¿Qué significa que la vida pastoral debe estar en el centro? ¿Cómo se lo puede lograr?

En su libro Under the Unpredictable Plant [Bajo la planta impredecible], Eugene Peterson nos cuenta cómo su propia hija lo despertó a la realidad de que estaba descuidando sus obligaciones familiares por causa de su dedicación al ministerio pastoral. “Estaba sentado en la sala de la casa un martes de tarde de junio, cuando vino a pedirme que le leyera un libro. Le dije que no podía, porque tenía una reunión en la iglesia. Me dijo: “Hace 38 noches que no estás en casa”.[1]

Y, ¿qué les parece esto otro?: “Nos movemos de aquí para allá, tratando de cumplir las numerosas obligaciones que se amontonan sobre nosotros. Avanzamos y retrocedemos entre nuestras reuniones de juntas y nuestras responsabilidades familiares. Mientras estamos ocupados tratando de satisfacer las necesidades de los hijos y de la esposa, nos sentimos culpables de descuidar las demandas de la obra. Cuando respondemos a las presiones del trabajo, tememos que le estemos fallando a nuestra familia”.[2]

Tal vez, ¿usted se está viendo reflejado en el comentario de Peterson? ¿Se siente tironeado entre las obligaciones familiares y la obra pastoral? Si tuviera que escoger, ¿cuál de ellas elegiría?

Recuerdo cuando tenía trabajo de tiempo completo en la enseñanza en la universidad y, al mismo tiempo, era pastor de una iglesia de las cercanías, que atendía los fines de semana. Además, era un esposo novato y un aprendiz de padre de nuestra beba recién nacida. Yo quería ser un esposo y padre perfecto, y un competente profesor y pastor, y me afligía el temor de ahogarme en un océano de responsabilidades en conflicto.

Al dar una mirada retrospectiva, me doy cuenta de que simplemente sobreviví, y me movía de un compromiso al otro sin recibir respuestas. Sólo hace poco tropecé con la obra de Richard J. Foster titulada Freedoom of Simplicty [Libertad de la sencillez), que me brindó la ayuda que necesitaba.

Foster sugiere que para gozar de libertad en medio de la maraña de funciones en conflicto, debemos “vivir en el Centro”.[3] En efecto: sugiere que cada aspecto de la vida del pastor, ya sea que participe en una junta o lea una historia a su nena de 5 años, debe estar centrado en Dios. “Trabajar en el jardín ya no fue más una experiencia extraña a mi relación con Dios: descubrí al Señor mientras limpiaba el jardín. La natación dejó de ser sólo un buen ejercicio: se convirtió en la oportunidad de entrar en comunión con el Altísimo. Dios, en Cristo, había llegado a ser el Centro”.[4]

Vivamos en el Centro

¿Qué significa vivir en el Centro? ¿Cómo puede vivir en el Centro un pastor que a la vez es esposo y que tiene compromisos tanto con la iglesia como en su hogar?

  1. Vivir en el Centro significa que todos los aspectos de nuestra vida deben estar relacionados con Dios. Esto es vivir una vida completa. Tenemos la tendencia a dividir nuestras vidas, separando en ellas lo secular de lo espiritual.

Tendemos a creer que ayudar a la esposa a lavar los platos o la ropa no forma parte de nuestro ministerio, porque se nos ocurre que esos no son nuestros “sagrados deberes”; están fuera del ámbito de las labores implícitas en la tarea pastoral. Todo trabajo mental no incluido en nuestro portafolio pastoral se considera no santo o irreligioso. Notemos, sin embargo, estas palabras: “Nuestro Salvador pasó la mayor parte de su vida terrenal trabajando pacientemente en la carpintería de Nazaret. Los ángeles ministradores servían al Señor de la vida mientras caminaba con campesinos y labradores, desconocido y no honrado. Él estaba cumpliendo tan fielmente su misión mientras trabajaba en su humilde oficio como cuando sanaba a los enfermos y caminaba sobre las olas tempestuosas del mar de Galilea. Así, en los deberes más humildes y en las posiciones más bajas de la vida, podemos andar y trabajar con Jesús”.[5]

Una de mis alumnas de Biblia escribió lo que sentía acerca de la clase y del profesor. Dijo que valoraba mucho al profesor, no tanto por lo que enseñaba sino por la clase de vida que estaba viviendo, especialmente cuando a menudo ella lo veía colgando la ropa en el patio de su casa.

Gracias a lo que escribió esa alumna, me di cuenta de que esa tarea, aparentemente ordinaria, era en realidad el medio para dar un testimonio extraordinario.

  • Vivir en el Centro significa que cada aspecto de la vida del pastor, tanto en el hogar como en la iglesia, sea adoración. El apóstol Pablo nos amonesta: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). “O hacéis otra cosa”; estas son palabras importantes. Incluyen todas las tareas seculares del pastor tanto en su hogar como en la iglesia. Si una invitación a predicar entra en conflicto con el día que le dedicamos a la familia, no vacilemos en decir “No”. En mi cultura filipina, resulta difícil decirlo. A veces, por pura cortesía, accedemos aunque sea en contra de nuestra voluntad. Pero, si vivimos en el Centro, tenemos que decir “No” en ese caso.

Por lo común, creemos que adorar es cantar himnos de alabanza e ir a la iglesia. Pero, cuando consideramos que además de celebrar la presencia de Dios es honrarlo con nuestro estilo de vida, esa idea cambia. Pablo nos recuerda que debemos presentar nuestros “cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Desde una perspectiva bíblica, la adoración abarca toda la vida, ya sea que estemos dando estudios o que estemos jugando básquet con nuestros hijos. Todo lo que hacemos en la vida, lo hacemos porque amamos a Dios, y deseamos honrarlo y adorarlo.

Dedicar tiempo a atender a la familia es un acto de adoración. Pero muchos se sienten culpables por hacerlo. “Por no estar relacionados con alguna obra directamente religiosa, muchos consideran que su vida es inútil, que nada hacen para hacer progresar el Reino de Dios. Si tan sólo pudieran hacer algo grande, ¡con cuánto gusto lo emprenderían! Pero, porque sólo pueden servir en cosas pequeñas, se consideran justificados por no hacer nada. En esto yerran. Un hombre puede estar sirviendo activamente a Dios mientras se dedica a los deberes comunes de cada día; mientras derriba árboles, prepara la tierra o sigue el arado. La madre que educa a sus hijos para Cristo está tan ciertamente trabajando para Dios como el ministro en el púlpito”.[6]

  • Vivir en el Centro significa llevar nuestro ministerio a nuestros hogares. Es una tremenda paradoja cristiana el hecho de que en la sala pastoral hablamos con nuestros aconsejados en voz baja y con consideración, pero en casa les gritamos a nuestras esposas y a nuestros hijos. Si somos pacientes y comprensivos con nuestros feligreses, con más razón deberíamos serlo con los miembros de nuestra familia. Cuando no nos comportamos como pastores en la intimidad de nuestros hogares, se compromete nuestra influencia sobre nuestras esposas y nuestros hijos. Pueden llegar a considerarnos, con el tiempo, fariseos e hipócritas.

Larry Burkett narra esta historia: “Evan era pastor de una gran iglesia evangélica, y se lo pasaba allí la mayor parte del día. Aunque su familia tenía problemas, él se sentía orgulloso porque nunca había permitido que eso interfiriera con sus actividades ministeriales.

“Pero, un domingo de mañana, llamó el comisario. El hijo del pastor, un chico de 16 años había sido detenido por segunda vez por posesión de estupefacientes. El día anterior, su esposa había caído en una profunda depresión y la habían llevado al consultorio del psiquiatra del hospital local. Cuando colgó el teléfono ese domingo de mañana, Evan se dio cuenta de que su vida era una tremenda mentira. Era esclavo de su propio ego y de su orgullo. En las mismas circunstancias, él habría aconsejado a un hombre de negocios que dejara sus actividades y tratara de enderezar su vida”.[7]

Gracias a Dios, la historia de Evan no terminó aquí. Pudo recuperarse y solucionar su problema. Pudo recomponer su relación con su esposa, su hijo y su Dios. Pero su historia está llena de mensajes para nosotros, los pastores. No debemos esperar hasta que la misma tragedia nos alcance para cambiar nuestro punto de referencia, de algo que está arbitrariamente dividido, para llevarlo al Centro.

Si podemos pastorear y aconsejar a nuestros miembros de iglesia, deberíamos hacer lo mismo con los miembros de nuestras familias. Nuestra tarea pastoral no debería estar confinada a la iglesia: también debe incluir nuestros hogares. Si lo hacemos, estaremos viviendo en el Centro.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor ayudante de Antiguo Testamento en la Universidad Adventista de las Filipinas, Cavite, Rep. de Filipinas.


Referencias

[1] Eugene H. Peterson, Under the Unpredictable Plant: an Exploration in Vocational Holiness [Bajo la planta impredecible, una exploración relativa a la santidad vocacional] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1994), p. 35.

[2] Richard J. Foster, Freedom of Simplicity (La libertad de la sencillez) (San Francisco, CA: Harper y Row, 1981), p. 77.

[3] Ibíd., p. 78.

[4] Ibíd., p. 80.

[5] Elena G. de White, El camino a Cristo (Buenos Aires: ACES, 1991), p. 81.

[6] Profetas y reyes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1987), pp. 163, 164.

[7] Larry Burkett, “Overcoming Being Overly Committed” en Profiles of Success [“Cómo sobreponerse a estar demasiado comprometido”, en Perfiles del éxito] (editores Ronnie Balanger y Brian Mast, North Brunswick, NJ: Bridge-Logos, publicistas, 1999), p. 185.