Una reflexión sobre algunos principios que ayudan a dinamizar más aún el estudio de la Palabra de Dios.

Muchos sermones y estudios bíblicos impresionan y edifican a los oyentes, no solo por el contenido y modo en que el mensaje es transmitido, sino por el dinamismo de la presentación. Por eso, es oportuno que reflexionemos en algunos principios que ayudan a dinamizar más aún el estudio de la Palabra de Dios.[1]

Así, la Escritura, que guarda preciosos tesoros para aquellos que los buscan con diligencia, se hará más viva y eficaz para el estudiante.

Haga las preguntas correctas

En primer lugar, el ítem fundamental en el estudio dinámico de la Biblia es saber hacer las preguntas correctas. Los interrogantes pueden ser informativos, los que requieran, apenas, una exposición de los hechos. Además de ser las más simples, las preguntas informativas también poco contribuyen a la profundización de la percepción bíblica. Aquí están algunos ejemplos: ¿Cuántos libros tiene el Antiguo Testamento? ¿Con cuántos años murió Matusalén? ¿Qué libros fueron escritos por el apóstol Pablo? ¿Cuáles son los evangelios sinópticos?

Pero, las preguntas también pueden ser interpretativas. Esas son cognitivamente superiores a las informativas, porque demandan entender lo que se está diciendo o leyendo. Por ejemplo: ¿Cuál es la diferencia entre el libro de Juan y los evangelios sinópticos? ¿Qué significa aceptar Jesús como Salvador y Señor? ¿Qué semejanzas y diferencias existen entre las tres parábolas de Lucas 15?

Otro tipo de preguntas que puede ayudar a dinamizar el estudio de la Biblia son las sensitivas, cuya finalidad es detectar cómo se siente el alumno. La ventaja es que se salen del nivel cognitivo, y abarcan los aspectos sentimentales y emocionales de la persona. A fin de establecer aplicaciones apropiadas y específicas, estas preguntas deben relacionar el mundo bíblico con la realidad individual.

Algunos ejemplos: Después de haber estudiado el Salmo 23, ¿de qué modo cree usted que puede experimentar a Dios como el Pastor de su vida? El hecho de tener a Cristo como intercesor en el Santuario Celestial ¿marca alguna diferencia en su vida?, ¿cuál? ¿El estudio del Salmo 91 le trae paz? Describa su sentimiento al respecto.

Un estudio provechoso y dinámico de la Biblia necesita encontrar aplicación en la vida de la persona, pues eso garantiza el deseo de continuar dedicando tiempo y esfuerzo a su lectura. Por eso también existen las preguntas aplicativas, cuyo objetivo es mostrar la utilidad del estudio, como si la persona estuviera indagándose: ¿De qué manera esto puede ayudarme en la vida diaria? ¿En qué aspectos el estudio de este capítulo o de este tema contribuye a mi crecimiento espiritual? ¿Cuáles son las decisiones que Dios espera que yo tome después de este estudio?

Realice anotaciones

En segundo lugar, el estudio dinámico de la Biblia es enriquecido por el hábito de anotar lo que fue observado y descubierto en sus páginas. De hecho, nuestra percepción y comprensión clara del texto ocurren cuando registramos nuestras ideas respecto de él. En realidad, “esta es la diferencia entre leer la Biblia y estudiarla”.[2] Cuando leemos la Escritura, pasamos los ojos por los pasajes seleccionados pero, cuando estudiamos, tomamos nota de aquello que nos impacta. Por esta razón, el estudiante de la Biblia necesita tener un cuaderno en el cual registrar sus impresiones y reacciones frente a lo que lee. Además de hacer posible un aprendizaje duradero, esas notas pueden transformarse en esbozos para lecciones y sermones relevantes.

Actualmente existen muchas facilidades tecnológicas para hacer anotaciones. Ellas pueden ser hechas en un iPhone, iPad, iPod, notebook o teléfono móvil. Sin embargo, nada sustituye el viejo hábito de hacer anotaciones en la propia Biblia, en la Lección de la Escuela Sabática, o en un cuaderno específicamente designado para esa finalidad. Lo importante es desconfiar de la memoria, para no dejar escapar frases o pensamientos que puedan ser usados en otros momentos.

Valore la aplicación

En tercer lugar, “el objetivo del estudio bíblico es su aplicación, no apenas la interpretación”. Como decía Dwight Moody: “La Biblia no fue dada para aumentar nuestro conocimiento, sino para transformar nuestra vida”.[3]

Eso no quiere decir que debamos privilegiar la aplicación de la Biblia en detrimento de su interpretación. Una buena explicación facilita una aplicación adecuada, además de que el abordaje meramente aplicativo puede abrir las puertas a herejías y enseñanzas superficiales. Sin embargo, dedicar tiempo y esfuerzo a transformarse en un erudito de temas bíblicos tiene poco provecho si la Escritura no nos transforma. De esta forma, el pastor necesita extraer la idea central del contenido leído, explorándolo debidamente para aprender lo que fue abordado. A partir de esa esencia, es necesario encontrar modos apropiados de hacer relevante el estudio para la propia vida antes de aplicarlo en la vida de otros.

Bruce Wilkinson recuerda que muchas veces “quedamos tan presos al contenido que nos olvidamos que el propósito de él es operar un cambio de vida. Solo basta mirar las congregaciones o las aulas para encontrar problemas y más problemas. Drogas, alcoholismo, inmoralidad, divorcios, hijos rebeldes, disfunciones alimenticias, prioridades fuera de lugar. Parece que la verdad no nos está conduciendo a ningún lugar”.[4]

Tan importante como la interpretación del texto es la aplicación de él. Y una aplicación eficaz no es nada más que la comprensión de los beneficios del contenido enseñado. Así, el contenido sale del pasado y se hace relevante, informando y transformando el presente.

Estudie sistemáticamente

El estudio sistemático de la Biblia es otro aspecto que contribuye para su dinamismo. Algunas personas quieren estudiar la Biblia aleatoriamente y, aun así, disfrutar de su riqueza y poder transformador. Sin embargo, frecuentemente, son decepcionadas, porque el tesoro de la Palabra está disponible apenas para aquellos que se alimentan diariamente de ella.

Somos instados a reflexionar en las palabras de Dios durante todo el tiempo, en todo lugar y usando los más variados recursos. (Deut. 6:4-9.) Esto nos hace entender que el estudio sistemático es necesario, para un mejor aprovechamiento: pues la naturaleza de la Biblia requiere un estudio reflexivo, lo que no es posible si adoptamos el estilo rápido y casual. Como afirma Warren: “el estudio accidental de la Palabra de Dios es un insulto a la santidad de la Escritura”.[5] Este estudio sistemático implica un plan regular de lectura, sea cual sea el método adoptado, independientemente de estudiarse cada libro, capítulos, temas o secciones. Estudiar la Biblia de modo aleatorio, fortuito, equivale a considerarla un libro común, indigno de lo mejor de nuestro tiempo y esfuerzo.

Un estudio dinámico de la Biblia jamás agotará la riqueza de los pasajes de la Escritura. Isaías habla respecto de la infinita superioridad de los pensamientos divinos en relación con los humanos (Isa. 55:8, 9). Entonces, considerando que la Escritura contiene, en lenguaje humano, el pensamiento de Dios, debemos admitir que jamás podremos agotar su riqueza. Sin embargo, eso no debe desanimarnos en su estudio. Al contrario, tiene que recordarnos que, por más profundo que cavemos, o más allá de cuántas veces lo hagamos, todavía podemos explorar y encontrar perlas escondidas en las mismas historias, parábolas y exhortaciones.

Finalmente, no debemos olvidar las actitudes sin las cuales será inútil todo intento de comprender la Palabra de Dios: oración, meditación, fe y voluntad personal.

Sobre el autor: Es profesor en la Universidad Adventista de San Pablo, Ingeniero Coelho, San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Adaptado de Richard Warren, Bible Study Methods: Twelve Ways You Can Unlock God’s law (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006), pp. 15-19.

[2] lbíd, p. 15.

[3] lbíd. p. 16.

[4] Bruce Wilkinson, As 7 Leis do Aprendízado: Como Ensinar Quase a Praticamente Qualquer Pessoa [Las 7 leyes del aprendizaje: como enseñar prácticamente a cualquier persona] (Venda Nova, MG: Editora Betania, 1998), p. 105.

[5] Richard Warren, ibíd, p. 17.