“La vida del predicador debe estar embebida por su predicación, y esta debe crecer a partir de su vida”.

Entre los más expresivos predicadores adventistas, se destacan los pastores E. Earl Cleveland y Benjamín Reaves. El Pr. Cleveland sirvió como secretario ministerial de la Asociación General de la Iglesia Adventista, de 1954 a 1977, después de actuar como pastor de iglesia y secretario ministerial de asociaciones y uniones norteamericanas. Después de servir en la AG, Cleveland fue profesor de Teología en el Oakwood College y profesor visitante en la Andrews University. Como evangelista, condujo más de 70 campañas en todo el mundo y llevó al bautismo a más de 16.000 personas. El Pr. Cleveland también se mostró como una personalidad influyente en su país de origen, habiendo participado activamente en favor de la igualdad social, incluso junto con Martin Luther King. Dos veces fue invitado por el ex presidente estadounidense Ronald Reagan a la Casa Blanca, a fin de participar de discusiones sobre asuntos nacionales e internacionales. Por otro lado, junto con el hecho de ser también un prolífico escritor, la pasión por la predicación del evangelio supera en él todo lo demás, tarea que él considera que es la “función suprema” de su vida.

El Dr. Benjamín Reaves dedicó buena parte de su vida a la docencia, sirviendo como director del departamento de Teología y Religión del Oakwood College, donde también fue profesor de Homilética y posteriormente asumió la dirección general de la Facultad. También Ríe vicesecretario asociado de la Asociación General. Actualmente, el Pr. Reaves es vicedirector del Sistema Adventista de Salud, situado en Orlando, Florida, EE.UU. Conocido por su habilidad de predicar un sermón en no más de treinta minutos, Reaves considera que la predicación es “la comunicación de la verdad de Dios, por el poder de Dios^ para los propósitos salvadores de Dios”. El insiste en decir que “el objetivo de la predicación es motivar a las personas a aceptar la voluntad y el plan de Dios para su vida; y el sermón es el vehículo para comunicar la verdad bíblica”.

En esta entrevista, concedida a Derek Morris, pastor en Apopka, Florida, EE.UU., estos dos iconos de la predicación adventista hablan de su experiencia en la preparación y la presentación de sermones, emitiendo conceptos verdaderamente inspiradores para los predicadores modernos.

Ministerio: Confieso que es un privilegio hablar con dos grandes especialistas en el sagrado arte de predicar. ¿Cómo puede alguien saber si fue llamado para ser predicador?

Pr. Cleveland: Un hombre conoce que fue llamado al ministerio de la predicación cuando la voluntad que tiene de predicar el evangelio eclipsa y excluye todas las profesiones que pudieran competir con ese deseo.

Ministerio: Comenzó su ministerio de la predicación muy temprano en la vida. ¿Llegó a considerar la posibilidad de hacer alguna otra cosa, como alternativa a la predicación del evangelio?

Pr. Cleveland: No. Desde niño, tenía un blanco en mente: ser predicador. Jamás deseé hacer o ser cualquiera otra cosa. Cuando era un niño predicador, mi padre ya me llevaba a diferentes denominaciones: bautista, metodista, congregacional. Durante los últimos sesenta años, he predicado el evangelio en todos los continentes, excepto en la Antártida. ¡Allí debe hacer mucho frío para mi sangre originaria de Alabama!

Ministerio: ¿Por qué la predicación es tan importante para usted?

Pr. Cleveland: La predicación es la función suprema del pastor, fruto de la unción del Espíritu Santo. Es por la “locura de la predicación” que hombres y mujeres son persuadidos a entrar en el Reino de Dios. La predicación es el medio primario de Dios para salvar a hombres y mujeres. Y, a fin de que la predicación sea efectiva, debe ser ungida por el Espíritu Santo. La Palabra de Dios debe ser interpretada en la mente y a través de la mente del predicador. Un ser humano, así autorizado por el llamado divino y capacitado por el Espíritu Santo, tiene un poder que no puede ser desatendido.

Ministerio: Dr. Reaves, habiendo sido alumno del Dr. Cleveland, ¿cómo ha desarrollado hoy su potencial como predicador?

Pr. Reaves: Desde mi infancia, he sido un lector voraz. Eso me pone en contacto con el ritmo del lenguaje y del sonido. Mientras estoy escribiendo un sermón, estoy “escuchando”. H. Grady Davis habla acerca de “escribir para escuchar”. Las palabras necesitan ser habladas de manera que sean dirigidas al oyente. Aprecio muchísimo una frase bien trabajada. Las palabras de una frase tal permanecerán durante años con las personas, tener sensibilidad para el ritmo del lenguaje y el sonido es un tremendo recurso.

Ministerio: ¿Qué clase de libros lo ayudaron a desarrollar esa sensibilidad?

Pr. Reaves; Leo de todo, siempre que sea escrito por buenos escritores.

Ministerio: ¿Cómo inicia el proceso del desarrollo de un sermón bíblico?

Pr. Reaves: Todo comienza con una idea que me dirige hacia un texto… o un texto que me dirige hacia una idea. Cualquiera que sea el caso, termino con el texto. Y, como Henry Mitchell declaró: “Si no tiene un texto, no está predicando”. Mi autoridad como predicador no está solamente ligada a las Escrituras; está encadenada a ellas. Soy discípulo de Grady Davis, de manera que mi primer cuestionamiento es: ¿Qué está diciendo este texto? ¡Ese es el punto cero para mí! Hasta aquí, todavía no estoy en el sermón; estoy trabajando con el pasaje. ¿Acerca de qué está hablando? Entonces, lo leo en varias versiones; investigo en comentarios exegéticos. Habiendo agotado ese estudio del texto mismo, puedo ahora elaborar un bosquejo que va a modelar el sermón. En este punto, por lo menos tengo una clara comprensión acerca de lo que está hablando este pasaje. Necesito establecer lo que el texto está diciendo, para poder avanzar a la próxima cuestión: ¿Qué quiero decir con esto? Alguien puede contestar, diciendo: “Este punto ya está establecido: solo necesita decir a las personas lo que el texto dice”. Pero, puedo centrarme en pequeñas secciones, digamos secundarias, del texto. Ahora que me hice la pregunta estructural: “¿Qué quiere decir, y qué quiero decir acerca de eso?”, estoy saliendo del proceso con alguna clase de estructura. Necesito de este esqueleto; de otra manera, puedo desperdiciar algún tiempo reuniendo material que no será usado. Después de ese período inicial de estudio, necesito desligarme un poco y dejar que el subconsciente trabaje en ese material. Eso puede suceder mientras realizo visitas pastorales, conduzco el automóvil o hago cualquier otra cosa.

Luego, viene el trabajo de colocar “la carne al esqueleto”. Generalmente, eso sucede mientras comienzo a escribir. El trabajo de escribir ayuda a eliminar lo que no es absolutamente necesario para la presentación del sermón. Comienzo a escribir los primeros elementos del mensaje el miércoles de tarde. Sé que otros puntos serán adicionados a lo que está escrito, pero ese proceso me ayuda a saber claramente lo que voy a decir y la aplicación que pretendo hacer. A partir del estudio inicial, ya sé adónde quiero llegar. Y mi subconsciente dice: “Ahora, puede ayudarte”. Los pensamientos afloran a la mente; las percepciones comienzan a abrirse. A medida que camino a través del sermón, necesito tener sentido del tiempo, tanto en la preparación como en la presentación del mensaje. Todo tiene su comienzo, su desarrollo y su final. El punto final de la preparación es dejar que el sermón le hable a usted. Algunas veces, este punto final revela que algo está fallando; un enganche que está faltando para el oyente. O puede revelar también que algo necesita ser suprimido. Y es en este punto que la pasión asume el dominio; comienza el “incendio”. Luego, al predicar, esté abierto al hecho de que puede haber cambios motivados por la reacción o la dinámica congregacional, y de repente verse elaborando sobre un punto que no formaba parte del plan original.

Ministerio: ¿Qué nos podría decir acerca del llamado?

Pr. Cleveland: Siempre hago un llamado cuando predico. Cristo dijo a sus discípulos que los haría “pescadores de hombres”. Cuando lanza el anzuelo y la carnada al agua, el objetivo del pescador es atrapar peces. De manera semejante, el objetivo principal de la predicación es persuadir a las personas. El llamado es importantísimo; indispensable. No podemos dejar de invitar a los oyentes a tomar una decisión de parte de Cristo. Le voy a contar un incidente que confirmó en mi mente el hecho de que no podemos descuidar el llamado en la predicación. Una noche de domingo, estaba predicando en Chicago, EE.UU. En verdad, predicaba un sermón vigoroso y me hallaba tan concentrado que no observaba la respuesta de las personas. A pesar de todo mi entusiasmo, sin percibir la reacción del público, llegué a pensar que las cosas no estaban funcionando bien. Así, al terminar el mensaje, me senté sin hacer el llamado. Para mi sorpresa, mientras cantábamos el último himno, un hombre vino al frente y se quedó de pie ante el púlpito. ¡Respondió a un llamado que no fue hecho! Desde ese día, tomé la decisión de no terminar jamás un sermón sin hacer un llamado.

Ministerio: ¿Cómo planifica sus llamados?

Pr. Cleveland: Siempre presento a los oyentes tres realidades acerca de Dios: está deseoso, es capaz y está disponible. Esa debe ser la estructura de todo llamado. Cuando digo que Dios está deseoso, dirijo la atención hacia la Cruz. Esta expresa la buena voluntad de Dios para salvarnos. Al mostrar a Dios como capaz, hablo acerca del ladrón en la cruz y la manera en que el Señor lo salvó. Si Dios fue capaz de salvar a un ladrón en el último instante de vida de ese hombre, puede salvar a cualquier persona hoy, en cualquier situación o condición. Entonces, digo que Dios está disponible y desea que todos vengan a él, ahora.

Ministerio: Muchas veces, se dice que los demonios temen cuando los predicadores anuncian osadamente la Palabra de Dios, bajo el poder del Espíritu Santo. Las fuerzas de las tinieblas rechazan ver que las personas se pongan de parte de Cristo. ¿Podría citar algunas batallas espirituales que baya experimentado en su experiencia como predicador?

Pr. Cleveland: Recuerdo una ocasión en que estaba predicando en San Petesburgo, Florida, EE.UU. Una hermana, miembro de nuestra iglesia en esa región, se había casado con un asesino, un hombre realmente malvado. Por esa causa, ella terminó apartándose de la iglesia, pero resolvió asistir a las charlas que yo estaba haciendo allí y estaba decidida a retomar su andar con Jesús. Un viernes de noche, ella me buscó y, con lágrimas que se deslizaban sobre su rostro, dijo: “Mi marido me dijo que, si me bautizaba, me mataría y mataría a quien me bautizara. ¿Qué puedo hacer?” Le respondí que estaba seguro de que su esposo no podría matarla ni me mataría. El fin de semana siguiente, ella estaba nuevamente en la iglesia. Era día de bautismo, y ella estaba sentada entre los que serían bautizados. Comencé a predicar y, en determinado momento, vi que un sofisticado automóvil rojo se detenía frente al templo. También percibí que el esposo de nuestra hermana estaba en ese automóvil. Posteriormente, supe que también había un arma cargada en el asiento trasero del automóvil. Imaginé la razón por la que se había acercado hasta allí, pero no me perturbé y continué predicando. Súbitamente, escuché un sonido de sirenas, y una ambulancia se detuvo al lado del automóvil. Los paramédicos descendieron de la ambulancia, sacaron al hombre del automóvil y se lo llevaron a un hospital, donde llegó muerto. Se había disparado a pocos metros de allí, pero consiguió llegar hasta la puerta del templo. En resumen, el hombre que planificó matarme terminó acabando con su propia vida.

En otra ocasión, me encontraba predicando en Carolina del Norte, cuando un hombre entró y se sentó. Ese hombre llevaba consigo un arma dentro de una bolsa y tenía el dedo listo sobre el gatillo. Cuatro veces, durante el sermón, se levantó, avanzó hacia el frente y se volvió. Finalmente, se sentó de nuevo, se dirigió hacia alguien que estaba a su lado y le dijo: “Toda vez que intento dispararle a este hombre, algo como un velo de fuego aparece entre nosotros”. Enseguida, ante el espanto y la sorpresa del oyente, se levantó y salió del recinto.

Ministerio: ¿Y qué hizo después de eso?

Pr. Cleveland: Bien, bauticé al hombre que estaba sentado junto al que intentó matarme y él dio su testimonio de lo que vio ese día. Ciertamente fue una batalla espiritual, pero la protección del Altísimo estaba sobre mí. Todo predicador necesita de protección espiritual cuando proclama la Palabra de Dios.

Ministerio: ¿Cuán abarcante es esa protección en la vida y en la experiencia del predicador?

Pr. Reaves: La protección divina, extremadamente necesaria en el predicador, debe ser buscada intensa e ininterrumpidamente. No se limita solo al aspecto físico. Por sobre las armas de fuego o cualquier otro instrumento que pueda causar peligro o muerte física, el predicador necesita recordar que él éxito puede herirlo mortalmente, en el sentido espiritual. El éxito es muy traicionero. Si el predicador pierde la visión del real significado de la predicación, y comienza a pensar que todo lo que ésta es y significa gira en torno de él mismo, ciertamente caerá en una trampa peligrosísima. Bien al comienzo de su ministerio, el predicador puede acabar decepcionado por los miembros de la iglesia si piensa que ellos lo ven como la mejor invención, lo mejor que les haya sucedido a sus congregaciones. Más tarde, maduro y experimentado, el predicador necesita las felicitaciones que recibe; pero, más consciente de sus limitaciones y con un sentido de autocrítica, puede decepcionarse consigo mismo. En ambos casos, esa desilusión puede ser fatal. Lo importante es recordar siempre que la predicación no gira en torno del ser humano. Recuerdo cierta vez en que, mientras hablaba, alguien colocó en mis manos un papelito en el que estaba escrito: “Su reputación de excelente es bien merecida”. Me gustó mucho leer aquello, y perdí el sentido de lo que realmente importaba. Dejé que ese mensaje acariciara mi ego durante algún tiempo, manteniéndolo en mi mente. Eso no me hizo bien. Tal actitud acelerará la bancarrota de todo predicador; no quiero vivir esa experiencia. No importa cuánto éxito experimente el predicador, pueden aparecer días malos. Y, a menos que conserve en mente el hecho de que la predicación no gira en torno de él, no podrá soportar esos días malos.

El predicador también necesita de protección espiritual para librarse de la incoherencia o la hipocresía. Su vida debe fundamentarse en su predicación, y esta debe crecer a partir de su vida. Sé que existen hombres que pueden vivir de cualquier manera y, aun así, mostrarse como expresivos comunicadores. Pero, tengo la opinión de que la unción del Espíritu Santo no embargará al predicador cuya vida no esté fundamentada en su propio mensaje.

La protección divina es necesaria, también, por causa del peligro del predicador de caer en ridículo. Debe ser él mismo, rechazando la mentira de que necesita seguir modelos humanos. Algunos predicadores observan a los espectaculares televangelistas, y son tentados a pensar que tienen que reproducirlos en sus iglesias. Predicador: sé tú mismo. Sea quien fueres, Dios te usará, con tus características y tu personalidad. Al mismo tiempo, recuerda que necesitas perfeccionarte y progresar cada vez más. Ser quien eres no significa permanecer en la eterna rutina, conformado con la mediocridad o el medio término. Es necesario orar, meditar, estudiar, trabajar y permanecer unido a Dios, a fin de predicar cada vez mejor. Y no te olvides: ese es un compromiso para toda la vida. Si deseas ser mejor predicador de lo que eres, la búsqueda de ese ideal no tiene fin.

Sobre el autor: Director de Ministerio de la CPB.