Evidencias científicas que hacen del concepto del diseño inteligente la explicación más satisfactoria acerca del origen de la vida y del universo
Dios ¿tiene alguna relación con la naturaleza? En caso afirmativo, ¿cuál? Para desarrollar un abordaje de los orígenes, debemos comprender esta relación. La manera en que alguien se percibe a sí mismo y su relación con el cosmos es fuertemente influenciada por su visión de la relación de Dios con la naturaleza, y sus implicancias para el origen y la naturaleza de los seres humanos.
Diferentes cosmovisiones ofrecen diferentes ideas sobre la relación entre Dios y la naturaleza, y cada una de ellas tiene sus consecuencias para el estudio de los orígenes. El pensamiento ateo no ve relevancia en la idea de Dios y, por esto, ve a la naturaleza como autónoma. La casualidad y las causas naturales son el único proceso disponible para explicar los orígenes; por lo tanto, la cuestión crucial es si tienen el poder necesario para generar el cosmos.
Para la cosmovisión panteísta, común entre las religiones orientales, Dios y la naturaleza son idénticos. Dado que la naturaleza sería autónoma, o tiene su propia “mente”, la idea de una deidad separada no tiene sentido. En el panteísmo, la naturaleza posee poder divino. Por lo tanto, existe en ella una tendencia inherente a la autoorganización, que lleva al surgimiento de la vida y de sus complejidades.
Dentro del concepto teísta, Dios y la naturaleza están separados, aunque la naturaleza no sea independiente de Dios; Dios actúa continuamente para sostener la naturaleza y actúa ocasionalmente de manera especial para llevar a cabo su voluntad en ocasiones específicas. La naturaleza es totalmente dependiente de Dios, tanto en su origen como en su continua existencia. Esta visión es compartida por el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. Aquí, la cuestión crucial no gira alrededor de la propiedad de la naturaleza, sino acerca de la plausibilidad de la existencia de un Dios con poder suficiente para crearla.
Observar para comprender Las posibilidades del teísmo, el ateísmo o el panteísmo pueden ser estudiadas a partir de la siguiente pregunta: La naturaleza ¿tiene las propiedades necesarias para generar vida y organismos complejos? Si las tiene, los tres puntos de vista pueden ser considerados. Si no, el ateísmo y el panteísmo son falsos y el teísmo permanece como la verdad más probable.
Vamos a analizar tres cuestiones:
1. La casualidad ¿es una explicación causal suficiente para la vida y el universo?
Dos líneas de evidencias señalan la insuficiencia de la casualidad como originadora de la naturaleza. En primer lugar, el universo tiene un grupo específico de propiedades sin las cuales la vida sería imposible.[1] Las potencias relativas de las fuerzas fundamentales, como la gravedad y las fuerzas del núcleo atómico, junto con los valores de las constantes físicas, como la velocidad de la luz, están sincronizadas con tal precisión que hacen posible la vida. El más leve cambio en estos factores podría imposibilitar la existencia de los átomos y las moléculas. Otras alteraciones leves también podrían imposibilitar la existencia del agua y el hidrógeno. Es infinitamente pequeña la probabilidad de que todos estos factores pudieran ser sincronizados por casualidad. Los aspectos altamente específicos del universo descartan a la casualidad como explicación para su origen.
La segunda línea de evidencia es que los organismos vivos están hechos de células compuestas de biomoléculas altamente específicas, incluyendo proteínas hechas aminoácidos y nucleótidos. El número potencial de diferentes formas por las que los aminoácidos y los nucleótidos se pueden combinar en proteínas y ácidos nucleicos, respectivamente, es mucho mayor que el número de electrones del universo conocido. Solo una proporción relativamente pequeñas de proteínas y ácidos nucleicos es adecuada para mantener la vida. Las proteínas y los ácidos nucleicos interactúan de muchas maneras diferentes, y el más leve cambio en la secuencia de hasta incluso una única proteína puede, a veces, causar la muerte. La posibilidad de que los aminoácidos pudieran, por azar, organizarse por sí mismos en secuencias apropiadas para la vida es tan remota como impensable.
2. La ley natural ¿es una explicación suficiente para los orígenes?
La ley natural no parece adecuada para explicar el origen del universo. El universo bien podría haber tenido otras características que hicieran imposible la vida. Ni la casualidad ni la ley natural, ni cualquier combinación concebible entre las dos, son suficientes para explicar el origen del universo.
El origen de la vida no es explicado por la ley natural. La vida depende de cierta clase de componentes, incluyendo las proteínas con configuraciones específicas, que son el resultado de secuencias específicas de aminoácidos. En el origen de la vida, en la ley natural, las primeras proteínas y los primeros ácidos nucleicos deberían haberse producido abióticamente por medio de la ley natural. No se conoce ningún proceso abiótico que genere proteínas y ácidos nucleicos. La ley natural es suficiente para conducir a la desintegración de proteínas y ácidos nucleicos; pero, hasta donde podemos afirmar, no es suficiente para producirlos en condiciones abióticas.
Nuestro conocimiento actual es incompleto, pero no hay razones para sospechar que se esté por descubrir “una ley de construcción de proteínas bajo condiciones abióticas”. El origen abiótico de los ácidos nucleicos enfrenta el mismo problema: la ley natural es capaz de destruirlos, pero no es capaz de producirlos abióticamente. Generalmente, es común observar que los procesos naturales causan la muerte de los organismos vivos, pero nunca se ha observado que generen vida de la nada. Así, estos hechos también descartan la ley natural como explicación de los orígenes.
3. El diseño ¿es una explicación suficiente para los orígenes?
El diseño implica propósito, que implica una mente inteligente. Decir que el universo y la vida fueron diseñados es afirmar que fueron el resultado de una decisión tomada por una mente inteligente, con un propósito. Este concepto es aceptado por la mayoría de los cristianos, incluso muchos científicos y filósofos.
Un estudio del origen por diseño se puede realizar de dos maneras. Primera, las únicas explicaciones conocidas para los orígenes del universo y de la vida son la casualidad, la ley natural y el diseño.[2] Dado que las dos primeras hipótesis se muestran inadecuadas, el diseño es la única explicación viable. Ya que este puede ser un argumento débil, necesitamos tener evidencias favorables a él.
Para algunos críticos, el diseño es una inferencia poco confiable, porque no hay criterio objetivo para su identificación. Pero esta crítica no es válida. Hay muchos criterios comúnmente usados para identificar el diseño.[3] Por ejemplo, considere los medios de un arqueólogo para identificar que un hacha de piedra ha sido diseñada. Primero, el hacha de piedra tiene una forma inusual, que no se encuentra normalmente en ambientes naturales. Segundo, el hacha tiene señales de fracturas, lo que sugiere que su forma fue modificada por procesos no aleatorios, tales como golpes contra otra piedra. Tercero, esta forma califica al objeto para una función reconocible, asociada con la actividad humana. Cuarto, el hacha muestra evidencias de haber sido usada en la actividad humana. Así, la piedra fue alterada con un propósito. En resumen, fue diseñada.
Más recientemente, otras dos señales identificadoras fueron propuestas: complejidad irreductible y complejidad especificada. Estas marcas son tenidas como indicadores confiables del diseño, aun cuando no estén necesariamente presentes en todo objeto diseñado. La complejidad irreductible[4] se refiere a un sistema compuesto por determinado número de partes, en el que la remoción de cualquiera de estas partes deja al sistema sin posibilidades de funcionar. Se dice que este sistema es “irreductible” en términos de su funcionalidad. La complejidad queda por cuenta de la interacción de las muchas partes. La complejidad especificada[5] es un fenómeno de múltiple interacción de las partes, que forma o produce un modelo reconocible. En este caso, el término “especificada” significa que este modelo transmite alguna información o significado al observador. Está implícita, en esta idea, la noción de que la información es creada y reconocida por mentes inteligentes, no a través de procesos físicos aleatorios.
Al examinar los organismos vivos, vemos marcas que podemos interpretar como resultado del diseño. Se han propuesto muchos ejemplos, aun cuando no todos sean igualmente persuasivos. Algunos ejemplos que parecen persuasivos incluyen la información contenida en el ADN, los cilios, el mecanismo de coagulación sanguínea, la célula viva, el mecanismo de síntesis de la proteína, la reproducción sexual y otros.
En resumen, el diseño parece una poderosa explicación para los orígenes del universo y de la vida. Esa conclusión es fortalecida por el hecho de que la casualidad y la ley natural parecen causas insuficientes. La evidencia para el diseño implica que Dios actuó con propósito para crear el universo y la vida.
Acciones divinas y clasificación
Dios puede actuar directamente en la naturaleza a través de una causa primaria, o indirectamente a través de una causa secundaria. En el primer caso, actúa sobre la materia y la energía, para causar un efecto deseado. En el segundo caso, Dios causa un evento, como por ejemplo permitir que los procesos naturales avancen hacia algún fin determinado. Tomás de Aquino señaló la distinción entre las causas primaria y secundaria,[6] si bien la aplicación aquí es mía.
La distinción entre la acción directa y la acción a través de procesos secundarios puede ser ilustrada por la comparación entre un cuadro y una fotografía. El cuadro es terminado a través de la acción directa de un pintor que aplica pintura a la tela. En el caso de la fotografía, es producida a través de un proceso secundario, en el que el fotógrafo utiliza un equipamiento de sensibilidad para disparar la cámara. La fotografía fue realizada gracias a la intención del fotógrafo, y no fue fruto de la casualidad (si bien ciertos detalles pueden ser provocados por la casualidad, como la dirección en la que un animal estaba mirando cuando la cámara fue disparada), pero la imagen fue producida indirectamente, y no directamente pintada por el fotógrafo.
Dios también podría actuar continua o intermitentemente en la naturaleza. Por ejemplo, actúa continuamente para sustentar la existencia del universo. En ciertas ocasiones, actúa a través de formas especiales, como agente voluntario, tanto como un ser humano puede actuar. Así, Dios actúa continua y discontinuamente.
Las cuestiones con respecto a la naturaleza de las acciones divinas, si son continuas o discontinuas, y si son el resultado de una causa primaria o secundaria, pueden ser usadas para clasificar sus actividades en la naturaleza en cuatro categorías.
Actividad continua directa
En las operaciones de la naturaleza, Dios actúa continuamente, y “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb. 1:3). Los actos de Dios son tan consistentes y confiables que reconocemos esos patrones como “leyes de la naturaleza”. A menudo somos capaces de usarlas para predecir lo que sucederá en determinadas circunstancias. Si Dios dejara de actuar de esta manera, el universo dejaría de existir.
Las acciones continuas, consistentes y directas de Dios son la causa de las leyes generales de la naturaleza.[7] Estas leyes generales mantienen la existencia del universo. Por “leyes generales” quiero decir regularidades observadas que parecen estar, en efecto, a través del universo observable. Incluyen las fuerzas fundamentales (gravedad, fuerzas nucleares potentes y débiles, y la energía electromagnética) y los valores de las constantes físicas (masa de partículas elementales, velocidad de la luz, entre otras). El número de leyes generales en la naturaleza puede ser muy pequeño.
La práctica de la ciencia está fundamentada en la consistencia de las acciones continuas y directas de Dios. Uno de los objetivos de la ciencia es identificar esa consistencia.
Actividad discontinua directa
Dios también actúa de manera discontinua. Sus acciones discontinuas directas pueden ser la causa de eventos percibidos como sobrenaturales, o milagros.[8] Por “eventos sobrenaturales” quiero decir un evento que no podría haber sido pronosticado a partir de un estado previo de la materia y que no podría haber ocurrido salvo por una acción inteligente. Los eventos sobrenaturales podrían incluir “milagros” y, tal vez, muchas actividades de los seres humanos.
Normalmente, los eventos naturales son compatibles con las leyes generales de la naturaleza, aun cuando, teóricamente, puedan ocurrir excepciones. Por ejemplo, si Dios creó a través de un proceso como el big-bang, no conocemos alguna ley que pueda ser aplicada a ese proceso. Por otro lado, no existe alguna razón para suponer que Dios tuvo que transgredir las leyes de las fuerzas fundamentales o cambiar las constantes físicas para transformar agua en vino, resucitar muertos o calmar tempestades. Estos fueron verdaderos milagros, pero no hubo necesidad de transgredir las leyes generales de la naturaleza. Es probable que cualquiera podría hacer lo mismo sin transgredir las leyes de la naturaleza, siempre que sea omnipotente, omnisciente, y capaz de manipular la materia y la energía a través de una orden.
La ciencia puede tener gran dificultad en analizar eventos sobrenaturales, pues nadie puede observar lo que Dios está haciendo. Esto no significa, necesariamente, que un científico no deba estudiar estos eventos, sino que no puede confiar en las explicaciones con las que está familiarizado. En estos casos, la probabilidad de éxito de la investigación es muy reducida.
Actividad continua secundaria
Dios también puede continuar activo a través de mecanismos secundarios. Por ejemplo, el sistema de condiciones atmosféricas permanece continuamente mantenido a través de las leyes generales de la naturaleza. Por otro lado, el estado atmosférico en sí, probablemente, no es manipulado directamente por Dios, salvo los eventos especiales (“sobrenaturales”). Comúnmente, “produce” las condiciones atmosféricas a través de medios secundarios. Este sistema puede ser comparado con una máquina que opera bajo principios compatibles, sin conducción continua externa. La consistencia de los procesos atmosféricos nos puede llevar a considerarlos leyes de la naturaleza, pero en realidad son solo efectos locales de las leyes generales.
El desarrollo humano es otro ejemplo de la actividad continua a través de procesos secundarios, en el que cada uno de nosotros se ha desarrollado a partir de una única célula viva en una persona multicelular. Si bien este parece ser un proceso meramente físico, decimos que hemos sido creados. Así, reconocemos que Dios puede “crear” a través de procesos secundarios, como en la continuidad de la vida humana.
La ciencia hace muy bien en investigar los eventos que son el resultado de la actividad continua de Dios, ya sea directa o indirecta. En verdad, estos eventos causados por mecanismos secundarios son el tema principal de la ciencia. Las explicaciones deben ser buscadas en términos de leyes generales.
Actividad discontinua secundaria
De igual manera, Dios puede actuar intermitentemente a través de una causa secundaria.[9] Con frecuencia, las respuestas a las oraciones son el resultado de actos especiales de Dios, que utiliza causas secundarias. Por ejemplo, una familia necesitada que ora por ayuda puede encontrar una cesta de alimentos en la puerta de su casa. La cesta pudo haber sido colocada allí por alguien que fue impresionado a hacerlo. En este caso, Dios actuó directamente en el benefactor, que se convirtió en la causa secundaria en respuesta a las oraciones de la familia.
Algunos milagros bíblicos parecen haber incluido actos de Dios a través de mecanismos secundarios. Los ejemplos incluyen el uso del viento para desviar a las codornices hacia los hebreos en el desierto, avispas para alejar a los enemigos de Israel, y el pago del impuesto con una moneda que Pedro y Jesús sacaron de un pez. Por otro lado, en cada caso, el proceso secundario probablemente fue iniciado por la acción divina directa. Consecuentemente, un milagro puede incluir las dos acciones.
La ciencia puede tener algún éxito al analizar eventos que incluyen causas discontinuas secundarias, pero la falta de reconocimiento de la actividad divina ciertamente dificultará las conclusiones que armonicen con las Escrituras.
Orígenes y operaciones
En el estudio de las actividades de Dios en la naturaleza, debemos distinguir entre cuestiones de los orígenes y cuestiones de operaciones. Los orígenes son singularidades, mientras que las operaciones ocurren continuamente. Tener una buena comprensión de las operaciones no siempre implica buena comprensión de los orígenes.
Considere las operaciones de un automóvil. El combustible se quema en el motor, liberando energía para impulsar los pistones. Este impulso se transmite a los ejes, a través de una serie de movimientos en cadena, lo que hace andar al automóvil. Muchos mecanismos de control dirigen el movimiento del automóvil, de tal manera que avanza o se detiene de acuerdo con el deseo del conductor.
Un buen mecánico comprende las “leyes” que gobiernan las operaciones de un automóvil y realiza acciones apropiadas para mantener la máquina en buenas condiciones, o para arreglarla cuando es necesario. Aparentemente, el mecánico sabe todo lo que se debe conocer acerca de un automóvil. Pero, tal comprensión ¿le da la capacidad de explicar cómo fue fabricado? No. Probablemente, nunca visitó una fábrica de automóviles para ver cómo son manufacturados. Debemos dudar de un mecánico que afirme que la fabricación de un automóvil no requiere de algún proceso que no haya observado ni utiliza algún principio que le es desconocido.
Como eruditos, nos parecemos un poco al mecánico. Si bien somos capaces de observar muchos procesos físicos que operan en el universo, no vimos su origen. Comprendemos en gran medida los procesos fisicoquímicos de las células vivas, pero nunca vimos vida originada abióticamente. Los orígenes de la vida y del universo incluyen procesos ajenos a sus operaciones cotidianas. Así, es útil considerar separadamente las cuestiones de los orígenes y las operaciones de la naturaleza.
Milagros y ley natural
He enfatizado que los milagros no requieren, necesariamente, la violación de las “leyes naturales”. Lo hago porque, para muchos eruditos, los milagros son, por definición, violaciones de esas leyes y piensan que, así, amenazan la práctica científica.[10] Pero, este no es el caso. La ciencia puede no ser capaz de explicar los milagros, pero la causa de esta imposibilidad puede ser el hecho de que no podemos ver lo que Dios está haciendo; no porque seamos incapaces de comprender el mecanismo físico. Así, no es fatal para la práctica de la ciencia admitir que los milagros pueden ocurrir, a menos que alguien adopte la posición filosófica de que todos los eventos deben ser explicados por la ciencia, apelando únicamente a los procesos naturales.
¿Qué decir de la habilidad científica para estudiar eventos sobrenaturales? Por ejemplo, ¿es justificable para un científico estudiar la Creación, si fue un evento sobrenatural? Para el relato bíblico de los orígenes ¿es irrelevante la ciencia?
La respuesta a estas preguntas depende de lo que el científico esté intentando descubrir. Supongamos que desea estudiar el origen de la vida. La Biblia establece que Dios hizo el mundo en seis días. Para el creacionista, es inútil intentar probar que Dios creó en seis días, dado que el proceso fue claramente único y milagroso; por lo tanto, fuera del campo científico. Pero, hay muchas otras cuestiones que un científico creacionista puede buscar. Por ejemplo, puede querer estudiar las relaciones entre los organismos, para determinar hasta qué punto se han diversificado desde la Creación. O puede querer investigar algunos aspectos de las células y la biología molecular. Hasta puede querer examinar si el relato de la Creación es aplicable al mundo entero o a una determinada región, si bien ese no es un estudio estrictamente científico, dado que debe tomar en cuenta el texto bíblico y el estudio del mundo físico.
A veces, la cuestión de los orígenes puede ser una controversia entre la ciencia y la fe, por causa de las diferentes presuposiciones acerca de la relación de Dios con la naturaleza. El argumento presentado aquí señala la evidencia de la acción divina en la naturaleza, en causas directas e indirectas. Tales acciones pueden ser descritas en cuatro categorías: continua y directa, continua y secundaria, discontinua y directa, y discontinua y secundaria.
Con la ciencia bien equipada para estudiar los hechos continuos de Dios, las Escrituras enfatizan las actividades discontinuas. La metodología científica que se restringe a los mecanismos físicos observables es inadecuada para descubrir y explicar nuestros orígenes. Algunos aspectos de la realidad parecen ser mejor explicados por el diseño y la causa personal directa. La descripción bíblica de Dios provee información esencial en nuestra preocupación por comprender la relación de él con la naturaleza y los seres humanos.
Sobre el autor: Director del Instituto de Investigaciones en Geociencia, Loma Linda, Estados Unidos.
Referencias
[1] J. D. Barrow y F. J. Tipler, The Anthropic Cosmological Principle (Oxford: Oxford University Press, 1986); Hugh Ross, The Creator and the Cosmos (Colorado Springs: NavPress, 1995).
[2] W. A. Dembski, More Creation (Downers Grove, Il.: InterVarsity Press, 1998), pp. 93-112.
[3] W. A. Dembski, The Design Inference (Cambridge: Cambridge University, 1998).
[4] M. J. Behe, Darwin’s Black Box (NY: Free Press, 1996).
[5] W. A. Dembski, Intelligent Design (Downers Grove, II.: InterVarsity Press, 1999).
[6] Tomás de Aquino, Suma Teológica, 1.19, 22.
[7] M. A. Jeeves y R. J. Barry, Science, Life and Christian Belief (Grand Rapids: Baker Book, 1998); J. P. Moreland y J. M. Reynolds, Three Views on Creation and Evolution (Grand Rapids: Zondervan), pp. 148-152.
[8] R. D. Geivett y G. R. Habernas, In Defense of Miracles (Downers Grove, II.: InterVarsity Press, 1997), pp. 142, 143.
[9] M. A. Jeeves y R. J. Barry, Science, Life and Christian Belief, p. 42.
[10] R. D. Geivett y G. R. Habernas, In Defense of Miracles, p. 33.