¿Por qué adoptar el séptimo día de la semana, por sobre cualquier otro, como un día de reposo y culto? ¿Por qué atribuirle a ese día una importancia tan grande, a diferencia de los demás? A la luz de la primera venida de Cristo y del reposo que él mismo proveyó, es decir, el refrigerio que él mismo representa para el creyente por medio de la fe, ¿por qué algunos continúan guardando el séptimo día? ¿Por qué insistir en la observancia del así llamado día de culto del antiguo pacto? ¿No es acaso el séptimo día un tipo o prefiguración del reposo evangélico que sólo se pudo experimentar con la venida del Mesías? ¿Por qué no honrar todos los días como si fueran “sábados”, para disfrutar del reposo y la santidad que encontramos por la fe en Jesucristo?
En todo caso, ¿qué significa ese día tan especial?
Hoy numerosos cristianos y pastores evangélicos han formulado con renovado interés preguntas como éstas. Algunos adventistas del séptimo día, que estaban cosechando en el árido campo de la tradición religiosa, descubrieron la maravilla del evangelio, y en la alegría de su descubrimiento vendieron todo lo que poseían para tomar posesión de ese tesoro (Mat. 13:44). Y también formulan, con agudeza inaudita, las mismas preguntas.
Una profusa producción de publicaciones sobre el tema le ha producido un impacto a unos cuantos actuales y ex adventistas, especialmente a los que se han unido a congregaciones independientes. Algunos de ellos parece que han aceptado todo esto y se han levantado contra el sábado. Otros, conscientes de la situación, están reconsiderando sus propios sentimientos y opiniones.
Vamos a abordar el tema central de este artículo de una manera un tanto diferente de lo común. ¿Por qué sigue siendo el séptimo día una parte integral del culto y la fe después de la venida del Mesías y por ende durante la Era Cristiana? Otra pregunta que nos debemos formular, relacionada con ésta, y que es aún más importante es: ¿Qué influencia realmente ejerció la venida de Jesús, en el primer siglo, sobre la ley y, por consiguiente, sobre el séptimo día?
Teniendo en mente estas preguntas, vamos a hacer un abordaje bíblico y teológico, considerando en primer lugar las evidencias del Antiguo Testamento. A continuación examinaremos el impacto que produjo la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo sobre la ley y el séptimo día, y entonces reflexionaremos acerca de algunos pasajes del Nuevo Testamento que iluminan la posición tomada acerca del asunto por las comunidades cristianas del primer siglo.
Aunque el tratamiento de este estudio no sea el tradicional, sus suposiciones y conclusiones están en total armonía con el pensamiento y las creencias de los adventistas del séptimo día. El tratamiento adventista tradicional para asuntos tales como la perpetuidad de la ley sencillamente no basta, por sí mismo, para responder a las inquietantes preguntas formuladas por los actuales adversarios del sábado. Lo que trataremos de hacer aquí es discutir el tema del sábado, no sólo desde el punto de vista de su lugar en el Decálogo, sino a la luz de Cristo y del impacto que su primera venida produjo sobre la ley y el mismo sábado. De modo que el propósito del artículo consiste en proyectar la auténtica esencia cristiana del séptimo día, su significado cristocéntrico y su destacado lugar bíblico en relación con el nuevo pacto.
Vamos a exponer la naturaleza —anterior a la entrada del pecado y de la era hebraica—■, que es a la vez cósmica, evangélica, moral y permanente del séptimo día, tal como aparece en el Génesis y el Éxodo.
Tres pasajes bíblicos
“Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos. El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo, y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho. Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gén. 2:1-3. Los textos bíblicos citados en este artículo son de la Versión Reina-Valera 1995).
Este pasaje nos presenta una descripción histórica del origen y la realidad del séptimo día, como una porción sagrada de tiempo, determinada por Dios mismo. Sugiere algunas importantes verdades relacionadas con nuestra discusión, y para los que admiten el carácter histórico del relato del Génesis.
El autor del Génesis relaciona indisoluble e íntimamente el séptimo día con el relato histórico de la creación. De esta manera el sábado está ligado a ese suceso inmutable, importantísimo para determinar la naturaleza y la identidad de los seres humanos. Puesto que el séptimo día está vinculado con la actividad creadora de Dios, y está incluido en ella, tiene un claro significado cósmico que trasciende el tiempo, la ubicación geográfica y la liturgia. La institución del séptimo día es anterior a la promulgación de todas las otras leyes, es decir, las leyes ceremoniales mosaicas y, más especialmente, el mismo Decálogo.
En Génesis 2 el séptimo día está asociado no sólo con el evento de la creación, sino que además se lo santifica, se lo bendice y Dios hace de él un día de reposo (vers. 3). En efecto, la bendición divina trajo a la existencia el sábado. Desde sus comienzos, por lo tanto, por la esencia de su naturaleza, tiene poco que ver con la idea que solemos tener de los pactos y con la misma estructura del antiguo pacto.
El hecho de que la santificación del séptimo día sea muy anterior a la promulgación de la ley en el Sinaí, reviste importancia también para nuestra comprensión de su naturaleza y su significado. Por la misma razón, también es importante para entender su perdurabilidad y su importancia en el seno de la familia de Dios de todos los tiempos: en el pasado, en el presente y en el futuro de la historia. Por causa de que el séptimo día antecede a la promulgación de toda otra ley, no se lo puede relacionar solamente con el Antiguo Testamento, ni llegar a la conclusión de que se tomó obsoleto con la llegada del Nuevo Testamento. En realidad, en virtud de la naturaleza y el origen del sábado, se lo puede ubicar perfectamente bien dentro de todas las estructuras y de todos los contenidos de todos los pactos.
Posiblemente, la verdad más significativa implícita en Génesis 2, en el relato del origen del sábado, sea el hecho de que su creación o inauguración antecede no sólo a la aparición de la nación hebrea o a la promulgación formal de la ley, sino incluso a la entrada del pecado. El séptimo día es claramente anterior a la entrada del pecado. Por eso no se lo puede considerar como algo cuya importancia depende de la estructura del Antiguo Testamento. Este hecho necesita más explicación: Su impacto negativo sobre la teoría de la caducidad del sábado, por haber sido incluido como parte del Antiguo Testamento, cuya intención inicial por demás obvia era, entre otras cosas, referirse a la existencia del pecado, en la vida de Israel. Se debe admitir que la existencia del sábado antecede a la entrada del pecado por lo menos para cuestionar una teología que lo rechaza por causa de su relación con el Antiguo Testamento.
Es impresionante leer u oír respecto de las tentativas que se hacen para eliminar al sábado o reducir su importancia en la presente dispensación. Además, las únicas explicaciones que he encontrado implican presuposiciones que, en su intención, ponen en tela de juicio la validez histórica de los relatos del Génesis y el Éxodo. Eso es inaceptable entre estudiosos de la Biblia. Son sólo raciocinios incómodos, forzados, inconsistentes e inadecuados. Debemos ser honestos al reunir todas las evidencias bíblicas, sin asumir posturas que nos obligan a echar mano de extrañas estrategias casuísticas.
Éxodo 16:1-30
Este pasaje relata la dádiva del maná, don de Dios para los israelitas durante su peregrinación en el desierto. Este episodio, entre otros, pone en evidencia el hecho de que ya existía entre los israelitas una noción acerca del sábado antes de recibir el Decálogo en el Sinaí (Éxo. 20).
El derramamiento del maná y las instrucciones sabáticas relacionadas con él precedieron a la entrega de las tablas de la Ley y, particularmente, el cuarto mandamiento.
Independientemente del hecho de si la nación israelita guardaba o no el sábado antes del Sinaí, las instrucciones que Dios le dio a Moisés sobre la manera diferente de recolectar el maná al acercarse el sábado, presuponen cierta comprensión de su naturaleza antes del mencionado evento. Es posible que mientras Israel estuvo en Egipto se haya olvidado del sábado; y, antes de la promulgación formal de la ley en el Sinaí, el Señor haya usado el tema del maná con el fin de preparar a la nación para la aceptación del pacto hecho en ese monte.
Si se cuestionaran las evidencias de esta concientización sabática anterior al Sinaí, que aparecen en el episodio relatado en Éxodo 16, también se debe cuestionar la existencia de una herencia moral en la vida de los israelitas antes del Sinaí, relacionada con principios que trascienden los que están contenidos en los Diez Mandamientos. Es interesante notar que casi no se intenta argumentar en contra de la existencia del sábado en el culto y la tradición de los israelitas.
Es muy pobre el argumento de que existen pocas o ninguna evidencia acerca de la observancia del sábado o del conocimiento de su existencia antes del Sinaí. Aunque sea cierto que no existe una gran cantidad de material bíblico en este sentido, nadie, si está bien intencionado, puede ignorar las evidencias que sí existen y sus claras implicaciones. Históricamente, Génesis 2 y Éxodo 16 anteceden a Éxodo 20. Al considerar la naturaleza de esos pasajes, es sumamente cuestionable ignorar o rechazar sus respectivos contenidos.
En Éxodo 5:1 al 9 y 15:25 y 16 encontramos otra evidencia bíblica al respecto. El primer texto alude o presupone algún tipo de actividad ceremonial o litúrgica que se debería llevar a cabo en el desierto. En el capítulo 15 aparece la mención de los “estatutos” y las “ordenanzas” de Dios, que ellos debían obedecer. Estas dos referencias implican, por lo menos, la existencia de algún hábito o de algún material relacionado con el culto antes del Sinaí.
Éxodo 19 y 20
Los capítulos 19 y 20 del libro del Éxodo contienen el relato de la promulgación de la ley en el monte Sinaí. También incluyen la presentación del cuarto mandamiento (Éxo.20:8-ll). La manera como aparece ese hecho en el libro revela algunas conclusiones fundamentales.
El Decálogo es definitivamente distinto de otras instrucciones o informaciones, civiles o ceremoniales, dadas por Dios por medio de Moisés. Decimos esto porque el Decálogo se dio de forma extraordinaria, si la comparamos con la manera como se dieron las leyes ceremoniales y civiles que reglamentaban el culto y el gobierno de Israel; esto es, las escribió Moisés. Los Diez Mandamientos se encuentran definida- mente en la cumbre cuando se los compara con otras revelaciones mosaicas. Aunque la obediencia a leyes, de cualquier tipo, sea inútil para la salvación del hombre, nadie puede negar la primacía y la excepcional ubicación que observamos tanto en el modo como se dieron los Diez Mandamientos, como en lo extraordinario de su sustancia y su esencia universales.
Dios dio el Decálogo en medio de un extraordinario despliegue de resplandores, truenos, relámpagos, terremotos, fuego y humo, precedidos por advertencias e instrucciones divinas relativas a una definida preparación. El mismo Moisés tuvo que subir al monte. Esos sucesos, además del hecho de que el mismo Dios haya escrito con su propio dedo sobre tablas de piedra la esencia de su voluntad, lo distinguen definitivamente de las leyes ceremoniales y las instrucciones civiles dadas por Moisés en circunstancias mucho más plácidas.
Además, es importante notar que el mandamiento referido al séptimo día está puesto, en el mismo corazón de la ley, junto a otros nueve principios morales. Esa distinción le atribuye con claridad cierta naturaleza y cierto prestigio morales, que están por encima de cualquier significado local, temporal o ceremonial. Es sumamente cuestionable hacer cualquier tipo de excepción con respecto al cuarto mandamiento, asignándole una naturaleza transitoria, ceremonial, ligada al antiguo pacto judaico.
Todo eso aparece definidamente confirmado por la forma como está redactado el cuarto mandamiento. Comienza con la palabra “Acuérdate”. Entre otras cosas, esto sugiere de nuevo que se refiere directamente a la existencia del sábado antes del Sinaí. La misma redacción, en especial en el versículo 8, nos recuerda también Génesis 2. Es obvio que los seis días de trabajo y el sábado, el séptimo día, reflejan la actividad de Dios durante la semana de la creación. El séptimo día forma parte inseparable de las primeras cosas. El flujo de la orden divina pone al sábado dentro del círculo del origen de todas las cosas, ya que el versículo 11 relaciona la santidad del sábado con la actividad creadora de Dios.
En resumen, la misma redacción del cuarto mandamiento nos da una razón definitiva para que lo veamos donde está: “Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra…” En esta importante afirmación, el séptimo día no aparece con conexiones ceremoniales, culturales o nacionales, sino con un significado y un origen cósmicos. En la redacción del mandamiento no aparece ninguna relación particular con la nación hebrea o sus ceremonias. En efecto, Moisés requirió su observancia por parte del pueblo hebreo por el hecho de que fue establecido por Dios en la creación y, como los otros nueve mandamientos, tiene un ámbito y una importancia globales.
Ninguna de estas evidencias niega que con el tiempo se le haya conferido al séptimo día un significado ceremonial y litúrgico acorde con la vida y el culto de los hebreos. El punto principal, sin embargo, es notar el hecho de que el significado del sábado trasciende esas limitaciones, tanto en la vida de Israel como en la Biblia entera.
Un nuevo orden
Recapitulando, los relatos del Génesis y el Éxodo relativos al origen del séptimo día establecen su universalidad tanto en el tiempo como en el espacio. Esos relatos lo confirman como algo más que temporal, ceremonial y litúrgico, propio de los judíos. Atribuirle cualquier otra naturaleza o limitar esa dimensión universal, significaría rechazar el carácter histórico del relato bíblico o adaptar a los conceptos humanos la única crónica confiable de que disponemos sobre nuestros orígenes.
En este punto, la cuestión fundamental de este estudio aparece con renovada importancia. Algunos argumentan que aunque todo lo presentado hasta ahora parece ser verdad, ¿acaso no introdujo Cristo un cambio de conceptos históricos y teológicos que transformó y le dio una nueva interpretación al significado y la naturaleza de la ley y el sábado, inaugurando así un “nuevo pacto”? ¿Para qué vamos a seguir guardando el sábado como día sagrado de adoración, si con la venida de Jesucristo se estableció un nuevo orden?
Si Jesús trajo consigo, o en sí mismo, el principal reposo del evangelio, ¿qué necesidad hay de guardar cualquier día en especial para el culto y la alabanza? ¿No es acaso el séptimo día sólo una institución del Antiguo Testamento, para prefigurar el reposo de la fe inaugurado por el Mesías? ¿Por qué seguir con las sombras cuando ya apareció la realidad?
En verdad, hay numerosos pasajes en el Nuevo Testamento que se pueden usar para fundamentar la discusión y responder a esas preguntas. Pero por causa de lo limitado del espacio, no nos podemos referir a todos ellos.
La Epístola a los Gálatas
Al escribir a los cristianos de Galacia, Pablo acusó directamente el impacto que causó la primera venida de Cristo sobre el papel de la ley y el evangelio en la vida del creyente. La tensión en esta epístola, como asimismo en otros escritos de Pablo, es entre la ley y Cristo como medios de salvación, más que entre la ley y la gracia.
En el centro del problema estaban los judaizantes, o “algunos de la secta de los fariseos” (Hech. 15:5). Insistían en su creencia de que la emergente comunidad cristiana debía adoptar ciertas obligaciones ceremoniales mosaicas, tales como la circuncisión y la observancia de días santos. Mantenían firmemente la idea de que los cristianos de origen gentil tenían la obligación de seguir guardando toda la ley para conseguir el favor de Dios (tal como Pablo lo demuestra en Gálatas 5:1-6). Es bueno recordar que eso incluía la observancia de cosas tales como la circuncisión, ciertos días santos, además de todo el sistema mosaico que incluía al Decálogo.
Con eso en mente Pablo les escribió a los gálatas tratando de liberarlos de tales enseñanzas. En toda esta cuestión es posible verificar que Pablo no sólo estaba en contra de las enseñanzas de los judaizantes, sino que podemos descubrir cuál era en realidad su enseñanza. ¿Cuál era su evangelio, y cómo se relaciona con la ley?
En la carta a los gálatas Pablo les recuerda apasionadamente a los creyentes el evangelio que les enseñó, es decir, el evangelio de Cristo, que proclama en esencia que la ley representa la madurez y el total desarrollo espiritual y moral en Jesucristo. Lo hizo mostrando cómo Cristo los había liberado por medio de la fe de la tutela de la ley (Gál. 3:23) para poder ser “bautizados en Cristo”, ser revestidos de él (vers. 27) y llegar a pertenecerle (vers. 29).
Pero, ¿qué significa todo esto, especialmente en relación con nuestra visión de la ley, la fe, Cristo y el séptimo día? ¿A qué ley se refería Pablo cuando les dijo a los gálatas que no estamos bajo su tutela? ¿Cuál era la tutela de la cual fueron liberados los gálatas desde la venida de Cristo (o de la fe)? (Gál 3:23- 26). Para responder estas importantes preguntas es fundamental que nos refiramos a un notable capítulo de la historia de la Iglesia Adventista.
Gálatas 3:19 al 25 fue el foco de la famosa controversia que agitó a la Iglesia Adventista en 1888, durante el congreso mundial llevado a cabo en Minneápolis. Hasta ese momento muchos afirmaban que la ley mencionada por Pablo en Gálatas 3 era sencillamente la ley ceremonial o ley de Moisés, esencialmente los estatutos que gobernaban la vida litúrgica de Israel, tal como lo vemos en Exodo, Levítico y Números. Por ejemplo, ellos creían —y en esto estaban en lo cierto—, que todo el sistema de sacrificios había hallado su cumplimiento en el sacrificio de Cristo en la cruz, y por causa de ello los cristianos no tenían la obligación de observar los aspectos ceremoniales de la ley hebrea. Pero estaban equivocados cuando insistían en que los Diez Mandamientos estaban excluidos del uso que Pablo hacía de la palabra “ley” en ese pasaje. En verdad, el apóstol resume el Decálogo cuando habla de la ley en Gálatas 3.
Los adventistas en Minneápolis estaban comprometidos con la preservación de la autoridad y la validez de todos los Diez Mandamientos. En eso estaban en lo cierto; aunque no veían los aspectos importantes de las enseñanzas de Pablo. De no ser así, habrían arrojado mucha luz sobre su interpretación. También habían contraído el hábito de defender la perpetuidad de la ley frente a otros protestantes, y la llamaban Decálogo o “ley moral”. Aferrados firmemente a su empeño de defender la autoridad de los Diez Mandamientos, era también su gran deseo mantener la validez del séptimo día como día de adoración.
La controversia de Minneápolis no se circunscribió a 1888. En 1900 se publicó una muy significativa —aunque poco conocida— interpretación de Gálatas 3:19 al 25. En esencia, ésta es la declaración: “Se me pregunta acerca de la ley en Gálatas. ¿Cuál ley es el ayo para llevamos a Cristo? Contesto: Ambas, la ceremonial y el código moral de los Diez Mandamientos” (Mensajes selectos, t. 1, p. 274). Pocos años después se repitió con mayor énfasis la misma interpretación: “ ‘La ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo, con el fin de que fuésemos justificados por la fe’ (Gál. 3.24). El Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto, mediante el apóstol” (Ibíd., p. 275).
Las implicaciones de esto para la interpretación del mensaje a los gálatas —especialmente de Gálatas 3:19 al 25—, son profundas y de largo alcance. Tienen importancia fundamental, tanto para los adventistas que siguen trabajando con una serie de interpretaciones posteriores a Minneápolis, como asimismo para otros cristianos que luchan con la incertidumbre acerca de lo que Pablo estaba diciendo en ese pasaje.
Es interesante notar que Pablo incluye los Diez Mandamientos entre sus enseñanzas en el tercer capítulo de Gálatas, y la ilustración que emplea en el capítulo 4 en relación con Sara y Agar también tiene que ver con ellos. El versículo 24 deja en claro que Agar representa el antiguo pacto que, según Pablo, provino del Monte Sinaí, y “está en esclavitud”. La referencia al Sinaí muestra sin lugar a dudas que el apóstol tenía en mente la ley moral, y no la ley ceremonial como muchos piensan.
Esto está expresado con mayor claridad en Romanos 7. En el versículo 4 Pablo les dice a los romanos que por la muerte de Jesús ellos también han muerto a la ley. ¿Qué ley? En Romanos 7:7 el apóstol definitivamente incluye el Decálogo entre sus enseñanzas. En ese versículo cita el décimo mandamiento como ilustración de sus argumentos acerca del papel de la ley y el de Cristo. “Tampoco conocería la codicia, si la Ley no dijera: ‘No codiciarás’ ”.
Viviendo por Cristo
Mientras tanto, es todavía más crítico el efecto que tiene esa muerte sobre la naturaleza del comportamiento o la vida del cristiano. Por medio de Cristo morimos a la ley “para que seáis de otro, del que resucitó de entre los muertos”, de manera que podamos rendir fruto para Dios (Rom. 7:4). Esta afirmación está de acuerdo con lo que Pablo le dijo a los gálatas, que la ley “fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia” (Gál. 3:19).
El mensaje decisivo, tanto en Gálatas 3 como en Romanos 7 no es solamente que el papel de la ley, incluidos los Diez Mandamientos, se alteró como consecuencia de la venida de Cristo, la descendencia, sino que se introdujo un nuevo centro de definición ética y moral, no como un código escrito, sino mediante la vida del mismo Cristo. El punto focal de Pablo no consiste en montar un escenario aparte de la ley moral o de cualquier porción de ella, sino dar por medio de Cristo una interpretación más completa, definitiva y eficaz de todo lo que verdaderamente es justo (el evangelio y la ley) en la persona de Cristo Jesús.
Según mi modo de ver, históricamente los adventistas no captaron la realidad de esta situación. Por eso han sufrido cierto temor de que si se eliminan los Diez Mandamientos no quedará nada para gobernar el comportamiento humano, incluidas las cuestiones referidas a la adoración durante el séptimo día. En cuanto a este aspecto del tema, lo que Pablo está diciendo es que desde la venida del Mesías la disciplina y la orientación están establecidas sobre un fundamento mejor que los Diez Mandamientos, y que ese fundamento es nada menos que la persona del mismo Dador de la ley, Cristo Jesús. Por lo demás, ése es el tema del libro que escribió para los hebreos.
Por otro lado, muchos evangélicos guardadores del domingo tampoco han tomado conciencia de esta realidad, como un principio teológico y práctico esencial. En su gran esfuerzo por negarle toda virtud salvadora a la ley, tal vez no reconocieron ni aplicaron la propia persona de Cristo como la personificación de todo lo que es verdadero y santo, inclusive su ejemplo y su enseñanza en cuanto al séptimo día. Por eso consideran muy vagamente al sábado como un aspecto del Decálogo que se puede revocar o invalidar a la luz de la venida del Mesías.
El punto importante es que bajo el “viejo pacto” el énfasis moral o ético descansaba sobre la validez del código escrito, la ley. Desde la venida del Mesías, ese énfasis se trasladó hacia la divina persona de Cristo, el Dador de la ley en primer lugar. Hay una importante diferencia entre la orientación teológica y práctica resultante; entre la obediencia a un mero código escrito o un amante discipulado desarrollado cuando alguien encuentra el perdón de sus pecados, nace de nuevo y experimenta el poder del evangelio de Jesucristo. En ese caso, la persona sigue al Cristo vivo, el único capaz de justificar al creyente.
En realidad, los cristianos hablan mucho acerca del discipulado, Romanos y Gálatas, pero no es fácil descubrir una comprensión general sobre cómo el asunto de pertenecer a Alguien en lugar de pertenecer a la ley se ubica con perfección dentro del marco elaborado por Pablo en Romanos y Gálatas.
En Romanos 3 Pablo habla de una justicia que se manifestó “sin ley” (vers. 21), que en efecto viene por medio de la fe en Cristo (vers. 22). Junto a eso, en el capítulo 7 no sólo habla de morir a la ley para que podamos pertenecer a Cristo, sino de la muerte en Cristo y con Cristo, “de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Rom. 7:6). Mucha gente le tiene miedo a las implicaciones negativas que puede producir esa muerte a la ley, y se vuelven incapaces de descubrir los tres fabulosos principios que resultan de todo esto.
- Cuando morimos a la ley, se abre el camino para que pertenezcamos a Alguien que es mucho más capaz que la ley para ayudarnos a producir frutos que glorifiquen a Dios (Rom. 7:6).
- Al morir a la ley, se nos libera con el definido propósito de que sirvamos “bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Rom. 7:6).
- La ley, definidamente los Diez Mandamientos, fueron perfectamente cumplidos por Jesucristo, de modo que en ese sentido el creyente también puede, por medio del Espíritu Santo, “andar como él anduvo” (1 Juan 2:6), y eso no para liberarse de su compromiso con el Decálogo, sino para establecerlo con más firmeza (Rom. 3:31; 7:12; Mat. 5:17-48).
La muerte a la ley incluye la totalidad de los Diez Mandamientos tal como fueron dados originalmente. No existe ninguna razón para separar el cuarto de los otros nueve, especialmente a la luz de las verdades que hemos presentado aquí. Ningún cristiano serio cuestiona la validez de cualquiera de los otros nueve mandamientos como parte central de la moralidad humana, con apoyo no sólo en al- guna declaración legal, sino en la misma persona de Dios. Son, por naturaleza, vitales para determinar la calidad de la vida y de cualquier relación que se pueda entablar en el planeta. Por esta misma razón no podemos descartar el cuarto mandamiento.
Debemos decir con toda claridad que de la misma manera como el vivir en Cristo —quien es la personificación de cualquiera de esos mandamientos— no elimina ni una jota ni un tilde de la ley, la forma como Jesús trató el séptimo día tampoco altera su validez.
El Verbo y la ley
Con palabras de profundo significado y llenas de belleza, Juan dice en la introducción de su evangelio: “En el principio era el Verbo… y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:1,14). Aunque esas palabras abarquen mucho más, podemos decir que lo que sólo se había expresado en “Palabra” o palabras —por ejemplo, los Diez Mandamientos, incluido el que se refiere a la santidad del séptimo día— se hizo carne en Jesús de Nazaret, y él lo vivió tal como fue imaginado con respecto a su propósito original y su final significado.
En el Cristo vivo “la palabra” se encarnó junto con la ley y el séptimo día; y la encamación de lo que sólo había sido hablado o escrito, se volvió la más completa expresión de la verdad.
Jesucristo es él mismo esa verdad. Es además el camino y la vida (Juan 14:6). El autor de la ley vino a este mundo y a su creación, y vivió entre nosotros todo lo que requería el código escrito. Un cuadro vale más que mil palabras.
La exaltación de la ley
Jesús no negó la ley. Mediante su vida él sencillamente le dio su más completa expresión, confirmándola y afirmándola. Al mismo tiempo puso sus principios en la cúspide más alta desde el Sinaí. La persona de Jesús es una revelación mayor y mejor de lo que sus propios dedos escribieron sobre tablas de piedra. Y esa expresión mesiánica es válida para todos los mandamientos.
Hasta la venida de Cristo, sólo teníamos un libro para leer. Podíamos ver la verdad, el evangelio y la ley sólo mediante tipos oscuros y proclamaciones proféticas. Por bueno que todo esto fuera, sólo podía damos un cuadro limitado de lo que el Autor de la ley y del evangelio deseaba para nosotros. Cuando Cristo vino, vimos y oímos en él la realidad completa. Pudimos entonces contemplar su vida y escuchar sus enseñanzas de sus mismos labios y, por medio del Espíritu Santo, eso ha proseguido hasta hoy. (Juan 14:14, 16). Ese papel mesiánico está claramente establecido en pasajes como los de Hebreos 1:1 al 4, como asimismo en la carta magna de Jesús, a saber, el Sermón del Monte (Mat. 5-7).
El restablecimiento del séptimo día
Hay quienes dicen que aunque todos los otros nueve mandamientos han sido confirmados o reafirmados en el Nuevo Testamento o bajo el nuevo pacto, el cuarto es el único que no cumple este requisito. Eso sencillamente no es verdad. Si alguien acepta la idea universal y respetable de que los relatos evangélicos no son meramente expresiones primitivas y anecdóticas de los cristianos del primer siglo, sino conclusiones maduras de conceptos o verdades teológicas, todos los actos de Jesús, que se relatan allí, asumirán un nuevo significado. Los evangelistas seleccionaron cuidadosamente, inspirados por Dios, los hechos ilustrativos de la vida de Cristo para manifestar lo que él significó.
Aparecen, a lo largo del Nuevo Testamento, los relatos referidos a los milagros que Cristo llevó a cabo durante ciertos sábados. Algunas de sus enseñanzas y algunos de sus pensamientos más sublimes acerca de ese día los extraemos de la forma como llevó a cabo dichos milagros. En la historia del hombre con la mano seca, que se encontraba en la sinagoga un sábado (Luc. 6:6-10), no hay una palabra acerca de la abolición del sábado. La intención de Jesús en ese caso consistía en demostrar el significado del séptimo día. Por medio de sus palabras y sus actos en la sinagoga, asoció el sábado con la restauración, la salud, la regeneración y la liberación, características universales del Mesías y del evangelio del reino.
Aparentemente, la intención de Cristo consistía en revelar, en el nuevo pacto, el significado evangélico del sábado, incluyendo una interpretación sumamente amplia de él, que implica no sólo la creación sino la regeneración también. Al darle forma a esa clase de sábado, Cristo lo liberó del legalismo opresor con que lo habían cargado algunos líderes religiosos de su tiempo. Una cuidadosa lectura de todos los relatos de los milagros llevados a cabo en sábado por Jesús, y otros acontecimientos sabáticos, revelan la misma clase de tratamiento que Jesús siempre le dispensó a ese día.
Es difícil entender cómo la venida de Cristo podría haber sido calculada para eliminar el sábado, cuando el significado que tiene en el Antiguo Testamento está firmemente asociado con un acontecimiento tan inconmovible como lo es la creación (Gén. 2:l, 2; Éxo. 20:8-11). En otras palabras, nadie puede encontrar nada en la primera venida de Cristo que justifique lógicamente o aliente una negación de la creación y, de esa manera, el significado del papel del sábado, instituido en la misma creación y en el Sinaí. Es verdad que en muchos aspectos el tipo encontró su antitipo en Jesucristo, pero nadie puede afirmar que la creación del mundo haya sido el tipo de algo, cuyo significado y celebración pudieran cesar al aparecer la realidad.
La creación no es un acontecimiento simbólico, y tampoco está relacionada con el culto. La Biblia y el sentido común la ven como un hecho, como un acontecimiento. La redacción del cuarto mandamiento también lo presenta como un hecho inmutable; por lo tanto, la santidad del séptimo día no puede cambiar. Podríamos decir mucho más cuando reconocemos la naturaleza evangélica del séptimo día. Por ejemplo, es significativo que cuando Jesús terminó su obra, y murió con las palabras “consumado es” en los labios, haya reposado en la tumba durante el séptimo día, aparentemente confirmando con eso el significado que ese día debería tener a la luz de su primera venida. Con esto él relacionó el reposo del sábado no sólo con la creación sino también con la redención.
Otra cuestión que podría surgir tiene que ver con los “días santos” que encontramos en Romanos 14 y Colosenses 2. Basta decir al respecto que Pablo, en esos pasajes, no se está refiriendo al significado cósmico —fundado en la creación—-, del sábado semanal. De todo lo que sucedía en la comunidad cristiana primitiva, es por demás claro que los días mencionados en esos pasajes no fueron equiparados con el sábado semanal del Decálogo, sino que, como lo sugieren las palabras de Pablo, se trataba de días de fiesta, de sábados ceremoniales.
Es vital que reunamos en nuestro pensamiento todas las enseñanzas acerca del sábado que aparecen en el Antiguo Testamento y las juntemos cuidadosamente con lo que dice al respecto el Nuevo. Cada vez que esa aproximación global se emplee en el estudio de las Escrituras, especialmente en temas como la ley, Cristo y el séptimo día, todo se ubicará en un molde cristocéntrico, totalmente de acuerdo con las realidades del nuevo pacto, incluida la maravillosa verdad de que Jesús es el reposo del creyente y la personificación de toda la verdad.
Sobre el autor: Es director de la revista Ministry.