La manera en que nos vestimos revela nuestra idea de valor personal.
Hoy se habla mucho de la estima propia, ese sentimiento que traduce la opinión que cada cual tiene de sí mismo; la conciencia del valor personal, del respeto propio, de la confianza propia. Ejerce influencia sobre todo lo que hacemos. Es el resultado de lo que creemos ser; implica respeto a nuestros límites y el reconocimiento de nuestros valores.
La mujer moderna ciertamente ha alcanzado muchos de sus objetivos: formación intelectual, inclusión en el mercado profesional con posibilidades de desempeñar funciones importantes; incluso la equiparación salarial con el hombre. Todo eso eleva su autoestima, y significa que se va concretando el tan soñado reconocimiento y valorización por parte de la sociedad.
La mujer adventista, por sobre todo, debería reconocer su propio valor. Sabe cuánto vale, ya que fue rescatada “no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” A (1 Ped. 1:18). En vista de esto, se impone esta pregunta: ¿Se ha valorizado tanto a sí misma la mujer adventista como lo hizo Cristo, hasta el punto de dar su vida por ella? ¿Ha entendido y ha cultivado una estima propia verdadera y saludable?
Ejemplos
Las Sagradas Escrituras nos presentan el ejemplo de algunas damas que supieron reconocer su valor, o que lo manifestaron por medio de las actitudes que asumieron. Un buen ejemplo de ellas es la reina Vasti. Además de cultivar una autoestima saludable, lo que podemos saber de ella es el resultado de las deducciones a que podemos llegar cuando leemos su historia en el libro de Ester. Sin duda era muy joven cuando llegó a ser reina. Era muy bonita: la mujer más hermosa de toda Persia.
Cuando el Rey le ordenó que se presentara delante de los nobles de la corte y de los ilustres invitados extranjeros, sencillamente no quiso aparecer delante de esos ebrios. Prefirió enfrentar la ira del Rey que atraer sobre sí misma las miradas maliciosas y los sentimientos impuros de esos invitados. En contraste, pero también consciente del efecto de su belleza, atuendo y actitudes, está Salomé, la hija de la cruel y vengativa Herodías. Usó su belleza y sus atractivos para seducir al rey, induciéndolo a cometer el asesinato de quien, según Jesús, era el más grande de todos los hombres: Juan el Bautista.
La función del vestido
Mostrar su cuerpo o no, en el caso de esas mujeres, fue una cuestión de decisión personal. Su estima propia y el sentido de su propio valor eran evidentes en cada una de ellas. Posiblemente, usted haya llegado a la conclusión de que la actitud de la reina Vasti era extrema, ya que hoy está de moda mostrar el cuerpo. Pero el que creó a hombres y mujeres con la capacidad de seducir y ser seducidos, dio instrucciones muy específicas en todos los aspectos de la vida, incluso en cuanto a cómo nos debemos vestir:
“El amor al vestido hace peligrar la moralidad, y hace de la mujer lo contrario de una dama cristiana, caracterizada por la modestia y la sobriedad. Los vestidos llamativos y extravagantes con frecuencia estimulan la concupiscencia en el corazón de quienes los usan, y despiertan pasiones bajas en la mente de quienes los contemplan” (Consejos acerca de la salud, p. 602).
Junto a eso, el enemigo, que está al tanto del efecto que produce la ropa sobre quien la usa y sobre quien observa, “está constantemente inventando algún nuevo estilo de ropa que resulte perjudicial para la salud física y moral; y se regocija cuando ve a los cristianos que aceptan ansiosamente las modas que ha inventado. […]
Le deshonra [a Dios] su conformidad con las modas malsanas, inmodestas y costosas de esta época degenerada” [Ibíd., pp. 602, 601). De acuerdo con Mark Finley, vicepresidente de la Asociación General: “En medio de la chatura moral y del cristianismo contemporizador de nuestra época, poca gente se da cuenta de la necesidad de ser diferentes de los demás”. Y aquí aparece la responsabilidad de las esposas de los pastores, pues, “si así lo desean, pueden ejercer a su alrededor una influencia para el bien. Pueden dar testimonio en favor de la sencillez de la verdad siendo modestas en el vestir y comportándose discretamente” (El evangelismo, p. 342).
“Vi que las esposas de los ministros deben ayudar a sus esposos en sus labores; y a cuidar muchísimo la influencia que ejercen. Porque hay quienes las observan, y se espera más de ellas que de otros. Su indumentaria, su vida y su conversación deberían ser un ejemplo […]. Su influencia se ejerce decidida e inequívocamente en favor de la verdad o en contra de ella” (Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 38, 39).
Cuando Dios ordenó a Moisés que construyera el santuario en el desierto, le dio instrucciones específicas acerca de la vestimenta de los sacerdotes. La presencia directa de un Dios santo provocaría la muerte de quien se allegara a él en forma indigna. Por eso, el servicio de los sacerdotes en el Templo no se podía caracterizar ni por actos ni trajes que no concordaran con la santidad del Santuario. Todo lo que tuviera algún vestigio de paganismo debía ser excluido del templo santo.
Es innegable que existe hoy cierta preocupación en cuanto al tipo de atuendo adecuado para programas especiales de la iglesia como casamientos, ensayos y otros. Sobre este asunto, Elena de White fue bastante clara cuando declaró: “Muchos se visten como el mundo a fin de ejercer influencia sobre los incrédulos; pero en esto cometen un triste error. Si quieren ejercer una influencia verdadera y salvadora, vivan de acuerdo con su profesión de fe, manifiéstenla por sus obras justas, y hagan clara la distinción que hay entre el cristiano y el mundo. Sus palabras, su indumentaria y sus acciones deben hablar en favor de Dios. Entonces ejercerán una influencia santa sobre los que los rodeen, y aun los incrédulos conocerán que han estado con Jesús. Si alguno quiere que su influencia se ejerza en favor de la verdad, viva de acuerdo con lo que profesa e imite así al humilde Modelo” (Ibíd., pp. 594, 595).
Jamás deberíamos dejamos esclavizar por las exageraciones de la moda secular en lo que se refiere al vestido; ya que es más una cuestión de buen gusto, la ropa puede servir para la salvación o la perdición de quien la usa o de las personas sobre las cuales ejerce influencia.
De acuerdo con el amor de Dios
El Señor desea que desarrollemos una estima propia saludable, y que seamos una bendición para nuestros esposos, familias, iglesias y el mundo. Él “se chasquea cuando su pueblo se tiene en estima demasiado baja. Desea que su heredad escogida se estime según el valor que él le ha atribuido. Dios la quería; de lo contrario no hubiera mandado a su Hijo a una empresa tan costosa para redimirla” (El Deseado de todas las gentes, p. 621).
Sí, Cristo se humilló a sí mismo, dejó el cielo, la gloria y la majestad, y se hizo siervo. Se lo condenó a muerte como si hubiera sido uno de los peores elementos de la sociedad, y sufrió la más terrible de las angustias por amor a los perdidos. ¿No deberíamos vivir a la altura de ese amor, como ejemplos dignos de imitación, tanto al hablar como al actuar, y también en nuestra manera de vestir?
Vivamos de tal manera que nuestra vida honre el nombre de Dios, y así mostremos al mundo que, por encima de todo, estamos revestidos del manto de la justicia de Cristo.
Sobre la autora: Directora de AFAM en la Asociación Paranaense, Rep. del Brasil.