Corría el 11 de agosto de 2005. Aproximadamente a las 21, recibí el siguiente mensaje en mi celular: “Profesor, soy Fernanda. Por favor, ore por mi novio. Sufrió un grave accidente de moto. Hágalo por mí; muchas gracias”. Inmediatamente oré, de acuerdo con el pedido de mi alumna, intercediendo por el chico. Luego de la oración lo llamé, y conversamos acerca del poder y de la misericordia de Dios.

Las horas pasaban, y otros mensajes fueron llegando: “Se le practicó una cirugía de emergencia y corre peligro su vida”. “Ya ha recuperado los movimientos. Solo necesitamos orar; yo también estoy orando mucho. Gracias por su atención” “Acaba de salir de la sala de cuidados intensivos. Muchas gracias por orar por él. ¡Gracias!” Dios actuó en la vida del chico y fue salvado por milagro.

Estaba caminando por el patio de la escuela, cuando una alumna se aproximó y me dijo: “Profesor, necesitamos conversar urgentemente. Es acerca de Mariana [nombre ficticio]” La manera en que fui abordado y el semblante preocupado de la alumna me asustaron. Entonces, nos encontramos: ella, su amiga, motivo de su preocupación, y yo. Ya sabía que la chica enfrentaba dificultades en la vida escolar, amistades, elecciones personales y, principalmente, su vida familiar.

Luego de algunos minutos de conversación, descubrí el motivo de la preocupación de su compañera: su amiga estaba con todo preparado para huir de su casa. Ya no aguantaba los problemas y las dificultades. Me dispuse a orar por ella y a observarla con más detenimiento durante los días que siguieron. Conversamos varias veces, y la derivé a la orientadora escolar. A fin de año, le pregunté cómo iban las cosas. Sonriente y con el semblante transformado, dijo que estaba todo bien. Había olvidado la idea de huir, nos abrazamos y combinamos para vernos al año siguiente.

Además de estos, hay otros hechos que marcan la realidad escolar: “Por favor, explíqueme mejor lo que estamos estudiando en nuestro libro de religión, pues es diferente de lo que aprendí en mi iglesia”.

“Profesor, mis padres se están separando; mi padre se fue de casa hoy, ¿y ahora?” “El examen de ingreso para la carrera que escogí caerá en sábado, y ellos no quieren dejar que hagamos la prueba en otro momento. ¿Qué puede hacer para ayudarnos?”

Un episodio, especialmente, no puedo dejar de contar: En la ciudad de San Francisco del Sur teníamos un alumno de tercer año de la Enseñanza Media que, en cierta ocasión, pasó a hacer muchas preguntas. Percibí que se trataba de alguien sincero y deseoso de conocer la verdad. Lo invité a asistir a una serie de evangelización, que se realizaría en la iglesia central, acerca de los eventos finales y el Apocalipsis, que eran el objeto de sus preguntas, pues formaban parte de nuestro libro de texto en clase.

El chico aceptó mi invitación, y se mostraba muy interesado. Pedí al profesor Sebastião Júnior, profesor de Inglés del colegio, que le diera los estudios bíblicos en la casa del joven, pues mi agenda estaba muy llena. El colega aceptó el desafío, e hizo más de lo esperado, llevando al chico a almorzar durante algunos sábados. Realmente lo trató como amigo y lo acogió en la familia de Dios.

Finalmente, el joven se decidió por el bautismo y comenzó a enfrentar la oposición de su padre, que era miembro de otra iglesia evangélica. Los visité, y el día que llené su ficha bautismal el padre me dijo: “Profesor, no me está gustando esta idea; pero como no es más un niño, no se lo puedo impedir. Si pudiera, se lo impediría”. Tuve el privilegio de bautizarlo antes de su graduación de la Enseñanza Media en nuestra escuela.

Dado que era experto en el área de Informática, el joven fue contratado por la escuela para dar lecciones en esa materia en el colegio. Luego, ingresó en la facultad de Computación y continúa sirviendo en la escuela. Meses después, luego de una serie de evangelización realizada por el nuevo capellán del colegio, se bautizaron también su madre y su hermana.

Visión distorsionada

Existen personas que poseen una visión limitada, para decir lo menos, del ministerio escolar. En mi trabajo como capellán y profesor de Biblia, me he encontrado constantemente con personas que no entienden la importancia ni la belleza de este ministerio, y dejan escapar cuestionamientos como este: “Pastor, ¿cuándo ingresará en el ministerio evangélico?” “El próximo año, ¿por qué no va a un distrito?” “¿Todavía está en la escuela?” ¿Cómo “todavía”? ¿Tendría que salir obligatoriamente de allí? ¿Cuál es el problema de “estar” en la escuela?

Estas y otras preguntas me hacen creer que muchos miran el distrito como ministerio; y la escuela como trampolín para ingresar en ese ministerio. Es como si el ministerio escolar fuera solamente una etapa para que alguien sea, en verdad, pastor.

La mayoría de las veces, he respondido con buen humor. Pero luego de casi ocho años de ministerio escolar, he reflexionado mucho en qué responder, a fin de que esas personas comprendan la importancia del ministerio educativo.

Antes de seguir, es justo mencionar que, gracias a Dios, también he encontrado líderes y hermanos que entienden, respetan y valoran este ministerio, reconociendo en él una oportunidad significativa para alcanzar corazones y mentes en formación, y que traban conflictos feroces ante los problemas y las seducciones propios de la vida moderna.

Cambio de visión

Es imperioso que, como dirigentes y miembros de una iglesia tan maravillosa, reflexionemos un poco más acerca de la visión que alimentamos acerca de este ministerio.

“En toda escuela que Dios ha establecido habrá, como nunca antes, demanda de instrucción bíblica. Nuestros estudiantes han de ser educados a fin de que sean instructores bíblicos, y los maestros de Biblia pueden realizar una obra realmente maravillosa, si ellos mismos aprenden del gran Maestro.

“La Palabra de Dios es verdadera filosofía, verdadera ciencia. Las opiniones humanas y la predicación sensacionalista valen muy poco.

Los que están imbuidos de la Palabra de Dios pueden enseñarla de la misma manera sencilla en la cual Cristo la enseñó”.[1]

“Nuestras asociaciones deben tratar de que nuestras escuelas estén provistas de maestros que sean cuidadosos y que tengan una profunda experiencia cristiana. El mejor talento ministerial debiera ser llevado a los colegios”.[2]

Los jóvenes que anhelan o ingresan en el pastorado, necesitan ver el ministerio escolar no solo como alternativa a un distrito, sino también como un gran y lindo trabajo. En verdad, la escuela es una iglesia llena de jóvenes que necesitan un pastor que los ame y les señale el camino al cielo. Este es un trabajo que necesita ser realizado en el contexto del joven, con entusiasmo, creatividad y alegría, pero también con extrema fidelidad, seriedad y disciplina. Somos responsables ante Dios por el tiempo que pasamos en el aula con los alumnos y por la forma en que enseñamos su Palabra.

Jamás debemos perder de vista el hecho de que educar es redimir. Y eso implica algunas cosas como, por ejemplo: Jamás contentarnos con un trabajo de segunda. Jamás limitarnos a comunicar solo conocimientos técnicos. Ambicionar inculcar en los alumnos los principios de verdad, obediencia, honra, integridad y pureza. No ahorrar esfuerzos con el fin de que los alumnos sean una fuerza positiva para la superación y la estabilidad de la sociedad. Inculcar en la mente de los alumnos la gran lección de la vida acerca del trabajo altruista.[3]

Bendiciones y desafíos

A lo largo de siete años de ministerio escolar, he percibido la actuación poderosa de Dios. He atestiguado su obra en la vida de alumnos, profesores y sus familiares. He experimentado muchas alegrías; entre ellas, la emoción de haber bautizado a muchos alumnos. Pero existen desafíos relacionados con el crecimiento espiritual de todos nosotros; la preservación de un ambiente celestial en la comunidad, esa atmósfera que nos hace sentir, ininterrumpidamente, la presencia de Dios. Existen alumnos que deben ser encaminados hacia el Reino del Señor; otros necesitan liberarse de los conflictos familiares y encontrar sentido a su vida. Con el poder de Dios, y de todo mi corazón, anhelo contribuir a la conquista de esas metas. Deseo continuar cantando, y enseñando a mis alumnos a alabar a Dios, a amar su Palabra y a entregarse a él, mientras él me lo permita.

Sobre el autor: Capellan del Colegio Adventista de Joinville, SC, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, El evangelismo, p. 347.

[2] Ibíd.

[3] Jorge Mário de Oliveira, Apostila de Educando Crista (Engenheiro Coelho, SDP: UNASP), p. 9.