Diez beneficios que los oyentes quieren recibir en un sermón.

En una decisión audaz y controvertida, Mel Gibson produjo la película La Pasión de Cristo en latín, el idioma de Pilato y de los soldados romanos que crucificaron a Jesús, y en arameo, el idioma de Jesús y de los discípulos. Su primera intención fue que la película apareciera sin subtítulos, en una metodología moderna que combina la película en sí, con idiomas antiguos que ya casi nadie habla o entiende. Pero, cuando la película estaba por estrenarse, Mel Gibson cambió de opinión y le añadió subtitulado.

Esta decisión refleja curiosamente el dilema que enfrentan los predicadores de la actualidad. Con frecuencia, las iglesias narran la tan antigua historia en idiomas diversos: música, terminología, símbolos, etc., que solo entienden los iniciados; y las visitas o los no cristianos se quedan sin entender nada. En contraste, las iglesias que quieren ganar almas apuntan a un público diferente; gente que está dispuesta a oír esa historia pero que no habla necesariamente el idioma tradicional de la iglesia. Algunas iglesias tratan de tender puentes entre los dos grupos, añadiendo “subtítulos”, por así decirlo, con la intención de que los no iniciados puedan entender. Es por demás interesante que el sermón mismo puede ser ese puente porque, en buenas cuentas, tanto los cristianos como los que no lo son buscan lo mismo en el sermón.

¿Cuáles son esos elementos de búsqueda? En mi opinión, hay diez elementos básicos que tanto los que buscan la verdad como los cristianos desean oír en un sermón. Esta es la cuenta regresiva de ellos:

10. Capte mi atención en cuanto empiece a hablar. Los grandes predicadores del pasado sabían cómo conectarse rápidamente con la audiencia; pero muchos predicadores modernos, incluso los buenos, intentan comenzar con frases machaconas como: “Por favor, abran sus Biblias en la profecía de Abdías”. Esas tácticas no sirven. Hay que tratar de captar la atención de los oyentes con declaraciones dramáticas, con preguntas, con una historia, con una película, etc. Y que no les quede otra opción fuera de prestar atención de ahí en adelante.

9. Enséñeme algo que yo no sepa. Hágase esta pregunta: “Si yo estuviera escuchando este sermón, ¿qué parte de él o qué puntos me gustaría anotar, para no olvidarlos?” Si la respuesta es “nada”, empiece de nuevo la preparación de su sermón. Los que escuchan necesitan recibir nueva información, nuevas percepciones y nuevas perspectivas.

8. Dígame lo que dice Dios, no lo que dice usted. Hasta las visitas están más interesadas en lo que Dios dice acerca del tema que en lo que usted pueda opinar al respecto. Los buenos sermones, ya sea que estén destinados a las visitas o a los creyentes, reposan decididamente en la Biblia como Palabra de Dios: deje que sea ella la que hable.

7. No trate de que me sienta tonto porque no conozco la Biblia tan bien como usted. A menudo, las visitas y hasta antiguos miembros de iglesia no traen sus Biblias. Muchos se sienten incómodos porque no pueden encontrar rápidamente Hageo o Rut. Por eso, en mi iglesia, cuando llega el momento de buscar los textos bíblicos del sermón, proyectamos en la pantalla la lista de todos los libros de la Biblia, y resaltamos el libro que estamos citando, al mismo tiempo que decimos algo como: “Rut es el octavo libro de la Biblia, y se encuentra en la página 217 de las Biblias que hemos puesto a su disposición”.

6. Me gustaría ser como usted; ayúdeme a conocerlo un poco más. Se anima a todo orador a que aproveche la oportunidad de dar a sus oyentes algunas vislumbres de su vida y su personalidad. En ese caso, es bueno que lo que revelamos nos muestre vulnerables, humildes y atrayentes.

5. Hágame reír. No todos pueden contar una historia graciosa; pero esa no es la única manera de hacer reír a la gente -y ni siquiera es la mejor, tampoco- para inyectar humor al sermón. Observaciones cándidas acerca de nuestras propias insensateces son algunas de las maneras más eficaces de usar el humor.

4. Muéstreme que usted entiende por lo que estoy pasando. Una de las tareas más importantes -y la primera- de un pastor, es identificarse con sus oyentes. En un mensaje acerca de “Cómo sobrevivir al sufrimiento”, comencé mi sermón con esta declaración: “A veces, los predicadores nos metemos en la boca más alimento del que podemos comer”, y proseguí diciéndoles por qué no me sentía calificado para hablar a gente que había sufrido más que yo. Por ejemplo, a una familia que había perdido su negocio, a un matrimonio que estaba luchando con el hecho de que uno de los cónyuges padecía de una enfermedad paralizante, a una madre que había perdido a su hijo, etc. La sincera confesión de nuestras propias luchas, o un breve reconocimiento de los problemas de la vida real por los que otros están pasando, es clave para que el pastor se identifique tanto con las visitas como con los creyentes.

3. Toque mis emociones. Tanto las visitas como los creyentes desean que el predicador los inspire; desean que pulsen las cuerdas de sus corazones. Y aunque las visitas en especial están atentas porque no quieren ser víctimas de ninguna manipulación, de todas maneras desean que el predicador no solo los haga pensar sino que los haga sentir, también. Si el sermón no abarca tanto la mente como el corazón, lo más probable es que desilusione.

2. Satisfaga una necesidad sentida. La primera pregunta que debe contestar un escritor o un orador es: “¿Y ahora, qué?” Si, como lector u oyente, usted no me promete al comenzar algo que yo deseo, rápidamente voy a comenzar a pensar en el próximo evento deportivo, o adonde voy a llevar a la familia después del servicio. Peor aún, si usted me prometió algo que nunca me da, me sentiré menos inclinado a volver la semana que viene.

Y, finalmente, el factor número uno que las visitas y los creyentes esperan en un sermón:

1. Dígame claramente cómo puedo yo aplicar esto a mi inda esta semana: Cuando termino un sermón, presumo que todos mis oyentes están interesados en hacer lo que Dios les ha dicho que hagan. Por eso, además de brindarles la oportunidad de tener una oración privada y recibir consejo, les sugiero algunas maneras prácticas de hacer lo que aprendieron. He animado a mis oyentes a escribir sus propias declaraciones de misión, a desprenderse de alguna posesión la siguiente semana, o enviar a alguien una invitación para concurrir a la iglesia.

Cuando se trata de esto, no hay tanta diferencia en predicar tanto a las visitas como a los creyentes. Con los cristianos, por supuesto, se supone que poseen más conocimiento y podemos tomar algunas libertades. Con las visitas, en cambio, no hay tantos tabúes. Ambos grupos buscan esencialmente las mismas cosas de los maestros de la Palabra de Dios. Ninguna de ellas es nueva, pero las necesitamos para aplicar en la vida diaria cada mensaje que damos desde ahora y hasta la venida de Jesús.

Sobre el autor: Pastor dedicado al liderazgo y la enseñanza en la iglesia de Cobblestone, en Oxford, Ohio, Estados Unidos.