Cristo y la intención del pastor. El elevado propósito casi siempre sucumbe a las expectativas de la iglesia.

Citando a Parker Palmer, Russ Moxley comenta acerca de este tema: “Cuando solo cumplo una obligación, puedo ser hallado haciendo algún trabajo éticamente alabable, pero que no es mío. Una vocación que no es mía, no importa cuán valiosa sea externamente, violenta mi yo. Cuando me violento, invariablemente violento a las personas con las que trabajo”.[5]

Cuando el elevado llamado de Dios en Jesucristo sufre la desgracia de caer en la rutina de centrarse en la realización de tareas sobre la base de las necesidades que van surgiendo, todo creyente experimenta alguna pérdida. Y esa pérdida se hace todavía más trágica en el caso del pastor, cuyo intento es promover cambios fundamentales en los paradigmas bíblicos. El llamado de un pastor consiste en la convocación a equipar, inspirar e incentivar a los miembros de iglesia a desarrollar ministerios designados conforme a los respectivos dones espirituales. No debemos comprometer el futuro de nuestra iglesia con la tradición de aceptar el ministerio reactivo, cuando sabemos que Dios nos llama a una plataforma superior de liderazgo espiritual.

Los pastores se encuentran en una posición, nada envidiable, de ser empujados en una dirección, por su llamado y su entrenamiento profesional, mientras que las expectativas tradicionales de la congregación empujan hacia el lado contrario. Algunas veces, este conflicto estresante es intensificado por el refuerzo de las expectativas de los líderes de la iglesia a quien ellos mismos entrenan y alimentan espiritualmente para cumplir tareas. Si la declaración de Palmer sobre ese comportamiento es verdadera, entonces perjudicamos nuestro pastorado y, con eso, también violentamos al pueblo de Dios al que fuimos llamados a liderar. Este dilema nos recuerda el pronunciamiento de Jetro, que señalaba que Moisés desfallecería juntamente con el pueblo, en el caso de insistir en ese liderazgo unipersonal (Éxo. 18:18).

Paradigma mundano

¿Qué podemos hacer para direccionar nuestro llamado al liderazgo espiritual? Así como sucede con todo líder que busca crecer, debemos comenzar haciendo una evaluación personal, teniendo como base estos criterios:

* Mi concepto de liderazgo espiritual ¿está fundamentado en una sólida teología bíblica?

* ¿Estoy comprometido con un llamado sagrado que va más allá de la simple atención de las emergencias?

* ¿Tengo una visión del ministerio como una plataforma para el liderazgo espiritual?

* ¿Me veo como responsable de identificar la voluntad de Dios y efectuar cambios en paradigmas que ya no funcionan?

* ¿Me veo solo como un empleado de la iglesia o como un líder llamado para ayudar a la iglesia a experimentar las transformaciones necesarias para el cumplimiento de su misión?

* ¿Acaso mi concepto de liderazgo se limita a la posición ocupada por una persona como, por ejemplo, líderes eclesiásticos, pastores y oficiales electos? ¿O mi visión va más allá, y contempla a todo miembro de la iglesia transformado y capacitado por el Espíritu Santo como líder, a través del que Dios espera nutrir y desarrollar una contribución proactiva en beneficio de la iglesia?

Debemos evaluar nuestro modelo profesional. Un análisis de nuestro calendario de actividades revelará si estamos reaccionando a las emergencias del ministerio, o si estamos comprometidos con un proceso proactivo de reflexión y planificación según la agenda de Dios, en lugar de las exigencias ocasionales. Necesitamos ayudara la iglesia a comprender que la satisfacción de las necesidades diarias de cada creyente o de la dinámica de la misma iglesia es una tarea de todos, no solo del pastor.

El pastor proactivo es un líder espiritual, llamado a entrenar y equipar a los miembros de la iglesia para el ejercicio eficaz y competente de un ministerio que satisfaga las complejas necesidades de la congregación local. Se necesitará tiempo y paciencia para que la iglesia cambie del modelo de ministerio centralizado en el pastor, marcado por la reacción profesional a las necesidades, hacia un modelo de liderazgo espiritual proactivo. Se requiere una amorosa persistencia y una absoluta confianza en los dones del Espíritu para reeducar a la congregación y desarrollar personas que también se conviertan en líderes espirituales para sus iglesias.

Finalmente, es necesaria la valentía dada por Dios, forjada en la oración, además de un compromiso tenaz con el llamado hecho por Dios para ejercer el liderazgo espiritual proactivo y, al mismo tiempo, implantar y nutrir las cualidades de ese liderazgo en cada creyente.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Henry y Richard Blacaby, Spiritual Leadership: Moving People on to God’s Agenda (Nashville, TN: Broadman 8 Holman, 2001), p. 58.

[2] Ibíd, p. 20.

[3] George Barna, Leaders on Leadership (Ventura, CA: Regal Books, 1997), p. 25.

[4] Matthew Henry, Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible, New Modem Edition (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1994), t. 8, p. 17.

[5] Russ Moxley, Leadership and Spirit: Breathing New Vitality and Energy Into Individuals and Organizations (San Francisco: Jossey-Bass Publishers, 1999), p. 163.