Después de todo, el problema que se encuentra en la base de todos los demás, y que desafía al adventismo, es que la iglesia todavía está en la tierra y no en el cielo.

El mundo está lleno de leyes, no solo en el ámbito de lo físico, sino también en el social. Hace ya tiempo que estoy coleccionado estas luminosas leyes. Tomemos, por ejemplo, la Ley de Schmidt: “Si usted sacude por bastante tiempo algo, lo va a romper”. O la Ley de Weller: “Nada es imposible para el que no lo tiene que hacer”. También está la ley de Jones: “El que sonríe cuando algo sale mal, está pensando en la persona a quien le va a echar la culpa del desastre”. Y, la mayoría de nosotros ha experimentado alguna vez el segundo corolario de la Ley de Murphy: “La magnitud de la catástrofe es directamente proporcional a la cantidad de gente que la vio”.

Iluminado por semejante sabiduría, hace unos 25 años decidí probar suerte, y desarrollar mi propia y esotérica sagacidad. Como resultado, apareció la Ley de Knight para dirigentes de iglesia, con sus dos corolarios. En términos sencillos, la Ley de Knight reza: “Es imposible que usted llegue a destino, a menos que sepa adonde quiere ir”. El corolario N° 1: “Los dirigentes de la iglesia que no saben adonde van, están perdidos”. Y el corolario N° 2: “Los dirigentes que están perdidos creen que si se mueven, están progresando”.

Confundir el movimiento con el progreso

Comencemos nuestro comentario con el corolario N° 2. Para los que han formado parte del sistema adventista durante algunos años, es sumamente fácil confundir movimiento con progreso; y más fácil aun confundir estadísticas con progreso.

Debo reconocer que las estadísticas son impresionantes, y hasta inspiradoras. Hace algunos meses, apareció en mi escritorio el número 141 del Informe estadístico anual de la iglesia. Es emocionante leer que una iglesia que tenía alrededor de 1 millón de miembros cuando yo me bauticé en 1961, ha crecido hasta llegar a los 13.406.554 adherentes al 31 de diciembre del año 2003.

Y hay otros datos estadísticos impresionantes: la totalidad de los diezmos y las ofrendas de la Asociación General alcanzó, en el año 2003, a cerca de 2 mil millones de dólares; ese año, la iglesia bautizó a 991.714 personas, administró 6.689 escuelas, 754 instituciones de salud y 56 casas editoras. También entusiasma enterarse de que ese año la iglesia tenía presencia en 204 de las 230 naciones del mundo, y que usó 882 idiomas con el fin de desarrollar sus programas de expansión.

Es cierto, las estadísticas son impresionantes; pero siempre debemos recordar que las estadísticas, que siempre aumentan, no son un fin en sí mismas. Tal vez, su verdadero significado resida en el hecho de que no reflejan tanto acerca de lo que la iglesia ha hecho, sino acerca de lo que todavía le queda por hacer.

Después de todo, si los comparamos con los más de 6 mil millones de habitantes que pueblan la tierra, los cerca de 14 millones de adherentes de la iglesia no significan gran cosa (equivalen a un poco más de 2 décimas del 1 por ciento de la población total de la tierra). Recuerdo que hace algunos años yo hablaba en una reunión privada en la que estaban presentes el presidente de la Asociación General y los presidentes de la División Norteamericana y de las uniones de esta División, y recalqué en mi declaración inicial que el mismo hecho de que la iglesia tenía en ese momento 6 millones de miembros en la tierra, era una señal no de éxito sino de fracaso. Lo mismo se podría decir de 14 millones, o de 30 y hasta de 100 millones de miembros.

Después de todo, el problema que se encuentra en la base de todos los otros problemas y desafíos del adventismo es que la iglesia todavía está en la tierra y no en el cielo. Nunca debemos confundir el entusiasmo de desarrollar una gran denominación aquí, en la tierra, con el verdadero objetivo de llegar al Reino celestial.

Por eso, aunque las estadísticas tienen su propósito, no representan lo que la iglesia tiene que hacer. Pueden ser lo medios para llegar a un fin, pero nunca se las debe confundir con el fin mismo. En efecto, teóricamente las estadísticas podrían continuar creciendo por la eternidad, sin producir el fin que se espera. De nuevo, entonces, recordemos que “el movimiento no es necesariamente progreso”.

También debemos tener en cuenta esta verdad en nuestras actividades diarias, como líderes de la iglesia. Lino de los pecados mortales de la administración consiste en confundir la confección de informes, la planificación de proyectos y campañas, y la recolección de fondos para financiar esos proyectos, con el progreso verdadero. Las malas noticias son que podemos estar generando movimiento en lugar de progreso, y que nos estamos “calentando” en lugar de avanzar.

Como el niño en su caballito de madera, podemos estar tremendamente activos, pero no estaremos verdaderamente avanzando hacia el objetivo original. No debemos perder de vista la visión ni los objetivos que hicieron de nosotros adventistas en primer lugar. Si lo hacemos, estaremos perdidos, aunque proclamemos a voz en cuello y con entusiasmo que tenemos la respuesta. Los que han caído en el bache del corolario N° 2 son un clásico ejemplo del ciego que guía a otro ciego.

El caso de los líderes perdidos

Y esto nos lleva al corolario N° 1: “Los líderes de la iglesia que no saben adonde van, están perdidos”. No se trata de que estén perdidos espiritualmente; la perdición de ellos tiene que ver, más bien, con su ocupación, su visión y su misión.

Tal como lo dijimos en el corolario N° 2, los líderes de la iglesia necesitan apartar la vista de los números si quieren tener una perspectiva u orientación que los ayude realmente.

Una de las más grandes necesidades de los líderes en todas partes de la obra adventista consiste en revisar sus conceptos acerca del futuro. Aunque nos sintamos cómodos con la manera en que se han hecho las cosas en el pasado, necesitamos darnos cuenta del hecho de que las formas familiares y tradicionales no son las únicas; y probablemente tampoco sean las mejores.

Necesitamos descubrir maneras más eficaces de usar los medios de comunicación, de vender libros, de dirigir instituciones de salud y de educación, y de estructurar la iglesia y sus programas destinados a alcanzar a la gente. Y “más eficaces” no significa hacer algo para sobrevivir solamente, ni siquiera para hacerlo con estilo y con fondos suficientes. Esa manera de ser “más eficaces” puede ser satisfactoria para IBM, o la General Motors, pero no tiene nada que ver con la planificación adventista.

Necesitamos ser conscientes del hecho de que nuestra meta no es manejar un buen negocio aquí, en la tierra, sino promover la misión de la iglesia de tal manera que la capacite para el advenimiento del Reino de Dios. Los dirigentes adventistas tienen que superar la idea de que deben ser administradores de éxito, para pasar a ser revolucionarios radicales, listos para cambiar el orden mundial.

Si seguimos considerando el éxito desde el punto de vista de la gente, con su mentalidad común y terrenal/ nos vamos a quedar en este planeta por bastante tiempo más. La iglesia puede estar en el mundo, pero su visión no debe ser la del mundo. La única manera de mantenernos fuera del ámbito de la perdición ocupacional y eclesiástica consiste en trasponer los parámetros del éxito de la gran cultura de la actualidad, para proyectarnos hacia la visión verdaderamente radical de Cristo, que prometió venir otra vez a fin de arrojar lodos los símbolos del éxito mundano al eterno basurero.

Al redefinir el futuro, los líderes adventistas deben dejar de pensar en términos de aritmética, para comenzar a hacerlo geométricamente. Demasiados de nosotros nos limitamos a arrastrar los pies, como si el crecimiento de la iglesia fuera una gráfica que gentilmente (o tal vez no tanto) va en rumbo ascendente. Si seguimos pensando y planificando en esa forma, la iglesia se quedará en la tierra por mucho tiempo, tal vez por la eternidad.

Si yo estoy leyendo mi Biblia correctamente, en algún momento la iglesia va a experimentar un crecimiento tan explosivo, y de tal magnitud, que las estructuras terrenales no la van a poder contener. ¿Forma parte de nuestra visión del futuro ese crecimiento descomunal?

Por otra parte -y esto se debe destacar-, un cambio radical y masivo no necesita tomar demasiado tiempo. En octubre de 1989, me encontraba recorriendo Alemania Oriental como huésped del Gobierno. Mientras hacíamos los arreglos pertinentes, ni el Gobierno ni yo podíamos prever que, mientras estuviera de viaje, lo estaría haciendo en medio de una revolución que en pocas semanas derribaría todo el sistema soviético.

Toda esa estructura se derrumbó prácticamente de la noche a la mañana. ¡Y ese cambio radical fue inmenso para la mayoría de la gente! Pero los cristianos adventistas esperamos un cambio político y social de tales proporciones, que la caída del Bloque Soviético se reduciría a la insignificancia en comparación. Mientras tanto, podemos considerar el repentino colapso del sistema soviético como un tipo histórico de lo que puede suceder a escala mundial en muy breve tiempo.

Pero estos tremendos cambios no suceden por sí solos. Había detonantes humanos, como la influencia de los dirigentes sindicales polacos, que tenían una visión diferente del mundo, y estaban dispuestos a arriesgarse y a hacer sacrificios para que eso sucediera.

Los líderes adventistas tienen que pensar en grande y no en pequeño, si vamos a participar de esos magnos eventos, en lugar de enfrascarnos en cambios que no avanzan a más velocidad que lo cotidiano. Y -no es necesario decirlo-, esos líderes espirituales, como los radicales del Bloque Soviético, deben estar dispuestos a arriesgarse y a hacer sacrificios para que esa visión se convierta en realidad.

La actitud de seguir como de costumbre no sirve. La ardua tarea de dejar de estar perdidos eclesiásticamente consiste, en efecto, en cambiar de actitud. La iglesia necesita líderes cuya visión abarque algo mejor que lo que tenemos ahora y que lo que estamos haciendo en la actualidad.

Los ojos de los líderes deben estar fijos en la meta

Este pensamiento nos lleva de vuelta a la Ley de Knight: “Es imposible llegar a destino a menos que sepamos adonde queremos ir”.

No quiero decir que los líderes adventistas están confundidos en cuanto a los propósitos de la obra; pero parece que algunos lo están un poco en cuanto a la manera de operar. Ha sido un placer, en mi trabajo, estar en contacto con los más altos dirigentes de la iglesia, como asimismo con los más humildes pastores de distrito. En efecto, a menudo visito las casas de los pastores y acepto invitaciones para comer mientras doy clases de extensión en diversas partes del mundo, y lo que algunos de ellos me han dicho me permite entender con claridad qué concepto tienen de la mentalidad de algunos de sus líderes.

En una de las divisiones que crece más rápidamente, los pastores me informaron que no se les daba permiso para asistir a mis clases hasta que no hubieran alcanzado su blanco de bautismos. Incluso me dijeron que en su Unión no podían tomar vacaciones a menos que hubieran alcanzado ese blanco.

Al llegar a este punto, me comunicaron que la única manera que tenían algunos de ellos de alcanzar ese blanco era inventar nombres (o anotando los que encontraban en las tumbas del cementerio vecino), para añadirlos a su informe de bautismos. ¡Voila! El blanco se alcanzaba, ¡y todos tan contentos!

Las historias que escuché de gente que estaba trabajando a presión para alcanzar resultados me llevó a preguntarme si algunos de nosotros no estamos un poco más que confundidos con respecto a alcanzar los verdaderos blancos de la iglesia.

¿Sabemos realmente nosotros, como líderes de la iglesia, hacia dónde vamos? O, ¿nos estamos limitando a “jugar a la iglesia”, así como otros juegan a hacer de McDonald’s la cadena de comidas rápidas de más éxito en el mundo?

Quiero ser muy claro y muy explícito en este punto: la Iglesia Adventista tiene un solo blanco definitivo y genuino: la segunda venida de Cristo en las nubes de los cielos.

Ese blanco está fuera del alcance de las posibilidades humanas. Pero -y aquí es donde viene la iglesia-, como preparación para la Segunda Venida, Dios ha dado un mensaje para el tiempo del fin que se debe proclamar en toda la tierra. “Y vi volar por en medio del cielo a otro ángel -leemos en Apocalipsis 14- que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a Aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (vers. 6, 7).

Este mensaje del primer ángel va seguido de un segundo, que tiene que ver con la caída de Babilonia (vers. 8), y un tercero que encomia a los que esperan con paciencia la venida de Jesús y que, mientras esperan, guardan los Mandamientos de Dios y tienen fe en Jesús (vers. 12). Inmediatamente después de la proclamación de esos tres mensajes, viene la Segunda Venida, que se describe en los versículos 14 al 20.

Una de las razones por las que yo llegué a ser adventista es nuestra interpretación de las enseñanzas de Apocalipsis 14. El adventismo nunca se ha considerado una denominación más. Al contrario, desde el mismo principio se ha visto a sí mismo como el pueblo de la profecía, con un mensaje especial que debe predicar en todo el mundo antes de la Segunda Venida.

Esta convicción es la que ha llevado a la Iglesia Adventista hasta los más lejanos rincones de la tierra, al punto de que hoy es la organización protestante más unida y más difundida de la historia. Esta visión y su misión mundial imperativa han inducido a generaciones de jóvenes adventistas a dar su vida en servicio misionero, y ha inspirado a los miembros mayores a dar con sacrificio para apoyarlos y sostenerlos.

La visión de la misión de los últimos días a todo el mundo ha hecho del adventismo un movimiento vibrante. Cuando la denominación y sus líderes pierden esta visión, y comienzan a considerar el adventismo como si fuera una denominación más, el adventismo pierde su razón de ser.

Y, en ese caso, no será otra cosa sino otro débil grupo religioso más.

Por supuesto, continuará siendo un tanto diferente porque guarda el sábado en vez del domingo, y tiene algunas otras peculiaridades. Pero, para todos los efectos prácticos, habrá perdido su razón bíblica de ser, no importa cuántos millones de adherentes logre conseguir.

Un liderazgo adventista vibrante debe mantener, en el mismo centro de su mentalidad colectiva, tanto el destino que Dios le ha señalado como la tarea que le ha dado en Apocalipsis 14.

La Segunda Venida es el blanco definitivo de la iglesia, y el siguiente blanco es la misión mundial que Dios le ha confiado. No debe haber “vacas sagradas” en el adventismo. Todo lo que no contribuya a llevar a cabo la misión en la forma más eficaz, se debe descartar. Como iglesia, hemos sido buenos para añadirle cosas al sistema denominacional, pero hemos fallado lamentablemente cuando se ha tratado de eliminar los aspectos del sistema que son menos que medianamente eficaces. Los blancos finales y próximos deben ser la medida de lo que hacemos.

Es bueno afirmar que la misión mundial es el blanco inmediato del adventismo, pero incluso esa digna misión debe ser, por su misma naturaleza, algo muy específico y debe tener en vista a alguien en particular. A todo el mundo es la más bien “humilde” visión de su misión; y el contenido de este mensaje se detalla claramente en Apocalipsis 14, especialmente en el versículo 12.

En este versículo, encontramos tres declaraciones absolutas y esenciales acerca del contenido de la misión adventista:

  1. La Segunda Venida.
  2. La importancia de los Mandamientos de Dios en el tiempo del fin. Este tema será objeto de controversia precisamente en ese tiempo. (Vea Apoc. 12:17 y, mientras leemos ese texto, notemos la alusión al Mandamiento del sábado que aparece en la segunda parte de Apocalipsis 14:7. Resulta claro, por el contexto, que en el tiempo del fin todos adorarán a alguien: al Creador de los cielos y de la tierra [vers. 7] o a la bestia y su imagen [vers. 9]. En el versículo 7 se nos dice qué Mandamiento será el más controvertido, a medida que los acontecimientos nos lleven a los momentos finales.)
  3. La suprema importancia de tener fe en Jesús. (La explicación de por qué “la fe de Jesús”, de Apocalipsis 14:12, es en realidad “la fe en Jesús”, la encontramos en George R. Knight, Angry Saints [Los santos enojados], Washington, D.C.: Review and Herald, 1989, pp. 52-60.)
  4. Al llegar a esta instancia, el punto que debemos destacar es que Dios ha dado al adventismo un mensaje definido; además, este mensaje es equilibrado. Si lo recordamos, es importante que tomemos en cuenta que la fiel proclamación de un mensaje equilibrado implica la necesidad de líderes equilibrados.

Puesto que esto es así, si yo fuera el diablo haría todo lo posible para desequilibrar el liderazgo de la iglesia. No me preocuparía tanto por la dirección de este desequilibrio, sino porque durara lo suficiente como para que los líderes perdieran de vista el centro, y se lanzaran en cualquier dirección.

Con esto, conseguiría que algunos de ellos se dedicaran tanto a predicar los Mandamientos y los aspectos de la doctrina que nos hacen específicamente adventistas, al punto de descuidar las grandes verdades evangélicas que compartimos con otras iglesias. Por otro lado, trataría de conseguir que otros líderes espirituales adventistas se concentraran tanto en las verdades del evangelio que predican otras iglesias también, al punto de descuidar la doctrina peculiar del Santuario Celestial, la relación del sábado con los acontecimientos de los últimos días, y otras más.

A otros, los haría efectuar un viaje psicológico, para que desarrollaran ideas acerca de una gran iglesia, al punto de que se olvidaran por completo del mensaje adventista. Mejor todavía, trataría de que las diversas facciones en que está dividido el liderazgo adventista se pusieran a discutir entre sí. Si estas tácticas tuvieran éxito, tendría poco que temer.

Ahora bien, si la táctica del diablo es el desequilibrio, yo sugeriría que la de Dios es el equilibrio. Si yo fuera Dios, trataría de lograr que el liderazgo adventista viera con claridad que el único objetivo genuino de la iglesia es la segunda venida de Cristo, que la misión específica de la denominación es predicar el mensaje de los tres ángeles a todo el mundo, y que este mensaje se debe predicar en forma equilibrada, enfatizando tanto las grandes verdades del evangelio que la denominación comparte con otros cristianos, como aquellas que nos hacen específicamente adventistas; y todo esto en el marco de los acontecimientos de los últimos días tal como los presenta la Biblia.

Y esto nos lleva de nuevo al corazón de la Ley de Knight: “Es imposible llegar a destino a menos que sepamos adonde vamos”. En Apocalipsis 14, el Señor nos manifiesta a la vez cuál es nuestra meta y cuál es nuestro mensaje. Podría parecer arrogante que una iglesia pequeña pretenda predicar al mundo entero el mensaje de Dios para los últimos días, tal como aparece en este capítulo; pero ningún otro cuerpo religioso ha emprendido específicamente esta tarea hasta ahora.

Es posible que un poco de “arrogancia santificada” sea la porción y la parte de esos líderes que pretenden seguir al que dijo que era la Luz, y el Camino y la Verdad, y que envió a una docena de sus seguidores, insignificantes y con muy poca educación, para que llevaran el evangelio hasta los confines del mundo.

Es posible que las cosas no hayan cambiado tanto. Y ciertamente hay algo que no cambió: los líderes deben entender cuál es su destino, y deben avanzar decididamente en esa dirección, si esperan llegar allí alguna vez.

Sobre el autor: Profesor de Historia Eclesiástica en la Facultad de Teología de la Universidad Andrews, Berrien, Springs, Michigan, Estados Unidos.