El ministro que predica todo el consejo de Dios, ciertamente disfrutará de una conciencia limpia al dejar la iglesia o el distrito.

“Un ministro fiel, al dejar el rebaño, puede despertar más la conciencia de la iglesia que durante todo el tiempo que pasó junto a las ovejas”[1]. La despedida de Pablo a los efesios (Hech. 20:15-35) comprueba esta verdad.

Pablo, consciente de que no tendría otra oportunidad de estar con esos ancianos, les recordó que su misión, entre ellos, había terminado. Ahora tenía que partir; pero antes declaró: “Estoy limpio de la sangre de todos”. En otras palabras, estaba alejándose de esa iglesia con la conciencia limpia.

Es importante, también, que como ministros del evangelio mantengamos nuestra conciencia limpia.

Pero, ¿cómo podemos hacerlo? En el relato del libro de Hechos que acabamos de mencionar, encontramos cinco actitudes. Cuando el ministro del evangelio las asume, puede tener una conciencia limpia delante de Dios y de los hombres.

* Predicar todo el consejo de Dios. “Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (vers. 25-27).

Un ministro fiel no se limita a predicar sus temas favoritos. Pablo, por ejemplo, nunca retaceó ni escondió nada del mensaje por cobardía, codicia o deseo de alabanza. El apóstol no seguía sus preferencias personales cuando escogía acerca del tema de su predicación. Elena de White, al respecto, escribió lo siguiente:

“Algunos dejan de educar a la gente en lo que se refiere al cumplimiento de su deber. Predican esa parte de nuestra fe que no despierta oposición ni desagrada a los oyentes; pero no declaran toda la verdad. La gente disfruta de su predicación; pero hay falta de espiritualidad porque no se satisfacen los derechos de Dios. Su pueblo no le da los diezmos y las ofrendas que le pertenecen. Este robo perpetrado contra Dios, practicado tanto por ricos como por pobres, ha llevado oscuridad a las iglesias; y los pastores que trabajan con la gente y no les presentan la sencilla voluntad revelada de Dios, son puestos bajo condenación con la gente, porque han descuidado su deber”.[2]

En su libro Obreros evangélicos, la Sra. White menciona la necesidad de una obra completa por parte del pastor: “El sobreveedor de la grey de Dios debe desempeñar fielmente su deber. Si asume la actitud de que, porque no le agrada, lo dejará para que lo haga otro, no es un obrero fiel. Lea en Malaquías las palabras con que el Señor acusa a su pueblo de haberle robado. El Dios poderoso declara: ‘Malditos sois con maldición’. Cuando el que ministra en palabra y doctrina ve que la gente sigue una conducta que le reportará maldición, ¿cómo puede descuidar su deber de darles instrucción y amonestación? A cada miembro de la iglesia se le debe enseñar a ser fiel en cuanto a pagar honradamente el diezmo”.[3]

El ministro que predica todo el consejo de Dios ciertamente disfrutará de una conciencia limpia cuando tenga que dejar la iglesia o el distrito.

* Apacentar la iglesia del Señor. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (vers. 28).

Sería un gran pecado descuidar al pueblo de Dios, comprado a tan alto precio. Elena de White, al comentar la función del pastor, escribió: “El cuidado solícito que el subpastor ha de dar a los corderos de su rebaño está bien ilustrado por un cuadro que vi, en el cual se representaba al buen Pastor. El pastor iba adelante, mientras que el rebaño lo seguía de cerca. En sus brazos, el pastor llevaba un cordero impotente, mientras que la madre caminaba confiada a su lado. Acerca de la obra de Cristo, Isaías dijo: ‘En su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará’ (40:11). Los corderos necesitan más que comida diaria. Necesitan protección, y se los debe cuidar constantemente con ternura. Si uno se extravía, hay que buscarlo. La figura es hermosa, y representa muy bien el amante servicio que el subpastor de la grey de Cristo ha de prestar a los que están bajo su protección y cuidado”.[4]

La obra pastoral implica una cuidadosa atención a los miembros del cuerpo de Cristo. Los niños, los jóvenes, los matrimonios, los ancianos, todos deben ser objetos del amor y el cuidado pastoral. Estas palabras de la mensajera del Señor son muy oportunas:

“Se necesitan hombres en este tiempo que entiendan las necesidades de la gente y que ministren esas necesidades. El fiel ministro de Cristo vigila en todos los puestos para advertir, reprobar, aconsejar, suplicar y animar a sus semejantes, colaborando con el Espíritu de Dios que obra poderosamente en él, para que pueda presentar a todo hombre perfecto en Cristo. El cielo reconoce a ese hombre como ministro, que camina en las huellas del gran Ejemplo”[5].

El ministro que pastorea el rebaño del Señor con amor y dedicación, es un hombre que tiene la conciencia limpia.

Advertir acerca de los peligros. “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (vers. 29-31).

Los peligros pueden provenir de fuera de la iglesia: falsos maestros (vers. 29), y también desde dentro de la misma iglesia: herejías (vers. 30). Pablo declara que los peligros se deben enfrentar con vigilancia y amonestación (vers. 31). Al respecto, Elena de White nos advirtió:

“Los engaños aumentarán; por eso debemos llamar la rebelión por el nombre que le corresponde. Debemos permanecer vestidos con toda la armadura. En este conflicto no solo tenemos que luchar contra hombres, sino también contra principados y potestades. No luchamos contra sangre y carne. Leamos en nuestras iglesias con cuidado y solemnidad el pasaje de Efesios 6:10-18.

“Los que apostatan están dando expresión a las palabras del dragón. Debemos enfrentar a los instrumentos satánicos que fueron a guerrear contra los santos. ‘Entonces el dragón se llenó de Ira contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo’ (Apoc. 12:17). Los que apostatan dejan el pueblo de Dios fiel y verdadero, y confraternizan con los que representan a Barrabás”.[6]

El ataque a la iglesia de Dios es tanto externo como interno. Es impresionante la cantidad de miembros que se alzan dispuestos a atacar a los dirigentes, como asimismo las doctrinas de la iglesia. Internet es uno de los principales instrumentos que empelan los opositores de la verdad. Se envían libros a los miembros de iglesia sin que estos los hayan solicitado; llegan cartas a los ancianos y a los directores de Escuela Sabática. Los mensajes son siempre los mismos: fallas en la dirección de la obra, apostasía en la iglesia por enseñar y predicar la doctrina de la Trinidad, la naturaleza humana y divina de Jesús, y muchas otras. Los opositores se suelen presentar bajo un manto de santidad. Pero el ministro del evangelio debe estar atento y lleno del Espíritu Santo, para percibir el peligro y proteger al rebaño.

Una buena forma de advertir al pueblo de Dios sobre los peligros es dando estudios bíblicos al respecto, como así también promover conferencias y seminarios para tratar estos asuntos. Elena de White escribió:

“Lo que la iglesia necesita en estos días de peligro es un ejército de obreros que, como Pablo, se hayan educado para ser útiles, que tengan una experiencia profunda en las cosas de Dios, y que estén llenos de fervor y celo. Se necesitan hombres santificados y abnegados; hombres que no esquiven las pruebas y las responsabilidades, hombres que sean valientes y veraces […]. Por carecer de tales obreros la causa de Dios languidece, y errores fatales, cual veneno mortífero, corrompen la moral y agostan las esperanzas de una gran parte de la raza humana”.[7]

* Encomendar la iglesia al Señor. “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (vers. 32).

Pablo, después de advertir y exhortar a los ancianos, los encomendó al cuidado de Dios. “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios (que les ayudará a cumplir su deber) y a la palabra de su gracia (que los protegerá contra las doctrinas falsas) que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” Según Champlin, “Pablo había hecho todo lo que estaba a su alcance en cuanto a su testimonio personal y su enseñanza de las doctrinas. Ahora solo le quedaba dejar a esos discípulos y su destino en las manos de Dios, llenas de gracia”[8]

Un ministro fiel y comprometido ora en favor del rebaño, y se lo entrega al Señor para que lo cuide.

* El pastor debe ser un modelo de vida. “Ni plata, ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (vers. 33-35).

Pablo estableció un contraste entre su ejemplo y el de los falsos obreros, que atraían discípulos tras sí con fines de lucro (1 Tim. 6:5-10; Rom. 16:17, 18; 2 Ped. 2:14, 15). No permitió que ni siquiera vestigios de codicia apartaran su vista de las almas necesitadas. No permitió tampoco que ningún interés, ni oro ni plata, disminuyeran su pasión por las almas.

Los actos de Pablo confirmaban su testimonio: “Vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario […] estas manos me han servido”.

El apóstol no se limitó a llamar la atención a su propia vida cristiana. Como Juan el Bautista, hizo de su persona solo un punto de contacto que señala a Otro: al Señor Jesucristo (vers. 35), el Modelo perfecto.

Por lo tanto, la fuerza del ministerio descansa sobre una conciencia limpia. El pastor que, en el ejercicio de su ministerio, predica toda la verdad de Dios, pastorea al rebaño con amor y cuidado, advierte a la iglesia de los peligros de afuera y de adentro del redil de los santos, entrega a los fieles en las manos de Dios y sirve de modelo de vida para los cristianos, podrá disfrutar de una conciencia limpia y tranquila delante de Dios y de los hombres.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Central de Joinville, Santa Catarina, Rep. Del Brasil.


Referencias

[1] Myer Pearlman, Atos: e a Igreja se fez missões (Hechos, y la iglesia se hizo misiones), p. 207.

[2] Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 92.

[3] Obreros evangélicos, p. 240

[4] Ibíd., pp. 223, 224

[5] Testimonies for the Church, t.4, p. 416.

[6] Mensajes selectos t 2, p. 455.

[7] Los hechos de los apóstoles, p 404.

[8] R. N Champlin, O Novo Testamento Interpretado, t 3, p 449.