Una propuesta para esta era de crisis, desafíos y oportunidades
Vivimos en tiempos de cambios e incertidumbre generalizada en todas las áreas de la actividad humana; y el campo del liderazgo no es una excepción. La mayor parte de los especialistas está de acuerdo en que la crisis de liderazgo “es el más urgente y peligroso de todos los desafíos que enfrentamos” Sólo que es un problema “que no se conoce lo suficiente y que es poco comprendido”.[1] En palabras de James Bolt: “La falta de liderazgo es evidente en toda la sociedad. No importa dónde miremos, observamos una grave falta de fe en el liderazgo por parte de nuestras escuelas, organizaciones religiosas y gobierno”.[2]
El clamor por la presencia de autoridades dignas de confianza se ha extendido a distintos ámbitos: el político, el social, el de los negocios y el religioso-eclesiástico. Probablemente, uno de los indicadores más claros de esta tendencia sea el hecho de que, aunque la sociedad en general está experimentando un interés creciente por los asuntos espirituales, no son las iglesias cristianas precisamente las que están sacando el mayor provecho de esta situación. Irónicamente, muchas de ellas están declinando.[3]
Aunque parezcan duras, las palabras de Oswald Sanders deberían llamarnos a la reflexión: “La iglesia no ha escapado con autoridad a esta escasez de liderazgo […] Su influencia en la comunidad mundial es mínima. La sal perdió por completo su sabor; y la luz, su brillo”.[4] Blackaby descubre la raíz de esa debilidad, cuando reconoce que el problema de la sociedad va más allá de la falta de una dirigencia creíble: “El gran déficit de la sociedad es que no existen suficientes líderes que entiendan y practiquen los principios del liderazgo cristiano”.[5]
Cómo producir grandes líderes parece algo que está fuera del alcance de nuestra era iluminada. Poco a poco, pero cada vez con mayor frecuencia, los estudiosos buscan respuestas en el terreno espiritual. Y, en este campo, como conocedores de la verdadera espiritualidad, surge para nosotros una valiosa oportunidad de presentar una respuesta basada en la Palabra de Dios.
Hoy, más que nunca, necesitamos recordar que el verdadero liderazgo es un don de Dios, otorgado a determinadas personas para que actúen de acuerdo con sus métodos y a fin de alcanzar sus objetivos. Por eso, en ese terreno también necesitamos buscar respuestas divinas para nuestros desafíos humanos.
Liderazgo en tres dimensiones
John C. Maxwell menciona que, después de cuatro décadas de estudio y observación, llegó a la siguiente conclusión: “El liderazgo es influencia. Nada más ni nada menos”.[6] Eso quiere decir que, en un sentido más amplio, al hablar acerca de liderazgo nos estamos refiriendo a la capacidad de un individuo de ejercer influencia sobre los demás. En ese sentido, Elena de White enfatizó la importancia de ampliar nuestra esfera de influencia, a fin de causar una impresión cada vez más profunda en la sociedad, y señaló el camino para alcanzar ese objetivo:
“Y cuanto más amplia es la esfera de nuestra influencia, mayor bien podemos hacer. Cuando los que profesan servir a Dios sigan el ejemplo de Cristo, practicando los principios de la Ley en su vida diaria; cuando cada acto dé testimonio de que aman a Dios más que todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos, entonces la iglesia tendrá poder para conmover al mundo”.[7]
Entonces, el secreto consiste en poner en práctica los principios de la Ley en la vida diaria. Y, acto seguido, menciona claramente el gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-40).
Cuando reflexionamos en estas palabras, descubrimos en ellas el desafío de crecer o desarrollarnos en forma triple: en dirección a Dios, con respecto al prójimo y hacia nosotros mismos. Basados en este hecho, entendemos que el desarrollo de un liderazgo que ejerza verdadera influencia pasa por un triple camino, que nos habilita, ante todo, para crecer en nuestra relación con Dios mediante el desarrollo de un carácter íntegro; con respecto a nuestro prójimo, por medio de relaciones profundas y saludables; y, con nosotros mismos, por medio del cultivo de una estima propia sana, que facilite el desarrollo de nuestros talentos y personalidad.
Jesús, el líder más grande que el mundo haya conocido, siguió este modelo de desarrollo: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52). Por lo tanto, todos los que deseen ejercer un liderazgo semejante al de Cristo, deben tratar de crecer en esas tres dimensiones, y ésta será la única experiencia que permitirá a la iglesia conmover al mundo.
Líderes siervos
Ahora podemos concentrar nuestra atención en dos pistas sugeridas por el mandamiento, que nos ayudarán a responder a la pregunta: “¿Cómo podemos desarrollarnos en esas tres dimensiones?” En primer lugar, notemos que el primer mandamiento nos desafía a vivir el amor cristiano (en griego, agápe). Ese amor, según el modelo de Jesús, encuentra su verdadera expresión en el servicio abnegado y hasta en el sacrificio propio. “Nadie muestra más amor que quien da la vida por sus amigos” (Juan 15:13, BLA; Rom. 5:8). Debemos recordar que “la abnegación es la base de todo verdadero desarrollo. Por medio del servicio abnegado adquiere toda facultad nuestra su desarrollo máximo. Llegamos a participar cada vez más plenamente de la naturaleza divina”.[8]
Más que una dirigencia formada profesionalmente, o con calificación teológica, por más importante que eso sea, la iglesia y la sociedad en general están buscando un tipo de conducción que tome en serio las palabras de Cristo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mat 20:25-27).
Si parafraseamos a Robert Munger, diremos que necesitamos personas capaces de dirigir desde niveles considerados inferiores, que entiendan su papel fundamental de siervos, y que sepan oír y satisfacer las verdaderas necesidades de la gente. La iglesia necesita líderes que demuestren tener capacidad para comunicar y vivir las buenas nuevas, de manera que no haya ninguna duda acerca de dónde está colocada su lealtad.[9] La iglesia necesita dirigentes que estén dispuestos a lavar los pies de la gente y demostrar, de esa manera, la realidad del Reino de Dios en sus vidas. En resumen, la iglesia necesita líderes que ejerzan un liderazgo de servicio.
Excelencia
En segundo lugar, el gran mandamiento nos desafía a recorrer el camino de la excelencia, mediante el máximo desarrollo de nuestro potencial. No hay lugar para la mediocridad ni para el conformismo en el servicio a Dios. Eso lo aclara muy bien el texto bíblico, por medio de la triple repetición de la palabra griega jólos, traducida por “todo” Si queremos servir a Dios, lo tenemos que hacer con todo nuestro ser, de manera completa y equilibrada. Aquí no hay lugar para las cavilaciones, ni mucho menos para lealtades divididas.
Elena de White se refiere a esto, cuando dice: “Amar al Ser infinito, omnisciente, con todas las fuerzas, la mente y el corazón, significa el desarrollo más elevado de todas las facultades. Significa que en todo el ser -el cuerpo, la mente y el alma- debe restaurarse la imagen de Dios”.[10] El famoso misionero Stanley Jones entendió la necesidad que tenemos, como líderes, de procurar ese desarrollo total, armonioso y equilibrado. Esto es lo que escribió: “La actitud cristiana es: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón (la naturaleza emocional), con toda tu alma (la naturaleza volitiva) y con todas tus fuerzas (la naturaleza física). El ser entero lo debe amar: la mente, las emociones, la voluntad y las fuerzas físicas. […] Pero algunos lo aman con la fuerza de la mente y con la debilidad de las emociones; éstos son los intelectuales religiosos. Otros lo aman con la fuerza de las emociones, pero con una mente débil; son los sentimentales de la religión. Y otros, finalmente, lo aman con la fuerza de la voluntad y la eliminación de las emociones; éstos son los hombres de hierro, insoportables. Pero si amamos a Dios con la fuerza de la mente, las emociones y la voluntad, el carácter llegará a ser verdaderamente cristiano, equilibrado y firme.[11]
Quienes sigan este modelo, desarrollarán un carácter capaz de ejercer una gran impresión. Serán dirigentes capacitados por Dios para ejercer una influencia irresistible, que conmoverá al mundo. ¿Podemos aspirar a esto? Ésa es la clase de líderes que Dios desea formar, y que el mundo y la iglesia necesitan. Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mat. 5:14).
Sobre el autor: Profesor de Teología aplicada en la Universidad de la Unión Peruana, Lima, Rep. del Perú.
Referencias:
[1] Warren Bennis, “The Leader as Storyteller” (El líder como narrador de historias), en The Harvard Business Review [La revista de Harvard dedicada a los negocios] (enero-febrero de 1996), p. 154.
[2] James F. Bolt, El líder del futuro: Nuevas perspectivas estratégicas y prácticas para la próxima era (Bilbao: Francés Hasselbein, Marshall Goldsmith y Richard Beckhard, editores, Deusto, 1996), p. 191.
[3] Henry y Richard Blackaby, Spiritual Leadership, Moving People on to God’s Agenda [Liderazgo espiritual, conduciendo a la gente hacia la agenda de Dios] (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2001), pp. 5-9.
[4] Oswald Sanders, Sea un líder: aprenda a ser un líder dinámico y espiritual en su ministerio (Grand Rapids, MI: Portavoz, 2002), p. 12.
[5] Henry y Richard Blackaby, Ibíd., p 13.
[6] John C. Maxwell, Desarrolle el líder que está en usted (Nashville, TN: Caribe, 1996), p. 13.
[7] Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro (Buenos Aires: ACES, 1991), p. 275.
[8] La educación (Buenos Aires: ACES, 1978), p. 16.
[9] Robert Boyd Munger, Leading From the Heart: Lifetime Reflections on Spiritual Development [Cómo dirigir con el corazón: reflexiones de toda la vida acerca del desarrollo espiritual] (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1995), pp. 9, 10.
[10] Elena G. de White, Ibíd.
[11] Gordon MacDonald, Ponga urden en su mundo interior: aprenda a conservar su desarrollo personal y espiritual (Nashville, TN: Caribe, 1989), pp. 91, 92.