El sueño de todo pastor es estar vivo cuando Jesús regrese, para poder presentarle una iglesia “sin mancha, ni arruga ni cosa semejante”, y oír de labios del Maestro el “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mat. 25:23).
Todo pastor es consciente de la misión que Dios le confió. El peligro está en confundir las cosas. Es cierto que la iglesia debe predicar el evangelio “a toda nación, tribu, lengua y pueblo”, como también es verdad que ese objetivo se debe alcanzar con la participación de cada miembro. “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hech. 1:8). Pero, predicar el evangelio sólo por predicarlo no es cumplir la misión. “Dios podría haber alcanzado su objeto de salvar a los pecadores sin nuestra ayuda”,[1] asegura Elena de White, y añade: “Dios podría haber proclamado su verdad por medio de ángeles inmaculados”.[2]
En Biblia es contundente al afirmar que el ser humano no es indispensable para la predicación del evangelio. Jesús mismo afirmó: “Si éstos callaran, las piedras clamarían” (Luc. 10:40). ¿Por qué enfatizar tanto, entonces, la participación de cada uno de sus hijos? Hay, por lo menos, ocho razones que presenta Elena de White. Veamos:
Es la prueba de la verdadera conversión. “El espíritu de Cristo es un espíritu misionero. El primer impulso del corazón regenerado es el de traer a otros también al Salvador”.[3] “Una persona verdaderamente convertida no puede vivir una vida inútil y estéril”.[4]
Es el secreto del crecimiento en la vida cristiana. “Es única forma de crecer en la gracia es estar realizando con todo interés precisamente la obra que Cristo nos ha pedido que hagamos”.[5]
Es el plan divino para desarrollar un carácter semejante al de Jesús. “Dios podría haber alcanzado su objeto de salvar a los pecadores sin nuestra ayuda; pero, a fin de que podamos desarrollar un carácter como el de Cristo, debemos participar en su obra”.[6]
Es el plan divino para fortalecer la fe. “Debe hacerse obra bien organizada en la iglesia, para que sus miembros sepan cómo impartir la luz a otros, y así fortalecer su propia fe y aumentar su conocimiento. Mientras impartan aquello que recibieron de Dios, serán confirmados en la fe. Una iglesia que trabaja es una iglesia viva”.[7]
Es el método de Cristo para promover un reavivamiento saludable. “Nada fortalecerá tanto vuestra piedad como trabajar para hacer progresar la causa que profesáis amar”.[8]
Es el antídoto contra la disidencia y la apostasía. “Hay muchos que profesan el nombre de Cristo, cuyos corazones no se empeñan en su servicio. Sencillamente hacen profesión de piedad, pero por este mismo hecho han ampliado su condenación y han llegado a ser agentes satánicos más engañosos y que alcanzan mas éxito en la ruina de las almas”.[9]
Es el remedio para la monotonía espiritual. “Hay solamente una cura verdadera para la pereza espiritual, y ésta es el trabajo: el trabajar por las almas que necesitan vuestra ayuda”.[10]
Es la mejor manera de prepararse para el regreso de Cristo. “Estamos en el tiempo de espera. Pero, este período no ha de usarse en una devoción abstracta. El esperar, velar y ejercer una vigilancia activa han de combinarse”.[11]
Si usted, como pastor, sueña con una iglesia convertida, madura en la experiencia cristiana, que refleje el carácter de Jesucristo, fortalecida en la fe y reavivada; si desea tener una iglesia saludable, protegida contra la apostasía, consiga que cada miembro participe en la misión.
Un consejo inspirado más: “La mejor ayuda que los predicadores pueden dar a los miembros de nuestras iglesias no consiste en sermonearlos, sino en traerles planes de trabajo. Dad a cada uno un trabajo que ayude al prójimo. […] Dé a cada cual algo que hacer en favor de los demás […]. Si se los pone a trabajar, los abatidos se olvidarán muy pronto de su desaliento; el débil se tornará fuerte; el ignorante, inteligente; y todos aprenderán a presentar la verdad tal cual es en Jesús”.[12]
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.
Referencias:
[1] El Deseado de todas las gentes, p. 116.
[2] Los hechos de los apóstoles, p. 272.
[3] El conflicto de los siglos, p. 76.
[4] Palabras de vida del gran Maestro, p. 223.
[5] Servicio cristiano, p. 127.
[6] El Deseado de todas las gentes, p. 116.
[7] Joyas de los testimonios, t. 3, p. 68.
[8] Servicio cristiano, p. 124
[9] Ibíd., p. 121.
[10] Ibíd., p 135.
[11] Ibid., pp. 107, 108.
[12] Joyas de los testimonios, t. 3, p. 323.