Tratar las heridas del alma requiere el más fino tacto, la más fina sensibilidad.
Por medio de un proceso selectivo, las instituciones y las organizaciones buscan a las personas que formarán parte de su fuerza laboral. Entre muchas cualidades, ellas deben poseer la capacidad de relacionarse de forma amistosa y equilibrada; control emocional, cordialidad, respeto y empatía también son cualidades que se buscan. El tacto es una de las expresiones de todas estas cualidades y, como tal, es imprescindible.
Como seres humanos, participamos en una convivencia social en la que constantemente interactuamos por medio de conceptos e ideas que se forman a lo largo de nuestra vida. Esta realidad sociológica también forma parte de nuestro contexto eclesiástico. Como iglesia, estamos unidos los unos a los otros, tal como lo escribió Pablo: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efe. 4:25).
Además de ser el resultado de la comunión con Dios, la unidad de la iglesia -por la cual Jesús oró-también es la consecuencia del ejercicio de la sabiduría, la prudencia y la habilidad en la forma en que nos relacionamos entre nosotros. El relacionarnos de forma adecuada, a pesar de nuestras diferencias, es un testimonio auténtico de cristianismo práctico. Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).
El ejemplo de Pablo
En la Biblia, uno de los ejemplos más fascinantes de tacto es la actitud del apóstol Pablo en Atenas. “Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hech. 17:16).
Atenas era una ciudad marcada por avances culturales significativos y un fuerte sincretismo religioso. Elena de White comenta: “La ciudad de Atenas era la metrópoli del paganismo. Allí Pablo no se encontró con un populacho ignorante y crédulo como en Listra, sino con gente famosa por su inteligencia y cultura. Por doquiera se veían estatuas de sus dioses, y de los héroes deificados de la historia y la poesía, mientras magníficas esculturas y pinturas representaban la gloria nacional y el culto popular de las divinidades paganas. Los sentidos de la gente se extasiaban con la belleza y el esplendor del arte. Por doquiera los santuarios y los templos, que representaban gastos incalculables, levantaban sus macizas formas. Las victorias de las armas y los hechos de hombres célebres eran conmemorados mediante esculturas, altares e inscripciones. Todo esto convertía a Atenas en una vasta galería de arte” (Los hechos de los apóstoles, p. 190).
La reacción de Pablo ante el sincretismo de Atenas fue sensata y prudente. Él dijo: “Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio” (Hech. 17:22, 23). Su actitud podría haber sido completamente diferente; pues, si para un israelita monoteísta era doloroso ver tanta idolatría, más lo era para un discípulo de Cristo: ver tantos dioses falsos y ninguna noción del Dios verdadero.
Un aspecto interesante es que Pablo fue considerado como un palabrero y predicador de dioses extraños (Hech. 17:18). Los filósofos epicúreos ¿tendrían interés en escuchar a este “palabrero”? ¿Les llamaría la atención una doctrina considerada insignificante desde la perspectiva ateniense? Impulsado por su celo por la Ley, Pablo podría haber condenado la falta de criterio de los atenienses, pero sus palabras no habrían sido atinadas. Pablo sabía esto, y escogió palabras llenas de tacto e hizo posible -que las personas estuviesen dispuestas a escucharlo.
En las relaciones humanas, una persona que practica el tacto trata de identificar un punto en común, en medio de las diferencias. Cuando Pablo se refirió “AL DIOS NO CONOCIDO”, dijo: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio” (vers. 23), y derribó las barreras facilitando el diálogo.
Lecciones actuales
La actitud del apóstol nos deja valiosas lecciones para el trabajo de la iglesia. “Las palabras de Pablo contienen un tesoro de conocimiento para la iglesia. Estaba en una posición desde donde hubiera podido fácilmente decir algo que irritara a sus orgullosos oyentes y lo metiera en dificultad. Si su discurso hubiera sido un ataque directo contra sus dioses y los grandes hombres de la ciudad, habría estado expuesto a sufrir la suerte de Sócrates. Pero, con un tacto nacido del amor divino, apartó cuidadosamente sus mentes de las divinidades paganas, y les reveló al Dios verdadero, que era desconocido para ellos” (ibíd, pp. 195.196).
Con frecuencia, nos encontramos en situaciones y circunstancias que requieren un trato fino, a fin de que las barreras sean derribadas y que se puedan establecer puentes. Buenas amistades se han fragmentado solo por falta de tacto. Las palabras precipitadas, marcadas por falta de criterio, son destructivas por naturaleza. ¿Cuántas comisiones y juntas de iglesia se ven entorpecidas porque no se usa el tacto para hallar un punto en común en medio de las diferencias?
Una de las grandes necesidades de la iglesia, en todos los niveles, es el uso del tacto y de un buen criterio en las relaciones humanas. “Muchas almas han sido desviadas en la mala dirección, y así se han perdido para la causa de Dios, por falta de habilidad y sabiduría de parte del obrero. El tacto y el buen criterio centuplican la utilidad del obrero. Si él dice las palabras apropiadas a la ocasión, y manifiesta el debido espíritu, ejercerá un poder convincente sobre el corazón de aquel a quien trata de ayudar” (Obreros evangélicos, p. 125).
La falta de tacto hiere a personas que tenían gran potencial, el que se ve violentado por causa de nuestro celo irracional. Diariamente nos relacionamos con personas. Ellas no son números, ni proyectos ni cosas; son personas. El drama del Calvario da testimonio de esta realidad. Elena de White afirmó: “Para tratar las heridas del alma, se necesita el tacto más delicado, la más fina sensibilidad. Lo único que puede valernos en esto es el amor que fluye del que sufrió en el Calvario” (El Deseado de todas las gentes, p. 408).
Las personas tienen libertad para elegir. Poseen una herencia genética y social. Tienen una estructura emocional y, muchas veces, en forma similar a un barco en medio de aguas turbulentas, buscan un abrigo seguro hasta que pase la tempestad. El Espíritu Santo nos habilita para tratarlas con tacto, pues, unos de los frutos del Espíritu es el dominio propio (Gál. 5:23). Aquel que, por la gracia de Dios, controla sus emociones y desarrolla su capacidad de tratar bien a la gente, multiplica su utilidad en la iglesia, en su trabajo y en su familia.
Más que nunca, necesitamos colocarnos en el altar del Señor. Necesitamos ser tocados diariamente con la brasa viva de ese altar (Isa. 6:6, 7), al igual que el bautismo del Espíritu Santo, para que, a diferencia de Moisés, no golpeemos la roca, sino que hablemos con ella (Núm. 20:11, 12).
Sobre el autor: Editor de la CPB.