Más que mera súplica, esas palabras son el reconocimiento de nuestra dependencia del Padre celestial, para nuestra nutrición física y espiritual.
En la oración modelo, enseñada por Cristo, encontramos la siguiente petición: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mat. 6:11). ¿Qué lecciones pretendía transmitirnos el Maestro con este pedido? ¿Qué clase de “pan” está implícito en esta súplica: el pan espiritual o el pan material? ¿O los dos?
Hay algunas preguntas que podríamos hacer. ¿Por qué se refirió al pan y no a otra clase de alimento? Y ¿por qué el “pan nuestro”?
En el pensamiento hebreo, consumir pan significa comer. Además de ser el alimento esencial presente en todas las comidas, el pan era tratado con mucho respeto. No podía ser cortado, solo partido. Las migajas del tamaño de una aceituna, por ejemplo, jamás debían ser desperdiciadas. Era tan especial, que Jesús se comparó con él, cuando dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Al utilizar la palabra “pan”, Jesús esbozó importantes lecciones que debemos aprender. Cristo, el Pan de vida, es tan esencial para nuestra vida espiritual como el pan literal lo es para nuestra vida física. Cuando decimos estas palabras en nuestras oraciones, estamos pidiendo alimento literal, pero también el Pan de vida, Cristo Jesús. Pero, la mayoría de las veces no tenemos conciencia de este acto. Pedimos pan y descuidamos, con muchas disculpas, lo que fue puesto delante de nosotros: su Palabra, la Biblia.
¿Por qué Jesús usó el pronombre “nuestro”? Creo que es porque, cuando oramos, no pedimos solo por nosotros mismos, sino en favor de otros también. Quería que reconociéramos que lo que nos da no es nuestro solamente. Ganamos el pan material y el espiritual como un depósito, a fin de poder alimentar a hambrientos físicos y espirituales. Ciertamente, quería enseñarnos la generosidad y la bendición de repartir, al igual que Dios repartió con nosotros su amor y su Hijo.
Notemos todavía: “El pan nuestro de cada día”. ¡Cada día! Aquí está nuestra gran tentación. Perdemos horas de sueño porque no ponemos en práctica lo que la expresión “cada día” nos enseña.
Frecuentemente, nos concentramos en las preocupaciones del día de mañana. Pero “basta a cada día su propio mal” (Mat. 6:34), dice la Biblia. Se nos da un día a la vez para vivir, porque solo podemos llevar las cargas de un día y pasar por las pruebas de un día, cada vez.
En un hospital, cierto paciente recibió la visita de un amigo. Su situación era grave, y permanecería allí por mucho tiempo, hasta conseguir pleno restablecimiento. Cuando un amigo le preguntó con respecto al tiempo que se quedaría allí, respondió: “Solo un día a la vez”.
La ansiedad no nos ayuda en nada. Alguien dijo que la preocupación es como una un sillón hamaca: no da qué hacer, pero no nos lleva a ningún lado. Dios cuida de todo y nos sustenta día tras día. Al enviar el maná diariamente, en el desierto, enseñó al pueblo de Israel a no estar ansioso con respecto al día de mañana. Solo se trataba de confiar. Y así continúa siendo hoy también para nosotros. Él conoce cada una de nuestras necesidades, y tiene provisiones para ellas. Así como el maná aparecía cada mañana, podemos tener la certeza de que, si lo buscamos, tendremos el sustento físico y espiritual suficiente para el día que tenemos por delante.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Esta frase refleja la idea de súplica. Pero, alguien podría cuestionarnos: “Si Dios sabe todo lo que vamos a necesitar durante el día, ¿por qué debemos pedir, e incluso decir, ‘dánoslo hoy’?”
Elena de White responde: “Forma parte del plan de Dios concedernos, en respuesta a la oración hecha con fe, lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así” (El conflicto de los siglos, p. 580). Dios tenía el propósito de que reconociéramos nuestra dependencia de él y de su constante cuidado, atrayéndonos hacia él a través de la comunión. Es mediante esta comunión que somos alimentados espiritualmente. Si así lo hiciéramos, recibiremos el poder del Espíritu Santo, que nos revelará las verdades que fortalecerán nuestra alma día a día.
Por lo tanto, “el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” es más que una súplica. Es un reconocimiento de nuestra dependencia del Padre celestial para nuestra manutención física y espiritual. Es una lección de confianza y contentamiento que debe ser aprendida, pues el Dios que cuidó a su pueblo en el pasado es el mismo que cuida de nosotros hoy y siempre.
Sobre el autor: Coordinadora del Área Femenina de la Asociación Ministerial en la Unión Norte Brasileña.