Entre las múltiples funciones que abarca la obra del pastor se encuentra la predicación. Está vinculada con la misión de la iglesia, y no importa qué énfasis se dé a cualquier otra tarea, nada debería disminuir su importancia. Según Marcos, el evangelista, Jesús “estableció a doce, para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar” (Mar. 3:14). “Id por todo el mundo y predicad el evangelio” fue la orden del Maestro (Mar. 16:15).
Al hablar acerca de la predicación, Andrew Blackwood opinó que “se la debería considerar como la tarea más noble que existe en la Tierra. Aquél que haya sido llamado por Dios para proclamar el evangelio… en el púlpito tendrá que hacer mucho de su mejor trabajo para el tiempo y la eternidad”.
En la liturgia protestante, a partir de la Reforma, la predicación pasó a ser la función más destacada del pastor. Por eso mismo, en la mayor parte de las iglesias evangélicas de hoy la eficiencia del pastor se mide por su éxito como predicador. De cierto modo esto no difiere mucho del pensamiento adventista porque, a pesar del énfasis que le da a la obra personal, Elena de White, por ejemplo, recomienda la designación de hombres especialmente calificados para la obra de la predicación. “Es un gran error mantener constantemente ocupado con asuntos financieros a un ministro que tiene el don de predicar el evangelio con poder… Las finanzas de la causa deben estar debidamente protegidas por hombres que tienen habilidad para ese ramo de la obra; los predicadores y los evangelistas, por su parte, han sido separados para otra clase de trabajo. La dirección de los asuntos financieros debe estar en manos de otros que no han sido apartados para la obra de predicar el evangelio” (El evangelismo, pp. 91, 92).
Se ha repetido con cierta frecuencia que el púlpito se ha debilitado. Una de las razones, lógicamente, es la falta de preparación y de esmero de los predicadores: “El ministerio se está debilitando porque están asumiendo la responsabilidad de predicar ciertos hombres que no han recibido la preparación necesaria para llevar a cabo esta obra… La salvación de los seres humanos es una obra importante, y requiere el empleo de todo talento, de todo don, de toda gracia. Los que se empeñan en ella deben crecer constantemente en eficiencia” (Obreros evangélicos, pp. 94, 95).
En procura de ese constante crecimiento en el arte de predicar, se llevó a cabo el 18 de abril de este año, en Nova Friburgo, Río de Janeiro, Brasil, el Seminario para la Actualización de Pastores Evangélicos. Como consecuencia de su importancia le estamos ofreciendo, estimado lector, este número especial de Ministerio, que se refiere a este asunto. Tres de sus artículos son precisamente los temas que se presentaron en ese seminario: “La dimensión pastoral de la predicación”, “El aspecto evangelizador de la predicación” y “El equilibrio en la predicación”. Los otros artículos complementan el tema.
Recuerde que, como predicador, usted es un mensajero de esperanza. Como portavoz de Dios, no está para pronosticar la condenación, sino que es un heraldo de felicidad. Debe llevar la alegría del Señor a los abatidos y desilusionados, sacar a los hombres del fango del pecado y llevarlos a la presencia de Dios. “Cuando alguien toma en la mano la espada de la Palabra de Dios y la empuña, limpia el camino para el pueblo del Señor; entonces esta Palabra brillará con un nuevo resplandor. Sólo un sermón basado en la Palabra de Dios puede ser poderoso para derribar fortalezas” dice Roy Allan Anderson.
Por eso, el apóstol Pablo le aconsejó a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la Palabra” (2 Tim. 4:1, 2).
El pastor Home Silva, en su libro Oratoria sagrada, cita en la página 62 lo siguiente de John Henry Jewett: “ ‘El público tiene que saber que estamos dedicados a una ocupación seria, que en nuestra predicación hay una búsqueda entusiasta, una búsqueda insomne y constante. El público necesita percibir en el sermón la presencia del “cazador celeste” que escudriña los corazones humanos hasta llegar a sus verdades más ocultas, persiguiéndolos con el ministerio de la salvación, para llevarlos de la muerte a la vida, de la vida a la vida más abundante, de gracia en gracia, de fuerza en fuerza, de gloria en gloria…
“ ‘El encargo que Dios nos ha dado es conducir a los hombres y las mujeres cansados o rebeldes, eufóricos o deprimidos, fervorosos o indiferentes, hacia el escondedero del Altísimo’ ”.