Mientras estamos en el mundo, vivimos amenazados por peligros en las más diversas áreas de la vida. Los problemas emocionales, espirituales y sociales convierten a la esperanza en un elemento indispensable de nuestro caminar. Nos ayudará a mantenemos firmes y a reaccionar ante las tempestades de la existencia.

La Biblia relata ejemplos de personas que, en algún momento, pasaron por crisis que daban la impresión de que Dios se había olvidado de ellas. Podemos hablar de Elias, temeroso y deprimido ante las amenazas de la impía reina Jezabel. Abraham quedó perplejo al recibir la orden de dejar la próspera ciudad de Ur en dirección a una tierra desconocida y, después, al ser llamado para ofrecer a su único hijo en sacrificio.

También tenemos a Jeremías en el foso enlodado, Juan el Bautista en la cárcel de Heredes, el discípulo amado en la isla de Patmos, José en el momento en que vio desaparecer las tiendas de su padre en el horizonte, David cuando huía del airado Saúl. A veces, en nuestra debilidad humana, desconocemos la amorosa providencia de Dios al conducimos por veredas oscuras y solitarias, sin entender las evidencias de su conducción.

El texto de 1 Samuel 30:3 y 5 revela el momento en que David lloró hasta quedarse sin fuerzas: “Vino, pues, David con los suyos a la ciudad, y he aquí que estaba quemada, y sus mujeres y sus hijos e hijas habían sido llevados cautivos. Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar”.

El golpe y la superación

Imagínese que vuelve de un largo viaje y, al llegar casa, encuentra todos sus bienes, que fueron adquiridos con gran esfuerzo, transformados en cenizas. Su familia ha sido secuestrada y todo ha sido despojado violentamente. En ese instante, se siente derrotado, sin tener a quién recurrir. Probablemente, piensa, nunca más abrazará a sus seres queridos, ni podrá recuperar sus bienes.

El relato bíblico confirma la tragedia que sucedió con David y sus soldados. Habían emprendido una marcha de tres días hasta Afee, para luchar junto a los filisteos. A última hora, David y su grupo fueron dispersados. Para el futuro rey de Israel, eso fue un alivio, pues lo había librado del dilema de guerrear contra su pueblo. Pero los soldados que lo acompañaban quedaron alterados por la idea. Frustrados y hastiados, hicieron el largo trayecto de regreso hasta el campamento de Siclag. Estaban cansados, hambrientos y ansiosos por llegar a casa. Y entonces encontraron que las tiendas habían sido destruidas, los rebaños hurtados y sus familias secuestradas. ¡Qué situación! En ese momento, David y sus soldados se quedaron tan tristes que clamaron y lloraron “hasta que les faltaron las fuerzas”.

Muchas veces, en nuestro peregrinaje terrenal, sufrimos golpes terribles. Los problemas nos abaten y la vida nos parece sin salida. El sufrimiento se apodera de nuestro corazón. Nos sentimos débiles. Miramos a nuestro alrededor y no vemos a nadie capaz de ayudamos. ¿Cuál será su reacción en esa hora?

Como seres humanos, nuestra tendencia es quedar abatidos ante las pruebas. David quedó angustiado, alzó su voz y lloró. Pero, en poco tiempo, “David se fortaleció en Jehová su Dios” (vers. 6). Enjugó sus lágrimas y reaccionó. De acuerdo con el resto del capítulo, esa aparente derrota fue transformada en victoria.

Es necesario que conozcamos el secreto para transformar el sufrimiento en alegría, la amenaza en seguridad, la tragedia en conquista. Necesitamos descubrir el secreto de David, revirtiendo el llanto en una brillante reacción.

El primer paso para la victoria consiste en permanecer atentos a las trampas del camino. Si las evitamos y evaluamos nuestros problemas con realismo, jamás nos postraremos, convirtiéndonos en víctimas del enemigo. No tenemos que aceptar los argumentos con los que intenta llevamos al desánimo. Esa es su fórmula predilecta para derrotarnos.

Creencia en la victoria

En 2 Corintios 10:4, Pablo nos alerta: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”. Las más terribles fortalezas adversarias son mentiras y pensamientos errados que Satanás intenta inculcar en nuestra mente.

No es lo que nos sucede lo que determina la clase de vida que tendremos, sino la manera en que reaccionamos ante cada circunstancia. Dios espera que, en medio de las angustias, nuestra reacción sea igual a la de David, a fin de ser perfectamente capaces de escribir un final feliz para nuestra historia. Es necesario confiar en Dios. Debemos creer en la victoria y construir nuestras propias convicciones, rechazando murmurar contra Dios. Con osadía, debemos soñar con algo elevado, grandioso, aparentemente absurdo para los que nos rodean.

El corazón de David estaba lleno de coraje y optimismo. Creía que, con la ayuda de Dios, todas las cosas son posibles. Su reacción fue heroica. No dejó que las pérdidas y los desafíos lo intimidaran. Recordó que Dios es mayor que todas las cosas.

David fue vencedor, porque reaccionó de forma positiva. Lloró, enjugó sus lágrimas y prosiguió. No se intimidó ante las fuerzas que le eran contrarias. Creyó que todos los designios le eran favorables, porque veía que el Señor lo amaba.

En varias otras ocasiones fue juzgado y maldecido: sus hermanos dijeron que era irresponsable (1 Sam. 17:28); su mujer se burló de él (2 Sam. 6:20); el gigante Goliat lo maldijo (1 Sam. 17:43); juraron que nunca entraría en Jerusalén y que no gobernaría Israel. Habría sido una tragedia si David hubiera creído en alguna de estas palabras, pero prefirió creer en el Señor que prometió protegerlo.

La Biblia dice que, para el siervo de Dios, no existe decreto contrario: “Jehová ha apartado tus juicios, ha echado fuera tus enemigos; Jehová es Rey de Israel en medio de ti; nunca más verás el mal” (Sof. 3:15).

El Señor es fiel. Está a tu lado, todos los días, y su promesa es: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová” (Isa. 54:17).

Debemos reaccionar tranquilizándonos y llenándonos de esperanza. David se reanimó en Dios. El último paso que dio en su reacción fue colocar a Dios por sobre todo y reafirmarse en el poder divino. Se apoyó en la mano de Dios, para no caer. Los soldados se centraron en sus debilidades; David contempló los recursos divinos.

Mirar en la dirección correcta

Recuerda que tenemos una historia con Dios. Hizo grandes cosas y nos atribuyó gran valor. Trazó planes para nosotros, desde la eternidad. Eres especial, porque dijo: “Eres mío”. En él tenemos la victoria y podemos superar las aflicciones que surgen en nuestro camino, creyendo que existe salida. La falta de fe nos deja apabullados con el sentimiento de que fuimos despreciados por Dios. Mira a Dios; cómo es, cómo actúa y para qué actúa.

Después de la batalla, David sintió que su corazón estaba lleno de gratitud y humildad. Reconoció que el triunfo vino del Cielo, y mantuvo los pies en la tierra. Sí, el sufrimiento puede ser transformado en alegría si no insistes en ver solo piedras o arena movediza en tu camino.

Ahora que ya conoces el secreto de David, intenta ponerlo en práctica. Los golpes del diario vivir tienen el poder de abatimos. ¡Es necesario reaccionar! Como soldado de Israel, necesitas descubrir que las adversidades nos traen bendiciones. Disfrutarás si tienes una relación con el Padre.

No importa cuál sea la situación. No interesa el tamaño del problema. Dios es mayor que todo. Su lema es “hacer lo imposible en aquel que cree”. Es en medio de las luchas que lo conocemos mejor y, sobre todo, somos seducidos por su poder y su bondad.

Fuentes

Morris Venden. Como conhecer a vontade de Deus. Casa Publicadora Brasileira, 1995.

Edmar Jacinto. Esperanza que nasce em meio ao desespero. Editora Betánia, 1989.

Marcelo Aguiar. O brilho de urna lágrima. Editora Betánia, 2003.

Sobre el autor: Obrera en la Asociaicón Mineira Central, Rep. del Brasil.