Consideraciones de un pastor que reflexiona sobre la tarea a la que fue llamado.

  • Sé que hablar acerca de Dios es infinitamente más sencillo que dialogar con Dios.
  • Sé que el estatus que concede la investidura pastoral fácilmente confunde al más débil… y al más fuerte también.
  • Sé que se me exige de mi posición más de lo que estoy dispuesto a admitir… y más de lo que mis posibilidades me permiten entregar.
  • Sé que es más fácil luchar en contra del pecado de otro que batallar con el propio.
  • Sé que el púlpito es un lugar sagrado cuando no lo contamina la arrogancia y el orgullo.
  • Sé que es más cómo pontificar dando la impresión de tener todas las respuestas, que buscar día a día y con insistencia la verdad.
  • Sé que algún día deberé dar cuenta de mis dichos, de mis silencios, y de lo que supe siempre que debía decir pero, por miedo, hedonismo o política opté por callar, creyendo que a nadie le iba a afectar mi silencio.
  • Sé que mis silencios son tan elocuentes como mis palabras.
  • Sé que hablar es más sencillo que callar.
  • Sé que entre los que me escuchan hay quienes nunca verán en mí al ser humano que existe en mi interior, que libra batallas tan arduas y cansadoras, que toda mi vida no alcanzaría para describirlas.
  • Sé que, como pastor, es más agradable amoldarse en la cómoda posición del que lo sabe todo y no tiene nada más que descubrir.
  • Sé que en el silencio de la conciencia debo luchar todos los días y a cada instante, no solo por creer, sino también por mantenerme de la mano de Aquel a quien pretendo guiar a otros.
  • Sé que debo cuidarme de los lobos vestidos como pastores, a fin de cuidar a mis ovejas, tarea que me desvela.
  • Sé que amar es mejor que odiar, pero es el camino más difícil.
  • Sé que no podré gustarles a todos y que habrá algunos que verán con buen grado mi dolor y mi caída.
  • Sé que el reducto donde acaba el pensamiento y la capacidad de razonamiento es el rincón del dogmatismo y la respuesta rápida del que solo memoriza sin cavilar.
  • Sé que estoy llamado a pastorear no solo a quienes me agradan. Eso hace que a veces mi tarea sea una carga difícil de llevar.
  • Sé que erigirme de parte del débil y el perseguido es infinitamente más difícil que asumir la complicidad del silencio.
  • Sé lo fácil que es confundirme con quienes ostentan el poder y creer que su sonrisa es señal de aceptación, cuando a menudo solo es sorna.
  • Sé lo sencillo que es manipular a un pastor. Basta una sonrisa de aprobación.
  • Sé que es más sencillo dejarse engañar por el aplauso que por la crítica honesta del amigo que entiende que no somos más que humanos.
  • Sé que creer es también pensar.
  • Sé que la repetición constante de los mismos conceptos sin indagación, diálogo y análisis lleva inevitablemente a la apatía y a la sensación de no tener nada más por saber.
  • Sé que deberé resignarme a que no todos me entiendan, ni siquiera cuando están creyendo que ya comprendieron.
  • Sé que Dios sonríe en cada crepúsculo.
  • Sé que soñar no es un ámbito en el que se suponga que tengo competencia.
  • Sé que muchos esperan que solo repita ideas premoldeadas, sin pensar, disentir ni dudar, aunque me revele con todas mis fuerzas a la sola idea que aquello ocurra en la mente de alguien.
  • Sé que debo aparecer como alguien que tiene todas las respuestas; aunque en el fondo entienda que hay muy pocas certezas definitivas.
  • Sé que la vida es enormemente más difícil de lo que a veces hacemos aparecer en un sermón.
  • Sé que es más fácil predicar que vivir.
  • Sé que, aunque finja cuando estoy dirigiendo un funeral, no puedo evitar el estremecimiento que me provoca el hecho de entender que la vida tiene un final y existe la posibilidad de que en algún otro momento, otro ministro diga palabras de circunstancia pero con relación a mí.
  • Sé que el liderazgo puede ser un lugar muy solitario.
  • Sé que la teoría es diferente de la práctica, pero, sin teoría, no hay práctica que resista.
  • Sé que cargo sobre mis espaldas más secretos de los que quisiera y más de los que desearía enfrentar conscientemente; tal vez por eso me recluyo más de una vez en la soledad silenciosa de las letras.
  • Sé que caminar por el sendero es más estimulante que llegar.
  • Sé que estoy encadenado a una forma de vida, que inevitablemente me obliga a ser un referente.
  • Sé lo difícil que es saberse imperfecto; aunque en más de una ocasión nos obligan a creer que debemos vivir lo contrario.
  • Sé que la fe no es haber llegado, sino permanecer luchando.
  • Sé que soy nada más que humano.
  • Sé que el ministerio no es carrera, ni profesión ni oficio, sino un llamado constante a escuchar la voz silenciosa de Dios con el fin de repetirla en eco para que otros también puedan oírla.
  • Sé que mis lágrimas no bastan para cubrir el dolor ajeno.
  • Sé que la envidia es poderosa para forjar enemistades.
  • Sé que mis hijos necesitan de un padre y no un pastor.
  • Sé que mi esposa se enamoró del varón, no de la investidura.
  • Sé que cuando el dolor y el error me arrastren, necesitaré otro pastor, para que me diga lo que hoy yo estoy diciendo.
  • Sé que nunca es tarde para empezar, excepto cuando ya no lo deseas.
  • Sé que en muchas paradojas existen verdades escondidas
  • Sé que todos los años de universidad no me convierten en teólogo. Demandará la eternidad entender a Dios… y en parte.
  • Sé que algún día veré el rostro de Jesús, y tendré que reconocer que muchas de mis convicciones simplemente fueron apenas vislumbres de la Verdad.
  • Sé tantas cosas y a veces me cuesta trabajo saber que es lo que sé.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Se desempeña como profesor de Teología en la Universidad de Ñaña, Rep. del Perú. Además, es autor de varios libros publicados por la Asociación Casa Editora Sudamericana.