Todos podemos tener esta cualidad, la cual nos ayudará en todas las relaciones interpersonales.

Las relaciones humanas son un aspecto de la vida imprescindible y a la vez conflictivo. Imprescindible, porque fuimos hechos para vivir en comunidad; sin relacionarnos y estar rodeados de gente sería imposible la vida humana. Conflictivo, porque muchas veces nuestras diferencias, en lugar de enriquecernos, crean brechas entre nosotros.

“Asertividad” es un término muy utilizado en estos días, tal vez por la necesidad imperiosa que tenemos de poner en práctica su significado. ¿Qué es la asertividad? Es un estilo comunicacional abierto a las opiniones ajenas, dándoles la misma importancia que a las propias. Parte del respeto hacia los demás y hacia uno mismo, planteando con seguridad y confianza lo que se quiere. La persona asertiva acepta que la postura de los demás no tiene por qué coincidir con la propia, y evita los conflictos de forma directa, abierta y honesta.

Se han realizado diversas clasificaciones del término, dentro de las cuales, algunos tipos de asertividad son:

Asertividad positiva: consiste en expresar auténtico afecto y aprecio por otras personas. Supone que uno se mantiene atento a lo bueno y valioso que hay en los demás. Al darse cuenta de ello, la persona asertiva está dispuesta a reconocer generosamente eso bueno y comunicarlo de manera verbal o no verbal.

Asertividad negativa: es útil usarla en ocasiones, cuando debemos afrontar una crítica, sabiendo que la persona que nos critica tiene razón. Consiste en expresar nuestro acuerdo con la crítica recibida, haciendo notar la propia voluntad de corrección. Se demuestra, así, que no hay que darle a nuestra acción más importancia que la debida. Con ello, reducimos la agresividad de nuestros críticos y fortalecemos nuestra autoestima, aceptando nuestras cualidades negativas, o defectos

Asertividad empática: permite entender, comprender y actuar de acuerdo con las necesidades del interlocutor, consiguiendo a la vez que seamos entendidos y comprendidos.

El aspecto más alentador es que la asertividad no se hereda, sino que se adquiere, se aprende. Todos podemos tener esta cualidad, la cual nos ayudará en todas las relaciones interpersonales.

Entonces, ¿qué necesitamos modificar y entrenar para mejorar el trato con las personas? Jesús ¿puso en práctica la asertividad? Al estudiar la vida de Jesús, podemos observar que todos sus actos fueron asertivos. No emitió palabras de sobra, se ocupaba de las necesidades de las personas y hasta de los pequeños detalles que parecían insignificantes. No hizo diferencias, supo involucrar a los que lo rodeaban en tareas en las cuales se sintieran útiles.

Este concepto también implica empatía y humildad. No podemos preocuparnos por los demás y tener en cuenta sus opiniones sin tener estas características. Jesús también presentó estas cualidades en sus actos cuando vivió en esta Tierra. Realmente, puso en práctica la asertividad.

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3,4). Este versículo nos aconseja tener en cuenta a los demás tanto como a nosotros y más, así como también lo sugiere el concepto actual de asertividad. Ser asertivo es expresar nuestros puntos de vista respetando el de los demás.

Jesús se condujo, aquí en la Tierra, con compasión, amabilidad y cortesía. Fue bondadoso y misericordioso. El carácter de Jesús siempre “manifestó una disposición especialmente amable. Sus manos voluntarias estaban siempre listas para servir a otros. Revelaba una paciencia que nada podía perturbar, y una veracidad que nunca sacrificaba la integridad. En los buenos principios, era firme como una roca, y su vida revelaba la gracia de una cortesía desinteresada” (El Deseado de todas las gentes, p. 49). Cristo desea que, como líderes de su misión, sigamos su ejemplo en el trato con los que nos rodean, con los que tenemos a nuestro cargo y con nuestros superiores también.

“Debemos trabajar como Cristo: atraer, edificar, no derribar” (Testimonios para los ministros, p. 223). “Dios quiere que todos actuemos con serenidad y consideración” (ibíd., p. 227).

Debemos cultivar “la sensibilidad y la nobleza de alma; el espíritu de verdad y justicia debe dominar nuestra conducta, nuestras palabras y nuestra pluma” (Ibíd., p. 248).

“No debemos dar un solo paso que luego necesitemos desandar. Debemos actuar con seriedad y prudencia, sin usar expresiones grandilocuentes ni dejamos llevar por desbordes sentimentales” (Ibíd., p. 227).

“Los que ocupan cargos destacados, al entrar en contacto con las almas por las cuales Cristo murió, las considerarán preciosas, asignándoles a los hombres el valor que Dios les dio. Pero muchos, en lugar de proceder según la mente y el espíritu de Cristo, han tratado con aspereza, según el modo de ser de los hombres, a las almas adquiridas por la sangre de Cristo. Acerca de sus discípulos, Cristo dice: ‘Todos vosotros sois hermanos’. Siempre deberíamos tener presente la relación que nos une, y recordar que un día habremos de enfrentar, ante el tribunal de Cristo, a aquellos con quienes nos encontramos aquí. Dios será el Juez, y juzgará con justicia a cada uno” (Ibíd., p. 224).

Muchas veces, las dificultades que se presentan en las iglesias están relacionadas con la falta de asertividad en el actuar de las partes implicadas.

En los cambios propios del trabajo, al conocer a un grupo nuevo de hermanos y tener que integrarse, al tener que trabajar en equipo, es muy necesario y útil poner en acción una actitud asertiva. ¿Cómo lograrlo? Actuando con humildad al tratar con nuestros hermanos, participando en las actividades planeadas por ellos, valorando (y haciéndole saber) los esfuerzos invertidos en algún proyecto, y tantas otras actitudes que hacen que los que nos rodean sean receptivos y no cerrados; tratando de evitar el actuar sin reflexionar sobre los efectos que puede tener una determinada acción sobre los que nos rodean, sobre un departamento de la iglesia y sobre la totalidad de ella. Podemos llegar a ser líderes que guíen y logren los objetivos que nos hemos propuesto como iglesia, sin imponer ni asignar responsabilidades autoritariamente. Podemos hacerlo al actuar asertivamente, explicando, asignando tareas compatibles con cada persona, sin recargar a nadie y dejando lugar para que cada uno desarrolle su creatividad y se sienta satisfecho con lo que hace. De dicha manera, se podrá formar un equipo que trabaje unido y que obtenga resultados; un equipo que no solo sienta que es parte de la ejecución de un plan, sino también que puede aportar en su elaboración.

“Consideren todos que, cualquiera que sea su cargo, representan a Cristo. Con firmeza de propósito, trate cada hombre de tener la mente del Señor. Especialmente los que han aceptado cargos de directores o consejeros deben comprender que se requiere de ellos que sean, en todo sentido, caballeros cristianos. Aunque al tratar con los demás siempre tenemos que ser fieles, no debemos ser rudos. Las almas con las cuales tenemos que tratar son la posesión adquirida del Señor, y no debemos permitir que escape de nuestros labios ninguna expresión apresurada o dominadora” (Ibíd., p. 262).

Como líderes de la iglesia, al tener presente el ejemplo de Jesús, podremos, con su ayuda, actuar con mayor prudencia y tacto, sin imponer ideas ni tareas a nadie. Trabajaremos sin arrasar con la fuerza de la urgencia y del entusiasmo (muy necesarios y válidos), que a veces puede causar un impacto contrario al que deseamos. Muchas veces, por simples malentendidos, se provocan grandes enemistades.

El entrenamiento en la asertividad y de toda conducta humana requiere un esfuerzo deliberado, una firme intención, fuerza de voluntad, paciencia y, sobre todo, ganas de mejorar. Trabajar con asertividad no es un proceso fácil ni rápido; pero, con la ayuda de Dios, es posible Teniéndolo a él como centro de nuestras vidas, familias y trabajo, podremos llegar a ser siervos de éxito.

Haciendo una autoevaluación, ¿estamos siendo asertivos en el trato con las personas que nos rodean? ¿En qué aspectos necesitamos mejorar? ¿Qué tenemos que modificar personalmente, y cómo equipo, para construir una iglesia que trabaje cómoda y feliz?

Sobre el autor: Evangelina Morán es licenciada en Psicopedagogía y reside en Córdoba, Rep. Argentina.