Los pastores tienen muchas de las preocupaciones de otros pacientes que requieren psicoterapia, pero como consecuencia de su estilo de vida algunas de ellas pueden ser bastante diferentes. A lo largo de los años descubrí algunos problemas que se manifiestan con mayor frecuencia entre los ministros que procuran los consejos de un psicólogo. A continuación presentaré los diez más comunes:
La necesidad de ser oídos
Tal vez la mayor necesidad de un ministro es poder hablar con alguien en quien pueda confiar, que sea capaz y que esté dispuesto a oírlo. Aunque el pastor pueda y deba buscar para conversar a sus colegas en el ministerio, existen los que necesitan hablar especialmente con un psicólogo por lo menos por dos razones: la primera, disponer de alguien fuera de su profesión que oiga objetivamente y dé soluciones, y la segunda, que todo eso se haga confidencialmente. A veces el pastor se siente más seguro cuando le revela a un psicólogo sus más profundos sentimientos y sus asuntos personales.
El estrés
Muchos pastores se sienten oprimidos por el estrés: el estrés ministerial combinado con el estrés producido por las inquietudes personales y los problemas de relación con su esposa, sus hijos y otras personas. Durante la terapia hablan frecuentemente de sus frustraciones respecto de la cantidad de cosas que tienen que hacer y del poco tiempo de que disponen. Hay quienes tratan de ser todo para todos, y ese esfuerzo termina en cansancio y debilidad.
Algunos sólo están sobrecargados. Las demandas que requieren de su tiempo y su energía agravan el estrés que ya tienen. Y sufren de depresión. Muchos tienden a sentirse incapaces, y se convencen de que no están haciendo lo suficiente. Es típico de los pastores la dificultad para delegar responsabilidades, con lo que terminan agotando sus propias fuerzas físicas y mentales.
Su relación con los dirigentes
Con frecuencia los pastores entran en conflicto con sus dirigentes: presidentes de campo, directores de departamentos, oficiales de iglesia. Muchos creen que de vez en cuando las autoridades eclesiásticas los tratan injustamente, lo que puede generar ira y resentimiento.
La ira del pastor se suele manifestar mediante la modalidad “pasiva-agresiva”, a saber, evitar concurrir a las reuniones donde esté presente el dirigente de que se trata, no responder alguna comunicación telefónica, dejar a un lado la correspondencia oficial y, en general, reducir al mínimo sus contactos con las personas que trabajan en las oficinas de la iglesia.
Los pastores que asumen esta actitud de aislamiento también se alejan de sus colegas en el ministerio. Y entonces buscan al psicólogo para intentar resolver la paradojal tensión que se produce entre no querer que las autoridades denominacionales los incomoden y la frustración que les produce el que se los pase por alto, se los discrimine o no poder ejercer la más mínima influencia en las decisiones de la iglesia como consecuencia de su propia falta de integración.
Las finanzas
El dinero es un tema que mencionan con frecuencia los pastores, tanto durante la terapia como fuera de ella. Creen que sus sueldos son insuficientes, y les preocupa la jubilación. Muchas veces sus problemas financieros los impulsan —o sus esposas—, a dedicarse a actividades paralelas remuneradas. Eso sólo produce más cansancio, un estrés familiar acrecentado y, por lo general, aumenta la frustración.
Aunque el sueldo puede ser suficiente, algunos pastores, como mucha otra gente, dan evidencias de que no tienen la capacidad de administrarlo. En este caso necesitan aprender, con la ayuda de un contador, por ejemplo, a hacer un presupuesto que ponga orden en su caótica situación financiera.
El sexo
Como cualquier otro ser humano, el pastor enfrenta los problemas relacionados con la sexualidad. Algunos luchan con la confusión que les provoca la orientación sexual que recibieron, con la culpa relacionada con su experiencia sexual del pasado, con las tentaciones actuales e, incluso, con las disfunciones sexuales con sus respectivas esposas. Otros fueron víctimas de abuso sexual en la infancia o la adolescencia, e inclusive algunos fueron disciplinados por problemas sexuales por la iglesia y tal vez hasta por las autoridades civiles.
Tal como muchos otros profesionales de la actualidad, los pastores están percibiendo con más nitidez sus propios límites, y necesitan ejercer buen juicio y dominio propio cuando surge el tema de la sexualidad dentro de ellos mismos. Muchos confunden expresión sexual con deseo sexual, y han pagado un precio muy alto por este error.
Los pastores enseñan que la sexualidad humana es un maravilloso don de Dios, que se debe usar con amor y responsabilidad, dentro de un marco moral. Pero mientras creen en todas esas enseñanzas, algunos se sorprenden a sí mismos cuando hacen justamente lo opuesto de lo que saben que es lo correcto. Esa contradicción provoca traumas morales y psicológicos.
La ira
No es raro que el pastor pierda la necesaria habilidad para enfrentar la ira y la capacidad de desembarazarse de ella con éxito. Algunos llegan a creer que la ira es siempre un pecado mortal que se debe confesar o reprimir. En ese caso no alcanzan a comprender que ese sentimiento puede ser un valioso instrumento para producir un cambio tanto en su ministerio como en su vida personal, o un medio de protección y preservación propias.
Para el ministro es difícil expresar su ira de acuerdo con un molde saludable y hasta positivo. Puesto que se considera que los pastores son pacificadores y ministros de reconciliación, para ellos darle expresión a la ira no sólo puede ser difícil, sino también una actitud capaz de generar sentimientos de culpa, aunque se refiera a algo justo y correcto.
Las relaciones de pareja
Cuando un pastor plantea el tema de las relaciones de pareja en la sesión de terapia, desea que se le muestren maneras mejores, más sanas y positivas de relacionarse con el otro sexo. Los ministros manifiestan el deseo de identificar las relaciones que producen dependencia, que son inmaduras y hasta dañinas, algunas veces con el propósito de ponerles fin, abandonándolas de una vez por todas.
En el caso de que el pastor sea casado, como sucede mayormente, esto incluye generalmente el problema del divorcio. Encararlo, para muchos pastores, es como atravesar un campo minado, tanto desde el punto de vista profesional como desde la perspectiva de lo espiritual y lo emocional. Durante la terapia hemos tratado de analizar la posibilidad de que el matrimonio se salve, y de ayudar a la pareja, con la intención de devolverle la salud a esa averiada relación matrimonial.
Desórdenes emocionales
Los pastores no están inmunes a las enfermedades mentales, al alcoholismo y a otros problemas similares. Ni siquiera están libres de pensar en el suicidio y de intentar cometerlo.
Una fe religiosa madura y fortalecida siempre es un valioso aliado cuando aparecen los problemas, pero a veces hasta esa misma fe puede necesitar de auxilio. Y eso termina incluyendo no sólo la psicoterapia, sino también medicación especial e internación.
Mientras mayor sea la comprensión que manifieste la iglesia hacia los pastores implicados en problemas de este tipo, mejor será el pronóstico de una restauración completa y la resurrección de un ministerio activo.
La falta de capacidad
Uno de los principales propósitos de la terapia es ayudar a los pacientes a descubrir o volver a descubrir el sentido de la capacidad personal, de manera que puedan comenzar a cambiar su propia vida imprimiéndole dirección a ciertos asuntos críticos y, si es necesario, hacer algo para probar una mayor integración y una integridad más completa.
Nuestro trabajo con los pastores se encamina en esa dirección. Muchas veces llegan con la sensación de que son incapaces. Están convencidos de que nada de lo que hacen tiene sentido en su vida personal o en su ministerio, y que carecen por completo de capacidad.
Parte de la terapia consiste, entonces, en ayudarlos a superar esa sensación de incapacidad, mostrándoles maneras por medio de las cuales pueden imprimirle sentido a sus vidas. Para algunos eso se consigue mediante un traslado a otro distrito o un cambio de actividades. Para otros, a través del restablecimiento de la autoridad ministerial y del liderazgo que perdieron, junto con lo cual perdieron también la conciencia de su propia capacidad.
Algunas veces los pastores sienten que sus líderes o aquellos a quienes sirven los usan y se abusan de ellos. La terapia de capacitación los ayuda a entender que tienen los mismos derechos que cualquier persona y que deben defender su identidad y su sensación de dignidad personal hasta los mismos límites de la ética pastoral y evangélica.
Pastores de ellos mismos
Como grupo, los pastores son muy generosos. Dan libremente de su tiempo, sus recursos y, por encima de todo, se dan a sí mismos. Son excepcionalmente hábiles para cuidar de los demás. Pero no cuidan de sí mismos. Por lo tanto, necesitan recordar que se deben cuidar a sí mismos mientras cuidan a los demás.
En términos prácticos diríamos que deben dedicar un día por semana al descanso, disfrutar cada año de sus vacaciones, dedicarle tiempo a la familia y a los amigos, hacer ejercicios físicos y distenderse, alimentarse bien y, en fin, adoptar un estilo de vida equilibrado.
Ser pastor de sí mismo significa también cuidar sus necesidades espirituales y emocionales, dedicando tiempo cada día para orar, leer las Escrituras y otro material espiritual. Requiere la disposición de poner su ministerio en las manos de Dios con el fin de vencer la preocupación obsesiva y recibir la capacidad de administrar sus fallas y alcanzar el éxito.
Muchos pastores se someten a terapias porque quieren ser más sanos y sentirse bien consigo mismos. Después de todo, la buena terapia no es incompatible con la buena espiritualidad.
Sobre el autor: William E. Rabior es psicoterapeuta, y vive en Saginaw, Michigan, Estados Unidos.