A veces, parecería que se trata de operar sin anestesia. Pero, los beneficios de ser justificados por Dios y devueltos a la vida son eternos.

Este artículo es el primero de otros dos que se han añadido a los seis escritos por Miroslav Kis acerca de este tema, algunos de los cuales han aparecido en números anteriores del Ministerio. El siguiente, en la medida de lo posible, aparecerá en un futuro número de esta revista. Es casi redundante -y, sin embargo, importante- recordar que los demás artículos han fomentado un análisis y una discusión importantes en ciertos círculos en cuanto a cómo tratar eficazmente con los pastores que han “caído”, y en especial en relación con el tema de si deberían o no ser reincorporados plenamente en el ministerio evangélico. Esperamos que estos artículos -que Ministerio no publica como si se tratara de la palabra final-, y en especial este, contribuyan al diálogo que de nuevo se ha iniciado como consecuencia de ciertos acontecimientos que han sacudido últimamente a algunas comunidades cristianas, incluso adventistas. – El director.

La tormenta está amainando. Se han evaluado los daños, y las dos familias damnificadas están ahora dando los primeros pasos en vías de la recuperación. ¿Sobrevivirán los dos matrimonios? ¿Están arrepentidos los dos culpables? ¿Están dispuestos a renunciar a sus ilegítimas pretensiones y son, en realidad, capaces de hacerlo? ¿Se darán cuenta de que realmente no se necesitan mutuamente, que lo peor que podría suceder ahora es una recaída?

En algunos casos, estas decisiones se toman rápidamente, en forma unilateral; en otros, los pasos son lentos y dolorosos. Sólo puede ayudar una sabia amistad y un verdadero consejo profesional, porque las heridas se deben examinar adecuadamente y limpiar por completo antes de que comience el proceso de la curación.

¿Cuáles son las perspectivas de que dispone un profesional cuando un hermano ha caído?

¿Se le podrá encargar de nuevo que pastoree a las ovejas del Señor? ¿Sanarán las heridas lo suficiente como para que las familias damnificadas, la iglesia local y la comunidad puedan confiar en él otra vez y plenamente?

¿Cómo podemos nosotros, falibles seres humanos, discernir estas cosas? ¿Podremos alguna vez ponernos en el lugar del damnificado? ¿Sabemos lo que siente una mujer -una oveja del rebaño llena de confianza-, cuando su pastor la trata como si fuera una cualquiera, para su propia ventaja personal y hasta su placer, y es posible que haga todo eso en nombre del amor?

Por otro lado, ¿nos podemos identificar verdaderamente con un pastor arrepentido, que todo lo que puede hacer es tratar de recuperar la confianza que se había depositado en él… o empezar a buscar otra vocación profesional?

No; no podemos tener respuestas satisfactorias para todas estas cuestiones. Pero podemos tomar decisiones. Debemos actuar; y si nos equivocamos, debemos hacerlo por el lado de la misericordia; y esto recordando a las víctimas antes de considerar el caso del pastor que ha caído (Juan 10:17).

Vamos a examinar y evaluar primero las razones que podrían favorecer la reincorporación del pastor que cayó. A continuación, analizaremos osadamente los factores que nos inducen a ser cautos y prudentes.

¿Dejar que se vayan?

Uno de los aspectos más dolorosos del ministerio de curación consiste en que el amor a veces tiene que permitir que la gente se vaya (Luc. 15:12, 13). Hay dos ocasiones cuando le sucede esto al pastor que se equivoca: la primera se produce cuando la iglesia local comienza a aplicarle disciplina eclesiástica.

La eliminación de los registros de la iglesia es el primer “Váyase” para el pastor; y él debe estar preparado para esto. La misma junta que lo ayudó a resolver tantos problemas durante su gestión en esa congregación, debe tratar ahora la conducta de su pastor como un punto de su temario. Pero este “Váyase” no debe significar un rechazo.

Cuando se elimina a un miembro de iglesia de los registros, se lo pone en cierto modo en la Unidad de Terapia intensiva de la iglesia. Debe comenzar, entonces, y en serio, un proceso de curación intencional y metódico. Esta es la instrucción de Jesús que encontramos en Mateo 18:17.

La persona no debe ser rechazada. El (o ella) no debe ser rechazado, sino sólo su conducta pecaminosa. Puede parecer paradójico, pero nuestro Señor prestó atención especial a los “pecadores”, relacionándose con ellos y comiendo en su compañía. Mientras tanto -y constantemente-, los estaba invitando y estimulando a ascender a un nivel superior de pureza.[1]

El cuerpo de Cristo debe convertirse en un canal de la gracia perdonadora y restauradora, y en una arteria de gracia que habilita, que ayude al pastor que ha caído a ganar la victoria sobre el pecado. Mientras ministra en su favor, la iglesia cura sus propias heridas. Su objetivo mayor consiste en traer de vuelta a los perdidos (Mat. 18:15), a fin de lograr que ambas partes se reconcilien, de modo que el brazo de la plena comunión se pueda extender a todos.

Pero está el otro “Váyase”, que enfrenta al pastor cuando cae en su vida profesional y vocacional. Esta es una decisión especialmente dolorosa que deben tomar su organización empleadora y sus propios colegas. Implica un paso agonizante. Sólo un legalista insensible puede dejar de sentir el vacío que invade el corazón cuando se debe dar este paso.

El temor a un legalismo lleno de justicia propia y el dolor de ver irse a un colega es casi insoportable. Si el tiempo se pudiera retrotraer a sólo unos pocos meses antes… si sólo hubiéramos sabido lo que ahora sabemos, tal vez nos habríamos animado a intervenir, y hasta es posible que podríamos haber logrado que ese adulterio no se consumara.

¿Por qué este “Váyase” se parece tanto a un “Te viniste abajo” y a un “No te queremos más”? ¿Cómo es posible que el amor tenga este lado tan áspero?[2] ¿Qué razones podríamos encontrar para traerlo algún día de vuelta?

  1. Desesperados, podemos pensar en David[3] y en su caída, su arrepentimiento y su perdón. David aprendió a ser sabio por medio de la forma en que Dios lo trató, y se inclinó humildemente bajo el castigo del Altísimo. La fiel descripción que hizo el profeta Natán del pecado de David lo ayudó a alejarlo de sí. Aceptó el consejo con mansedumbre, y se humilló delante del Señor.[4]

Después de que Natán enfrentara a David, éste pudo ver lo que no había podido imaginar antes porque estaba enceguecido por la pasión:

  • Se pudo dar cuenta de lo caro que resulta el adulterio. Una relación sexual de este tipo carece de sustento propio. Necesita del apoyo y el respaldo provistos por otros pecados como la hipocresía, la injusticia, la violencia y el crimen descarado. Convierte en cómplices a inocentes espectadores (2 Sam.11:2-6, 14-27).
  • David se dio cuenta de que no hay poder, ni dignidad ni autoridad en la tierra que este pecado no pueda reducir a polvo. Se dio cuenta también de que todos pueden caer víctimas de esta clase de conducta, incluso él mismo.
  • Esta experiencia expone, a la vez, la insensatez de David (Prov. 6:32) y su honestidad. También, de alguna manera, desentierra todo su valor. Escucha tranquilamente cuando uno de sus súbditos, un joven profeta, lo encara directamente; se mira al espejo, y allí se contempla cara a cara. Mientras su predecesor Saúl desgarró la túnica de Samuel para pretender que todo estaba bien (1 Sam. 15:24-31), David desgarró su propio corazón delante de Dios y del profeta, y soportó con dignidad las consecuencias de su conducta (Sal. 51). Pero no se le pidió que dejara el trono.
  • O tal vez deberíamos considerar los casos de Moisés (Núm. 20:10-13) y de Pedro[5] (Mat. 26:69-75), quienes, a pesar de sus pecados, no tuvieron que abandonar sus responsabilidades. Siguieron desempeñando los deberes de su profesión y permanecieron como líderes espirituales, y los resultados de sus respectivos ministerios después de haber sido perdonados dan testimonio del poder restaurador de la gracia de Dios.

“Apacienta mis corderos”; “pastorea mis ovejas” (Juan 21:15-17). Éstas eran las palabras que más necesitaba oír Pedro de parte del Señor.

Después de todo, ¿quiénes realmente necesitan que se vayan esos ministros que han caído, y por qué razón? ¿Puede darse el lujo la iglesia de desperdiciar esos talentos y esa experiencia? ¿Somos realistas en cuanto a la naturaleza de la profesión ministerial? El adulterio no es un pecado imperdonable; entonces, ¿por qué no perdonamos y damos vuelta la página? ¿Qué podemos decir de la pornografía? Alguien puede convertirse en adicto a ella, ganar la victoria sobre ella y conservar su trabajo sin que nadie se oponga. ¿Cuál es la diferencia?

Consideremos el caso de David

Consideremos primero el caso de David.

  • ¿Podemos comparar la restauración de David, un funcionario público que cayó, con la de un ministro que ha caído? Yo no puedo. Aparentemente, Dios establece una rotunda diferencia entre un rey y un sacerdote o profeta. Su enérgica reacción cuando Saúl pretendió usurpar los deberes sacerdotales de Samuel nos indica su insistencia en mantener intacta esa diferencia (1 Sam. 15:22, 23). Los deberes de un rey y los de un sacerdote no son intercambiables. Por lo tanto, la forma en que Dios trató el adulterio de un rey no puede servir de pauta para tratar el adulterio de un pastor.
  • David era monarca: su cargo era ejecutivo (2 Sam. 8:15). Cuando su autoridad casi desapareció como consecuencia de su adulterio con Betsabé,[6] todavía podía gobernar apoyándose precisamente en las prerrogativas de su cargo. Pero los pastores no disponen de ese poder. Aunque algunos ministros y dirigentes de la iglesia podrían codiciar un “poder real”,[7] Jesús puso un veto a sus discípulos: “Entre vosotros no será así” (Mat. 20:26). El poder del pastor proviene de una fuente muy diferente de la de un dirigente político. Por eso, ya que el pastor no posee la autoridad de un rey, la restauración del pastor caído enfrenta una imposibilidad: su liderazgo carece ahora de lealtad y confianza.
  • El pecado es pecado para todos los creyentes, sin distinción alguna. La diferencia que Dios establece es que al pastor le exige una rendición de cuentas mucho más estricta que la que le demandaría a un dirigente laico, como es el caso de David (Sant. 3:1 ).[8]

Por eso murieron los dos hijos de Eli, sacerdotes ellos (1 Sam. 4:14-18), y Dios rechazó a los sacerdotes adúlteros mencionados por Malaquías (Mal. 2:13, 14). Elena de White, al escribir a un pastor que había caído, le advirtió: “Su pecado es mucho más grande que el del pecador común, porque usted dispone de las ventajas de una luz y una influencia mayores”.[9]

Cuando un laico sucumbe ante la tentación, simultáneamente quebranta su pacto con su esposa y el que hizo con Dios cuando se bautizó. El sendero que conduce al ministro rumbo al adulterio tiene, además, barreras adicionales. Cuando el pastor enfrenta la misma tentación, no puede evitar quebrantar esos dos pactos, y además viola el que formuló en ocasión de su ordenación para un cargo sagrado: el pacto de responsabilidad hacia su grey y las muy reales promesas ante la comunidad en general.

Cuando comienza una relación ilegal, el pastor toma la decisión consciente de resistir intencionalmente los llamados de su propia conciencia cristiana. Pero ahí mismo resuelve el “problemita” invocando su identidad profesional y su llamado divino. Cuando niega de esta manera su identidad pastoral, se enfrasca en actividades dignas de las de un asalariado, que lo inducen a abandonar el puesto que le señala el deber. En un sentido muy real, cuando esto ocurre, el pastor se excomulga a sí mismo. Todo lo que tiene que hacer la iglesia entonces es reconocerlo, y actuar de acuerdo con las decisiones del pastor. El adulterio alteró su identidad; ya no es más lo que era antes, y ésta es una enorme tragedia.

En los casos de Moisés y de Pedro, el tema tiene que ver con la naturaleza de sus pecados. Moisés tuvo un gran problema con la ira (Éxo. 2:11-15; Núm. 20:9-11), y Pedro negó en público a su Maestro (Mat. 26:69-75). Son pecados graves, por cierto; pero no son pecados de infidelidad sexual, y la diferencia no es insignificante.

  • El apóstol Pablo insiste en que la infidelidad sexual es diferente de todo otro pecado, porque afecta al mismo ser y a la persona en su totalidad (soma). Ningún otro pecado produce tanto daño y es tan desastroso en sus consecuencias (1 Cor. 6:18).[10]
  • Ni la ira de Moisés ni la negación de Pedro implicaron a otra persona en esos pecados; al menos, no en una forma tan íntima y profunda como lo hace la infidelidad sexual. Jesús enseñó que ésta se puede producir en lo íntimo de la mente (Mat. 5:28). La obsesión por la pornografía y las miradas codiciosas son formas privadas y solitarias de adulterio, que ofenden a Dios, nos degradan y minan nuestra resistencia a no implicarnos sexualmente con la mujer del prójimo. También interfieren con mi condición de “una sola carne” con mi cónyuge. Y, sin embargo, mientras permanezcan en el ámbito privado de mi mente, la mujer de mi prójimo estará a salvo. En esa actividad privada, yo soy a la vez el perpetrador y la víctima principal de mi fantasía. Pero, cuando todo esto implica a otro ser humano dotado también de libre albedrío (soma), que confía en mí por causa de mi profesión, de mi pacto vocacional y mi compromiso, y yo me aprovecho de esta confianza para llevarlo a lo máximo de la intimidad, mi pecado adquiere un perfil especialmente destructivo. Rebaja la identidad del ministerio cristiano y destruye mi propio concepto de él, y del de la mujer de mi prójimo, de nuestros respectivos cónyuges… y suma y sigue…
  • El ejemplo de Pedro no se debe tomar por sí mismo como norma para tratar con los ministros que han cometido adulterio. Si bien es cierto que el ejemplo de Pedro nos permite disponer de algunas vislumbres acerca de la posibilidad de arrepentimiento y perdón, y la inestimable bendición de la compasión divina y de una comunidad perdonadora, el pecado de Pedro no era hipócrita: no lo cometió en secreto, como es el caso cuando los ministros cometen adulterio. Por lo común, tratan de ocultar su pecado y sólo lo admiten cuando su conducta queda expuesta.

En estos días de transigencia y de relativismo moral, es sumamente importante que consideremos los pecados de naturaleza sexual como algo realmente grave, especialmente cuando el que lo comete es un ministro cristiano que lo practica con alguien que está a su cuidado. El ministro, que tiene un mayor grado de exposición personal, carga con una responsabilidad más grande; y esto se debe tomar en cuenta cuando llega el momento de administrar disciplina.

Dilación

En mi opinión, el pastor que pierde sus credenciales por causa de un adulterio deberá continuar siendo un ex pastor por el resto de su vida. Mientras participe en un proceso terapéutico, y suponiendo que esa participación está ayudando a todos los que perjudicó, el ex pastor estará colaborando con su propia curación. A medida que pasa el tiempo y las heridas cicatrizan, estas dolorosas experiencias lo pueden capacitar para ayudar a otros a sobreponerse a sus tentaciones. Puede recordar la atención que él y su familia recibieron de la iglesia local y de la administración de la obra, como también la mujer implicada en el caso. Ese ex pastor también puede tener en cuenta las falencias que puede haber en el tratamiento, y trabajar para mejorar el ministerio de curación en favor de los caídos.

En los siguientes párrafos, algunos ex pastores compartirán con nosotros sus vivencias relativas a su experiencia personal con el tema del adulterio. Por supuesto, conservaremos sus identidades en el anonimato. También escucharemos las voces de algunos dirigentes y especialistas en el tema.

  1. El cargo de pastor no es un derecho, sino un privilegio. Llegar a entender esto es asombroso. El cargo de pastor no confiere derechos. Cuando se descubre un adulterio, el pastor debe ser serenamente relevado de sus deberes y, con bondad pero con firmeza, se lo debe instar a procurar asesoramiento legal. Es posible que se le sugiera que saque todas sus pertenencias de la oficina, y se lo puede encaminar incluso hacia un programa de tratamientos para adictos sexuales. Cuando eso ocurre, el pastor recién se da cuenta de que no era un “intocable”.

“Me estaba cayendo en cámara lenta desde un barranco” -recuerda un pastor luterano-. “El reconocimiento, los años de servicio, los grados académicos, la convicción del llamado o los talentos no son garantía para conseguir un empleo ni para que se nos vuelva a aceptar en el cargo”.[11]

  • ¿Adicción sexual? Cuando se le sugiera que siga un tratamiento para su adicción sexual, lo más probable es que el ex pastor reaccione con irritación: “¿Será posible que un ‘asuntito’ como este se considere adicción sexual?” Después de dos años de terapia especial, lejos de su familia y de los doce pasos del proceso de recuperación, este ex pastor llegó a entender que el adulterio es el resultado de una de las muchas formas de adicción sexual. “Se me encaró hasta que pude identificar el abuso sexual como algo que yo quería definir como ‘error de juicio’ o ‘gestos inocentes de amor y de cuidado mal entendidos’. Se me obligó a analizar mis motivos, y pude ver que mi conducta estaba llena de deliberados actos de violencia motivados por mi egoísmo y el deseo de controlar y herir, y tomar represalias en conjunto contra todos los que me habían hecho daño”.[12] A la luz de todo esto, la pérdida permanente del cargo pastoral parece ser lo más adecuado.
  • Un llamado al ministro y un cargo de pastor no son la misma cosa. La vergüenza y la culpabilidad pueden anular por años todo deseo de participar en la vida de la iglesia. Pero, con el tiempo, y después de que la curación ha reavivado el deseo de hacer obra misionera, nada puede impedir que un ex pastor sirva a los necesitados, aunque el cargo pastoral no sea una opción aceptable para él.
  • La magnitud de la pérdida del poder, la confianza y la privacidad. Pocos de nosotros nos damos cuenta de cuán grande es el crédito, la confianza y el poder que nos conceden nuestros feligreses cuando nos hacemos cargo de una congregación. Desgraciadamente, sólo apreciamos la verdadera dimensión de todo esto cuando lo perdemos.

De cara a la realidad, los enfrentamientos, las audiencias, las confesiones, el arrepentimiento y la terapia, las relaciones tirantes con la esposa, la pérdida indefinida del empleo, por más dolorosos que sean, son la única vía que conduce a la curación. El ex pastor tiene la sensación de que no le queda ni un resquicio de privacidad. Pero otro ex pastor explica: “Ni siquiera el tiempo puede curar lo que se ha hecho en tinieblas”.[13]

  • Un adulterio es sólo “la punta del témpano de hielo de profundas emociones y de problemas interpersonales no resueltos: ira, soledad, las presiones del trabajo y las ansias de poder”.[14] En los casos de adulterio de pastores, nunca tratamos con una mala conducta sexual solamente; estamos en presencia no sólo de consecuencias sino también de causas. Hay tanto oculto, que no podemos correr el riesgo de dejar librado a la casualidad ninguno de los aspectos de la recuperación del ex pastor.
  • Los aspectos emocionales e interpersonales del ex pastor deben ser plenamente restaurados antes de que se pueda dedicar a cualquier forma de servicio. “A esto se le debe añadir una genuina espiritualidad bíblica, una irrefutable evidencia de que su relación conyugal ha mejorado (si es casado y si su esposa lo acepta), y la construcción de un sistema a largo plazo de responsabilidad y apoyo”.[15]
  • La Guía de procedimientos para ministros señala con toda claridad la diferencia que existe entre el perdón del pecado y la reincorporación a la tarea pastoral. “Si bien es cierto que los pastores que transgreden el séptimo mandamiento no pueden ser designados para desempeñarse en el ministerio pastoral, necesitan y pueden experimentar el perdón, la gracia y el amor de Dios. La iglesia debería tratar de restaurar y nutrir las relaciones espirituales y familiares”.[16]
  • Cuando se le retiran sus credenciales al pastor y este deja su cargo, no es prudente hacer la más mínima insinuación acerca de un posible regreso a cualquier forma de empleo por parte de la iglesia.[17] Hay varias razones que lo explican:
  • Nadie puede estar seguro acerca de la magnitud del daño causado o que se está haciendo, ni de cuánto tiempo se necesitará para lograr la recuperación.
  • Dios desea que sus ministros lideren no gracias a su capacidad administrativa ni a sus sabios métodos, ni a un carisma impresionante, sino por su ejemplo: “En palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Tim. 4:12).
  • El ex pastor debe poner todas sus energías en acción para lograr su recuperación y su sanidad, por la sola razón y por el único motivo de que un elemental sentido de la justicia requiere la reparación de los daños causados, la restauración de las relaciones quebrantadas y la rehabilitación de las reputaciones perjudicadas. A menudo, ciertas promesas y las ansias de dar vuelta rápidamente la página crean presión y fomentan la impaciencia, que a su vez debilita la plenitud y el consciente cuidado necesarios para curar las heridas en profundidad, y para la restauración de las identidades dañadas.

De colega a colega

¡Si tan sólo pudiera aprender las lecciones fundamentales del árbol del conocimiento del bien y del mal!

En primer lugar, está la lección acerca del pecado. Desde que invadió a la humanidad, aquél nunca ha dejado de asumir una apariencia de bondad que inevitablemente termina poniendo al descubierto un escondido anzuelo de maldad que yace muy dentro de él. Pero sus promesas me siguen engañando al punto de que llego a creer que el pecado es una parte natural de mí mismo.

Por eso, sigo actuando como si pecar fuera algo normal; y le doy no sólo una visa de residencia dentro de mí, sino también le otorgo derecho de ciudadanía. Y no debe ser así: el pecado es un intruso, un parásito que socava la vida. Mi condición de pecador no es mi verdadera identidad; es una trágica caricatura de la imagen de Dios en mí.

Cuando Cristo murió en la cruz, tomó mi pecado y lo dejó en la tumba en la mañana de la resurrección. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Rom. 6:12).

En efecto, he descubierto que el pecado no tiene nada bueno que ofrecer. No hay paz en él cuando estoy inquieto, ni sabiduría cuando necesito consejo, ni valor cuando estoy desanimado. El adulterio no es la solución de mi problema cuando mi matrimonio no me satisface.

Una dama de mi congregación no necesita enterarse de mis problemas matrimoniales para sentirse animada a abrirme su corazón. El pecado es totalmente incapaz de hacer el bien.

La segunda lección tiene que ver con el diablo. Hace tiempo, leí en alguna parte que éste tiene 99 sábanas. Te tienta, y tú resistes. Pero él no desiste hasta que te convence de que va a cubrir tu pecado tan herméticamente que nadie lo va a poder ver; es algo entre él (el padre de mentira) y tú, solamente.

Y, con el tiempo, tú cedes. Llegas a casa, tu esposa está contenta y es amorosa. Te levantas a predicar: tu elocuencia y tu capacidad de comunicación están en su apogeo. ¡Todo parece andar bien! Sientes que estás bien cubierto, pero tu capacidad de resistencia se debilita con cada tentación. Cuando tienes 40 sábanas encima, ya sientes el peso; pero la costumbre ha vencido tu voluntad. Cuando llegas a las 80 ó 90, tú mismo buscas la tentación. ¡Y entonces aparece el pecado número 100!

Al llegar a este punto, aparece el diablo, muy compasivo él, para informarte que no sólo ya no tiene más sábanas, sino también, lamentablemente, que las necesita todas ahora, porque tiene que ir al distrito vecino donde hay un pastor que “necesita” su ayuda. Y en un instante quedas completamente desnudo, bajo el haz de los reflectores, delante de tu esposa, tus hijos, tu iglesia, tus colegas y la comunidad. ¡Ni siquiera tienes una hoja de parra para cubrirte!

Pero se oye la voz del Padre que dice: “Traigan pronto el mejor vestido y pónganselo […]” Dios tiene una túnica sola, y debajo de ella no hay pecados escondidos, como en las sábanas del diablo. Bajo esta túnica, el pecado y los malos hábitos quedan expuestos y se los elimina, por más doloroso que sea este proceso.

Por momentos, parece que se trata de una amputación practicada sin anestesia. Pero los beneficios de estar justificados a la vista de Dios y vivir una vida santificada son eternos.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor de Ética en el Seminario Teológico de la Universidad Adventista Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias

[1] Ver Marlin Jeschke, Discipline in the Church [La disciplina en la iglesia] (Scottsdale, PA: Herald Press, 1988), pp. 74-89.

[2] Elena G. de White, Testimonies for the Church [Testimonios para la iglesia] (Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1948), t. 5, p. 683.

[3] Tim LaHaye, If Ministers Fall, Can They be Restored? (Si los pastores caen, ¿se los puede restaurar?) (Grand Rapids: Zondervan, 1990), pp. 107, 116- 118.

[4] Elena G. de White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1970), t. 2, p. 293.

[5] LaHaye, Ibíd., pp. 115,

[6] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 1985), pp. 775-787.

[7] Life Sketches [Bosquejos biográficos] (Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1915), p. 386; Testimonies for the Church (Nampa, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1948), pp. 232, 233.

[8] Dr. Jimmy Draper, citado por LaHaye, Ibíd., p. 134.

[9] Elena G. de White, carta escrita en 1886; ver también LaHaye, Ibíd., p. 128.

[10] Este tema está más ampliamente desarrollado en Ministry (76, N°3), pp. 10-12.

[11] Anónimo, “Un pastor luterano”, Pastoral Psychology Journal [Revista de psicología pastoral] (39, N°4, 1991), pp. 259-264.

[12] Ibid.

[13] Anónimo, “Sexual Adiction” [Adicción sexual], Pastoral Psychology Journal (39, N° 4, 1991), pp. 265-268.

[14] Judith Karman, “Healing the Wounded Pastor in a Disfunctional World”, Fuller Focus [Cómo curar al pastor herido en un mundo perturbado, Revista de la Universidad Fuller] (N° 11, Invierno de 1993), p. 23.

[15] Stanley J. Grenz y Roy D. Bell, Betrayal of Trust [Traición a la confianza] (Grove: InterVarsity Press, 1995), p. 172.

[16] Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Guía de procedimientos para ministros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), p. 71.

[17] Grenz, Ibíd, p. 172