Como abogado, he representado a iglesias en muchos casos que han tenido que ver con relaciones sexuales ilícitas entre pastores y miembros de sus congregaciones. Al llevar a cabo esta tarea, descubro que hay cierta similitud entre los hechos y las modalidades de comportamiento que se repiten en estos dolorosos procesos. ¿Cuáles son algunos de esos factores comunes y, especialmente, cuáles son las mejores soluciones para evitar estas situaciones?
El escenario típico
El pastor vive siempre muy ocupado con la iglesia y la comunidad. Al mismo tiempo, su esposa también puede estar muy ocupada en la atención de sus necesidades, tales como el cuidado de los hijos y los estudios de estos; o problemas de enfermedad en el seno de la familia o de ella misma. Cualquiera sea el caso, pasa menos tiempo con su esposo. Entonces se produce un notable distanciamiento emocional entre los dos.
En el curso de su trabajo, el esposo se puede encontrar aconsejando a una hermana que se queja de su esposo. Afirma que éste no la aprecia, que vive ocupado con su trabajo, que es dominante y manipulador o no comparte con ella las responsabilidades familiares. Ella desea que él le preste más atención.
En el intento de reconstruir la estima propia de su consultante, el pastor elogia su sonrisa, su cabello o algún otro aspecto de su personalidad. Al proseguir el aconsejamiento, termina simpatizando con ella, y hasta opina que el marido debería haber notado el valor de su esposa, que merece más atención y más sensibilidad. Ella escucha todo eso y se sorprende de que el esposo no reconozca las cualidades que el pastor admira. Y se entusiasma con el pastor, valorando su simpatía y el reconocimiento de sus atributos.
Cada sesión termina con oración y con el consiguiente abrazo pastoral. En la sociedad occidental el abrazo del pastor es aceptable. Pero en las sesiones de aconsejamiento ese gesto puede ser más fuerte y más afectuoso. El abrazo es, tal vez, un contacto físico muy estrecho, que alguien puede dar públicamente a una persona del otro sexo.
Un pequeño toque, con un insignificante acento sexual, puede ser el comienzo del problema, aunque se considere que todavía está dentro de los límites aceptables. Pero también es posible que avance. He discutido este asunto con algunos pastores y, para mi sorpresa, muchos creen que un toque sexual no constituye adulterio. Ese concepto luego culmina en visitas al hogar de la consultante, o al encuentro de ambos en algún otro lugar, donde es posible “discutir mejor sus preocupaciones”. Pueden ir inclusive en auto a ese lugar, con la disculpa del pastor de que por alguna razón no puede conversar acerca de ese asunto en la sala pastoral de la iglesia. Además, en esos casos, no faltan justificativos para que el pastor y su consultante estén solos.
Aunque algunos pastores reconocen la vulnerabilidad de la angustiada feligresa, y pueden a propósito y con premeditación sacar ventaja de la situación, eso es raro. Generalmente al pastor lo entusiasma que alguien tan agradable como su consultante se sienta atraída por él. Y con frecuencia no calcula las consecuencias a largo plazo de esta indiscreción.
Una vez que están implicados sexualmente, ambos, el pastor y su feligresa, se dan cuenta del error que han cometido. Tal vez intenten ponerle fin a la relación, pero a esa altura de los acontecimientos ya están tan atraídos el uno por el otro que la relación continúa. Y entonces uno u otro, acosado por el sentimiento de culpa, comete un desliz que involuntariamente pone al descubierto todo el problema. Puede ser un comentario o un gesto cualquiera. A partir de ese momento otros tendrán que practicar una investigación.
Finalmente la feligresa puede creer que se la ha explotado, y reclama compensación por daños y perjuicios para ella y su esposo. A su vez, el esposo engañado cree que el pastor debe ser castigado, y a veces inclusive alimenta sentimientos de venganza hacia él, e inicia un proceso contra el pastor, la iglesia y hasta contra los administradores de la iglesia. Ésta puede verse implicada en el proceso bajo la acusación de negligencia en la supervisión del pastor, ya que conocía o debería haber conocido sus inclinaciones.
La prevención
¿Sería posible que usted, como pastor y consejero cristiano, se encuentre en cualesquiera de las etapas que acabamos de describir? ¿Aconsejó ya, o está aconsejando a alguien que se ajusta al ejemplo que hemos dado? Si es así, usted tiene que comprender la existencia de factores que pueden llevarlo a cometer, sin proponérselo, graves indiscreciones y, por consiguiente, incurables sufrimientos para usted, su familia, su iglesia, como asimismo para la persona con la cual usted está en peligro de envolverse, y también los familiares de ella.
Mantenga firme su comunión con Dios, tenga una vida de oración, vigílese a sí mismo y junto con eso, si es posible, trate de seguir algún curso de aconsejamiento pastoral o algo parecido. Eso le dará una visión más amplia y podrá evitar errores de largo alcance en el futuro.
He tenido la oportunidad de hablar con muchos psicólogos y psiquiatras. Al conocer sus propias debilidades, dicen estar preocupados con la falta de entrenamiento de los pastores a este respecto. Si se les ofreciera ese entrenamiento, ciertamente estarían en mejores condiciones de conocer a las personas con diversos tipos de desórdenes y circunstancias, los cuales los vuelven emocionalmente susceptibles. Un aconsejamiento inapropiado, llevado a cabo por el pastor, especialmente en lugares poco recomendables, lo puede volver particularmente propenso a caer en indiscreciones.
No importa cuán buenas sean sus intenciones, al final, el pastor puede sufrir graves perjuicios, como asimismo la persona a la que intenta ayudar.
Con mucha frecuencia el pastor puede ayudar mejor a alguien que necesita consejo si trabaja lado a lado con un consejero especializado. Eso le dará eficacia al aconsejamiento psicológico que necesitan los consultantes, mientras el pastor atiende la parte espiritual y eclesiástica del problema.
Cuando se enfrentan a una relación extraconyugal, los pastores generalmente se dan cuenta de que se están involucrando en algo, pero también tienden a presentar muchas excusas. En cualquier circunstancia permanece el hecho de que las indiscreciones y las acciones pecaminosas pueden ser una bola de nieve cuyos efectos alcanzarán, tarde o temprano, a todas las personas implicadas. Si el pastor racionaliza el asunto, y llega a la conclusión de que un toque sexual no es adulterio, necesita saber que su punto de vista no disminuirá la intensidad del dolor que le causará a su familia, de la vergüenza y la desilusión que sufrirá su congregación, ni tampoco de la disciplina que se le aplicará.
El pastor debe comprender quela indiscreción sexual, del tipo que sea, con el tiempo se la puede descubrir, y muy probablemente destruirá su ministerio y su vida personal y familiar.
La iglesia necesita ser más responsable en estas situaciones, y eso significa no sólo transferir pastores de una iglesia a otra cuando existe alguna indiscreción sexual con una feligresa. Se los debería despedir y retirarles las credenciales de ministros, para que no tengan otra oportunidad de arruinar a otras personas. Hay muchos buenos candidatos al ministerio que están esperando una vacante que ahora ocupa alguien que representa un riesgo para sí mismo, para su familia y para la iglesia.
Si como pastor usted tiene la tendencia a implicarse sexualmente con sus feligresas, deje el ministerio. Con el tiempo su conducta podrá salir a luz, y se convertirá en un gran oprobio. Junto a eso, y peor aún, usted estará comprometiendo su integridad personal y la confianza que le dispensa la iglesia y su familia.
Sobre el autor: Es abogado. Ejerce en Sacramento, California, Estados Unidos.