Así está escrito en Mateo 26:36 y 38: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. […] Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo”.
La vida de Cristo se consumió en ministrar a las personas. Multitudes esperanzadas iban detrás de él en busca de ayuda, socorro y bendiciones, manteniéndolo tan ocupado que no tenía tiempo para sí mismo. Jesús era Dios, pero también era hombre. En esa condición, experimentó toda la extensión de las emociones humanas: del jovial deleite, mientras se relacionaba con los niños, a la intensa tristeza ante la falta de fe exhibida por sus discípulos.
Al igual que nosotros, el Maestro tenía que administrar esas emociones de manera constructiva. Tendemos a exaltarlo como el superhombre que nunca se vio frente al desánimo, que podía erguirse automáticamente y permanecer de pie, sin la menor señal de inquietud. En Getsemaní, por otro lado, se pinta un cuadro de Jesús que lo muestra como el hombre que verdaderamente fue. Allí, lo vemos abrumado por la tristeza. La expresión griega utilizada en el texto, perilupos, significa “profundamente triste”. Y, en el versículo 39, ora: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”, indicando el deseo de su humanidad, en el sentido de ser eximido de esa situación.
Aquí, vemos al Salvador en el punto más bajo de su experiencia humana. ¿A quién podía volverse Jesús en ese momento? ¿A sus discípulos? Lo habían abandonado más de una vez. Jesús ministró a todas las personas que lo buscaban. Pero ¿cuán frecuentemente otros lo ministraron a él?
Más allá de las luces brillantes del púlpito, los pastores fieles participan de muchas actividades: aconsejamiento a adultos y jóvenes, coordinación y realización de actividades de evangelización, asistencia a la escuela parroquial y otros quehaceres. Si alguien se diera el trabajo de contabilizar las horas invertidas por el pastor en su trabajo, vería claramente que tiene tiempo para todo y todos, y que le queda poquísimo tiempo para él y su familia. También dispone de poco tiempo para su nutrición espiritual y su ejercicio físico.
Agréguese a eso la realidad de que es extremadamente solitario. ¿A quién puede recurrir el pastor en tiempos de crisis? Solamente otro pastor, empapado diariamente en las actividades congregacionales, puede comprender las frustraciones y los dolores de cabeza de un colega. Pero, los pastores siempre están muy ocupados en cuidar del rebaño como para dedicar tiempo a un compañero. No es extraño que sientan, independientemente de que sea correcto o equivocado, que deben mantener cierta distancia de la hermandad.
¿A quién se debe recurrir? Los miembros de iglesia ¿pueden desempeñar algún papel en la atención del pastor, que tanto les da sin la certeza de recibir nada a cambio?
La respuesta reside en nuestro texto inicial. Todo lo que Jesús buscaba era la compañía de sus discípulos. Para él, habría sido del mayor ánimo saber que sus seguidores eran solidarios con él, compartiendo sus mismas preocupaciones.
Con frecuencia acostumbraba escuchar a algún miembro de mis iglesias que decía: “Pastor, estoy orando por usted”. Y eso siempre me animaba, especialmente cuando más necesitaba de oración. Por otro lado, algo mucho más poderoso que el conocimiento de que alguien oraba por mí era escuchar: “Pastor, no vine en busca de ayuda. Solo me acordé de usted, y resolví buscarlo para que oremos juntos”.
Sabiendo que todo el mundo vive ocupado en sus asuntos particulares y su trabajo, es una bendición para todo pastor cuando alguien lo busca, no solo para pedir oración, sino para orar con él. Ya sea que los miembros de iglesia lo comprendan o no, todo pastor lucha con el pecado y las tentaciones. También cargamos con las luchas de nuestra vocación. Cada uno de nosotros enfrenta su propio Getsemaní: esos momentos de angustia intensa, en que deseamos que Dios alivie, o remueva definitivamente, los desafíos y las pruebas.
Y, aun cuando nuestros hermanos oren por nosotros, una bendición aún mayor es saber que otros colegas hacen lo mismo. A fin de cuentas, ¿quién más allá de nosotros mismos puede conocer mejor las batallas espirituales, el estrés familiar y los desafíos pastorales que enfrentamos? Recordémonos siempre unos a otros en nuestras oraciones, mientras cada uno transita por su Getsemaní.
Sobre el autor: Editor asociado de Ministry.